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La Polemología, o estudio de la Guerra es una de las ramas de la Ciencia Política más despreciada en los últimos años, sobre todo, desde los años sesenta y su pacifismo simbolizado en aquella (nefasta) pareja de John Lennon y Yoko Ono, y el fracaso rutilante de EUA en Vietnam con gravísimas secuelas no solo para los soldados que ahí pelearon en lo individual, sino en lo social. La Iglesia Católica, tras el Concilio Vaticano II, por su parte, adoptó una postura igualmente irenista, con el diálogo ecuménico con otras confesiones y empezando a pedir perdón por aquellas confrontaciones de la Cristiandad con otros credos: las Cruzadas, la lucha contra el Imperio Otomano o la Conquista de América y su posterior evangelización por España.
Víctor Davis Hanson sabe de todo este contexto y escribe un libro, más bien una compilación de ensayos que es bastante esclarecedora en el momento actual; --cuya portada y título aparece al inicio de esta entrada-- el autor es profesor de estudios clásicos en universidades de EUA y academias militares y ha conocido el desdén con el que los asuntos bélicos son tratados en los terrenos académicos, mientras que se ha instalado en la mente de las personas y sociedades la idea de que todo tiene una solución pacífica y que toda forma de violencia --aún la defensiva-- resulta reprobable; para colmo, la figura del líder nacionalista hindú Mohandas Karamchand Mahatma Gandhi, y su estrategia de resistencia pacífica y desobediencia civil, le llevó a una especie de canonización secular a pesar de que no se trataba tanto de una idea basada en sus deseos de amor y hermandad por la humanidad, sino de astucia política, lo que queda más claro cuando revisamos el carácter y el comportamiento, poco moral, y congruente, del abogado graduado en Oxford.
Hanson nos lleva a ver la concepción de la guerra que se tenía en la Antigüedad, y en específico, en la Civilización Grecorromana: pese a tener a un dios de la guerra como violencia en sí: Ares/Marte, y a una diosa de la guerra como estrategia y arte: Atenea/Minerva, los clásicos no consideraban a la guerra como algo apetecible --a diferencia de un pueblo más primitivo como los Mexica, que veían en la guerra a la máxima expresión de la vida humana y del Estado, teniendo como dios tutelar a Huitzilopochtli, quien fue comparado precisamente con el iracundo olímpico por los cronistas hispanos, y lo vieron así hasta que la acción combinada de los Españoles de Cortés y los indómitos Tlaxcaltecas les hicieron conocer el verdadero horror de la derrota-- pese a que su Historia estuvo jalonada de contiendas, por ejemplo, la de Grecia, sin que curiosamente se les considere un pueblo belicoso, sin embargo, la consideraban como parte ineludible de la Naturaleza Humana, como una especie de fenómeno natural, igual que las sequías, las tormentas o los vientos, que periódicamente actuaba, una y otra vez.
El filósofo Heráclito, por ejemplo, identificaba la violencia en toda la Naturaleza física: son violentos los huracanes, los terremotos o las erupciones volcánicas, la vida animal en estado salvaje es la constante guerra entre depredadores y presas, en la que existen traiciones, ardides, ataques y armas, desde los cuernos de rinocerontes o defensas de elefantes, mandíbulas temibles de tiburones o sutiles pelambres que segregan toxinas como en la simpática oruga peluche, hoy tan de moda. Para Heráclito, la guerra es nuestra madre, es "el origen de todo" como pone Hanson de subtítulo de su obra.
Es cierto que debe primar la búsqueda de soluciones pacíficas, de negociaciones y componendas a fin de evitar la violencia y la efusión de sangre; sin embargo, siempre habrá quien no entienda razones, quien quiera una rebanada más grande del pastel o un cucharón más de sopa, pasándole encima a los demás, se burlará de las negociaciones y verá en la manifestaciones, al estilo de la "Revolución de los Claveles" portuguesa o la "Revolución de Terciopelo" checa que ofrecen flores a los soldados una vil cursilería y abrirá fuego sin importarle la moralidad o no del acto o la indefensión de quienes marchan, por el contrario, se jactará de la fuerza ejercida y se regodeará de la matanza, siempre habrá quien ambicione aún más, y así es el caso actual del enfrentamiento contra Abu Bakr II Al Baghdadí y el ISIS, con quien será imposible negociar, como en el pasado, sus antecesores en el Califato únicamente aceptaron tratados y negociaciones con las potencias occidentales tras su derrota, como lo atestiguaron las múltiples treguas con los reinos cristianos españoles durante la Reconquista o Tratados como el de Passarowitz tras el fracaso ante Viena y finalmente, el de Sévres con el que aceptaron la extinción del Imperio Islámico al terminar la Primera Guerra Mundial.
Por ello, la archiconocidísima teoría de Francisco de Vitoria sobre la Guerra Justa, y que fue un problema fundamental estudiado por la Escolástica Española en el doble contexto de la Conquista y colonización de América por un lado y por el otro el enfrentamiento con el Islam otomano y el cisma protestante. La legítima defensa está ahí, incluso, tiene un fundamento en la moral cristiana, pues si bien en un pasaje del Evangelio Jesús habló de poner la otra mejilla, por otro, en la Ultima Cena según lo relata San Mateo, lanza un discurso que demuele la concepción pacifista y rosa que se tiene de su predicación:
"No creáis que he venido a traer la paz a la tierra; no he venido a traer la paz, sino la espada, porque yo he venido a separar al hombre de su padre, y a la hija de su madre, y la nuera de su suegra, y serán enemigos del hombre sus mismos domésticos"
Mientras que San Lucas recoge el siguiente pasaje:
“Y les dijo: «Cuando os envié sin bolsa, sin alforja y sin sandalias, ¿os faltó algo?» Ellos dijeron: «Nada». Les dijo: «Pues ahora, el que tenga bolsa que la tome y lo mismo alforja, y el que no tenga que venda su manto y compre una espada; porque os digo que es necesario que se cumpla en mí esto que está escrito: “Ha sido contado entre los malhechores”. Porque lo mío toca a su fin». Ellos dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas». El les dijo: «Basta»”.
De aquí se desprende que Dios mismo reconoce, por un lado, que su misma presencia genera conflictos, por otro, recomienda a los discípulos que tengan con qué defenderse y con qué resistir tiempos hostiles, por lo que la legítima defensa en nada repugna a la doctrina cristiana, pero, ojo, se habla de la defensa de la fe y de la integridad personal --recuérdese también cómo Cristo actúa contra los mercaderes del Templo de Jerusalén, en forma violenta-- jamás de la agresión ni de la expansión del Cristianismo mediante la fuerza, como sí lo plantea Mahoma en el Corán.
Con base en ello es que el Papa Urbano II y Pedro el Ermitaño lanzaron las Cruzadas y San Pío V convocó a la formación de la flota de la Santa Liga entre España, Venecia y los Estados Pontificios para conjurar el peligro de una invasión por mar a Italia, lo que llevó a la rutilante victoria de Lepanto, misma que representó el inicio del declive del poder imperial del Islam.
Y es que actualmente se ha olvidado que la paz, antes que la ausencia de violencia física es un estado de la mente, y más, un estado del alma: es por descontado que muchos, en medio de la carnicería, la brutalidad y el estruendo del Día D en Normandía o en Stalingrado estaban en perfecta paz, mientras que existen muchos que libran batallas encarnizadas por dentro en el más apacible retiro en lo profundo de los bosques o vergeles.
La guerra así, es una realidad permanente, inevitable, es bueno que busquemos disminuirlas y evitar al mínimo los excesos y las afectaciones a civiles, pero su supresión absoluta es una utopía o quimera, de hecho, la disminución de las guerras posteriores a la Segunda Guerra Mundial, como ya hablábamos de eso antes, no se debe realmente a una mayor conciencia pacifista, sino al temor ante la "destrucción mutua asegurada" por las armas nucleares; de no haber sido por ello, la Guerra Fría hubiera sido ardiente. La Guerra, inevitablemente vendrá acompañada de muerte y destrucción, no hay de otra, lo que queda, es atemperarlas, pero como en el caso actual, no queda de otra, no se puede resolver de distinta manera ante un enemigo implacable, un agresor inmisericorde como es el Islam militante y como lo fue al invadir España, como lo fue al perseguir a las comunidades cristianas del Norte de Africa y ahora de Medio Oriente, como lo es al atacar Nueva York, Londres, Madrid o París. Debemos asumirla como parte de nuestra corrompida naturaleza humana y no espantarnos ante ella, debemos, como en muchas otras cosas, seguir el ejemplo de los Clásicos.
Las posturas antibélicas que surgen ahora ante las represalias rusas y francesas en contra del ISIS surgen del interés de la Izquierda Socialdemócrata o "Progresista", que ve cómo estos hechos ponen en tela de juicio al orden surgido con la Ilustración del que son herederos y del que han medrado; el posible ascenso de quienes postulan el regreso a las raíces cristianas y a los valores tradicionales les pone a temblar en sus ideas e intereses y no encuentran salida, lo mismo que todo el entramado de partidos y oligarquías que han usufructuado las Democracias desde el siglo XVIII hasta nuestros días. La realidad, en cambio, es otra, y esa realidad nos llama a defendernos, si no lo hacemos, habremos renunciado a nuestro futuro y a nuestra libertad, y como decía Aristóteles de Estágira: "los pueblos que no luchan por defender su libertad no merecen tenerla".
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