Buscar este blog


26 de noviembre de 2017

COMO UN CASTILLO DE NAIPES...


Siguiendo con el tema del post anterior, sigue la mata dando: tras el escándalo ocasionado por las denuncias en contra del productor Hollywoodense Harvey Weinstein, por violación y acoso sexual, se soltaron los demonios y poco a poco, se comienza a destapar la cloaca de la industria del cine y la TV estadounidense, al menos en la que se ha convertido desde hace unos 50 años para acá, revelando un tóxico cocktail de perversiones sexuales, corrupción, estrategias de marketing engañosas, mediocridad, falta de talento y originalidad y colusión con intereses políticos, que todas en conjunto están envenenando al Séptimo Arte de nuestro vecino del norte, hasta ahora, la industria del entretenimiento más poderosa del planeta y vehículo de primerísima importancia para ejercer influencia cultural e ideológica sobre el resto del mundo.

Ahora tocó el turno de caer a Kevin Spacey, un grandísimo actor de formación teatral, y que se encontraba gozando de unos pocos años para acá, de la cumbre del éxito, tras alcanzar la fama en la década de los noventa, como una presencia inquietante y castigadora en Seven, y posteriormente con grandes cintas como The Usual Suspects o American Beauty, llegó a la cúspide con la primer serie televisiva producida exclusivamente para la plataforma Netflix, donde encarna al perverso y maquiavélico político Francis Underwood, que junto a su esposa Carrie, magistralmente encarnada por Robin Wright y todo un elenco de brillantes histriones, revelan el aspecto más siniestro de la lucha por el poder, en clara alusión al matrimonio Clinton.

Sin embargo, el ejemplo de las denuncias contra Weinstein está dando poco a poco valor a otros profesionales del espectáculo a hablar y a denunciar, ya no en los términos genéricos y temerosos como lo han hecho Corey Feldman o Elijah Wood, sino citando nombres y apellidos, y así es el caso de Spacey, denunciado por un actor casi desconocido que apenas destaca en la nueva e innecesaria serie de la franquicia de Star Trek, pero que armado de valor tras el caso Weinstein decidió denunciar el abuso sufrido, hace unos treinta años, por el reconocido histrión, quien desgraciadamente no puede ser más que calificado como un monstruo, pese a su indudable y enorme talento interpretativo. Los talentos, los logros profesionales, son nada cuando no vienen acompañados de virtudes, de valores morales y comportamientos éticos.

Pero quizá, lo que más golpea es la torpe respuesta de Spacey ante las acusaciones, pretendiendo escudarse en su homosexualidad; lo cual, lejos de ser una disculpa, abre el debate en torno a la relación homosexualidad-pederastria, misma que no ha querido ser abordada, ante tantos intereses existentes, y que ahora parece evidenciarse. De igual manera, la oleada de acusaciones y denuncias en la Meca del Cine, confesiones abiertas como la de Morrisey, quien señala que no solamente en el mundo del Séptimo Arte, sino también en la industria de la música popular actual se dan de manera sistemática estas prácticas, nos debe llevar a pensar si mucho de la decadencia que presenciamos en nuestras sociedades no se deberá a que hemos seguido el ejemplo de sujetos que no tienen más relevancia que su fama, sin que esto signifique denostar el talento interpretativo que pueden ostentar muchos actores, pero aún así, ¿eso alcanzaba para que el mencionado Spacey fuese recibido casi como Jefe de Estado hace unos años por el Presidente Peña en una feria turística, como si en realidad se recibiera al Presidente Underwood de su conocido serial televisivo? A la vista de lo acontecido desde entonces es ridículo y penoso, muestra de un populismo estúpido que busca ganar apoyos en base a la fama de personajes reconocidos mediáticamente, pero que en realidad poco o nada aportan, o incluso, como en el caso concreto, pueden restar a las sociedades y a la cultura.

De este escándalo, como lo dice la columnista de Actuall, Candela Sandé, se pueden derivar dos cosas: Primero, el poner en su sitio a los faranduleros, quienes no pueden ser tomados en serio fuera de los escenarios y del celuloide ante la menos que suficiente formación educativa y peor moral en la mayoría de los casos, y en segundo: la oportunidad de dignificar su profesión y volver a elaborar productos de calidad, que por ahora parece desaparecida.

La Liga de la Justicia:



Siendo fan de los cómics, acudí a ver La Liga de la Justicia, me gustó y me pareció buena, siendo lo más destacado la actuación tanto de Gal Gadot, quien nos dejó una de las mejores películas de superhéroes que fue La Mujer Maravilla en este año --aunque queda en tercer sitio tras la trilogía de Nolan sobre Batman y la excelente Logan, esta última probablemente lo mejor que se ha hecho, y se hará en mucho tiempo, sobre los personajes salidos de las viñetas-- y nuevamente interpreta de manera excelente a la princesa amazona, así como Jason Momoa, que le da a un personaje aparentemente ñoño y muy vilipendiado como Aquaman la seriedad y el tono fuerte que el mismo tuvo sobre todo en la década de los noventa.

Sin embargo, está lejos de llegar a colocarse al nivel de lo que fue la primer película de los Avengers; DC llegó tarde y fue rebasada por Marvel quien se adelantó mucho en construir una historia sobre un equipo de justicieros superpoderosos de manera que parece uno hojear las páginas dibujadas por Jack Kirby y escritas por Stan Lee; en este caso, la película llena los huecos y corrige varios errores de los muchos presentados en el desastre hecho por Zack Snyder el año pasado con ese collage mal pegado que fue Batman Vs Superman, Ben Affleck no convence como el hombre murciélago y ni siquiera su doble pudo ahora regalarnos las buenas escenas de pelea que eso sí, estaban presentes en aquella, Henry Cavill demostró tener potencial como Superman en El Hombre de Acero, película que, aunque realizada por Snyder tenía grandes toques de Nolan que le dieron realismo al kriptoniano y daba idea de cómo sería percibido por los humanos con asombro y miedo, pero que se ha quedado corto por culpa de los malos guionistas; en cuando al Flash de Ezra Miller, parece una interpretación libre del personaje similar a la que se aventó "la Casa de las Ideas" con el Spiderman de Tom Holland, lo que decepcionó a muchos fans, que se han acostumbrado a la buena adaptación televisiva encarnada por Grant Justin.

Pero sobre todo, la película despide un agotamiento, un cansancio que deriva del desgaste del género, parece un intento desesperado por la industria hollywoodense de aferrarse al clavo ardiente de los superhéroes y el CGI ante la falta de creatividad y la crisis interna que  he detallado en los últimos posts. Con todo y que Joss Whedon trató de corregir las fallas de Snyder y el exceso de oscuridad que éste le quiso imponer, la película no deja de tener una atmósfera oscura, triste y cansada. 

¿O será que se refleja el clima que en general existe en Hollywood?

Bueno, este es el segundo y último post que hago sobre el escándalo y derrumbre del cine norteamericano, en el próximo, entraré a temas más serios, digámoslo así: Cataluña por un lado, el probable fin de Merkel, y también, el Medio Oriente que suelta chispas gracias al príncipe heredero de Arabia. Espero tener más oportunidad para escribir.