1.- Algunos antecedentes:
Estamos por conmemorar el 150 aniversario de la Batalla de Puebla, hecho de armas que marcó el inicio de la contienda final entre los dos bandos políticos principales del tromentoso siglo XIX mexicano: los Conservadores y los Liberales, episodio conocido como la Intervención Francesa y el Imperio de Maximiliano. El hecho, sin duda, resultó glorioso para el ejército "mexicano" y lo pongo entrecomillado porque en realidad el ejército que se enfrentó a las tropas comandadas por el General Conde de Lorencez no era el ejército nacional o las fuerzas armadas del Estado Mexicano, sino en realidad, una sección de las entonces triunfantes fuerzas del Partido Liberal, el llamado "Ejército de Oriente" liderado por el General texano Ignacio Zaragoza. Al nacer a la vida independiente, México constituyó sus fuerzas armadas, pero en el calor de la contienda, que prácticamente no había tenido interrupción desde 1823 con el derrocamiento de Iturbide, y sobre todo desde 1829 en que Vicente Guerrero se lanzó a la protesta armada contra el resultado de las elecciones presidenciales en las que había vencido el General Manuel Gómez Pedraza, las mismas se dividieron en consonancia con la división política, y en ambos partidos, la presencia del elemento militar era fundamental, con todo y que, desde 1857, el bando liberal era dirigido por un abogado: Benito Juárez y toda una corte de "intelectuales" civiles: terratenientes como Ocampo, periodistas como Ignacio Ramírez y abogados también como los Lerdo de Tejada.
Así que para 1862 no existían las fuerzas armadas mexicanas, había, eso sí, un ejército del Partido Liberal que sostenía el régimen de Juárez desde que en 1860 el General zacatecano Jesús González Ortega derrotara al líder conservador Miguel Miramón en Calpulalpan, Tlaxcala, lo que permitió al zapoteca entrar en la Ciudad de México triunfante. Factor fundamental para esa victoria, que puso fin a la llamada "Guerra de Reforma" o "de Tres Años", fue el apoyo financiero y con pertrechos que los liberales recibieron de EUA, cuando no un apoyo directo, como el llamado "incidente de Antón Lizardo" en el que una escuadra norteamericana evitó que la flota conservadora tomara Veracruz y derrotara a Juárez, hecho que es señalado como el que volcó la contienda a favor de los Liberales.
La Historia Oficial, como lo he dicho en otro post, en el que hablé de Maximiliano, maneja que Juárez y su bando era quien gozaba del apoyo del pueblo. Nada más falso, en realidad, Juárez fue una imposición de los Norteamericanos y la mayoría del pueblo, si bien indiferente a la cuestión política, no estaba a favor de los ataques a las instituciones religiosas y a la Iglesia Católica en general, ni tampoco estaba a favor de los expolios a las propiedades comunales a favor de la propiedad privada individual que pasó a los ya poderosos terratenientes que apoyaron al oaxaqueño y su partido o a personajes de su régimen que de súbito se convirtieron en potentados. La historia oficial coloca, dentro del mismo bando de los "buenos" a Juárez y a Emiliano Zapata, el revolucionario en 1910, la realidad es que, de haber sido contemporáneos, el campesino morelense se habría alineado con los Conservadores, pues su lema: "Tierra y Libertad", fue usado por primera vez por un caudillo campesino e indígena, el cacique nayarita Manuel Lozada el Tigre de Alica en la Guerra de Reforma que combatió del lado conservador, y habría coincidido con el líder indígena de la Sierra Gorda queretana Tomás Mejía, más tarde fusilado junto al emperador Maximiliano.
También se dice que los Conservadores atrajeron la intervención extranjera por el Tratado Mon-Almonte celebrado entre el hijo del caudillo independentista, Morelos, Juan Nepomuceno Almonte y el Gobierno Español de Isabel II, no era más que un tratado aduanero y comercial a cambio de ayuda financiera, lo que contrastaba con el Tratado Mc Lane-Ocampo, que sí implicaba el entregar soberanía sobre el territorio nacional a los Norteamericanos, como paso a perpetuidad por el istmo de Tehuantepec, donde incluso, se proyectaba hacer el canal interoceánico que, finalmente, se construiría en Panamá, debidamente separado de Colombia con apoyo de Washington al efecto, algunas décadas más tarde, o paso libre para tropas y ciudadanos norteamericanos por toda la franja fronteriza. Este tratado, es bien sabido, no fue ratificado por el Senado Norteamericano, pese a la insistencia de Juárez y adláteres.
Aún así, los Norteamericanos sabían que con Juárez tenían a un garante de sus intereses al sur del Río Bravo, y sabían también que México no volvería a representar una amenaza a su posición de potencia dominante en América, mientras hubiera un gobierno que mantuviera dividida a la sociedad, enfrentada contra sí misma, que permitiese la entrada de su influencia cultural e ideológica y que, alegando el liberalismo económico, eliminara todo proteccionismo e impulso a la industria nacional, lo cual era bandera de los Conservadores, y convirtiese a México en mercado cautivo de la industria del norte, además de que mostrara hostilidad contra el Catolicismo, verdadero factor de unidad e identidad cultural y social de los mexicanos y se promoviera incluso el protestantismo, desde entonces, han llegado a nuestro país multitud de sectas con el apoyo directo del Departamento de Estado norteamericano: Mormones, Testigos de Jehová, Cristianos renacidos, etc. Debe recordarse que EUA ha tenido como impulso de su expansionismo a ciertas ideas del protestantismo de corte calvinista, como la predestinación y el sentirse un nuevo pueblo elegido destinado a evangelizar de nueva cuenta al mundo, la extensión de estas sectas, muchas veces rivales, cuando no enemigas entre sí aunque comparten la raíz común del teócrata de Ginebra, implica una colonización ideológica del mundo.
De esta manera, no es de extrañarse que los Conservadores buscaran la ayuda de alguna potencia europea para su causa que contrarrestara la descarada ayuda de EUA a los Liberales e implantar el sistema político que ellos habían defendido desde la época de Iturbide: la monarquía constitucional, pues los Conservadores, como ya lo planteé en otro post, no eran más que Liberales a la Europea: estaban a favor de implantar una monarquía de corte británico o del imperio napoleónico, pues eran grandes admiradores de la Revolución Francesa y sus experimentos constitucionales, como se desprende del apoyo dado por Iturbide a la bicentenaria carta gaditana, y de la Constitución de 1836 y de la obra jurídica de Teodosio Lares bajo la última presidencia de Santa Anna.
2.- Napoleón III:
El monarca europeo de quien consiguieron el apoyo los Conservadores fue de Napoleón III, Emperador de Francia, sobrino y restaurador del megalomaniaco sueño del corso Napoleón Bonaparte, hijo del hermano menor de éste: Luis Bonaparte, hecho Rey de Holanda por el orgulloso nepotismo del emperador y de su esposa Hortensa, hija de la emperatriz Josefina Beauharains y su primer esposo, Luis Napoleón ha sido uno de los personajes más extraños que la política ha producido en país alguno.
Sin las credenciales militares de su tío, pero con una astucia y capacidad para las intrigas impresionantes, Luis Napoléon pasó de ser un personaje de burla y poco serio, que casi desde la derrota de su tío y muerte en Austria de su primo Napoleón II, empezó a presentarse como el designado por la voluntad divina para restablecer a los Bonaparte en el trono francés y recuperar el orgullo nacional pisoteado en Waterloo y hacer realidad las conquistas de la Revolución Francesa, a un caudillo popular, que tras la caída de la llamada "Monarquía de Julio" de Luis Felipe de Orleans, un intento bastante interesante de establecer una monarquía en la que el Rey conservaba el Poder Ejecutivo, pero se veía limitado por el Parlamento, y que cayó debida a los escándalos de corrupción y el caciquismo de los colaboradores del bienintencionado rey-ciudadano, logró ser elegido Presidente de la Segunda República Francesa bajo un esquema presidencialista que culminó con su imposición como Emperador.
Napoleón III estaba mucho más cuerdo que su agresivo y poderoso tío; sabía que la Europa del Congreso de Viena no aceptaría el retorno de los Bonaparte, pero, para su fortuna, el esquema de Viena, planteado por el Canciller austriaco Metternich y el Zar Alejandro I de Rusia, llegaba a su fin ante la ola revolucionaria de los años 1848-1853, con lo que las potencias que podían poner fin a sus sueños imperiales estaban muy ocupadas reprimiendo revueltas internas y enfrentándose entre sí por cuestiones estratégicas: cuando el sistema reventó al fin con la Guerra de Crimea, se alió con Inglaterra, el Imperio Otomano y el Piamonte en contra de Rusia, evitando que el gigante eslavo tomase el control absoluto del Mar Negro y amenazara a Estambul y los estrechos del Bósforo y Dardanelos, en posesión de los debilitados islámicos y sus acreedores Occidentales. Esto le valió el reconocimiento de los Ingleses y que su aventura imperial no fuese tomada como una mera extravagancia o que era igual que su tío, una amenaza a la paz en el viejo continente.
Populista a la vez que ansioso por ser parte de la aristocracia europea, autoritario y a la vez moderado, impulsor de la cultura y del urbanismo, que convirtió a Paris en la capital del lujo, la moda y el arte que todavía es y le dió su apariencia refinada actual, hoy se considera que Napoleón III es un precursor del Estado de Bienestar y de la Socialdemocracia europea, mismas que se encuentran en crisis en estos últimos años. Bajo él, Francia conoció una etapa de gran estabilidad, industrialización y crecimiento económico, a nivel exterior, los Franceses continuaron la expansión colonialista en Africa iniciada bajo los últimos reyes: Carlos X y Luis Felipe, que se apoderaron de Argelia y se lanzaron sobre el continente negro, pero también sobre China, Vietnam y Camboya, asegurando mercados para sus productos y materias primas para su cada vez más pujante industria. Además, Francia apoyó a los Piamonteses en el proceso de unificación e independencia de Italia, y buscando frenar el posible expansionismo alemán de venirse la unificación, se enfrentó a Austria y Prusia, lo que, al final, sería causa de su ruina. Buscando borrar la imagen de Jacobinismo de su tío, se acercó al Papado, en ese momento ocupado por Pío IX, y aunque partidario de la unidad italiana, fue el último en defender los Estados Pontificios, y tropas suyas caerían defendiendo las puertas de Roma junto a los Guardias Suizos ante el embate de los soldados de Víctor Manuel II y Garibaldi.
Fue este monarca cotradictorio y progresista en el buen sentido del término el que apoyó la aventura del Segundo Imperio Mexicano, en buena medida influido por su hermosa esposa, la noble española Eugenia de Montijo (en la imagen), quien había trabado amistad con los exiliados Conservadores José Hidalgo Eznaurrízar, el propio Juan Nepomuceno Almonte y José María Gutiérrez de Estrada, quienes presentaron el proyecto ante los Emperadores galos.
¿Qué impulsó a Napoleón III a embarcarse en el proyecto de intervenir en México? Una aventura que en muchos, marcó el principio del fin de su Imperio, que para 1862 parecía estabilizarse y consolidado, asegurando la continuidad de los Bonaparte en el trono de San Luis, y que exhibió las limitaciones, sobreextensiones y debilidades del régimen, ¿qué fue pues lo que movió a Luis Napoleón a arriesgarlo todo?
Un aspecto geopolítico y una mística "racial": Napoleón III, si bien aliado por conveniencia de Inglaterra, entonces primer potencia mundial que bajo el cetro de Victoria extendía su dominio por 1/3 de la superficie de la Tierra, ansiaba con derribarla y volver a colocar en ese sitial a Francia y deseaba crearse una zona de influencia en América, pero además, temía por el claro engrandecimiento de EUA que podía impedir este proyecto. En cierta forma, el Bonaparte previó un mundo dominado por los anglosajones, lo que se haría realidad en el siglo XX. Entonces, Napoleón decidió atraerse a las antiguas colonias de España, país vecino que desde la invasión que le propinó su tío en 1808 andaba en franco proceso de derrumbe, presentándose como una especie de líder y a Francia como una especie de modelo a seguir; no en balde, la segunda mitad del siglo XIX se sentirá en México y todo el centro y sur del continente como de una fuerte influencia cultural francesa, y para aducir la cercanía de Francia a estos países apeló al origen romano común de la Hispania y las Galias, creando el concepto de "Latinoamérica".
Este concepto, mucho más general y amplio que los de Hispanoamérica o Iberoamérica, es uno que, en lo particular, no me gusta: en primero, ha contribuido a dividir a nuestro continente en dos polos opuestos e impidiendo más el entendimiento entre ambos: de un lado, la Latinoamérica que ha quedado como un término que significa: mediocridad, subdesarrollo, conquistado, corrupción, víctima, dictadorzuelos y pobreza, del otro, una Angloamérica que nunca se ha definido como tal (Norteamericanos y Canadienses se sienten más distantes entre sí que Chilenos y Argentinos), pero que se pretende ver como: desarrollo, excelencia, conquistador, honradez y limpieza, eficiencia, verdugo y democracia. Aparte, y muy curiosamente, en Latinoamérica se coloca a Brasil, que siempre se ha sentido extraño a dicha inclusión, que se siente muy ajeno a los países hispanoparlantes y nunca ha tomado en serio el concepto, tanto por su lengua Portuguesa como por el peso de la herencia africana en su cultura, y se excluye a los Francocanadienses de Quebec, a la Guyana Francesa y a todas las antillas de lengua francesa, con lo que Napoleón III quedaría sorprendido ante el fenómeno de que su país no es tomado en cuenta entre las "madres patrias" americanas ni su concepto prosperó para el fin que buscaba.
Lo que es más, el concepto "Latinoamérica" parece reducirse al mundo hispánico, hasta en cuestiones triviales: cuando se entrega el "Grammy Latino" se lo entregarán a Shakira, cantante colombiana, de lengua española pero origen turco, y no veremos que se le conceda alguno a la muy latina y francocanadiense Celine Dion por un disco en francés. Algo similar ocurre en la entrega de los premios "Oscar" de la Academia de Cine Norteamericana, y vemos que ha sido nominado "el actor latino" Demián Bichir, quien, ciertamente, es nacido en México y habla la lengua de Cervantes de nacimiento, pero cuya familia es de orígenes netamente sirio-libaneses, mientras que los actores Robert de Niro y Al Pacino, nacidos en EUA, son étnicamente italianos puros, hijos y nietos de naturales de dicho país y por tanto de orígenes totalmente grecorromanos, sin embargo, no les dicen que sean "Latinos" pese a que, además del inglés, hablan la lengua del Dante como idioma natal.
Así, el Imperio Mexicano aparecía como la gran oportunidad de crear un "Estado-tapón" fuerte que contuviera el expansionismo norteamericano: la idea no era conquistar y colonizar México, como la Historia Oficial lo hace creer, si bien es cierto que Maximiliano era un personaje incómodo en Europa, como ya una vez lo narré, la adopción de éste de los príncipes Iturbide aseguraría la continuidad del Imperio en su dinastía original, las urgencias de Napoleón y sus generales al buen Max para que organizara unas fuerzas armadas propias indican ese sentido, de convertir a México en un país con cierta potencia y con un gobierno monárquico-constitucional a la europea, capaz de equilibrar el poder en Norteamérica a un EUA, que en esos momentos aparecía débil y dividido por la Guerra Civil y con un Presidente Lincoln que, aparte, había mostrado en diversas ocasiones ser contrario a intervenir en el exterior y sobre todo en México, cosa que no tenía contento a Juárez.
El plan, por tanto, consistiría en asegurar la división de EUA con el triunfo Confederado y la creación de un Imperio Mexicano capaz de contener cualquier intento de surgimiento de una potencia angloamericana, así, se manifestaría la fuerza de la "Raza Latina" en contra de los descendientes de la "pérfida Albión".
De este modo, y con el pretexto de la deuda externa congelada por la moratoria decretada por Juárez, Napoleón III se embarcó en la empresa de intervenir en México, teniendo al principio como aliados a Inglaterra y España, potencias europeas también interesadas en debilitar a EUA, pero no tanto en la empresa de establecer un régimen monárquico anti-Washington en nuestro país, por diversas circunstancias, pero que sirvieron de fachada a lo que el Bonaparte se traía entre manos.
Hasta aquí los antecedentes, en la próxima entrada, los pormenores de la batalla, consecuencias y el mito alrededor de ella.
Aún así, los Norteamericanos sabían que con Juárez tenían a un garante de sus intereses al sur del Río Bravo, y sabían también que México no volvería a representar una amenaza a su posición de potencia dominante en América, mientras hubiera un gobierno que mantuviera dividida a la sociedad, enfrentada contra sí misma, que permitiese la entrada de su influencia cultural e ideológica y que, alegando el liberalismo económico, eliminara todo proteccionismo e impulso a la industria nacional, lo cual era bandera de los Conservadores, y convirtiese a México en mercado cautivo de la industria del norte, además de que mostrara hostilidad contra el Catolicismo, verdadero factor de unidad e identidad cultural y social de los mexicanos y se promoviera incluso el protestantismo, desde entonces, han llegado a nuestro país multitud de sectas con el apoyo directo del Departamento de Estado norteamericano: Mormones, Testigos de Jehová, Cristianos renacidos, etc. Debe recordarse que EUA ha tenido como impulso de su expansionismo a ciertas ideas del protestantismo de corte calvinista, como la predestinación y el sentirse un nuevo pueblo elegido destinado a evangelizar de nueva cuenta al mundo, la extensión de estas sectas, muchas veces rivales, cuando no enemigas entre sí aunque comparten la raíz común del teócrata de Ginebra, implica una colonización ideológica del mundo.
De esta manera, no es de extrañarse que los Conservadores buscaran la ayuda de alguna potencia europea para su causa que contrarrestara la descarada ayuda de EUA a los Liberales e implantar el sistema político que ellos habían defendido desde la época de Iturbide: la monarquía constitucional, pues los Conservadores, como ya lo planteé en otro post, no eran más que Liberales a la Europea: estaban a favor de implantar una monarquía de corte británico o del imperio napoleónico, pues eran grandes admiradores de la Revolución Francesa y sus experimentos constitucionales, como se desprende del apoyo dado por Iturbide a la bicentenaria carta gaditana, y de la Constitución de 1836 y de la obra jurídica de Teodosio Lares bajo la última presidencia de Santa Anna.
2.- Napoleón III:
El monarca europeo de quien consiguieron el apoyo los Conservadores fue de Napoleón III, Emperador de Francia, sobrino y restaurador del megalomaniaco sueño del corso Napoleón Bonaparte, hijo del hermano menor de éste: Luis Bonaparte, hecho Rey de Holanda por el orgulloso nepotismo del emperador y de su esposa Hortensa, hija de la emperatriz Josefina Beauharains y su primer esposo, Luis Napoleón ha sido uno de los personajes más extraños que la política ha producido en país alguno.
Sin las credenciales militares de su tío, pero con una astucia y capacidad para las intrigas impresionantes, Luis Napoléon pasó de ser un personaje de burla y poco serio, que casi desde la derrota de su tío y muerte en Austria de su primo Napoleón II, empezó a presentarse como el designado por la voluntad divina para restablecer a los Bonaparte en el trono francés y recuperar el orgullo nacional pisoteado en Waterloo y hacer realidad las conquistas de la Revolución Francesa, a un caudillo popular, que tras la caída de la llamada "Monarquía de Julio" de Luis Felipe de Orleans, un intento bastante interesante de establecer una monarquía en la que el Rey conservaba el Poder Ejecutivo, pero se veía limitado por el Parlamento, y que cayó debida a los escándalos de corrupción y el caciquismo de los colaboradores del bienintencionado rey-ciudadano, logró ser elegido Presidente de la Segunda República Francesa bajo un esquema presidencialista que culminó con su imposición como Emperador.
Napoleón III estaba mucho más cuerdo que su agresivo y poderoso tío; sabía que la Europa del Congreso de Viena no aceptaría el retorno de los Bonaparte, pero, para su fortuna, el esquema de Viena, planteado por el Canciller austriaco Metternich y el Zar Alejandro I de Rusia, llegaba a su fin ante la ola revolucionaria de los años 1848-1853, con lo que las potencias que podían poner fin a sus sueños imperiales estaban muy ocupadas reprimiendo revueltas internas y enfrentándose entre sí por cuestiones estratégicas: cuando el sistema reventó al fin con la Guerra de Crimea, se alió con Inglaterra, el Imperio Otomano y el Piamonte en contra de Rusia, evitando que el gigante eslavo tomase el control absoluto del Mar Negro y amenazara a Estambul y los estrechos del Bósforo y Dardanelos, en posesión de los debilitados islámicos y sus acreedores Occidentales. Esto le valió el reconocimiento de los Ingleses y que su aventura imperial no fuese tomada como una mera extravagancia o que era igual que su tío, una amenaza a la paz en el viejo continente.
Populista a la vez que ansioso por ser parte de la aristocracia europea, autoritario y a la vez moderado, impulsor de la cultura y del urbanismo, que convirtió a Paris en la capital del lujo, la moda y el arte que todavía es y le dió su apariencia refinada actual, hoy se considera que Napoleón III es un precursor del Estado de Bienestar y de la Socialdemocracia europea, mismas que se encuentran en crisis en estos últimos años. Bajo él, Francia conoció una etapa de gran estabilidad, industrialización y crecimiento económico, a nivel exterior, los Franceses continuaron la expansión colonialista en Africa iniciada bajo los últimos reyes: Carlos X y Luis Felipe, que se apoderaron de Argelia y se lanzaron sobre el continente negro, pero también sobre China, Vietnam y Camboya, asegurando mercados para sus productos y materias primas para su cada vez más pujante industria. Además, Francia apoyó a los Piamonteses en el proceso de unificación e independencia de Italia, y buscando frenar el posible expansionismo alemán de venirse la unificación, se enfrentó a Austria y Prusia, lo que, al final, sería causa de su ruina. Buscando borrar la imagen de Jacobinismo de su tío, se acercó al Papado, en ese momento ocupado por Pío IX, y aunque partidario de la unidad italiana, fue el último en defender los Estados Pontificios, y tropas suyas caerían defendiendo las puertas de Roma junto a los Guardias Suizos ante el embate de los soldados de Víctor Manuel II y Garibaldi.
Fue este monarca cotradictorio y progresista en el buen sentido del término el que apoyó la aventura del Segundo Imperio Mexicano, en buena medida influido por su hermosa esposa, la noble española Eugenia de Montijo (en la imagen), quien había trabado amistad con los exiliados Conservadores José Hidalgo Eznaurrízar, el propio Juan Nepomuceno Almonte y José María Gutiérrez de Estrada, quienes presentaron el proyecto ante los Emperadores galos.
¿Qué impulsó a Napoleón III a embarcarse en el proyecto de intervenir en México? Una aventura que en muchos, marcó el principio del fin de su Imperio, que para 1862 parecía estabilizarse y consolidado, asegurando la continuidad de los Bonaparte en el trono de San Luis, y que exhibió las limitaciones, sobreextensiones y debilidades del régimen, ¿qué fue pues lo que movió a Luis Napoleón a arriesgarlo todo?
Un aspecto geopolítico y una mística "racial": Napoleón III, si bien aliado por conveniencia de Inglaterra, entonces primer potencia mundial que bajo el cetro de Victoria extendía su dominio por 1/3 de la superficie de la Tierra, ansiaba con derribarla y volver a colocar en ese sitial a Francia y deseaba crearse una zona de influencia en América, pero además, temía por el claro engrandecimiento de EUA que podía impedir este proyecto. En cierta forma, el Bonaparte previó un mundo dominado por los anglosajones, lo que se haría realidad en el siglo XX. Entonces, Napoleón decidió atraerse a las antiguas colonias de España, país vecino que desde la invasión que le propinó su tío en 1808 andaba en franco proceso de derrumbe, presentándose como una especie de líder y a Francia como una especie de modelo a seguir; no en balde, la segunda mitad del siglo XIX se sentirá en México y todo el centro y sur del continente como de una fuerte influencia cultural francesa, y para aducir la cercanía de Francia a estos países apeló al origen romano común de la Hispania y las Galias, creando el concepto de "Latinoamérica".
Este concepto, mucho más general y amplio que los de Hispanoamérica o Iberoamérica, es uno que, en lo particular, no me gusta: en primero, ha contribuido a dividir a nuestro continente en dos polos opuestos e impidiendo más el entendimiento entre ambos: de un lado, la Latinoamérica que ha quedado como un término que significa: mediocridad, subdesarrollo, conquistado, corrupción, víctima, dictadorzuelos y pobreza, del otro, una Angloamérica que nunca se ha definido como tal (Norteamericanos y Canadienses se sienten más distantes entre sí que Chilenos y Argentinos), pero que se pretende ver como: desarrollo, excelencia, conquistador, honradez y limpieza, eficiencia, verdugo y democracia. Aparte, y muy curiosamente, en Latinoamérica se coloca a Brasil, que siempre se ha sentido extraño a dicha inclusión, que se siente muy ajeno a los países hispanoparlantes y nunca ha tomado en serio el concepto, tanto por su lengua Portuguesa como por el peso de la herencia africana en su cultura, y se excluye a los Francocanadienses de Quebec, a la Guyana Francesa y a todas las antillas de lengua francesa, con lo que Napoleón III quedaría sorprendido ante el fenómeno de que su país no es tomado en cuenta entre las "madres patrias" americanas ni su concepto prosperó para el fin que buscaba.
Lo que es más, el concepto "Latinoamérica" parece reducirse al mundo hispánico, hasta en cuestiones triviales: cuando se entrega el "Grammy Latino" se lo entregarán a Shakira, cantante colombiana, de lengua española pero origen turco, y no veremos que se le conceda alguno a la muy latina y francocanadiense Celine Dion por un disco en francés. Algo similar ocurre en la entrega de los premios "Oscar" de la Academia de Cine Norteamericana, y vemos que ha sido nominado "el actor latino" Demián Bichir, quien, ciertamente, es nacido en México y habla la lengua de Cervantes de nacimiento, pero cuya familia es de orígenes netamente sirio-libaneses, mientras que los actores Robert de Niro y Al Pacino, nacidos en EUA, son étnicamente italianos puros, hijos y nietos de naturales de dicho país y por tanto de orígenes totalmente grecorromanos, sin embargo, no les dicen que sean "Latinos" pese a que, además del inglés, hablan la lengua del Dante como idioma natal.
Así, el Imperio Mexicano aparecía como la gran oportunidad de crear un "Estado-tapón" fuerte que contuviera el expansionismo norteamericano: la idea no era conquistar y colonizar México, como la Historia Oficial lo hace creer, si bien es cierto que Maximiliano era un personaje incómodo en Europa, como ya una vez lo narré, la adopción de éste de los príncipes Iturbide aseguraría la continuidad del Imperio en su dinastía original, las urgencias de Napoleón y sus generales al buen Max para que organizara unas fuerzas armadas propias indican ese sentido, de convertir a México en un país con cierta potencia y con un gobierno monárquico-constitucional a la europea, capaz de equilibrar el poder en Norteamérica a un EUA, que en esos momentos aparecía débil y dividido por la Guerra Civil y con un Presidente Lincoln que, aparte, había mostrado en diversas ocasiones ser contrario a intervenir en el exterior y sobre todo en México, cosa que no tenía contento a Juárez.
El plan, por tanto, consistiría en asegurar la división de EUA con el triunfo Confederado y la creación de un Imperio Mexicano capaz de contener cualquier intento de surgimiento de una potencia angloamericana, así, se manifestaría la fuerza de la "Raza Latina" en contra de los descendientes de la "pérfida Albión".
De este modo, y con el pretexto de la deuda externa congelada por la moratoria decretada por Juárez, Napoleón III se embarcó en la empresa de intervenir en México, teniendo al principio como aliados a Inglaterra y España, potencias europeas también interesadas en debilitar a EUA, pero no tanto en la empresa de establecer un régimen monárquico anti-Washington en nuestro país, por diversas circunstancias, pero que sirvieron de fachada a lo que el Bonaparte se traía entre manos.
Hasta aquí los antecedentes, en la próxima entrada, los pormenores de la batalla, consecuencias y el mito alrededor de ella.
1 comentario:
Excelente blog. Llego algo tarde a la fiesta pero tus comentarios no tienen desperdicio. Sólo discrepo en algo: El "entendimiento" entre esos dos polos opuestos que mencionas ("Angloamérica" y "Latinoamérica") es imposible sin importar lo que pienses. A lo sumo puede haber tolerancia y respeto a regañadientes, respeto que Hispanoamérica alias Letrinoamérica no se ha ganado.
Y contrario a lo que piensas, está cada vez más extendido el concepto de Anglosphere y la mayoría de los americanos verdaderos lo entienden y se ven mucho más cercano a los canadienses de raigambre inglesa que a los mexicanos u otros hispanos a quienes en verdad consideran como extraños y con justa razòn...
El término Latinoamérica es otra de las taras de las que la región sólo se librará cuando la gente razone sobre su pasado y se acepte. Casi todos los problemas que mencionas sobre la identidad lo sufren en menor y mayor medida el resto de los países de la región.
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