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19 de octubre de 2025

LOS SINSENTIDOS DEL ANGLICANISMO

 Quién es Sarah Mullally, la primera mujer que liderará la Iglesia anglicana  en los casi 500 años de historia de la institución - BBC News Mundo

Es raro ver en el cine o TV de producción anglosajona críticas serias que van hacia el fondo de las contradicciones internas de las doctrinas del Protestantismo; ya bajo el Wokismo, éstas se centran en mostrar a la gente religiosa como intrínsecamente malvada y, la mayoría de las veces, se dirigen contra la Iglesia Católica, --siempre se ataca a la Verdad, la mentira, por el contrario, es siempre tolerada-- pero pocas veces van contra el fondo de las doctrinas; salvo, quizá aquella excelente película de Paul Thomas Anderson There Will be Blood, con la magnífica, extraordinaria actuación de Daniel Day-Lewis, uno de los más grandes actores del cine británico y Hollywoodense de todos los tiempos. En dicha película, se muestran los absurdos, incongruencias y la hipocresía fundamental del credo Calvinista y su veneración enferma por la riqueza como signo de salvación, retratado sobre todo en el personaje de Paul Dano, el predicador Eli Sunday, que en realidad, no resulta ser muy diferente al ambicioso, cruel y homicida Daniel Plainview, interpretado por Day-Lewis, y que es una especie de retrato del ideal del Calvinismo y de EUA mismo, país cuya expansión y búsqueda de la supremacía mundial, se sustenta en tales ideas.

Hoy estamos viendo las falencias y contradicciones internas de la Iglesia Anglicana, confesión fundada por el Rey Enrique VIII de la Dinastía Tudor en el siglo XVI, personaje que ha sido romantizado, por ejemplo, en la reciente serie de TV The Tudors, en que fue representado como un galán, eternamente joven y luchador por la libertad contra el oscurantismo católico representado por Santo Tomás Moro, encarnado por el entonces joven actor de prometedor futuro Jonathan Rhys-Meyers, quien tristemente, y como si fuera una especie de maldición o castigo, tras aquel papel, vio apagarse su carrera. Algo similar ocurrió con el extraordinario actor australiano Eric Bana, quien había acariciado el estrellato internacional tras interpretar al héroe troyano Héctor, encarnó al monarca británico en La Otra Bolena, donde la lujuria, infidelidades y finalmente crueldad de éste para con su segunda mujer, era justificada por una historia de amor incomprendida. Tras filmarla, la carrera de Bana, que parecía encaminarse al éxito tras otras actuaciones brillantes, como en Munich, bajo las órdenes de Spielberg, se disolvió en la oscuridad.

Es curioso, en el pasado, películas como la inmortal A Man for All Seasons, o Ana de los Mil Días, (en esta última, Enrique es interpretado por el gran Richard Burton), y siendo producciones igualmente británicas, fueron mucho más críticas hacia la figura del Tudor y sus decisiones en materia religiosa, lo que no volvió a verse sino hasta 2023 en la impresionante interpretación hecha por el actor británico Jude Law, quien, a diferencia de Rhys-Meyers y de Bana, sacrificó su apostura para subir de peso y embadurnarse con una mezcla de sustancias que daban el olor a podrido propio de las úlceras gangrenosas que le afectaron las piernas al monarca como consecuencia de las várices provocadas por la obesidad y las pústulas de la sífilis que padeció y que reflejaban en su físico la podredumbre de su alma, en la película Firebrand.

Ahora, en la decisión de Enrique VIII no solamente pesaron sus deseos sexuales por Ana Bolena y las ambiciones de ésta y su familia por desplazar a Catalina de Aragón y pretender cumplirle al rey dándole un heredero varón, también pesó el cálculo político: Inglaterra siempre ha sido señalada por buscar una política exterior en la que genere o aproveche conflictos en Europa Continental para obtener beneficios de la situación; esto no es por una naturaleza malvada e incorregible de los Anglosajones como pretende gente como Patricio Lons, Marcelo Gullo, Santiago Armesilla y otros tantos fanáticos del Hispanismo que sienten un verdadero odio racista contra aquella etnia, sino se origina de la propia Historia Británica, sobre todo tras lo que fue la Guerra de los Cien Años, en que Londres se sacudió la pretendida supremacía francesa originada por el hecho de que el primer verdadero Rey de Inglaterra: Guillermo I el Conquistador, como Duque de Normandía, debía vasallaje al monarca galo dentro de la relación feudal que habían forjado, como vía para evitar el saqueo de la Ciudad Luz y el caos en el reino, su antepasado, el Vikingo Rollón y el Rey Carolingio Carlos III el Simple, quien le concedió el dominio sobre la zona costera norte francesa.

Desde entonces, los monarcas ingleses temieron la formación de un poder continental que amenazara su independencia, y así, a inicios del siglo XVI era clara la hegemonía que sobre Europa se impuso por parte de España tras el Descubrimiento de América y la doble corona que ostentaba Carlos I de España y V de Alemania, convirtiendo a la familia real de los Habsburgo en la más poderosa del continente. El hecho de que este rey fuese sobrino de su esposa, podía implicar la subordinación de Inglaterra al poderío imperial germano-hispano, mientras que la idea de la unidad de la Cristiandad regida por las dos potestades universales: el Papado y el Imperio se resquebrajaba por el Protestantismo, dio pie a que buscara reafirmar la Soberanía del monarca sobre la isla y establecer el control del Rey sobre la Iglesia en la isla, algo ya buscado en el pasado por su antecesor: Enrique II Plantagenet, quien al igual que él, asesinó a otro Santo Tomás, éste de apellido Beckett, el martirio de este santo, sin embargo, con la posterior excomunión del monarca, impidió que lograra su cometido.

De este modo, la Iglesia Anglicana surgió no tanto como un cisma doctrinal, sino político; incluso, no fue sino hasta la llegada al trono de Jacobo I Estuardo, quien, venido del Calvinismo Presbiteriano de Escocia, modificó tanto la doctrina como la liturgia, e incluso, con una traducción interesada de la Biblia: la Versión del Rey Jaime, y el Book of Common Prayer, para "depurarla" del catolicismo. En las ironías de la Historia, su hijo, Carlos I, casó con una princesa católica, y sus nietos, Carlos II y Jacobo II se convirtieron al Catolicismo, y hoy en día, sus descendientes son titulares del Ducado de Alba en España, mismo que históricamente está ligado estrechamente a la lucha contra el Protestantismo. 

Así, desde su origen, la Iglesia Anglicana se encuentra estrechamente ligada a la política británica, y por tanto, a los intereses e ideología del monarca, que viene a ser su jefe, y desde la segunda mitad del siglo XVIII, de su Gobierno, conformado por los partidos políticos que alcanzan la mayoría del voto popular; así, los artículos de fe, la interpretación de la doctrina y los nombramientos de obispos y de ministros, han venido a carecer de legitimidad por la sucesión apostólica, cosa que en la Iglesia Ortodoxa, sin embargo, se mantiene, por las consagraciones episcopales sucesivas e ininterrumpidas desde los Apóstoles, mientras que en Inglaterra se trata de nombramientos como servidores públicos, por ternas presentadas por el Rey y aprobados por el voto de los diputados del Parlamento, y los aspectos doctrinales, dogmas y el credo mismo, es un asunto de política e igualmente sujeto a determinaciones de los Legisladores... 

Por ello, no es de extrañarse el nombramiento de la Arzobispa de Canterbury, ya que la irrupción del feminismo en la Iglesia Anglicana se dio bajo el mandato de Isabel II, partiendo de que, si quien ocupaba el trono era mujer, y ésta, además de ser la más alta autoridad política y militar en el país, es la religiosa, de acuerdo con el Acta de Supremacía, no habría razón para que el clero, concebido como parte del funcionariado, también pudiese estar formado por mujeres; entre tanto, en la Iglesia Católica se tiene claro que hay cuestiones que no pueden ser modificadas, porque son los Dogmas, verdades reveladas o principios básicos que se desprenden directamente de las fuentes de la Revelación: las Escrituras, la Tradición y el Magisterio; en el caso del sacerdocio, se tiene que Jesús llamó únicamente a doce varones con los que compartió la Última Cena en la que instituyó la Eucaristía, posteriormente, se habla en los Hechos de los Apóstoles y en las Epístolas de Diaconisas, pero no se dan elementos para suponer que ellas desempeñaban funciones sacerdotales, sino más bien, de auxilio y asistencia en la Iglesia, lo mismo que las mujeres que seguían a Jesús durante su predicación. Pueden señalarse otras razones de la elección de Cristo de hombres para el sacerdocio, como el hecho de que en el altar, se da la presencia real de la sangre del Salvador, por lo que una mujer que menstrúa, implicaría la presencia de sangre de otra persona ajena, pero la cuestión es clara: en los Evangelios únicamente consta la elección de varones para la función sacerdotal y eso, por tanto, no puede ser cambiado.

De esta manera, el Anglicanismo es una cuestión política que volvió a la religión en una cuestión mundana, política y cambiante dependiendo de los intereses en juego o las influencias de lobbies e ideologías, y en vez de la Revelación, se tiene al debate parlamentario como la fuente de la doctrina; el monarca además, con su poder sujeto a diversos controles que le convierten en mero ejecutor de las decisiones del órgano Legislativo encabezado por el Gabinete Ministerial, en esa extraña amalgama que es el sistema político británico entre un feudalismo real y presente aún en el siglo XXI con nobles que siguen siendo los principales propietarios inmobiliarios en la isla, una concepción del Rey como fuente de la Soberanía, propia del Ancien Regime, absolutista, y una Democracia representativa existente en la práctica, no puede servir de sustento para una organización religiosa jerárquica que pretende predicar verdades universales pero que no lo son tanto, porque están siempre sujetas a debate y se deciden por consenso y voto.

La crisis actual que se presenta en la Iglesia Anglicana ante la elección de una mujer para la sede episcopal primada de Canterbury, usurpada desde hace quinientos años por los favoritos del monarca en turno confirmado por el Parlamento, y que ha llevado a la división en la propia Iglesia que se extendió con el Imperio a diversas partes del mundo, es la última de una serie de incongruencias e inconsistencias, desde la Independencia de EUA, en que los fieles a este credo oficial del Estado Británico que no pertenecían a las diversas sectas puritanas que encabezaron los esfuerzos de conquista y colonización, huyendo, precisamente de que desde el trono inglés se les impusiera una religión estatal, se toparon con que si, habiendo rechazado la autoridad suprema política de Jorge III, rechazaban igualmente su autoridad espiritual, al darse la creación de un nuevo país independiente y Soberano; ante esto, cambiaron su denominación a Iglesia Episcopal, para mantener su obediencia a sus obispos, quienes seguían y siguen de alguna manera indirecta, siendo fieles a la Corona... y al Parlamento ingleses. Y eso incluso pasó en tiempos recientes con las independencias del resto de las colonias británicas en América, África y Asia.

Hoy en día, incluso se está dando el cisma del cisma, como consecuencia de la deriva Liberal de la Iglesia Anglicana, en lo que parece ser ya el inicio de la crisis terminal de una aberración herética que muy dificilmente puede seguir sosteniéndose como Iglesia del Estado Británico, mismo que se encuentra igualmente en crisis: de entrada con un problema demográfico al parecer ya irreversible, ante la baja natalidad de los anglosajones y celtas nativos de la isla, y en cambio, el inmenso incremento de la presencia musulmana de Pakistaníes, Iraníes, Norafricanos, incluso con el absurdo de que el dirigente del Partido Nacionalista Escocés no fuese un celta de las Highlands, sino un persa, que no sé si para burla hacia la estupidez de su electorado, acudió a la coronación de Carlos III ataviado con el tradicional kilt o falda escocesa.

La propia monarquía no se sacude los escándalos, si bien los hechos de la terrible década de los 90 en que Carlos se hizo notorio por su divorcio de la Princesa Diana, y la muerte de ésta, quien, por simple venganza de alguien inmadura y sentimental, convirtió sus problemas personal en una verdadera crisis política y hasta constitucional haciendo cuestionar la figura de la entonces Reina Isabel II, han quedado atrás y el propio Rey y su consorte Camilla Parker-Bowles, se han portado a la altura de la institución, asumiendo un rol serio, apegado a la Constitución y en el que Carlos ha demostrado tener capacidad de liderazgo y moderación pese al espanto de ministerios como el del hindú Sunak y el peor, liberticida y estúpido Starmer, las ligas de su hermano, el Príncipe Andrés con Jeffrey Epstein son un lastre que arrastra al fondo a la familia real de los Hannover-Windsor, mientras que la rebeldía del Príncipe Harry con su esposa, la norteamericana --y por ende, alguien que no entiende la monarquía-- Meghan Markle, cuestiona también el sostenimiento del régimen. Además, Carlos es señalado de tolerar en demasía la presencia y el cada vez mayor acaparamiento de la cultura islámica en los espacios públicos británicos, a grado tal que se prohibe ostentar la bandera nacional, la Union Jack por que con su fusión de cruces, lejano eco de las Cruzadas en la que tan destacada participación tuvieron los ingleses, ofende a los devotos de la Media Luna... ¿Acaso los Hannover-Windsor son socios de negocios de los Saud, y las otras familias reales del Golfo Pérsico y eso está detrás en la permisividad de la labor destructiva de la cultura inglesa?

Ante esto, no es de extrañarse que los jóvenes británicos no encuentren realmente una salida espiritual en la Iglesia Anglicana y sus ritos huecos, semejantes más a ceremonias cívicas con oraciones que se dicen como fórmulas vacías de demagogos, y sujetas a los cambios ideológicos de sus parlamentarios y de la conveniencia del monarca; hay ahora cada vez más una visión crítica sobre episodios históricos bochornosos como la Guerra del Opio, la explotación colonial de África o hasta la difusión de la Leyenda Negra contra España, y un cuestionamiento al sostenimiento de un sistema que hace agua por todos lados y al que se trató de salvar saliendo de la Unión Europea, a la que se vió como causa de los problemas dada la política migratoria del bloque; sin embargo, a casi diez años del Brexit, los problemas no se han resuelto, sino agravados, y los británicos ahora están a punto de convertirse en extranjeros en su propio país. En medio de toda esa tormenta, han aumentado las conversiones de angolsajones, sobre todo de los jóvenes, al Catolicismo, en busca de un remanso de certidumbre, de paz y de esperanza; incluso antiguos obispos, un capellán real y el otrora ministro anglicano, famoso por su presencia mediática Calvin Robinson, que es ahora sacerdote católico; todos ellos hacen eco del más famoso de los conversos, el Cardenal San John Henry Newman, hay que volver a la Iglesia Católica para volver a tener sentido.

Recientemente falleció la Duquesa de Kent, miembro de la familia real que, hacia inicios de los años 60 se convirtió al Catolicismo, celebrándose su funeral en la Catedral de Westminster, sede primada de Inglaterra desde la restauración de la Jerarquía Católica a mediados del siglo XIX; el Rey Carlos III asistió a dichas exequias, y fue el primer monarca inglés en entrar a un templo católico en cuatrocientos años, y próximamente, visitará al Papa León XIV en el Vaticano, anunciándose que además, aparte de ser una visita oficial del Jefe de Estado Británico al del país más pequeño del mundo, tendrá también un momento dedicado a la oración en la Capilla Sixtina por ambos líderes, algo que fue imposible en medio milenio.

Quizá sea el inicio de poner fin a un cisma que separó a la Historia Británica del resto del continente, generó una fuerte rivalidad con España y generó un equivocado y nefasto sentimiento de superioridad en los Anglosajones, que costó mucha sangre y dolor en otras partes del mundo, sembrando el origen de la quizá más expansionista y sangrienta potencia de la Edad Moderna: Estados Unidos, y que probablemente, provocó la condenación de innumerables almas por muchas generaciones. A la larga ha demostrado que pudo ser un impulso a la expansión y formación del Imperio Británico, pero también a sus crímenes, guerras y desastres, y finalmente, a las causas de una aparatosa caída que estamos viendo frente a nuestros ojos. Puede ser la última oportunidad que tengan de corregir el rumbo que tengan.


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