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18 de abril de 2015

ARMENIA, TURQUIA Y EL PAPA


Armenia es una de las naciones más antiguas que persisten hasta nuestros días y que cuenta con una Historia interesantísima: lugar de descanso del Arca de Noé cuyos restos, al parecer, más allá del mito o de las páginas bíblicas, físicamente se encuentran en el Monte Ararat, reino que adoptó el helenismo tras las aventuras de Alejandro Magno y se mantuvo en un estira y afloja entre Romanos y Partos/Persas, que fue el primer Estado en adoptar al Cristianismo como Religión Oficial en el año 301 bajo el reinado de Tiridates III, y que después resistió las invasiones musulmanas y mongolas, pese a ser absorbida en ocasiones por ambos poderes imperiales, estuvo, hace cien años, a punto de desaparecer bajo el poder de la última dinastía califal: la turca otomana.

Hace 100 años, precisamente, el Califato Otomano, ostentado por Mohamhed V se encontraba inmerso en la Primera Guerra Mundial, a la que había entrado como aliado de Alemania y Austria-Hungría; probablemente, el imperio islámico, o lo que quedaba de él, pretendía recuperar sus antiguas posesiones en los Balcanes y el Norte de Africa que le habían arrebatado potencias occidentales como Inglaterra, Italia y Francia, y sacudirse la enorme deuda externa que tenía con las mismas, sin embargo, el otrora poderoso Estado Musulmán que había hecho temblar a Europa se encontraba en precaria situación y convertido, en realidad, en un juguete del Káiser Guillermo II, quien incluso mandó a varios de sus generales a comandar a los mujhaidín del ejército del califato, desmoralizados, mal armados y peor entrenados.

Desde fines del siglo XVIII había la clara conciencia entre la clase dirigente del Califato, en su mayoría compuesta por Turcos de pura cepa, residentes en Estambul y Edirne, que era necesario un cambio: los Europeos, en Malta, Lepanto y Viena habían demostrado una incipiente superioridad que fue creciendo con los siglos sobre la Khilafa por lo que empezaron a ver la conveniencia de adoptar medidas y políticas occidentales: empezó la política del Tanzimat, o "modernización" implementada por el último gran Califa de la dinastía: Selim III a inicios del siglo XIX. El ejército cambió, dejando de ser masas de guerreros reclutados por los Emires o Bajás turcos, árabes y egipcios que gobernaban las provincias del Imperio en forma feudal y desapareció la Guardia de Jenízaros, tan leal como peligrosa para los Califas, reclutada entre niños de origen cristiano a manera de impuesto entre los súbditos de dicha confesión, adoctrinados y entrenados para la defensa fanática del Islam, y se sustituyó por unas fuerzas armadas profesionales, con servicio militar obligatorio, armada y entrenada al estilo europeo por instructores prusianos. La legislación civil cambió y se mezcló la Shari'a con la tradición romano-canónica contenida en el Código Civil Alemán de fines del siglo XIX, y la gente empezó a dejar atrás túnicas, turbantes y togas para adoptar sacos, pantalones y corbatas sin abandonar el sombrero estilo fez de origen marroquí, en el caso de los hombres, y las mujeres, bajo el hijab o la burkha, a lucir vestidos de moda europea.

A inicios del siglo XX ocurrió un golpe de estado protagonizado por varios oficiales del ejército imperial, turcos, que destacaban por su poca edad pero también por su formación en Europa: los Jóvenes Turcos, como fueron conocidos, impusieron su voluntad al Califa anterior: Abdul Hamid II, al que derrocaron, y trataron de guiar al Imperio bajo las premisas de mantener el integrismo musulmán, la supremacía turca sobre las demás etnias islámicas, --dejando fuera a los pueblos de lengua árabe, lo cual fue un error colosal-- y eso sí,-- acelerar un proceso de occidentalización en lo material del Imperio mahometano.

Este grupo, institucionalizado como un partido político, el Comité por la Unión y el Progreso, era liderado por tres figuras: Ismail Enver Paschá, (Paschá o Bajá es un título nobiliario islámico, como jeque, caid, emir, etc.) Ahmed Djemal Paschá y Mohamhed Talat Paschá, quien ocuparía el cargo de Gran Visir, aunque también destacó en su cúpula un hábil comandante militar, el General Mustafá Kemal, quien después derrocaría al último Califa Mohamhed VI e instauraría la República y el laicismo, así como llevaría al extremo la occidentalización de los turcos pretendida por el movimiento desde 1908.

La Primera Guerra Mundial pronto llevó al Califato a una situación tambaleante: la Península Arábiga se volvió un hervidero de rebeliones impulsadas por los británicos, éstos a su vez atacaban las cercanías de Estambul en Gallípoli, donde Kemal luchó exitosamente contra la torpeza de Churchill, entonces Ministro de Marina, y sus comandantes, en una de las operaciones anfibias peor planeadas de la Historia. Mientras, crecía la tensión con otros grupos étnicos en el seno del Imperio, principalmente, con las minorías cristianas, sospechosas de ser, al parecer de los dirigentes turcos, de actuar como quintas columnas de las potencias europeas y Rusia con quien se libraba una sangrienta campaña en el Cáucaso. Así, los dirigentes de los Jóvenes Turcos, en especial Enver, pero también el propio Kemal, señalaron como de especial cuidado a los Armenios, puesto que una parte del territorio de la antigua Armenia se encontraba bajo el control del Imperio Ruso, (la posterior República Soviética y hoy país independiente) con lo que podía haber comunicación entre Armenios de un lado al otro de la frontera, y decidieron tomar acciones inmediatas para conjurar el peligro de una rebelión,  así como dar escarmiento a todos los Cristianos que habitaban en las tierras de la Ummah, y garantizar si no su lealtad a la "Sublime Puerta", sí su sometimiento.

Deportaciones (en la foto que abre la entrada), matanzas sistemáticas, hambrunas provocadas, crucifixiones y tiros en la nuca, violaciones, sustitución de poblaciones, tras la expulsión de los habitantes Cristianos por nuevos pobladores Musulmanes.


Estas imágenes, tan duras son tristemente muy similares a las ejecuciones masivas que hace ahora el pretendiente a suceder al Califato Otomano: el autonombrado Abú Bakr II Al Baghdadí y su Estado Islámico, lo que muestra lo que no se quiere ver: la naturaleza intolerante, imperial y belicista de la doctrina Musulmana.

De 1915 a 1923, es decir, incluso una vez derrotado y desmembrado el Imperio Otomano,  la matanza continuó hasta sumar aproximadamente un millón y medio de Armenios. Esto se debió que, aunque ya derrotado el Califato, y derrocado el último Padishá, fundada la República por Mustafá Kemal, éste se lanzó ahora a un programa ultranacionalista, mediante el cual buscó una Turquía étnicamente pura, donde sólo vivieran Turcos étnicos, y por ello, el "Padre de los Turcos" no solamente continuó con la matanza de Armenios, también se lanzó a expulsar a los Griegos Jónicos a los que arrebató sus milenarias ciudades de Mileto, Nicea, Esmirna, Halicarnaso, Tarso, Nicomedia, etc. Además de iniciar la represión sobre los Kurdos, a los que impedía expresar su cultura, aunque no los eliminaba por ser también musulmanes.

Mientras Kemal es ahora el héroe nacional epónimo de Turquía, el otro perpetrador del crimen: Enver Paschá, recibió al final su merecido, muriendo en batalla contra los Rusos Bolcheviques liderando un intento de conformar un nuevo Imperio Turco-Islámico en el Centro de Asia. Aún así,  Enver, Djamal y Talat yacen sepultados en el "Monumento a la Libertad" en Estambul, lo que debería ser una afrenta no solo para todo cristiano, sino para los derechos humanos y la libertad misma.

En este contexto, se tiene que ningún líder occidental, en 100 años, ha denunciado este Genocidio, el primero del siglo XX (precedido por el de los Bóers a manos inglesas en los últimos años del siglo XIX, el congoleño a manos de los Belgas de Leopoldo II en la segunda mitad de ese siglo, y el de la Vendeé durante la Revolución Francesa, o el de los "Pieles Rojas" en EUA a manos de Británicos y Norteamericanos tras la independencia); esto en mucho, fue por conveniencia: Atatürk, como se conoce ahora a Kemal, hizo relaciones estrechas con la Alemania de Weimar y la Nazi, además de gozar de la simpatía de los europeos por su celo anticomunista y la occidentalización del país, además del laicismo que oficialmente predicaba --aunque en la práctica mantenía una Turquía puramente islámica, rechazando cualquier muestra de la existencia de minorías cristianas, sobre todo en Estambul, donde sobrevive hasta la fecha, un puñado de descendientes directos de los Romanos Orientales alrededor del Patriarca de Constantinopla.-- Posteriormente, Turquía se volvió uno de los puntales de la contención anti URSS ejercida por la OTAN, y por ello, los líderes occidentales callaron y jamás denunciaron ni el genocidio ni el expolio territorial de Armenia, cuyo territorio actual es una mínima parte de lo que fue en la Edad Media, antes de ser conquistada por los Musulmanes.

Por ello, el que el Papa Francisco I reconozca y denuncie el Genocidio hace apenas unos días, es un gesto, sin duda valiente y oportuno al cumplirse 100 años de los terribles hechos y ante una repetición de los mismos en Irak y Siria... sin embargo, resulta muy cuestionable que hace apenas unos meses el pontífice argentino haya acudido a Turquía, rendido honores a la figura de Mustafa Kemal, hecho buenas relaciones con el Presidente Reccep Tayyip Erdogan, quien a mi parecer, es uno de los hombres más peligrosos y maquiavélicos del mundo, que incluso, apoya a las atrocidades del ISIS y la rebelión de los fundamentalistas en Siria, e incluso, orado en la Mezquita Azul de Estambul.

No puede hacerse una política exterior seria y coherente de la Santa Sede con este tipo de bandazos que busca quedar bien con las dos partes de un conflicto, sin ni siquiera pretender ser un mediador. Aunque claro, este no puede ser un caso susceptible de mediación alguna.

Lo que sí es cierto es que los hechos no pueden imputarse únicamente a Turquía, quien perpetró el crimen fue el Califato Otomano, y los ejecutores no fueron solo turcos, sino oficiales, funcionarios y soldados turcos, árabes, kurdos, etc. musulmanes que desplegaron los aspectos más negros del Islam. La República Turca, sucesora del último Califato, debería ser obligada a devolver los territorios armenios expoliados, pagar indemnizaciones a Armenia y ser expulsado definitivamente de toda relación especial con la Unión Europea y de la OTAN. El régimen actual de Erdogan debería ser investigado, y sancionado, por su apoyo al terrorismo islamista.

El Genocidio Armenio debe ser visto como un recordatorio y una advertencia de lo que se ve actualmente de parte de quienes pretenden reconstruir el Califato extinto desde 1923.

Como sea, y aunque exhibe la cara típica de político latinoamericano de Jorge Mario Bergoglio con su pragmatismo y cambios repentinos de actitudes y opiniones, la declaración hecha hace una semana, denunciando el Genocidio Armenio, es un gran avance que debe llevar a la comunidad internacional a reaccionar contra el radicalismo islámico y exigir justicia en todos los crímenes contra la humanidad para que la Historia no sea jamás olvidada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ese idiota NO ES PAPA

Anónimo dijo...

ese idiota NO ES PAPA