Para inicios de julio de 1936, la Segunda República Española demostraba ser un desastre: tomado el poder por radicales de Izquierda: Comunistas, Socialistas y Anarquistas, se habían desatado feroces persecuciones religiosas contra la población católica (la inmensa mayoría del país) con la quema de templos, asesinatos de sacerdotes, obispos y simples creyentes, se había generado un desastre económico para un país que no terminaba de levantarse de un siglo de atrasos provocados por los alzamientos Carlistas, que, en aras de apoyar a una rama de la dinastía reinante de los Borbón, excluida del trono por determinación legítima y fiel al Derecho Castellano y no obedeciendo a la Ley Sálica francesa, de Fernando VII, ensangrentó a España e impidió que se industrializara al mismo ritmo que sus otrora rivales Francia e Inglaterra y entrase en el reparto colonial moderno de Africa y Asia, o intentase con mayor éxito, recuperar alguna antigua posesión americana, para finalmente perder los restos de su antiguo Imperio ante EUA en 1898, que así eliminaba toda presencia europea de peso en el continente.
Es en ese entonces, en una situación de verdadero caos generada por el régimen republicano dominado por fanáticos marxistas y anarquistas, que incluso se enfrentaban y mataban entre sí, la polarización llegó a un extremo que, ante la denuncia valiente que hizo el político conservador José Calvo Sotelo ante el Parlamento de los excesos, crímenes e ineptitud del régimen, las facciones que le integraban acordaron eliminarle, y lo hicieron. Su muerte fue la gota que derramó el vaso y tras el asesinato, verificado el 13 de julio de 1936, los militares, encabezados por los Generales Francisco Franco y Emilio Mola, se rebelaron contra el pésimo, corrupto y asesino gobierno del Presidente Manuel Azaña, iniciando así, la Guerra Civil Española. Franco finalmente, tras tres horribles y sangrientos años, lograría restaurar la paz y el orden, porque podrá plantearse toda polémica en su contra, pero el Caudillo conseguiría restablecer a España como un verdadero país del Primer Mundo, generaría un verdadero Estado de Bienestar y al menos durante su gobierno, mantendría la unidad y el orgullo nacional de todos los españoles por encima de sus regionalismos e ideas. En mi opinión, los Españoles deberían tener más gratitud hacia él que odios, sin dejar que la Historia señale de manera objetiva excesos o controversias en su régimen, tal y como debería hacerse en México con Porfirio Díaz o en Chile con Pinochet, contrario a lo ocurrido en Argentina, donde sujetos como Perón, Videla o Galtieri no fueron más que arteros criminales, admiradores y protectores de los genocidas Nacional-Socialistas alemanes y corruptos hasta la médula que hundieron económica, social y moralmente a su patria, sin que ésta pueda salir adelante al día de hoy. (Franco recibió apoyo de la Alemania Nazi, ciertamente, y permitió que voluntarios españoles se alistasen en la División Azul de las Waffen-SS, pero lo hizo por su lucha contra el Comunismo y sacar los intereses rusos de España, a los que los Republicanos se habían vendido; sin embargo, su gobierno y sus diplomáticos salvaron a muchos judíos de la persecución, y no aceptó unirse al Eje, dandole un portazo en la nariz a Hitler en Hendaya).
Ante lo ocurrido hoy en el campus de la Universidad del Valle de Utah, en dicha entidad federativa de nuestro vecino del norte, aunque se da en circunstancias de tiempo, modo y lugar evidentemente distintas, no pude evitar rememorar aquel crimen que sería la chispa que iniciaría uno de los conflictos internos en un país del Mundo Desarrollado, más sangrientos de la Historia, y que mostraría que, aún en un país que era parte de la "vieja y culta Europa", podía desatarse una conflagración tan brutal o más que las que se daban al interior de naciones pobres, subdesarrolladas o incipientes, y me lleva a preguntar que tan cerca estamos de volver a ver, al norte del Bravo, episodios tanto o aún más sangrientos de los vistos en Gettysburg, Antietam, Chancellorsville o la destrucción de Atlanta por el General Sherman hace 160 años.
Estados Unidos es una olla de presión, una bomba de tiempo o un polvorín con una mecha ya encendida en la que la chispa se acerca al explosivo cada vez más y con mayor rapidez. Trump puede denunciar la violencia de los carteles de la droga mexicanos y sudamericanos, pero ya no puede evitar aludir a la interna que está creciendo cada vez más, sea impulsada por una verdadera epidemia de problemas de salud mental, pero también por fanatismos ideológicos e intereses inconfesables económicos y políticos que buscan beneficios del caos que puede desatarse, o que están dispuestos a que todo se destruya con tal de no perder la situación de privilegio que por mucho tiempo han gozado, o que, en una mentalidad suicida, han decidido de que si ellos tienen que caer, entonces todo debe derrumbarse con ellos.
La realidad es que nuestro vecino del norte viene arrastrando enormes problemas desde su Independencia ganada de Inglaterra en 1783 y gracias más a la ayuda de España y Francia representadas por los Generales Bernardo de Galvez y La Fayette, que por los esfuerzos de un poco capaz George Washington y una milicia improvisada de campesinos y tenderos. De entrada, siempre ha sido impulsado y a la vez, encadenado por las ideas fanáticas y en realidad castrantes del Calvinismo, represoras de la libertad humana y generadoras de una angustia permanente que encuentra en el trabajo una droga para paliarla, y si no lo hay, en las sustancias estupefacientes que alivien de la presión de la competencia y de la eterna duda de ser un "elegido", cuando no, se revienta y se apuesta por el caos del libertinaje para romper las pesadas cadenas impuestas por la mentalidad farisaica de un clérigo suizo sociopata.
La falta de una verdadera identidad nacional, que hace que el país carezca de nombre, pues Estados Unidos de América, es una descripción de un régimen político, no una denominación propia, y que hace que sus habitantes parezcan soberbios llamándole a su país America, por no tener otro referente geográfico al qué asirse, y ante una sociedad anglosajona enajenada por las locuras de Calvino, las neurosis de Lutero y las consecuencias de la lujuria de Enrique VIII, que se concibió ahí sí de manera soberbia e infundada como pueblo elegido, y como tal, verdaderamente holgazana, se hizo dependiente de la inmigración y absorción de elementos extranjeros: alemanes, polacos, judíos, italianos, griegos, escandinavos, la esclavitud africana y la mano de obra prácticamente servil de hispanoamericanos, para que trabajasen para ella, de forma que su identidad se fue desdibujando y perdiendo tras el intento de crear una "cultura" nueva, genérica a la que cualquiera se pudiese suscribir dentro del mercado y pagando dinero.
Su expansión y conversión en potencia hegemónica se debió más que por sus méritos, por los errores de las grandes potencias de antaño: España, Francia, la propia Inglaterra y Alemania, y a las que se agregarían después Rusia y Japón, prefirieron hacerse pedazos entre sí luchando por repartirse el mundo, antes que acordar hacer una empresa común por la Civilización y la prosperidad. Ante el río revuelto, EUA tuvo ganancia de pescadores, se apropió de cerebros, invenciones e ideas de otros, y los usó en su beneficio. Gozando de un poder enorme así obtenido, no supo aprovecharlo, la realidad es que no supo ser imperio, y como dice la historiadora británica Mary Beard, y hasta he hablado de ello en este Blog anteriormente, es erróneo compararlo con Roma, porque con quien tiene muchísimas e innegables semejanzas es con Cartago, y al igual que esta ciudad de origen fenicio del Norte de África, no pudo consolidar su poder por mucho tiempo, pese a las apariencias, porque estaba construido sobre los débiles cimientos del comercio y la ganancia monetaria.
Hoy, todo el tinglado se desmorona, la escenografía se cae y deja ver detrás la verdadera ruina, el armazón hueco que sostenía la fachada estilo Potemkin que se hace pasar por ser la única Superpotencia y el país indispensable, es tal cual la falsa Torre Eiffel, la falsa Venecia o la falsa pirámide egipcia de Las Vegas, o los decorados de Universal Studios, es ficción, y ante el reto que representa el despertar del dragón chino, o el resurgimiento ruso, y el poderío demográfico del Islam, el tinglado edificado sobre arena no puede sostenerse más.
Trump está intentando salvarlo de alguna manera y hasta de darle un fundamento más sólido, probablemente, se está equivocando en muchas cosas, pero quizá no tiene otro remedio: su sistema constitucional, económico y social ha permitido que chiflados, extranjeros además como Peter Thiel o Elon Musk, prosperen y se vuelvan millonarios a grado tal que en sus ratos de ocio, que como diría Cervantes, son los más del año, jueguen a ser profetas del Apocalipsis inminente, si no es que ellos mismos lo quieren o están provocando para satisfacer sus sueños demenciales de ser supervillanos de cómic.
Quizá Trump no tiene de otra más que acudir a implantar un autoritarismo militarista al interior de su país para salvarlo, ante una serie de ideologías que han corroído al tejido social y que han generado odios e impedido la unidad al fragmentar a la gente en multitud de identidades, en elevar caprichos o alucines a derechos y tiene que buscar la manera de frenarlo, aún cuando todo eso siga contribuyendo a la polarización política y a un aumento de la tensión. Tal vez esté llegando a un punto de no retorno en que sea inevitable llegar a la confrontación y, como Franco, tener que luchar, hasta con violencia, ni modo, por salvar a su patria.
Kirk fue un buen hombre y un valiente que fue señalando esos vacíos y huecos de su sociedad, misma que se había convertido en rehén de los dueños del parque de diversiones, de esas grandes corporaciones creadoras de ficciones, alguien que aspiraba a que Estados Unidos tuviese una grandeza real; aunque protestante, tenía claro que esa grandeza tenía que venir de la fe en Jesucristo, y no en las falacias coloridas del Wokismo, última ficción generada por el empresariado carente de escrúpulos beneficiario de una población idiotizada y sumisa. Al igual que Calvo Sotelo, denunció los verdaderos crímenes y el daño que ese imperio de mentiras había hecho a sus connacionales, su canal de Youtube, sus podcasts, sus conferencias, eran un llamado a despertar; cierto, confió en Trump, cierto, defendía el derecho a la libre portación de armas y hay quien ahora festeja que haya sido "víctima del karma (una de las creencias más estúpidas y liberticidas del Brahmanismo y del Budismo)" pero ¿en quién podría confiar? ¿En los Obama, los Clinton, los Bush, los Rockefeller, los Soros, y tantos más que han sido los principales responsables de destruir su sociedad y llevarla una y otra vez a guerras cada vez más inútiles y perdidas para hacerse más ricos? Es cierto que hay locos y criminales con acceso a las armas, pero contar con ellas puede ser la forma de resistirse a ellos, cuando las instituciones, pervertidas por ideologías e intereses, permiten que los criminales dañen, como ha pasado en México con los narcotraficantes o le pasó a la pobre refugiada ucraniana asesinada por un afroamericano protegido por policías y jueces que le veían como una "víctima de sus circunstancias" y no un hombre responsable de sus actos.
Estados Unidos ha perdido a un joven prospecto de la política, una esperanza para el futuro. Recemos por su eterno descanso, aunque creo que debe gozar del Cielo por la confesión de su fe y su valor para denunciar al cáncer que roe las entrañas de su patria. Recemos por su joven esposa y sus niños pequeños que han quedado solos; y recemos porque esto no se convierta, como en el caso de Calvo Sotelo, en el silbatazo de salida de una nueva guerra civil.
DESCANSE EN PAZ, y que Dios tenga piedad de Estados Unidos de América.
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