Primero que nada: una disculpa, no había escrito nada en este Blog en las últimas semanas debido a una cuestión meramente personal (el fallecimiento de mi mamá) pero ya estoy de vuelta con un post que pretendía publicar antes de que iniciasen los Juegos Olímpicos en Río de Janeiro, Brasil.
En el año 393 d.C., el emperador romano César Flavio Placidio Teodosio Augusto, mejor conocido como Teodosio I el Grande, clausuró los últimos Juegos Olímpicos celebrados en la antigua Grecia, que se habían estado llevando a cabo desde el año 776 a.C., aunque la leyenda les atribuía una Historia mucho más antigua y un fundador ilustre: Heracles, desde los tiempos micénicos. Tradicionalmente, se atribuyó la decisión de este César, el último en gobernar el Imperio Romano completo, a cierto fanatismo cristiano. Después de todo, Teodosio fue quien convirtió al Cristianismo en religión de Estado y prohibió el culto a las deidades paganas, sobre todo a las olímpicas, veneradas tanto por Romanos como Griegos.
Sin embargo, ese decreto del César era reconociendo la realidad de que el Cristianismo ya se encontraba muy extendido en las ciudades, mientras que el culto pagano pervivió hasta el siglo VII, sobre todo en zonas rurales, y en Egipto perduró en la isla de Filae hasta poco antes de la llegada del Islam, y salvo casos de chusmas histéricas --independientemente de la presunta muerte de Hypatia a manos de los Cristianos en Alejandría, cosa que no fue realmente así, como tampoco la biblioteca de la capital egipcia fue incendiada por los Cristianos, sino que ya desde los tumultos por la llegada de César durante el reinado de Cleopatra se dieron los primeros incendios, incrementándose las destrucciones con cada tumulto, mitin o manifestación dentro de la agitada vida política del Egipto romano,-- no hubo destrucciones del arte clásico destinado al culto, sino que hasta la Iglesia se dio a la tarea de conservarlo y Constantinopla se llenó de obras de arte clásico, como la estatua de Zeus de Fidias, que permanecería admirada en el palacio imperial hasta el saqueo de los cruzados en 1204; por otro lado, Teodosio no prohibió las actividades deportivas lúdicas que llenaban los ratos de ocio: las carreras de carros fueron todo un acontecimiento en Constantinopla hasta el siglo XV, y los combates de gladiadores siguieron celebrándose en el Coliseo hasta el siglo VI, cuando ya Roma había dejado de ser la ciudad de los césares y se encontraba bajo el mando de los Ostrogodos, mientras que en el Imperio Romano de Oriente ese tipo de combates se seguirían llevando a cabo en el hipódromo constantinopolitano hasta el siglo XII. El Cristianismo, además, no era ni es hostil al ejercicio físico o al deporte, incluso San Pablo en una de sus cartas hace símiles de la vida espiritual a los logros atléticos, por ejemplo; aunque hay que recordar que la idea de deporte de los clásicos era muy diferente a la nuestra.
Teodosio finalmente pudo haber cristianizado la celebración de los Juegos Olímpicos, como tantas otras festividades paganas fueron absorbidas y adaptadas por el Cristianismo; sin embargo, no fue así, y la clave quizá no las da el gran historiador de Roma Theodor Mommsen, en su obra El Mundo de los Césares, cuando habla de la situación de Grecia dentro del Imperio Romano: la realidad es que para la época de Teodosio, los Juegos Olímpicos carecían ya totalmente de sentido: las actividades atléticas que se practicaban en el pasado y con las que competían entre sí las distintas polis tenían la finalidad de preparar a los hombres como combatientes; con la desaparición de la independencia de las ciudades-estado helenas, todas formando parte de las provincias romanas, ya no tenía objeto preparar guerreros que antes eran esenciales dentro de las luchas constantes entre las polis.
Además, como nos dice Mommsen, la población griega había conocido un descenso brutal comparado con la época clásica: las guerras de los Diadocos, la invasión romana y graves epidemias que se sucedieron periódicamente desde el siglo I al III y las incursiones de los Godos en ese siglo, habían reducido el número de habitantes sensiblemente. Muchas de las antiguas poderosas ciudades se habían convertido en poco más que aldeas, como el caso de Esparta, donde, por supuesto, el espíritu militar había desaparecido. Los Juegos Olímpicos, por tanto, se habían reducido a ser una especie de feria pueblerina que se seguía celebrando por mera costumbre sin tener el carácter sagrado que tenía en el pasado, con el decreto de una tregua entre las rivalidades ahora inexistentes, y por supuesto, con el Cristianismo extendido, el significado religioso de honrar a Zeus con las competiciones se había perdido. En pocas palabras, Teodosio no hizo más que certificar la muerte de algo que ya, desde el siglo I, estaba en vida vegetativa.
La situación actual me lleva a preguntar si no estamos viendo nuevamente el vaciamiento de sentido del movimiento olímpico, fundado a fines del siglo XIX por el barón belga Pierre de Coubertain tras el surgimiento del deporte como lo conocemos durante dicha centuria como consecuencia de la Revolución Industrial que permitió la existencia de tiempo libre para los trabajadores y sobre todo, la clase media: el fútbol, el rugby, el basquetball, el béisbol, tenis, etc., son deportes que empiezan a surgir desde mediados del siglo XVIII como medio de entretenimiento sobre todo de las clases populares, y después, como espectáculo, y que se extiende a toda la población, cuando originalmente la práctica deportiva se reservaba a los aristócratas, precisamente dueños del tiempo libre.
Ya lo apuntaba hace 4 años cuando hablé aquí de las Olimpiadas de Londres 2012, que se notaba a diferencia de lo ocurrido antes, en 2008 y en ediciones anteriores de la justa deportiva, una tibia expectación a nivel mundial por la celebración del evento, como había sido desde 1936, en que Hitler, con fines propagandísticos de los logros de su régimen, convirtió a los Juegos Olímpicos en un evento masivo al que se le buscaba dar difusión mundial. Hoy la expectación no ha sido tibia, ha sido helada, abonando a ello una serie de circunstancias lamentables:
- Brasil en crisis: Cuando Brasil se presentó para ser sede de tres eventos seguidos: la Copa Confederaciones en 2013, el Mundial de Fútbol en 2014 y los Juegos de Río en 2016, se encontraba con Luiz Inácio Lula da Silva en la presidencia; estos tres torneos deportivos, se pretendía, serían la forma de mostrar al mundo los logros de Brasil que al fin, se decía, dejaba de ser un país del Tercer Mundo para realizar lo que siempre se había esperado de él: convertirse en una verdadera potencia: había mejorado sus condiciones económicas y sacado a 40 millones de personas de la pobreza, sin embargo, esto también obro en contra de Lula, como lo he dicho antes: el brasileño dejó de ser un dócil habitante distraído por los deportes de sus problemas para ser ahora más consciente de su realidad: los eventos se convirtieron en ocasiones perfectas para negocios provechosos para Lula, su sucesora Dilma Roussef y adláteres, lo que contrasta con las enormes necesidades de las clases menos favorecidas en el país, lo que ha provocado enormes molestias y denuncias por los brasileños. La crisis originada por la corrupción de los anteriores presidentes, la escasa popularidad del mandatario interino Michel Temer, y las dudas sobre el futuro político del país ensombrecen la celebración, misma que se mantuvo por tener que cumplir con el compromiso, pese a que la misma devoró los escasos recursos de la ciudad y del estado de Río de Janeiro y del propio Gobierno Federal brasileño.
- Pésima organización: Que el bienestar y logros de Brasil en los últimos años, son en parte reales es cierto, pero también que hay mucho de maquillaje: basta ver las espantosas condiciones ambientales de Río de Janeiro, con aguas contaminadas que pueden poner en riesgo a la salud de los deportistas, la quiebra de las finanzas públicas de la ciudad y del estado de Río, una villa olímpica calificada de inhabitable por varias delegaciones que han preferido rentar hoteles, y lo peor: una piscina para clavados, water-polo y otros deportes acuáticos contaminada con el agua de color verde.
- Inseguridad: Nomás bajar del avión unos deportistas chinos fueron asaltados, Un entrenador de remo alemán falleció en un accidente de tráfico, y las balaceras y actos de violencia se sucedieron en Río por las luchas entre pandillas por el control del mercado de drogas. Mención aparte tiene el escándalo generado por Ryan Lochte quien ganó la medalla de oro al ridículo, pretendiendo usar a la inseguridad en Brasil como pretexto para cubrir sus indisciplinas y sus complejos por ser siempre superado por el titán Michael Phelps.
- Política: Como si estuviésemos en los años de la Guerra Fría, estos Juegos Olímpicos se vieron ensombrecidos por las acusaciones hechas principalmente por EUA a lo atletas rusos sobre la presunta existencia de un programa orquestado por el Estado Ruso para el dopaje y por tanto, mejora de los rendimientos de los deportistas moscovitas; esto llevó a la amarga despedida de la gran saltadora de pértiga Yelena Isinbayeva y sus diatribas lanzadas contra el COI, y la descalificación, al completo, del equipo paralímpico ruso. Por supuesto, esto redundó en los resultados del medallero y que Rusia se precipitase hasta el cuarto lugar sin que muchas de sus grandes figuras pudiesen competir. A lo largo de la justa deportiva se notó una gran tensión en contra de los rusos, quienes hace dos años en Sochi, cuando organizaron los juegos invernales, tuvieron que soportar la mala prensa occidental que cuestionaba las políticas del Kremlin contrarias al homosexualismo.
- Ideología de género: Si uno de los principales temas del choque entre Rusia y EUA es el fomento que la Administración Obama ha dado a la ideología de género, misma que se hizo presente en las pistas con la polémica victoria del(a) sudafrican@ Caster Semenya en los 800m planos.
Añadamos a todo lo anterior el fiasco que representaron algunos deportistas como Serena Williams o Novak Djokovic en el tenis, en que prácticamente jugaron para perder, ante el desinterés completo en la justa olímpica y tener las miras apuntadas hacia el U.S. Open, lo que refleja el peso que tienen las ganancias millonarias de los deportistas profesionales por encima del "amor a la camiseta", lleva a que cada vez el nivel de muchos competidores esté más bajo, a menos que se trate de gente que realmente compite por el honor como un Rafael Nadal o Andy Murray, un Neymar que finalmente buscó y logró darle a Brasil la alegría de una medalla de oro en el fútbol; y es que no todo fue malo en estas olimpiadas.
Lo Positivo:
Pudimos ver probablemente por última vez a dos gigantes de la Historia del Deporte: Michael Phelps que se convierte en el máximo ganador de todos los Juegos Olímpicos -incluso contando los de la Antigua Grecia-- y a Usain Bolt llegar por tercera vez a ser campeón en los 100 metros planos , en los 200 y en relevos. Ambos son unos fenómenos, verdaderos superhumanos que tienen unas capacidades con las que se colocan muy por encima de sus contrincantes, pero también son fuentes de inspiración, como pasó con Phelps que sólo fue superado por el nativo de Singapur Joseph Schooling, quien veía en el Tiburón de Baltimore, a un ejemplo a seguir en las albercas,
Y ¿qué tal el equipo norteamericano de gimnasia tanto femenil como varonil? Sobre todo la destacadísima actuación de Simone Biles, quien ha sido entrenada por la esposa del mítico Vela Karoli, el famoso entrenador detrás de Nadia Comannecci, ante la implosión de Rumania, que ya ve en su deporte emblema la afectación tras ya dos décadas de gobiernos incompetentes, crisis económicas y corrupción,
Como cosa curiosa, estas Olimpiadas fueron casi unas "Olimpiadas católicas": fue muy destacada la actuación de muchos deportistas católicos que además, no ocultan su fe, sino la ostentan con valor en un mundo secularizado y hasta cada vez más hostil hacia el Cristianismo, y sobre todo, en países anglosajones: Neymar y la banda que se puso en la cabeza agradeciendo a Jesús en la ceremonia d premiación, Andy Murray y Nadal, Simone Biles y la nadadora campeona Cathy Ledeckie, la voleybolista de playa Jennings, el propio Usain Bolt, o el fondista keniano David Rashida, e incluso Michael Phelps que pasa por un proceso de conversión que quizá lo puede llevar a la Iglesia dieron buena cuenta de ello.
México:
La actuación de México en las Oimpiadas fue un reflejo de la implosión, el amiguismo y las miras estrechas del gobierno de Enrique Peña Nieto, con la a todas luces detestable gestión de Alfredo Castillo al frente de la Comisión Nacional del Deporte (CONADE), un funcionario emanado del ámbito policíaco donde, también, su paso ha sido, en el mejor de los casos: mediocre, cuando no ha sido digno para fincarle responsabilidades hasta por delitos contra la seguridad del Estado como en Michoacán, pero que tiene la única virtud de ser amigo del actual Presidente de la República, cuyo gobierno, en todos los aspectos, se está desmoronando como un mazapán en el agua. Peña, que parece completamente ajeno a la realidad, o porque no confía en nadie más que en sus amigos de siempre, siguiendo esa idea de "Club de Toby" que tienen entre ellos en el Grupo Atlacomulco, prefiere mantener a sus amigos pese a sus inepcias, pues no confía en nadie más, y tal es el caso de Castillo, de Videgaray o de Osorio Chong.
Los resultados de tan nefasta mentalidad quedaron a la vista con 5 magras medallas de plata y bronce conseguidas de último minuto y con deportistas, como en el caso del boxeador Misael Rodríguez, que tuvieron que pedir limosna para costearse la preparación y el viaje a Brasil, o el pesista que tuvo que competir con un uniforme parchado por no ser el oficial para competir en la justa olímpica, mientras Castillo se llevaba a su novia de paseo por el evento.
Increíblemente, Peña ratificó a Castillo al frente del organismo gubernamental encargado de apoyar a los deportistas y que no ha hecho nada por limpiar de corrupción a las federaciones deportivas mexicanas ni por eliminar la "futbolización"de la cultura deportiva nacional que mantiene en el olvido a otras disciplinas en las que México es mucho más exitoso. Es realmente indignante.
En resúmen, creo que estos juegos quizá signifiquen el principio del fin del Olimpismo como lo conocemos: la excesiva comercialización, lo oneroso de su organización, los escándalos e indisciplinas de los atletas, la corrupción de las federaciones deportivas, todo ello, deberán llevar a una reorganización o un replanteamiento de los juegos, es cierto: el mundo necesita circo, pero también necesita los ideales que inspiraron a Coubertain, sin ellos, no cabe duda que faltará poco para que alguien tome la misma decisión que Teodosio al finalizar el siglo IV.