El Tzompantli, (literalmente: estandarte de cráneos) era una estructura situada en el centro ceremonial de la ciudad de México-Tenochtitlan en la que se colocaban, ensartadas en picas, las cabezas de las víctimas de los sacrificios humanos, a manera de ofrenda y también, de ostentación de poder y advertencia, a los enemigos derrotados. Este tipo de estructuras apareció en Mesoamérica a partir del inicio del Periodo Postlásico (años 1000 a 1521) de la Historia Prehispánica, y la gran crisis que se dio con las invasiones chichimecas al hoy centro de México y la adopción de cultos guerreros y una feroz lucha entre pequeños reinos y ciudades-estado por la hegemonía. El sacrificio humano existía desde los tiempos antiguos, sin embargo, a partir de esa gran crisis los mismos se hicieron más frecuentes, masivos y espectaculares, en un pulso quizá de las distintas potencias en pugna por aterrorizar a sus rivales y manifestar la mayor capacidad letal de sus ejércitos que obtenían prisioneros y de obtener el favor de los dioses para conseguir el poder imperial en sustitución de la derrumbada Tula.
El sacrificio humano es algo connatural al paganismo en todos lados: los Historiadores eufemísticamente dicen que tras la ceremonia de triunfo de un general o emperador romano se "ejecutaba ritualmente" al líder vencido ante el templo de Mars Ultor "Marte/Ares Vengador", en pocas palabras, se le sacrificaba y los juegos de gladiadores, además de su componente lúdico, tenían una finalidad ritual de apaciguar a los espíritus de los difuntos o a los dioses con una guerra simulada, los Griegos, como recoge la leyenda de Ifigenia, hija de Agamenón, sacrificaban doncellas a Artemisa, los Fenicios quemaban niños en los altares a Moloch, en la India existía el siniestro culto asesino de la diosa Kali y en algunas regiones se quemaba vivas a las viudas en la pira fúnebre de su marido, incluso en la Biblia se da el rechazo al sacrificio humano por parte de Dios en el caso de Abraham y su hijo Isaac; aunque posteriormente está el pasaje en que Jefté sacrifica a su hija por cumplir la promesa hecha por haber obtenido la victoria de los Israelitas sobre los Amonitas. Por otro lado, el tzompantli es similar a la práctica de los samurái en el Japón feudal, que a la puerta de sus casas o de los castillos feudales de los daymios se colgaban las cabezas cortadas de los enemigos abatidos en batalla en una estructura de madera; finalmente, indígenas americanos y asiáticos están emparentados y existen grandes semejanzas entre las prácticas bélicas de los guerreros Mexica y la élite militar nipona feudal.
Esto se da en el paganismo por la idea de que el ser humano debe alimentar a los dioses o apaciguar su ira, estos cultos se dirigen a las fuerzas naturales divinizadas a las que se teme y se pretende mantener siempre contentas o conformes con el hombre. Pero como hemos dicho, el tzompantli era igualmente una forma de dar un mensaje político; para los Mexica, el exhibir en una gran estructura las cabezas cortadas de las víctimas de sacrificio implicaba demostrar su dominio sobre los demás pueblos de Mesoamérica, como un recordatorio de lo que pasaba si alguien se rebelaba en contra del poder del Huey-Tlatoani (emperador) del Anáhuac (Tierra entre las Aguas=América=el Mundo Conocido) su cabeza, exhibida mientras se descomponía, en la principal plaza pública del Imperio era una advertencia bastante elocuente. No en balde, algunos otros regímenes totalitarios han tenido prácticas similares: Genghis Khan y Tamerlan, el Califa Otomano Mohamhed II, su enemigo Vlad "Tepes" Drácula y más recientemente el dictador comunista camboyano Pol Pot:
Hace unos días se descubrió en el subsuelo del centro de la Ciudad de México los restos del Gran Tzompantli que se situaba en una posición privilegiada dentro del Centro Ceremonial de la antigua capital Mexica, tiene los huecos donde se incrustaban los postes principales y las picas donde se clavaban las cabezas de los sacrificados, pero además, como luce en la foto con la que se abre la entrada, la propia estructura estaba hecha con cráneos unidos con argamasa, como si fuesen ladrillos.
Lo increíble es que este acontecimiento arqueológico nuevamente suscita la polémica fundamental de México: el debate entre indigenistas e hispanistas. La realidad es que si fuésemos objetivos no negaríamos los indudables logros, con medios limitados que tuvieron los pueblos indígenas de Mesoamérica: en materia de urbanismo, arquitectura e ingeniería, pintura, cerámica y escultura, pero también no podremos negar sus defectos, vicios y limitantes: su tecnología neolítica, la falta de animales domésticos, su atraso económico y sociedades clasistas, así como su agricultura rudimentaria, pero sobre todo, el desprecio hacia el ser humano expresado en una religión sustentada en el terror y en la muerte, sobre todo, el culto a la muerte y a la violencia. Elementos todos ellos que les llevaron a tener una existencia precaria y sumida permanentemente en una enorme angustia de sentirse como hojas en el viento ante fuerzas naturales que no podían controlar. No, para muchos, según comentarios que se pueden ver en redes sociales acerca del descubrimiento, éste es muestra de la avanzadísima sociedad indígena destruída por los perversos españoles y su malvada civilización cristiana occidental.
Nuevamente esto me lleva a preguntarme la terrible incidencia que ha tenido esta postura maniquea en nuestra idiosincracia y la forma de concebir nuestra Historia: como todos los países americanos, desde Canadá hasta Tierra del Fuego, tenemos la enorme tarea de construirnos una identidad, como ya antes lo he dicho, ante nuestro origen en la migración europea iniciada en 1492, tanto de personas como ideas, (no hay nada original en la América actual, puesto que hasta EUA nació de las ideas de la Ilustración Francesa y el Racionalismo Inglés) hemos buscado algo que nos diferencie de nuestras naciones madres: cierto, el mestizaje racial y cultural han ayudado, pero también, nuestras jóvenes naciones han inventado íconos y elementos folklóricos artificiales para crearse identidades: el cine creó al charro y al cowboy, la radio al mariachi y al tango, los brasileños se alejaron del origen portugués para adoptar la influencia de la gran población de origen africano en los terrenos musicales, danzas y ritmos. Los estadounidenses decidieron llenarse de inmigrantes y no tener identidad alguna para crear una especie de marco neutro impulsado por el comercio y el consumismo fácilmente asimilable por todo el mundo.
En el caso de México, sobre todo tras el triunfo liberal en 1867, aunque ya los Conservadores desde con Iturbide planteaban la continuidad del nuevo país con el mítico "Imperio Azteca" que nunca existió como tal, vieron en el indigenismo el factor de construcción de identidad, a su favor contaban con que se trató de civilizaciones que en algunos aspectos tuvieron avances comparables a las del Viejo Mundo: las ciudades antiguas de los Mayas, o Teotihuacán, bien podían compararse a las ruinas de las ciudades y monumentos egipcios o grecorromanos, y escogieron a los Mexica, mal llamados Aztecas, como emblema o resumen de todo ese pasado, en mucho por ser la civilización indígena de la que más se sabía y más cercana en el tiempo, y la pusieron como antecesora directa del México naciente. Y por supuesto, exageraron los logros y minimizaron los defectos de dichos pueblos antiguos a fin de que fuese un factor de orgullo nacional.
No es de extrañarnos que haya comentarios henchidos de orgullo acerca de tan macabro hallazgo, nos han enseñado además, que algo propio del mexicano es el culto a la muerte, hasta en películas infantiles como El Libro de la Vida, hasta la próxima entrega de James Bond, pareciendo que el festejo del Día de Muertos es la principal fiesta de México, así, somos un país en que se venera, se adora a la muerte, y de ahí cultos como el de la Santa Muerte, parecemos, por tanto, o estamos en vía de ser, un pueblo pagano, igual que los indígenas del siglo XV. Entre tanto, la violencia aumenta y el terror se hace presente en las calles y en el ambiente.
Y si no me creen, vean alrededor y comprobarán que estamos en camino del regreso del paganismo:
Hace unos días se descubrió en el subsuelo del centro de la Ciudad de México los restos del Gran Tzompantli que se situaba en una posición privilegiada dentro del Centro Ceremonial de la antigua capital Mexica, tiene los huecos donde se incrustaban los postes principales y las picas donde se clavaban las cabezas de los sacrificados, pero además, como luce en la foto con la que se abre la entrada, la propia estructura estaba hecha con cráneos unidos con argamasa, como si fuesen ladrillos.
Lo increíble es que este acontecimiento arqueológico nuevamente suscita la polémica fundamental de México: el debate entre indigenistas e hispanistas. La realidad es que si fuésemos objetivos no negaríamos los indudables logros, con medios limitados que tuvieron los pueblos indígenas de Mesoamérica: en materia de urbanismo, arquitectura e ingeniería, pintura, cerámica y escultura, pero también no podremos negar sus defectos, vicios y limitantes: su tecnología neolítica, la falta de animales domésticos, su atraso económico y sociedades clasistas, así como su agricultura rudimentaria, pero sobre todo, el desprecio hacia el ser humano expresado en una religión sustentada en el terror y en la muerte, sobre todo, el culto a la muerte y a la violencia. Elementos todos ellos que les llevaron a tener una existencia precaria y sumida permanentemente en una enorme angustia de sentirse como hojas en el viento ante fuerzas naturales que no podían controlar. No, para muchos, según comentarios que se pueden ver en redes sociales acerca del descubrimiento, éste es muestra de la avanzadísima sociedad indígena destruída por los perversos españoles y su malvada civilización cristiana occidental.
Nuevamente esto me lleva a preguntarme la terrible incidencia que ha tenido esta postura maniquea en nuestra idiosincracia y la forma de concebir nuestra Historia: como todos los países americanos, desde Canadá hasta Tierra del Fuego, tenemos la enorme tarea de construirnos una identidad, como ya antes lo he dicho, ante nuestro origen en la migración europea iniciada en 1492, tanto de personas como ideas, (no hay nada original en la América actual, puesto que hasta EUA nació de las ideas de la Ilustración Francesa y el Racionalismo Inglés) hemos buscado algo que nos diferencie de nuestras naciones madres: cierto, el mestizaje racial y cultural han ayudado, pero también, nuestras jóvenes naciones han inventado íconos y elementos folklóricos artificiales para crearse identidades: el cine creó al charro y al cowboy, la radio al mariachi y al tango, los brasileños se alejaron del origen portugués para adoptar la influencia de la gran población de origen africano en los terrenos musicales, danzas y ritmos. Los estadounidenses decidieron llenarse de inmigrantes y no tener identidad alguna para crear una especie de marco neutro impulsado por el comercio y el consumismo fácilmente asimilable por todo el mundo.
En el caso de México, sobre todo tras el triunfo liberal en 1867, aunque ya los Conservadores desde con Iturbide planteaban la continuidad del nuevo país con el mítico "Imperio Azteca" que nunca existió como tal, vieron en el indigenismo el factor de construcción de identidad, a su favor contaban con que se trató de civilizaciones que en algunos aspectos tuvieron avances comparables a las del Viejo Mundo: las ciudades antiguas de los Mayas, o Teotihuacán, bien podían compararse a las ruinas de las ciudades y monumentos egipcios o grecorromanos, y escogieron a los Mexica, mal llamados Aztecas, como emblema o resumen de todo ese pasado, en mucho por ser la civilización indígena de la que más se sabía y más cercana en el tiempo, y la pusieron como antecesora directa del México naciente. Y por supuesto, exageraron los logros y minimizaron los defectos de dichos pueblos antiguos a fin de que fuese un factor de orgullo nacional.
No es de extrañarnos que haya comentarios henchidos de orgullo acerca de tan macabro hallazgo, nos han enseñado además, que algo propio del mexicano es el culto a la muerte, hasta en películas infantiles como El Libro de la Vida, hasta la próxima entrega de James Bond, pareciendo que el festejo del Día de Muertos es la principal fiesta de México, así, somos un país en que se venera, se adora a la muerte, y de ahí cultos como el de la Santa Muerte, parecemos, por tanto, o estamos en vía de ser, un pueblo pagano, igual que los indígenas del siglo XV. Entre tanto, la violencia aumenta y el terror se hace presente en las calles y en el ambiente.
Y si no me creen, vean alrededor y comprobarán que estamos en camino del regreso del paganismo:
- Se legaliza el aborto, como nuevos sacrificios humanos a Moloch.
- Existe un nuevo tipo de canibalismo, y como prueba están los vídeos en que directivas de Planet Parenthood hablan acerca del comercio de tejidos fetales, de los que se obtienen numerosos productos para la industria de cosméticos, farmacéutica, investigación científica y hasta alimentos.
- Se enaltece a la homosexualidad, como en la antigua Grecia y los pueblos semitas, donde la prostitución homosexual tenía carácter sagrado.
- La vida humana pierde su sitial y por el contrario, se habla de los derechos de la Madre Tierra, de la Naturaleza, a los que se personifica y se les alaba.
- Mientras disminuye la dignidad humana, aumenta el amor hacia los animales, se les humaniza y se habla de sus derechos, además de que parece ya, darse un culto hacia ellos, con castigos de prisión hacia aquellos que osen incluso darles un golpe o cualquier cosa que pueda interpretarse como maltrato.
- La gente tiene un gran vacío y no sabe cómo expresarse, tiene un gran disgusto hacia cómo es naturalmente y crecen prácticas de modificaciones corporales, tatuajes y perforaciones, muy similares a las prácticas de pueblos antiguos.
No cabe duda que, como dice Juan Manuel de Prada, vamos camino hacia la involución, pese a nuestros avances científicos y tecnológicos, estamos camino de regreso a la barbarie.
No les extrañe si deciden desenterrar y restaurar al Gran Tzompantli, quizá muchos deseen volver a darle uso.
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