Al entrar a la sala dedicada a la pintura de la Época Virreinal en el Museo Regional de Guadalajara, Jalisco, México, se encuentra esta Virgen de la Soledad pintada por Francisco de León, pintor nativo de la entonces Nueva Galicia, en el siglo XVII. Sin duda es una joya pictórica que no desmerece en nada a las pinturas de los grandes maestros europeos del mismo periodo.
El cuadro es imponente, contagia su atmósfera de silencio y de tristeza. El lienzo, utilizado para descender al cuerpo de Jesús de la cruz, luce quieto, es decir, no hay viento que lo mueva, ni que haga ruido alguno. Las tinieblas dominan el paisaje desde lo alto del Calvario; anochece, pero además, está nublado, las copas de los árboles no se mueven. El mundo está paralizado; ni siquiera Nuestra Señora, que sostiene en sus manos la corona de espinas, instrumento de burla y tortura contra su hijo que ella parece atesorar y contemplar como la reliquia que representa el precio pagado por Cristo para la salvación de los hombres, y que mira con inmenso amor, solloza, sino que de sus ojos sólo se resbalan las lágrimas en silencio sobre sus mejillas de aspecto juvenil. Lo que sí, la espada de dolor que el sabio Simeón le profetizara cuando llevó al Niño Jesús a ser presentado en el Templo de Jerusalén, que iba a atravesar su corazón, se materializa y le apunta directamente al pecho, para decirnos el inmenso sufrimiento que en esos momentos padece tras haber presenciado la muerte de su hijo.
En lo alto, el travesaño de la cruz aparece enmarcado por una luz rojiza que pasa entre las negras nubes, como recordando la sangrienta muerte de Jesús y también como si hubiera cierta cólera contenida de los cielos, o más bien un gemido de tristeza, y quizá lo único que se escuche del mismo sea un trueno apagado y distante.
Esta obra, realizada muy probablemente para algún espacio conventual de la Guadalajara virreinal, está hecha para contemplarse en silencio. Su autor, un hombre de evidente fe, seguramente, quería que quienes la contemplaran se movieran a la reflexión, misma que sólo puede hacerse sin distracción alguna, sin ruidos ajenos a lo que la pintura genere en nosotros. Desgraciadamente, en el mundo actual hay muy pocas oportunidades para hacerlo. Hay demasiado ruido y buscamos la evasión antes que enfrentarnos a la realidad, sobre todo a la interna, que es la que se nos presenta en la Pasión de Cristo, como dice el actor James Claviezel, quien protagonizara la versión fílmica de Mel Gibson. Generalmente no queremos reflejarnos en el Cristo sufriente ni queremos afrontar las consecuencias de nuestros pecados.
La Semana Santa, y en especial el día de hoy, Viernes Santo, deberían ser oportunidades para reflexionar acerca de lo que hacemos con nuestra vida y a dónde queremos conducirla; cierto, también hay que aprovechar las oportunidades de descanso ante la complicada y trajinada existencia que llevamos, pero por lo mismo, tenemos que pensar qué es lo que hemos hecho y qué estamos haciendo: los tiempos son complicados, tenemos al frente a gobiernos ineptos encabezados por gente sin escrúpulos y llenos de corrupción, se atenta contra la Naturaleza y se estima que está bien, el egoísmo y la violencia se han adueñado de todo, el libertinaje, la búsqueda desenfrenada de placeres y riquezas, la soberbia nos domina, y las consecuencias están a la vista: Hemos sufrido una Pandemia que nos ha aislado y dividido, que puede la hayan aprovechado ciertos potentados ensoberbecidos para afirmar su poder sobre los demás y su falto sentimiento de superioridad, ahora ha estallado una guerra que amenaza los sueños utópicos de esos potentados y con ellos a la precaria estabilidad económica de un mundo que parecía haber alcanzado cotas de prosperidad nunca soñadas y un bienestar extendido.
Todo eso es vano, efímero y frágil, y así ha sido mostrado; hay que darnos cuenta que existen cosas más importantes, más profundas y perennes, y debemos darnos tiempo para pensar en ello e identificarlas.
Una pintura como la de De León, nos debe hacer pensar e identificarnos con la realidad del sufrimiento que se refleja en la soledad de la Virgen y el imponente silencio que se desprende de la obra, reconociendo que la vida, muchas veces, parecerá dejarnos así, solos con nuestro dolor y en el silencio absoluto, apenas roto por un trueno apagado, como un susurro, donde podemos reconocer la voz de Dios diciéndonos que no todo ha terminado. Está la promesa de la resurrección por cumplirse tras haber superado la prueba. La Virgen lo sabe, y por ello, aunque llora, su rostro denota tranquilidad y confianza, y ni siquiera hace sollozos.
Todos, igualmente, tenemos que pasar por la prueba, porque la cruz es inevitable y necesaria, depende de nosotros si queremos o no cargarla, y de ahí, si avanzamos o nos quedamos varados, y si pese al sufrimiento tomamos la actitud de Nuestra Señora y confiamos, o nos dejamos vencer por el desaliento, por el miedo o la pereza y preferimos escaparnos.
Al final, en la pintura, el paisaje resulta vacío y en silencio, sólo la Cruz permanece, y al pie de ella, está María.
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