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30 de abril de 2011

CARTA A JUAN PABLO II

Santo Padre:

Mañana es el día en que la Iglesia reconocerá la heroicidad de las virtudes de su vida, no sus aciertos o errores en la Historia en su gobierno de la Iglesia o como estadista, de eso hablan de sobra sus detractores hoy, quienes parecen ser perfectos e infalibles, o que habrían deseado que Usted hubiese claudicado y dijera, como el infame Alistair Crowley: "Hagan lo que Quieran" o "Todo se vale" y no recordarnos que existen límites a la soberbia humana, de que hay cosas más importantes que satisfacer lo inmediato y el valor y la dignidad del ser humano y su trascendencia; hoy, que las personas parecemos no obedecer otra cosa que nuestros apetitos, y no usar la razón, sino el instinto y no buscar la felicidad, sino el placer; Usted aparece como algo tan extraordinario, soportando pacientemente los sufrimientos y el dolor, enmedio del bullicio y la incredulidad del mundo; aquella bala, disparada por Mohamhed Alí Agca y dirigida desde Moscú, lejos de causarle daño le abrió el camino hacia la santidad para Usted.

Yo soy de la generación que creció bajo su pontificado, he de reconocer que al principio, Usted no me simpatizaba del todo; quizá por mi falta de comprensión del tono que le dió al rol del Papa: a veces me parecía más un líder político o una celebridad; con la llegada de mi adolescencia y por tanto, de la rebeldía, se volvió blanco de mis críticas pseudomarxistas, las típicas de siempre: "los lujos del Vaticano", "la riqueza" etc., Usted ya sabe, pero fueron sus últimos años los que fueron cambiando mi visión y he entendido su mensaje al fin: ese "No tengan miedo" que dijo la noche de su elección.

Hoy, Santo Padre, tenemos miedo, mucho miedo; allá arriba, Usted debe ver lo que pasa en México, que ya no es tan fiel como lo dijera en su momento: hemos sido traicionados una y otra vez por nuestros líderes, hemos sido corrompidos por los mismos medios de comunicación que ante Usted enmudecieron y le dieron voz e imagen, como dice el libro de los Macabeos respecto a Alejandro Magno por su paso de gigante, y que ahora, aprovechando su ausencia física, despotrican y hasta se burlan, la violencia y el odio nos dividen porque nos la pasamos enfrentados para beneficiar a unos políticos corruptos e ineptos que nos usan para medrar y que no se ponen de acuerdo para nada sino para dañar a nuestra sociedad: el dispendio de los recursos públicos para sus partidos, aprobar la muerte y lo aberrante.

Las familias se derrumban, hay violencia entre esposas, y de padres hacia hijos, los niños viven bajo el temor de sufrir abusos y violencia, incluso, de ministros de Dios cuyas acciones han dañado duramente a la Iglesia de Jesucristo y han dado materia para los ataques de los enemigos. La violencia es cotidiana, es una forma de vida. Sectas y grupos obedientes a intereses extranjeros, o al servicio de la muerte o del fraude han coptado a mucha gente. Y de los Obispos que tenemos, mejor ni hablar: preocupados por sus ligas con políticas y sus intereses personales, imprudentes y torpes, hacen más daño que ayuda.

A nivel mundial, Santo Padre, el Cristianismo es abandonado y atacado, mientras crecen las sombras y la fuerza de antiguos y nuevos enemigos: el Islam, belicoso y militante parece levantarse de nueva cuenta, y China con su extraña mezcla de insaciable afán de lucro, revanchismo de agravios pasados y añeja soberbia se despierta precisamente como un dragón presto a abrasarnos con sus llamas. Ante esto, sin embargo, la gente parece no reaccionar, no se da cuenta de lo que se viene encima, queremos que la fiesta no termine, porque tenemos miedo de vivir, de enfrentarnos a la realidad y a los problemas reales... pero la fiesta se va a acabar pronto.

La vida ya no vale nada, como decía José Alfredo: 30,000 muertos por el conflicto provocado por el crimen organizado y un gobierno imprudente y 58,000 niños asesinados antes de nacer en el DF dicen lo devaluado que es el ser humano hoy en México.

A pesar de todo ello, Usted diría ahora "¿México siempre fiel?"

Pero también, Santo Padre, lo que me impactó de Usted fue su frase: "No tengan miedo, ¡Abrid las puertas a Cristo!" y también su funeral: Usted detuvo al mundo. Todos estuvieron ahí, a solo unos pasos estaban el Presidente de Irán y el de EUA, irreconciliables enemigos, pero que acudieron a darle sus respetos. Llegaron millones de todo el mundo a despedirse de Usted y ahora, en esta noche, en esta vigilia y mañana su beatificación, millones han vuelto a reconocerlo. Usted derrotó al Imperio Ruso-Soviético edificado sobre la crueldad y la opresión, sin más armas que la fe, el amor y la libertad; los Rusos no enviaron a nadie, no por insultarlo, creo, me da la impresión que por sentimiento de culpa no admitida. Sus zapatos viejos y gastados con los que lo sepultaron dan la muestra de su lucha por la libertad.

Eso me llena de esperanza porque he visto que hay mucha, mucha gente que ha decidido no tener miedo, que quiere luchar por cambiarse a sí misma para así cambiar al mundo. Por ello, hoy, Santo Padre, le prometo que haré todo lo posible por no tener miedo. Por no tener miedo a los demás, al que dirán, al futuro, a la soledad, a los problemas, a la vida simplemente y sobre todo, por no tener miedo a romper con mis vicios, a aceptar mis errores, a rechazar mi soberbia y controlar mis impulsos... Eso es lo que nos pide Cristo, que confiemos en él y no temamos, ¿no es así?

Beato Juan Pablo II Magno, ¡ruega por nosotros!

1 comentario:

Anónimo dijo...

La lógia ilógica de algunos detractores: "(i) no era un hombre de Dios, (ii) protegió a los pedófilos, (iii) la iglesia es una farsa, una mentira, (iv) que no lo beatifiquen."... Pero si la iglesia es una mentira, una farsa, ¿por qué te preocupa que lo beatifiquen? No deberías, pues también es "una farsa"