Es una señal ampliamente positiva para Brasil la reacción que han tenido los "Progresistas" y al Izquierda internacional tras el triunfo de Jair Bolsonaro en las elecciones presidenciales de Brasil, y no solo ellos reaccionan con frustración y hasta rabia, también incluso lo hace la cadena rusa de TV (y propaganda) RT, y por ende Vladimir Putin, quien, como lo he dicho anteriormente, no es el defensor de la Tradición y el Cristianismo contra la Globalización, sólo lo es de los intereses de Rusia, y los mismos le llevaron a apoyar al Foro de Sao Paulo y la implantación de regímenes socialistas como si estuviésemos en los tiempos soviéticos, así como tramar con Brasil, China, la India y Sudáfrica una alianza que ha sido conocida como el BRICS y de la que he hablado anteriormente en este blog, en la que tuvo como comparsa a Luis Inácio Lula da Silva, cuando el obrero convertido en Presidente era visto como un mesías para el gigante amazónico.
Sin embargo, la ilusión en torno al antiguo tornero desapareció cuando tras su mandato y el trunco gobierno de su sucesora y cómplice Dilma Rousseff, se reveló todo un entramado de corrupción, tráfico de influencias y negocios sucios construido aprovechando la cortina del aumento de gasto público y programas sociales a los que los regímenes de Izquierda son tan proclives.
En pocas palabras, el electorado brasileño se ha pronunciado por la Soberanía de su país, por el rechazo a las imposiciones ideológicas de la Globalización y también, a los supuestos aliados que en realidad tienen consignas hegemónicas que pasan por encima de los intereses propios, como es el caso de los dos grandes imperios asiáticos de Moscú y Pekín y que desean tener ganancias de pescadores en el revuelto río occidental. Brasil responde que quiere ser por sí mismo y no por o para otros ni tolerará ya más injerencias en su cultura, idiosincracia y herencia.
Brasil, en cierto modo, tiene en sus orígenes una Historia con similitudes a EUA: los Portugueses siguieron, a diferencia de España con la que estuvieron integrada por un espacio de 70 años tras la muerte en combate contra el Islam del Rey Sebastián a fines del siglo XVII y hasta la rebelión de los Duques de Bragança en contra de Felipe IV, un modelo muy similar al británico o francés en su expansión marítima durante los siglos XVI y XVII, manteniendo un extenso imperio colonial en Africa hasta la década de 1970. Brasil así, fue colonizado como una serie de factorías comerciales en la costa del Atlántico; la escasa y primitiva población indígena, además, motivó la importación de mano de obra esclava proveniente precisamente del continente negro, y también el país se vio abierto a la inmigración europea no lusa. La búsqueda de oro y la explotación de la riqueza silvícola fue lo que motivó la aparición de los Bandeirantes o aventureros que se internaban en la espesa selva del Amazonas en busca de fortuna y colonizaron el ignoto interior del país.
El verdadero desarrollo del enorme país no se dio sino hasta que las Guerras Napoleónicas motivaron la huída del Rey Juan VI a Brasil, y la erección de éste en Reino, lo que llevó a que, en los escasos 12 años (1808-1820) en que el monarca y su gobierno se instalaron en Río de Janeiro, se construyeran infraestructuras, las ciudades se establecieran en forma y se crearan instituciones, a fin de que el Imperio Portugués tuviese una sede digna y capaz de desempeñar tal rol. Posteriormente vino la independencia, y la monarquía del Imperio del Brasil bajo Pedro I y sobre todo su hijo, Pedro II, llevaron al país amazónico a una "Edad de Oro" y a ser considerado como la potencia dominante en el Cono Sur y a ambicionar ir más allá.
Independizado de manera pacífica de Lisboa como consecuencia del cisma entre padre e hijo, y salvo un breve periodo de inestabilidad al inicio, motivado además por los derechos al trono de Pedro I en Portugal, fue en esa época que Brasil se reveló como un país con el potencial de convertirse en una gran potencia: se industrializó de manera acelerada y tuvo ferrocarril y líneas telefónicas antes que EUA o cualquier otro país del continente, se fomentó la ciencia a fin de conocer las inmensas riquezas naturales del país, construyó una marina de guerra y un ejército muy potentes que revelaron su poderío en la Guerra del Paraguay; sin embargo, el talante liberal, en el buen sentido, de Pedro II y la abolición de la esclavitud le enemistaron con la oligarquía de grandes terratenientes, que dieron un Golpe de Estado y establecieron la república en 1889.
Esa oligarquía de caciques agrícolas, mineros e industriales es la que ha medrado con la República que ha tenido momentos de dictadura y largos periodos de "Democracia", en los que la opción por la Izquierda se fue consolidando. Todos los regímenes brasileños tenían un poco o un mucho de Socialdemocracia, sin perder, sin embargo, los sueños de grandeza, reflejados en la construcción de una ciudad que parece surgida de la imaginación de Asimov o George Lucas como Brasilia para ser la nueva capital basados en una supuesta profecía de San Juan Bosco sobre el surgimiento de un gran imperio cristiano en Sudamérica establecido en ciertas coordenadas del hemisferio sur. Sin embargo, todos esos sueños de grandeza parecieron que quedaron sólo en las imponentes y futuristas construcciones de Niemayer: Getulio Vargas, Kubitzchek, Collor de Mello, Sarney... todos jugaban con la demagogia y desperdiciaron el inmenso potencial del coloso del sur en corruptelas que enriquecieron a los de siempre, mientras la mayoría de la gente habitaba en las favelas o barrios marginados de las grandes ciudades como Río o Sao Paulo, el analfabetismo, la falta de salud y de comunicaciones, la sobreexplotación y deforestación del Amazonas, la miseria y las graves crisis de endeudamiento exterior y devaluaciones parecían aplazar el que Brasil emergiera como la potencia que por derecho propio, y por peso en la economía mundial al ser el primer productor de materias primas del mundo, los propios brasileños consideran merece.
Los triunfos deportivos en el fútbol, automovilismo, volleyball y otras disciplinas, confirmaron en los brasileños el ánimo a ser grandes, pero que su lastre es, como en México, una clase política corrupta, egoísta y mentirosa. Ciertamente, desde la década de los 90 empezó a haber cierta mejoría en Brasil: el nivel de vida se elevó en muchos casos y se dieron más accesos a la educación y la salud; a los brasileños les empezó a interesar menos el deporte y más la mejoría del nivel de vida, impulsados por ello, le dieron el voto a Lula Da Silva y posteriormente a Dilma Rousseff; mas mucho del espectacular progreso que se vivió bajo el gobierno del primero de estos dos representantes de la Izquierda radical se derrumbó después, --de manera similar a como en México pasó en 1994,-- la crisis económica iniciada en 2008 fue revelando que mucho de lo aparentemente avanzado y construido estaba sostenido por alfileres, y la organización del Mundial de Fútbol en 2014 y de los Juegos Olímpicos de 2016, plagados de derroche, desvío de recursos, favoritismos a contratistas como la empresa Odebrecht, cuyas corruptelas han llegado hasta México, motivaron un enorme descontento popular, que terminó con el derribo de Rousseff y que el otrora carismático líder obrero fuese hasta preso y posteriormente liberado, pero continúa enfrentando el proceso penal.
Es así, que los cariocas, decepcionados, han elegido a Bolsonaro, un ex-militar y un outsider de la política hace que se compare este triunfo al de Trump en EUA, y llevó un rechazo a su persona por parte de los medios masivos de comunicación y muchos "intelectuales" y políticos a nivel mundial a tratar de pintarlo con los colores más negros y los epítetos más escalofriantes: "ultraderechista", "fascista" y por supuesto acusarlo de todo el catálogo de nuevas fobias inventadas por la Izquierda y la Ideología de Género. Sin embargo, debemos aclarar una cuestión, el triunfo de Bolsonaro se dio, al igual que el de Trump, por la existencia de una alternativa real al derrotero seguido por Brasil desde 1889 y nos lleva a plantearnos un contraste con México.
En Brasil, el Golpe de Estado que aupó a la República no fue de corte totalmente jacobino ni radical como lo fue en nuestro país la Reforma liderada por Benito Juárez y sus "Liberales", ni la "Revolución", solamente pretextaron la necesidad de Democracia y la eliminación de privilegios de la nobleza, por su parte, la tendencia socialistoide se fue implantando en los sucesivos gobiernos que la vieron como un medio de ganarse el apoyo popular con la pobreza que ellos mismos provocaban, y por otro lado, la Monarquía y el pensamiento tradicionalista y cristiano nunca desapareció ni fue suprimido con violencia como en nuestro país con sendas persecuciones por parte de los Juaristas y en la Cristiada; a pocas décadas del exilio de Pedro II, se permitió el regreso de sus restos y honrarlo como Jefe de Estado y además, como lo que fue, probablemente uno de los mejores gobernantes y estadistas del continente americano en el siglo XIX, en cuanto a Pedro I, no pudo más que celebrársele como Padre de la Patria y sus restos, sepultados en Portugal donde también reinó, fueron llevados a Brasil y colocados en el monumento a la independencia, junto con los demás miembros de la familia real; los Bragança, hasta hoy, viven y son honrados en Brasil sobre todo el día de las fiestas de independencia y presiden un movimiento favorable a la reinstauración de la monarquía que tiene numerosos adeptos, además de que pesan en la opinión pública.
La aparición de un fuerte movimiento cristiano protestante, aunque fragmentado en un sinnúmero de sectas, pero que mantiene una firme enseñanza moral, junto con un sector tradicionalista católico,--en contraste a la exhibido por la mayoría en la Iglesia Católica actual con Francisco I y su "Sínodo para la Juventud" que parece condescender a la permisividad-- que contrarresta al despelote popularmente asociado a Brasil e impulsado por la ideología de género. El pensamiento tradicionalista o conservador, así, ha contado con ideólogos y pensadores que siempre han estado presentes en el debate político brasileño, como fue el caso del Dr. Elías Carneiro, por muchos años de lo que desde fuera se señala como "extrema derecha" y precursor de Bolsonaro.
En México, por el contrario, el Liberalismo Jacobino se aseguró de descabezar al Partido Conservador tras su victoria en 1867 con el apoyo norteamericano, la familia de Iturbide al día de hoy, vive en Australia, tan exiliada de la conciencia del mexicano como el autor de la independencia nacional, la Guerra Cristera eliminó a un pensador y líder político en potencia, como Anacleto González Flores (aunque quizá él hubiese terminado por caer en la misma impostura de la "Democracia Cristiana" de Jacques Maritain y tantos gobiernos nefastos en Europa, como el de la Sra. Merkel) que plantease una alternativa al sistema jacobino-liberal-progresista-socialdemócrata impuesto en México desde el fusilamiento en el Cerro de las Campanas en Querétaro y consolidado tras la Revolución. El último líder e ideólogo tradicionalista o conservador real fue Don Lucas Alamán, en la primera mitad del siglo XIX.
Así, desde la Revolución, todos, absolutamente todos nuestros partidos políticos tienen el mismo origen y no hay alternativas reales; la gente está formada por ya un siglo de educación en los postulados que han legitimado a nuestra clase política --increíblemente, los supuestos "tradicionalistas" mexicanos admiran a José Vasconcelos, quien creó el sistema educativo y de adoctrinamiento para legitimar al régimen postrevolucionario con sus buenas dosis de maniqueísmo marxista, y quien probablemente era un perturbado con una extraña mezcla mental de afirmaciones cristianas de dientes para afuera, vida personal escandalosa, tendencias filo fascistas o nacionalsocialistas y por supuesto, postulados marxistoides-- y como alternativa ante los fracasos de los últimos gobiernos del PRI y del PAN, optó por darle el poder a López Obrador, cuyo régimen será retrotraernos a lo mismo de hace treinta años, a fin de no afectar el estatus quo de tantos favorecidos por redes clientelares, influencias y prebendas que se veían afectados por el proceso de reformas implementado desde el mandato de Carlos Salinas en 1988-1994, simplemente, no tenemos ningún liderazgo que esté por fuera de estas tendencias ni que rompa realmente con ellas.
Por lo pronto, Bolsonaro plantea el ir expurgando a la política brasileña de todo rastro de marxismo y toda tendencia socialista, retomar los valores cristianos como base de la sociedad y mantener la Soberanía de Brasil, por encima de las influencias del Globalismo o del "Eje Bolivariano". ¿Podrá cumplir? No cabe duda que le espera un camino difícil como lo vive ahora el inquilino actual de la Casa Blanca en el norte, al ocupar el Palacio de la Alborada, Bolsonaro probablemente habrá de enfrentar los ataques y boicotts de los grandes medios de comunicación internacionales, andanadas de falsas noticias y difamaciones y hasta la ruptura y enfrentamiento contra sus vecinos de Izquierda, pero no está solo, se une tanto al neoyorkino como a Víctor Orban en Hungría, Matteo Salvini en Italia, Polonia, Croacia, y en cierta manera a Putin, aunque marcará su distancia con éste, seguramente, en toda una tendencia contraria al progresismo y la Izquierda. Su victoria en las urnas, sin duda, da signos de esperanza de que viene una fuerte reacción contra una ideología y unos intereses que han estado minando nuestras sociedades y Civilización.
Bien por Brasil... en cambio, qué lástima por México, que por el contrario, va a convertirse en bastión de estas ideologías destructoras y nocivas, sin que tengamos alternativas...