El viernes pasado se cumplieron 20 años del golpe de Estado propinado en la Unión Soviética en contra de Mikhail Gorbachov por una camarilla de comunistas de "línea dura" que se oponían al proceso de reformas iniciado por el entonces Secretario General del Partido Comunista y hasta poco antes Presidente del Presidium del Soviet Supremo (Parlamento) de la Unión, y que, al tenor de las reformas adoptadas en la constitución soviética meses antes, había sido electo como Presidente, siendo el primer Jefe de Estado ruso en usar ese título, pues tras la caída del Zar Nicolás II en 1917, Kerensky únicamente fue "Jefe del Gobierno Provisional", y los siguientes líderes comunistas: Lenin, Stalin, Kruschev, Brezhnev y los fugaces Andropov y Chernenko, usaron una retahila de títulos y cargos que evitaban usar el de "Presidente de la República", más propio de las Democracias Occidentales; algo similar ocurrió en China, donde tanto Mao como Deng Xiao Ping usaron el título de "Presidente" pero correspondiente al inglés "Chairman", es decir, como presidente de una corporación privada, u organismo no estatal o jefe de un órgano colegiado de dirección, en este caso, el Partido Comunista del país asiático, no siendo sino hasta Jiang Ze Minh en 1996 que China tuvo finalmente un verdadero "Presidente" en su acepción de Jefe de Estado, en un esfuerzo de reformas que no ocurrió en Rusia, y que fue colocar al Partido como brazo del Estado y no al revés. Un ejemplo claro de lo que ocurrió en China lo tuvimos en México: El PRI no era el Estado, era si bien es cierto, el instituto político que lo estructuró tras la Revolución, un instrumento, y el Presidente de la República, era a la vez, líder del partido y no al revés como ocurría en el caso eslavo. En pocas palabras, el Partido Comunista Chino es hoy un PRI asiático. El PCUS, en cambio, fue la verdadera estructura orgánica del Estado Ruso. (Algo muy enredoso, pero espero que lo hayan entendido).
Recuerdo muy bien ese día... los acontecimientos que como avalancha se habían sucedido desde 1989 me tuvieron con la boca abierta y desde entonces me decidí a estudiar y analizar asuntos de política internacional. Parecía que veíamos una película de James Bond hecha realidad: la Caída del Muro de Berlín, el derrocamiento de Ceaucescu y las impactantes imágenes en TV del cadáver del tirano rumano tendido tras su fusilamiento y el auge del servicio informativo "ECO" planteado por Emilio Azcárraga Milmo como una CNN hispánica y la apertura al mundo: repentinamente, dejaba de ser difícil comprar un estéreo de buena marca y disminuía el interés en ir al Mercado de San Juan de Dios, en el centro de la ciudad o al "Baratillo" o "Barullo", tradicional mercado callejero que se instala los domingos al oriente de nuestra Guadalajara, siendo ambos lugares los únicos lugares donde podía adquirirse a fines de los 80 e inicios de los 90, cosas hoy tan comunes como unos tenis Nike, unos jeans Levi's o unos Walkman de Sony, a través de los "fayukeros" o contrabandistas, pues, en la cerrazón al exterior que había caracterizado los años 70 y 80 en México, uno tenía que conformarse, en las tiendas departamentales, con unos tenis Panam, unos pantalones de mezclilla "RayTon" o "Britannia" y un estéreo Zonda, todos hechos por empresas paraestatales y con una calidad espantosa, o bien, sí podía ir a las tiendas de más lujo a buscarse unos Levi's importados a un precio altísimo dados los aranceles.
Definitivamente el mundo estaba cambiando, y 1991 había sido sorprendente, iniciando con la Guerra del Golfo Pérsico, en que la ONU funcionaba por primera vez en la Historia como se suponía debía funcionar: la URSS y EUA actuaban nuevamente como aliados desde la Segunda Guerra Mundial y no como las amenazas que en la infancia daban materia para películas que estimulaban pesadillas como "Un Día Después", clásico del cine apocalíptico sobre el holocausto nuclear. Ese día 19 de agosto, me encontraba de vacaciones tras salir de la Secundaria y estaba por entrar a la Preparatoria, aparte, andaba algo agripado, por lo que no pude salir a mis vagancias por las librerías de Plaza del Sol o del Centro de la ciudad, así que me quedé en casa, dibujando y leyendo y ayudando en tareas domésticas a mis padres. Ellos salieron y prendí la TV, en es e entonces, la programación de TV Abierta (el servicio de TV por cable no empezó en Guadalajara sino hasta 1993, aproximadamente, y en aquél entonces estaba de moda el instalar las grandes y caras antenas parabólicas para captar señales satelitales) no era tan mala como ahora, y pasaban películas muy buenas, irónicamente producidas en Rusia o en Europa Oriental, recuerdo que en aquél entonces pude ver la monumental "Guerra y Paz" de Sergei Bondarchuk, una de las películas más largas de la Historia, pero que pasaron dividida como miniserie, o la miniserie misma coproducida por la BBC y Rusia en 1972 que protagonizaba un joven Anthony Hopkins en el papel de Pierre Bezhukov, que también me pareció excelente.
Pero lo que ví fue mucho más interesante, aunque también referente a Rusia: los tanques del Ejército Rojo por las grandes avenidas de Moscú, y los reportes del comité de emergencia presidido por un tal Gennadi Yannayev que había tomado protesta como Presidente Interino de la Unión Soviética aduciendo que "Gorbi", como cariñosamente se le decía en la prensa occidental, que estaba vacacionando en Crimea, (donde estaban los palacios de veraneo de Zares y Comunistas) se había enfermado gravemente y por tanto, a fin de salvar la situación, se había formado un Gobierno de emergencia... sin embargo, este gobierno como primeras medidas había decretado el cese de las reformas iniciadas por el "hombre de la mancha" y el cierre de la prensa libre que estaba surgiendo en el gigante eslavo.
Y llegaba información contradictoria: Gorbachov no se hallaba enfermo, había sido tomado prisionero en forma sorpresiva por fuerzas especiales del ejército y retenido en la villa en la que se encontraba vacacionando. De inmediato, la máscara de los golpistas había caído y la comunidad internacional reaccionó vetando y rechazando los hechos y pidiendo la restauración del Presidente Soviético en el Palacio del Kremlin.
Pero lo más sorprendente fue la reacción de la población y hasta de los propios soldados: sin temor, se paraban frente a las columnas de tanques, se manifestaban y los soldados mismos dejaban las armas y se unían a los manifestantes, incluso: ayudaron a derribar los monumentos dedicados a Marx, a Molotov, a Engels y hasta a Lenin (aunque no todos, los rusos respetan aún hoy a Lenin y conservan muchos de sus monumentos: después de todo, no por comunista, sino porque ven en él a alguien que derrocó un régimen agotado e incapaz de modernizarse en su momento como era el Zarista, cosa que ahora hacían esas masas de jóvenes con otro régimen ya extenuado y que no podía adaptarse al nuevo mundo, aunque ya no tienen esa veneración semidivina por él que implicaba las filas larguísimas para presentar sus respetos ante su tumba).
El punto culminante fue representado por el hecho retratado en la foto, cuando Boris Yeltsin, entonces Presidente de la República Socialista Soviética Federada de Rusia, entidad federativa de la U.R.S.S., la más grande y con la que se confundía, clamó, encaramado en un tanque por el respeto a las instituciones y la reinstalación del Presidente Gorbachov en su puesto. Los Golpistas, sin respaldo internacional ni interno, y con el ejército en contra, terminaron por rendirse y entregarse; entre tanto, Gorbachov regresaba a Moscú.
Pero no fue un regreso triunfal; durante el golpe, de súbito, en vez de la bandera roja con la hoz y el martillo dorados, la gente enarbolaba la antigua bandera tricolor zarista de Rusia, (en vez de la propia de la provincia rusa dentro de la URSS, una bandera roja igual, pero con una franja azul marino pegada al asta), y lo mismo ocurría con la gente de las otras entidades integrantes de la Unión, que enarbolaban banderas propias... ¿de dónde salieron? Tras 74 años de comunismo era prácticamente imposible que sobreviviesen las banderas tricolores o que siquiera se les recordara más que en películas históricas, y qué decir de Ucrania y otras repúblicas, donde ni siquiera habían tenido más bandera que la rusa o la soviética, conquistadas desde los siglos XVII, XVIII o primer tercio del XIX.
Y es que ocurrió el verdadero golpe de Estado: Gorbachov volvía al Kremlin, pero no al poder, éste lo ejercía Boris Yeltsin, el otrora gobernador de los Urales que había ordenado la demolición de la Casa Ipatiev, donde fueron fusilados los Romanov, y un completo dipsómano, que tras haber dado muestras de valentía y decisión en esos días, daría evidencias de su apatía, mala salud y corrupción aderezadas con alcohol en los años siguientes como gobernante de Rusia. La labor de Yeltsin entonces consistió meramente en disolver la Unión, consumada cuando Rusia declaró su independencia de la URSS. En diciembre, la Unión se disolvía y Rusia volvía a sus fronteras del siglo XVII.
Hay que recordar que el nombre de "Unión Soviética" fue ideado por Lenin para hacer pensar a los pueblos no-rusos del Imperio Zarista que ahora serían tomados en cuenta y con autonomía interna dentro de un régimen federal; la realidad es que, en el caso de Ucranianos y Bielorrusos respecto a los Rusos apenas existen diferencias, surgidas de la división de los dominios de los Príncipes de la Dinastía Riurikovich, mientras que los miembros de las Repúblicas de Asia Central, aunque muchos de ellos islámicos, jamás habían constituido naciones o Estados definidos, eran una amalgama de tribus mongolas, turcas y persas que fueron forzadas a "rusificarse" desde la época de Iván el Terrible a fines del siglo XVI en que empezó la gran expansión rusa, señalándose por burócratas en San Petersburgo y después en Moscú las fronteras interiores entre ellas, de ahí que tanto dentro como fuera de la URSS, coloquialmente se le llamara al país "Rusia". El que repentinamente surgieran nacionalismos en Rusia, Ucrania, Bielorrusia y otras partes, excepto quizá en los Estados Bálticos de Lituania, Letonia y Estonia, o el Cáucaso, excepto Georgia, claramente integrada a la órbita rusa, quizá fue motivado desde fuera, como una forma de desmoronar a la inmensa potencia soviética, más cuando, como el propio Mikhail Gorbachov lo ha mencionado: tras un sondeo hecho a inicios de 1991, la mayoría de la población estaba a favor de mantener la URSS, y ésta, con una economía liberalizada y libertad política, se pudo haber mantenido, quizá se hubiera hecho una potencia económica similar a la China actual; pero quizá eso se trató de evitar, y se consiguió...
Por ello, hay internacionalistas, como el mexicano Raul Guerra que califican a la disolución de la URSS como una bendición y a la vez, como dijo el propio Vladimir Putin, como un desastre geopolítico: si bien el derrumbe del comunismo significó un gran progreso para la libertad, la disolución del imperio soviético representó una puerta, por un lado, al unilateralismo norteamericano, que carente de contrapesos se apoderó del orden mundial y debilitó a las instituciones internacionales durante los años 90 y primera década del 2000, por otro, por otro lado, el reacomodo de fronteras y la disolución del bloque socialista y sus satélites en el Tercer Mundo sirvió como caldo de cultivo para movimientos revolucionarios y conflictos étnicos que marcarían los años siguientes.Para Rusia misma, significó un trauma espantoso y la dislocación de todo un sistema de tránsito de personas, mercancías y energéticos con los que no pudo ni ella, ni las otras 14 repúblicas independientes surgidas del colapso soviético, construir las bases para un renacimiento económico.
Así, los rusos no extrañan al Comunismo, ni tampoco olvidan las atrocidades de Stalin, pero recuerdan con nostalgia aquel inmenso imperio construido por los Zares y mantenido por los líderes soviéticos, cuando no hasta agrandado mediante los satélites de Europa Oriental, América y Asia Oriental. Sin embargo, es posible que con el tiempo, Rusia recupere si no todo, si gran parte de los territorios perdidos, no mediante la violencia salvo quizá el caso de Georgia y algún otro en el conflictivo Cáucaso, sino a base de la necesidad de las ex-repúblicas soviéticas de estabilidad y seguridad y de contar con una economía viable: Ucrania, Bielorrusia y Kazakhaztán probablemente se acerquen a ello, además de que la población rusa o rusificada en varias de esas repúblicas o son mayoría de la población o son una minoría poderosa y constitutiva de su elite gobernante. El resurgimiento económico y militar del gigante eslavo poco a poco puede servir de lazo de union entre ellos, además de que las circunstancias cambian: el unilateralismo norteamericano desaparece y la potencia económica europea declina; si Rusia continúa con un liderazgo fuerte, con visión a futuro y contrario a los intereses extranjeros que sin duda influyeron en el desmembramiento del Imperio Ruso. La idea del mismo, sin embargo, sigue viva, al igual que las palabras del Gran Príncipe Iván III "el Grande": "Moscú es la Tercera Roma, no habrá una cuarta".
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La Jornada Mundial de la Juventud no puede calificarse sino como un gran triunfo para Benedicto XVI y para nosotros los Católicos, incluso, para todos los Cristianos, pues se demostró que pese a la secularización agresiva, hedonismo, escándalos, manipulación mediática y demás, existe un inmenso poder de convocatoria de la Religión, más allá de la persona que lo haga: no es el carisma particular de Karol Wojtila y la carencia del mismo de Joseph Ratzinger: es su figura como líder espiritual y los deseos de una buena parte de las nuevas generaciones de trascender y no quedarse en la mera búsqueda del placer o del escape; eso es alentador, y esperemos que esto haya cundido en la mayoría de los asistentes, pese a las fundadas críticas de que muchos van por el relajo y no por el fondo del evento o por el costo elevadísimo de la realización del mismo.
Sin embargo, ver escenas tales como el hombre laicista gritando al oído de una joven peregrina que como respuesta besa una cruz, o el grupo de jóvenes que arrodillados reza mientras unos tipos se burlan y queman pancartas de la jornada son alentadoras: muestran que ante la violencia, poner la otra mejilla es una defensa acertada y muestra el inmenso poder de la fe sobre la violencia y el odio, quien queda en ridículo, como energúmeno, intolerante y bestia es el agresor, tan es así que hasta el ateo y crítico de la Iglesia de Arturo Pérez Reverte lo ha reconocido.
Ha sido un fracaso para Zapatero y para toda la Izquierda que mostró, en forma patente, su brutalidad, irracionalidad e incapacidad de ser plural y abierta, y mostró que, en este siglo XXI, la fe existe y hay mucha gente capaz de defenderla y enorgullecerse de la misma, y que está harta del progresismo vacío y deshumanizante y desea vivir de acuerdo a valores morales y una identidad reconoscible más allá del mero consumismo materialista y las ideologías del supermercado político.
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En el próximo post: tema obligado, la caída de Gaddafi.
Pero no fue un regreso triunfal; durante el golpe, de súbito, en vez de la bandera roja con la hoz y el martillo dorados, la gente enarbolaba la antigua bandera tricolor zarista de Rusia, (en vez de la propia de la provincia rusa dentro de la URSS, una bandera roja igual, pero con una franja azul marino pegada al asta), y lo mismo ocurría con la gente de las otras entidades integrantes de la Unión, que enarbolaban banderas propias... ¿de dónde salieron? Tras 74 años de comunismo era prácticamente imposible que sobreviviesen las banderas tricolores o que siquiera se les recordara más que en películas históricas, y qué decir de Ucrania y otras repúblicas, donde ni siquiera habían tenido más bandera que la rusa o la soviética, conquistadas desde los siglos XVII, XVIII o primer tercio del XIX.
Y es que ocurrió el verdadero golpe de Estado: Gorbachov volvía al Kremlin, pero no al poder, éste lo ejercía Boris Yeltsin, el otrora gobernador de los Urales que había ordenado la demolición de la Casa Ipatiev, donde fueron fusilados los Romanov, y un completo dipsómano, que tras haber dado muestras de valentía y decisión en esos días, daría evidencias de su apatía, mala salud y corrupción aderezadas con alcohol en los años siguientes como gobernante de Rusia. La labor de Yeltsin entonces consistió meramente en disolver la Unión, consumada cuando Rusia declaró su independencia de la URSS. En diciembre, la Unión se disolvía y Rusia volvía a sus fronteras del siglo XVII.
Hay que recordar que el nombre de "Unión Soviética" fue ideado por Lenin para hacer pensar a los pueblos no-rusos del Imperio Zarista que ahora serían tomados en cuenta y con autonomía interna dentro de un régimen federal; la realidad es que, en el caso de Ucranianos y Bielorrusos respecto a los Rusos apenas existen diferencias, surgidas de la división de los dominios de los Príncipes de la Dinastía Riurikovich, mientras que los miembros de las Repúblicas de Asia Central, aunque muchos de ellos islámicos, jamás habían constituido naciones o Estados definidos, eran una amalgama de tribus mongolas, turcas y persas que fueron forzadas a "rusificarse" desde la época de Iván el Terrible a fines del siglo XVI en que empezó la gran expansión rusa, señalándose por burócratas en San Petersburgo y después en Moscú las fronteras interiores entre ellas, de ahí que tanto dentro como fuera de la URSS, coloquialmente se le llamara al país "Rusia". El que repentinamente surgieran nacionalismos en Rusia, Ucrania, Bielorrusia y otras partes, excepto quizá en los Estados Bálticos de Lituania, Letonia y Estonia, o el Cáucaso, excepto Georgia, claramente integrada a la órbita rusa, quizá fue motivado desde fuera, como una forma de desmoronar a la inmensa potencia soviética, más cuando, como el propio Mikhail Gorbachov lo ha mencionado: tras un sondeo hecho a inicios de 1991, la mayoría de la población estaba a favor de mantener la URSS, y ésta, con una economía liberalizada y libertad política, se pudo haber mantenido, quizá se hubiera hecho una potencia económica similar a la China actual; pero quizá eso se trató de evitar, y se consiguió...
Por ello, hay internacionalistas, como el mexicano Raul Guerra que califican a la disolución de la URSS como una bendición y a la vez, como dijo el propio Vladimir Putin, como un desastre geopolítico: si bien el derrumbe del comunismo significó un gran progreso para la libertad, la disolución del imperio soviético representó una puerta, por un lado, al unilateralismo norteamericano, que carente de contrapesos se apoderó del orden mundial y debilitó a las instituciones internacionales durante los años 90 y primera década del 2000, por otro, por otro lado, el reacomodo de fronteras y la disolución del bloque socialista y sus satélites en el Tercer Mundo sirvió como caldo de cultivo para movimientos revolucionarios y conflictos étnicos que marcarían los años siguientes.Para Rusia misma, significó un trauma espantoso y la dislocación de todo un sistema de tránsito de personas, mercancías y energéticos con los que no pudo ni ella, ni las otras 14 repúblicas independientes surgidas del colapso soviético, construir las bases para un renacimiento económico.
Así, los rusos no extrañan al Comunismo, ni tampoco olvidan las atrocidades de Stalin, pero recuerdan con nostalgia aquel inmenso imperio construido por los Zares y mantenido por los líderes soviéticos, cuando no hasta agrandado mediante los satélites de Europa Oriental, América y Asia Oriental. Sin embargo, es posible que con el tiempo, Rusia recupere si no todo, si gran parte de los territorios perdidos, no mediante la violencia salvo quizá el caso de Georgia y algún otro en el conflictivo Cáucaso, sino a base de la necesidad de las ex-repúblicas soviéticas de estabilidad y seguridad y de contar con una economía viable: Ucrania, Bielorrusia y Kazakhaztán probablemente se acerquen a ello, además de que la población rusa o rusificada en varias de esas repúblicas o son mayoría de la población o son una minoría poderosa y constitutiva de su elite gobernante. El resurgimiento económico y militar del gigante eslavo poco a poco puede servir de lazo de union entre ellos, además de que las circunstancias cambian: el unilateralismo norteamericano desaparece y la potencia económica europea declina; si Rusia continúa con un liderazgo fuerte, con visión a futuro y contrario a los intereses extranjeros que sin duda influyeron en el desmembramiento del Imperio Ruso. La idea del mismo, sin embargo, sigue viva, al igual que las palabras del Gran Príncipe Iván III "el Grande": "Moscú es la Tercera Roma, no habrá una cuarta".
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La Jornada Mundial de la Juventud no puede calificarse sino como un gran triunfo para Benedicto XVI y para nosotros los Católicos, incluso, para todos los Cristianos, pues se demostró que pese a la secularización agresiva, hedonismo, escándalos, manipulación mediática y demás, existe un inmenso poder de convocatoria de la Religión, más allá de la persona que lo haga: no es el carisma particular de Karol Wojtila y la carencia del mismo de Joseph Ratzinger: es su figura como líder espiritual y los deseos de una buena parte de las nuevas generaciones de trascender y no quedarse en la mera búsqueda del placer o del escape; eso es alentador, y esperemos que esto haya cundido en la mayoría de los asistentes, pese a las fundadas críticas de que muchos van por el relajo y no por el fondo del evento o por el costo elevadísimo de la realización del mismo.
Sin embargo, ver escenas tales como el hombre laicista gritando al oído de una joven peregrina que como respuesta besa una cruz, o el grupo de jóvenes que arrodillados reza mientras unos tipos se burlan y queman pancartas de la jornada son alentadoras: muestran que ante la violencia, poner la otra mejilla es una defensa acertada y muestra el inmenso poder de la fe sobre la violencia y el odio, quien queda en ridículo, como energúmeno, intolerante y bestia es el agresor, tan es así que hasta el ateo y crítico de la Iglesia de Arturo Pérez Reverte lo ha reconocido.
Ha sido un fracaso para Zapatero y para toda la Izquierda que mostró, en forma patente, su brutalidad, irracionalidad e incapacidad de ser plural y abierta, y mostró que, en este siglo XXI, la fe existe y hay mucha gente capaz de defenderla y enorgullecerse de la misma, y que está harta del progresismo vacío y deshumanizante y desea vivir de acuerdo a valores morales y una identidad reconoscible más allá del mero consumismo materialista y las ideologías del supermercado político.
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En el próximo post: tema obligado, la caída de Gaddafi.
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