Ya anteriormente expresé en este espacio mi punto de vista respecto al proceso electoral mexicano.
Ya también, en este espacio he expresado que la Democracia no me convence, siguiendo a los clásicos como Platón y Aristóteles, me parece una de las malas formas de gobierno, incluso, probablemente la peor porque es la puerta o para la formación de oligarquías o la instalación de tiranías. El mundo occidental actual, aunque no lo parezca de primera impresión, ilustra a la perfección el fracaso de la Democracia que vaticinaba Alexis de Tocqueville en su obra Democracia en América, que lejos de ser un elogio al sistema representativo cuando el mismo era toda una innovación, a pocas décadas de su implantación con la independencia y la Constitución de Estados Unidos de América, era una evaluación seria y crítica al que, en mucho, se convirtió en un referente y un modelo a seguir por los demás Estados occidentales en los siguientes 200 años, e incluso, se buscó implementar por la paz o por la fuerza, a otros países y regiones del mundo, aunque en los mismos las circunstancias culturales e históricas lo hacen inaplicable --pensemos en el Medio Oriente, o en Africa Subsahariana-- y concluía que resultaría inevitable que, a la larga, el sistema terminaría por degenerar en la implantación de una élite que con tal de conservar el poder, manejaría a las masas mediante el manejo de las emociones y la concesión de caprichos que llevaría a la infantilización de la sociedad.
Eso queda muy claro hoy en día: la oligarquía es la clase política, misma que fue definida por el politólogo italiano Gaetano Mosca, pero también aquellas que se benefician o impulsan las decisiones que toman aquellos que ocupan los puestos públicos. Es evidente que detrás de candidatos y partidos, existen grupos de interés y cada uno apoya al suyo. En EUA, esto se traduce en un encorsetado bipartidismo que terminó convirtiéndose en el patrimonio de dos familias como los Bush del lado Republicano y los Clinton, del Demócrata, la connivencia de ambos partidos con las élites financieras y empresariales, y la apuesta final del electorado por un outsider, como fue el caso de Donald Trump, quien, como lo he estado reseñando en este blog, ha venido desarrollando su gobierno en una especie de carrera de obstáculos que le son impuestos por estos grupos oligárquicos y los constantes ataques mediáticos. La deriva a la que están llevando a EUA, es preocupante, dado el grado de radicalización y polarización que están tomando los opositores al Presidente, que no son luchadores por la libertad o los derechos, sino meros esbirros de las élites que no desean perder el poder de facto que ejercen sobre el sistema.
Por otro lado, tenemos el caso de Venezuela, que es muy similar al caso de Alemania durante los años veinte y treinta del pasado siglo: ante un sistema débil constitucionalmente y la sucesión de gobiernos débiles y corruptos, la población eligió a un tirano: Hugo Chávez, y después de éste, llegó su sucesor Nicolás Maduro, que ha implantado un régimen brutal además de ineficaz (a diferencia del de Hitler) en el aspecto económico, y que se sostiene dada la debilidad, carencia de proyecto y desprestigio de la oposición, y a los apoyos internacionales de grandes potencias como Rusia, China e Irán a quienes no les importa lo que padezca el pueblo venezolano, sino qué tanto Caracas sirve a sus intereses geoestratégicos.
El día de hoy, México se encuentra en una disyuntiva pero no entre tiranía u oligarquía, ni tampoco existe alguien que esté retando a las élites: Andrés Manuel López Obrador no es ajeno al sistema como Trump; por el contrario, es una de sus más acabadas manifestaciones, pues se formó dentro de los partidos políticos: PRI y PRD, y ha operado dentro de los partidos --el neoyorkino viene del ámbito empresarial, y de un rubro, como los bienes raíces, que dejó de ser clave en el mundo actual, centrado en el control y difusión de la información, y su inclusión en el Partido Republicano no fue del todo aceptado por la cúpula de ese instituto político, que más bien le ha hecho la guerra, incluso desde las precampañas-- y gozado de los beneficios del sistema partidista mexicano, con financiamientos públicos y privados, toda su vida, desconociéndose de él labor alguna en el sector privado.
Por el contrario, nos encontramos entre tres posibles derivas del sistema político mexicano: una renovación y reforma gradual del sistema, postulada por el propio partido que lo originó, esto es, el PRI, con José Antonio Meade; una regresión a las formas más primitivas, populistas y caudillistas, encarnada en MORENA, con Andrés Manuel López Obrador, y finalmente, la venta del sistema al servicio de la rama más radical de las oligarquías nacionales y globales y su proyecto de reingeniería social y económica encabezado por lo que queda del PAN y del PRD, representado por Ricardo Anaya.
Así que hoy, a unas horas del comienzo de la jornada electoral, quiero complementar mis anteriores comentarios con estas reflexiones:
Como ya lo dije antes, votaré por José Antonio Meade, porque en conciencia, me parece la decisión más acertada. El entorno internacional exige a alguien que sepa del mismo, conciliador y negociador, que conozca de economía y comprenda la situación actual: tenemos por un lado a nuestro más importante socio comercial con el que nos encontramos enfrentado en los temas migratorios y de la muy necesaria renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, mismo que si bien nos trajo beneficios, también nos dañó enormemente, lo mismo que al propio EUA; además que mucho de dicha confrontación con nuestro vecino del norte se debe a la falta de credibilidad que tiene el Estado Mexicano desde el año 2000: la frivolidad con la que se condujo la política exterior bajo Vicente Fox, la violencia y la inestabilidad que fueron la tónica bajo el mandato de Felipe Calderón y finalmente, los constantes escándalos bajo Enrique Peña Nieto, no dan la mejor imagen ante Trump, ante Trudeau y ante cualquier otro gobernante. Se requiere de alguien capaz que pueda darle seriedad a México y continuidad a reformas necesarias, que al principio parecen tener efectos adversos, pero a la larga serán benéficas.
Como dijera Raymundo Riva Palacio, el problema es que carga con la loza del fracaso de Peña, fracaso que quizá sea más mediático que real, pero que pesa ante un público escandalizado y exacerbado por el manejo astuto que sus oponentes han hecho de las redes sociales, nueva herramienta de difamación y odio.
Por el contrario: López Obrador desconoce los entramados de la política internacional, no le da importancia a los foros internacionales ni a la imagen que debe tener el Jefe de Estado mexicano, formado en una política de calle y mítin ante personas de condición humilde, no considera algo importante al ámbito internacional, por lo que México se aislaría y se encerraría en sí mismo, su gabinete de presuntos expertos, no garantiza tampoco, además de que se avisora un choque: apoyado por feministas radicales como Olga Sánchez Cordero por un lado, izquierdistas radicales como Yeidkol Polevski --mujer además mitómana que finge ser judía pese a ser en realidad de origen hispano y pariente del ex-Presidente priísta Manuel Ávila Camacho-- o Paco Ignacio Taibo II que han expresado que México debe unirse a la "Revolución Bolivariana" venezolana, y hasta meapilas católicos y protestantes del PES (Partido Encuentro Social) junto con un enorme número de ex-priístas de añejo cuño como él o náufragos del PAN, su gobierno será una cena de negros y choques, aunque lo más probable es que todo se querrá resolver con asistencialismo y subsidios para ayudar a los pobres a que sigan siendo pobres y sean clientes frecuentes del mercado de promesas a vender por el nuevo partido en el poder. Lo que logrará cuando genere una crisis similar a la de 1982 y eche la culpa a otros de ella.
Pero el que me parece más peligroso de todos es Ricardo Anaya, al igual que Obrador, ha manejado un discurso de odio y resentimiento; incluso, a veces me parece mayor el fanatismo de sus seguidores que el de los "chairos" que siguen al Peje. Al igual que el viejo tabasqueño, el joven queretano no ha dudado en presentarse como un mesías, y sus fieles le defienden como si de una figura religiosa se tratara. La demagogia de Anaya le viene dictada desde fuera, a su lado tiene a Jorge Castañeda Gutman, principal responsable del desastre en la política exterior del Gobierno foxista, y fiel sirviente del globalismo: con él, la implementación de la ideología de género en pleno sería una realidad, y desde la sede presidencial de Los Pinos sería un instrumento de ataque directo contra Trump de parte de las élites norteamericanas afectadas por éste. Ha dado muestras de ello con el tema migratorio, tratándolo desde una óptica prácticamente adolescente, nada madura y de basarse en lo que dicen los medios enemigos del actual inquilino de la Casa Blanca.
Anaya además, ha demostrado no tener moralidad alguna, ni lealtad o convicciones, se guía sólo por su beneficio.
Este es el panorama actual en mi óptica y mi reflexión final antes de ir a depositar mi voto mañana por la mañana. Pero para terminar, quiero concluir que soy bastante pesimista y el electorado se decantará por alguna de las dos peores opciones presentadas. ¿Porqué? Porque el mexicano se llena la boca diciendo que quiere un cambio, pero en realidad, no lo desea, no quiere dejar de estar, como aquella imagen estereotípica lo presenta, dormido apoyado en un cactus y envuelto en su sarape y su sombrero.
¿A qué me refiero? Como ya varias veces lo he señalado aquí, el mexicano es un irredento que espera a un mesías, como los Judíos en la época de Cristo, que le resuelva todos los problemas con solo tronar los dedos. Todos en México, sin importar la clase social, esperan un gobierno que obre milagros y que eso no le represente hacer el más mínimo esfuerzo, trabajar, innovar o desarrollar algo por sí mismo: todos desean trabajar u obtener un puesto de membrete en el gobierno, para percibir un sueldo muchas veces inmerecido, como forma de obtener seguridad económica, los empresarios no innovan ni desarrollan nuevos productos y servicios, todos esperan arrimarse al gobierno o al grupo que ocupa el poder para obtener una licitación, algún contrato, una obra, llegar a ser proveedor, y tener igualmente, seguridad.
Es una mentalidad que irremediablemente nos lleva a la pobreza y al subdesarrollo material, mientras hay un desinterés enorme por lo intelectual y lo espiritual: la gente va y le reza a Nuestra Señora bajo sus diversas advocaciones: Guadalupe, Zapopan, Talpa, San Juan de los Lagos, etc. pero no vive la fe como la reza, se aleja de Dios y se decanta por la violencia, la promiscuidad o es indiferente a que tiene que seguir el adagio lex orandi, lex credendi. La cultura no interesa, la gente se ha ido por la "narcocultura" no busca escuchar mejores géneros musicales y se queda en los corridos, la banda sinaloense con sus letras majaderas, sexistas y subidas de tono, o ha adoptado el espantoso reggaetón, y cada generación es peor educada y más inculta, fácilmente permeables a cualquier ideología hedonista o frívola. Ni siquiera levanta la basura de la calle o la playa, se mete al carril contrario cuando conduce o no respeta los señalamientos, y siempre el romper las reglas se considera como una muestra de inteligencia y éxito.
Y de todo eso, en un 90% no tiene la culpa el Gobierno, ni el PRI, ni el presidente. La cultura siempre ha estado ahí, y me refiero a la verdadera cultura: los clásicos, no lo que venden los escritores de segunda que se las dan de Marxistas aunque son en realidad devotos de Adam Smith. Si el mexicano quiere que su país cambie, tiene primero que leer, tiene primero que mejorar en su forma de ser con los demás y tratar de ser congruente entre lo que se piensa, se cree y se vive, así como también se tiene que hacer responsable de su vida y de sus actos. Cuando los ciudadanos promedio cambien, entonces nuestros políticos cambiarán también, pues ellos, finalmente, han salido de nuestra sociedad y son su reflejo.
Con esto los dejo, espero mañana, reflexionen muy bien su voto, es una decisión que se debe tomar con la razón, ni con el corazón ni con el hígado. Esto no es cuestión de emociones ni de sentimientos, es cuestión de hechos y realidades. ¡VIVA MÉXICO!