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12 de noviembre de 2018

HASTA SIEMPRE, STAN LEE

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Como fan de toda la vida de los cómics, Stan the Man Lee --su verdadero nombre fue Stanley Martin Lieber, de origen judío-- ha sido para mi un referente en cuanto al "octavo arte", un viejo conocido, no como para muchos que apenas se aficionaron a sus personajes por la presencia cinematográfica de los mismos en las últimas dos décadas; sin duda alguna, es el historietista más influyente de todos los tiempos: habrá otros, desde nuestro mexicano José Guadalupe Posada, al belga Hergé, pasando por Bob Kane, Jerry Siegel, o los franceses Goscinni y Uderzo; pero ninguno de ellos pasará a la Historia con la trascendencia del neoyorkino.

Stan Lee llevó al cómic a la mayoría de edad; antes de él, las historietas eran un simple entretenimiento infantil de viñetas coloridas e historias simples y maniqueas de héroes contra malvados. Lee, en cambio, demostró que a través de los dibujos dialogados podían narrarse historias adultas, serias, con contenido social y temas profundos: los héroes podían tener problemas comunes, como un Peter Parker con problemas para llegar a fin de mes con sus gastos, o una psicología compleja como el abogado ciego Matt Murdock, de quien hablé hace poco; los héroes podían sufrir pérdidas irreparables, como el propio fotógrafo arácnido y la muerte del amor de su vida, Gwen Stacy, incluso, podían ser patriotas y cuestionar las acciones de su gobierno, sin caer en la deslealtad como el Capitán América o demostrar pocos escrúpulos, como muchas veces lo hace Tony Stark, para lograr sus fines. Los villanos, por su parte, pueden tener motivos incluso justos, como pasa en el caso de Magneto, que explican sus decisiones, pueden tener una faceta benevolente y positiva, como pasa con el Dr. Doom, o pueden ser capaces de amar, defender a los suyos y tener honor, como pasa con Wilson Fisk; en pocas palabras, sus personajes son profundamente humanos sin perder sus características fantásticas, y en eso, Lee sentó un parteaguas al beber directamente de la literatura clásica para imaginar a caracteres de mallas coloridas y bíceps imposibles.

Es cierto que los enormes logros de Lee --que nunca fue dibujante-- se debieron también a la colaboración con artistas como Steve Ditko, Jack Kirby o John Romita, ellos sí artistas del lápiz y pincel, y que muchos de sus personajes, ya sea concebidos por él, o creados por sus continuadores y subordinados o discípulos, no fueron del todo originales; en mucho se debieron a lo hecho previamente por DC Comics desde los años 30; sin embargo, fue en la redacción de sus guiones, el planteamiento de los contextos y el diseño de personajes, donde Lee estableció un cambio de paradigmas en el género del cómic de superhéroes: situó a sus personajes en locaciones reales, como es la ciudad de Nueva York, les creó vidas normales, con problemas cotidianos y realistas e hizo que los superpoderes fuesen accesorios a personas que podrían vivir en la casa de al lado o salir en el noticiero. Aquello llevó a que los lectores nos identificáramos con ellos y nos encariñáramos más: para un adolescente, es más cercano un Spider-Man que tras enfrentarse a mafiosos o villanos igualmente poderosos, tiene que estudiar para un examen o planear una salida con su novia, que el alienígena kriptoniano poderosísimo cuya vida  encubierta como reportero en un periódico es muy secundaria y apenas vista.

Tras Lee, cuya explosión creativa ocurrió en los años sesenta, salvando a Marvel Comics de la irrelevancia y la quiebra, el cómic se convirtió en arte: guionistas como Alan Moore, Frank Miller o Neil Gaiman se atrevieron a ir por más y a escribir verdaderas novelas contadas con dibujos, mismos que también se elevaron a alturas artísticas mucho mayores al estilo kitsch de Ditko, Kirby, Romita o Buscema, y también se convirtió en una industria billonaria, que pronto brincaría a otros medios, como la TV y el cine. Impulsó a la competencia a DC, que sobre todo, en los años 80, y tras el evento conocido como Crisis en las Tierras Infinitas, y la llegada de John Byrne a las páginas de Superman, tomó mucho de su influencia y aterrizó bastante a sus personajes sin perder, el por otro lado, igualmente atractivo e interesante estilo de la vieja editora. Si bien ésta incursionó primero en la TV, fue Marvel, de la mano de Stan Lee, que en los 70 produjo una serie con mucho más contenido pese a los pocos recursos, con la inolvidable interpretación de Bill Bixby y Lou Ferrigno en la representación de la lucha del Dr. Bruce Banner contra el demonio de su ira representado por Hulk. Lo demás es Historia: hoy, Marvel ha rebasado por completo en sus logros cinematográficos a DC, que no ha logrado conjuntar su universo de fantasía de manera coherente en el celuloide. 

Hace tiempo, leí una crítica bastante dura contra el viejo editor y guionista: se le recriminaba su amargo rompimiento con Ditko o Kirby, la manera un tanto tiránica con que dirigió a "la Casa de las Ideas", y sobre todo que, tras esa gran explosión de creatividad en los años sesenta, los demás proyectos que Lee encabezara tanto dentro como fuera de Marvel fueran fracasos: el Nuevo Universo que prometía un contexto aún más realista para una serie de nuevos personajes, ideado a mediados de los 80 no cuajó; proyectos de animaciones, incluso de intervención o colaboración de Lee con DC, o nuevos personajes y seriales, no fructificaron; en mucho, Stan se convirtió, y pasó las últimas décadas, convertido en ícono o imagen de Marvel y de ahí, junto con su afición al cine y querer imitar a Hitchcock, sus repetidos cameos en las películas hechas basadas en sus personajes.

Sin embargo, creo que el papel de Stan Lee fue en el momento y circunstancias exactas, echó a rodar el balón, tocó a otros patearlo más lejos y jugar con él y quizá, en algún momento, él quedó desfasado o superado, sin embargo, con lo que hizo bastó para convertirse en ícono y guía para los creativos que expandieron la historieta, no sólo del género de superhéroes, sino en su totalidad. Por otro lado, sus cómics no estuvieron exentos de la enseñanza de virtudes y valores, siendo de origen judío, era creyente pero no muy practicante, y casó con una mujer católica, quien falleció el año pasado y con quien procreó una hija a la que educó en la fe cristiana de su esposa. En su obra se respira el valor, la justicia, la esperanza, la tenacidad, la fortaleza, templanza y empatía. También durante un tiempo, se reflejó la oposición al Marxismo en plena Guerra Fría. Probablemente, y pese a las equivocadas lecturas que se han dado a los X-Men, cuyas historias deben verse en el contexto de la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos, Lee no estaba muy de acuerdo con la deriva progresista que ahora Disney le ha impuesto a Marvel y sus productos, y apenas intervenía ya en la línea editorial. Creo que, pese a todo, Lee trató de mantener su obra fuera de los debates políticos sin perder sensibilidad y denuncia a problemas sociales, incluso tan graves como el abuso de drogas.

Para mi, en lo personal, Stan Lee fue un héroe, alguien que con sus cómics, particularmente los de Spider-Man, Avengers y los Cuatro Fantásticos, hizo gran parte de mi infancia y que he crecido leyendo y siendo testigo de la expansión del imperio mediático que construyó paso a paso. Stan Lee me abrió las puertas de la imaginación y me ha hecho atreverme a activar la creatividad. 

Lo extrañaré, pero también agradezco haberle conocido a través de la obra de su ingenio. Por eso, ¡¡GRACIAS POR TANTO, STAN!! Descanse en paz.

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