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19 de septiembre de 2022

¿TIENEN SENTIDO Y FUTURO LAS MONARQUÍAS EUROPEAS?

 

En las monarquías europeas no gobiernan los contrarios al Rey

La muerte de Isabel II y el ascenso al trono británico del controvertido Carlos III, viene, nuevamente, a poner en el ojo público la subsistencia de las monarquías, como forma de gobierno, en el mundo occidental, particularmente en Europa, no entraremos a analizar aquí el caso de las monarquías islámicas: Arabia, Marruecos, Emiratos, Qatar, etc. o Asiáticas, como Japón, Bután o Tailandia, ya que se trata de instituciones de naturaleza distinta, y si bien en algunos casos han adoptado algunos rasgos de las actuales monarquías constitucionales europeas, son en realidad casos muy diferentes y provienen de tradiciones e ideas políticas igualmente muy contrarias a la tradición y la Historia Occidentales.

Las monarquías europeas han tenido una evolución, a lo largo de 1700 años, tras la caída del Imperio Romano de Occidente, que les ha llevado a variar el papel que desempeñan en las distintas sociedades que han presidido. Todas inician o surgen desde un contexto guerrero --y no religioso, como por ejemplo, la Japonesa, en la que el tenno (traducido forzadamente como "emperador") es más parecido en la naturaleza de su cargo al Dalai Lama que al que ostentan Carlos III o Felipe VI-- y no es de extrañarse que hasta el día de hoy, a los reyes europeos se les rodee de una parafernalia militar: uniformes, condecoraciones, desfiles, etc., pues los antepasados de las familias reales actuales eran los caudillos de los pueblos germánicos que cruzaron el Danubio y el Rhin a fines del siglo IV e inicios del V, particularmente de los Visigodos, Anglosajones, Lombardos y Francos, así como de jefes escandinavos, como Rollo, primer duque de Normandía, Canuto el Grande de Dinamarca, o Riurik, el fundador de Rusia, todos ellos, líderes en el campo de batalla, que ganaron sus coronas encabezando a sus hombres contra las últimas legiones o combatiendo a los salvajes Hunos y a otros germánicos. Incluso, pueden trazarse los árboles genealógicos de las distintas monarquías actuales hasta llegar a unos cuantos personajes que son el origen de todas las dinastías actuales, como Carlomagno, Clodoveo, San Alfredo el Grande de Wessex, y los mencionados navegantes escandinavos.

Así, originalmente, con el asentamiento de los pueblos germánicos y la repartición de los territorios del antiguo Imperio Romano Occidental, vino el feudalismo, en que los reyes eran meros primus inter pares, con el cometido único de ser un caudillo ante el cual los diferentes señores que le habían jurado lealtad, se unirían a fin de enfrentar peligros comunes. El redescubrimiento del Derecho Romano, a partir del siglo XI, comenzó a dar elementos a los monarcas para, al igual que los Césares, centralizar el poder y crear un aparato administrativo capaz de sirviese para dirigir, desde un solo punto, un territorio relativamente extenso y a miles, o más bien, millones de personas al mismo tiempo, obtener recursos, armar ejércitos y construir obras públicas, y sobre todo, resolver controversias entre las personas a través de tribunales capaces de impartir la Justicia a nombre del rey. A fines del siglo XV, era posible ya identificar Estados Nacionales, construidos en torno a los monarcas: España, Francia, Inglaterra y Portugal.

Aquello llevó necesariamente al Absolutismo Monárquico, sistema que se consolidó durante el siglo XVI y que llegó a su apogeo a caballo entre los siglos XVII y XVIII. A esto se sumó, en el ámbito protestante, el control de la vida religiosa en manos de los monarcas, especialmente en Inglaterra, los países escandinavos y los Estados alemanes de fe luterana. El Rey era un representante de Dios en la Tierra y por tanto, él y su familia tenían encomendada desde el Cielo la misión de gobernar. (El Derecho Divino de los Reyes nunca fue un dogma católico, pese a lo que diga la leyenda negra; en la Escolástica medieval en cambio, se encuentran los orígenes de la idea de Soberanía Popular). Sin embargo, la Filosofía racionalista y la Ilustración pusieron esto en tela de juicio, y el estallido de la Revolución Francesa, y poco antes, la independencia de EUA y el establecimiento de una república ahí, y ya un siglo antes la Guerra Civil Inglesa que produjo un sistema republicano fracasado por el personalismo y delirio fanático de su líder: Cromwell; todo ello, comenzó a cuestionar el papel de los monarcas en el Viejo Mundo.

A pesar de ello, y de también, la pérdida del Imperio Español a inicios del siglo XIX, las monarquías no desaparecieron. Los distintos dinastas europeos supieron adaptarse, e hicieron modificaciones interesantes a sus regímenes: en Inglaterra, ya desde la llegada de la dinastía actual: los Hannover, a inicios del siglo XVIII, se produjo con el Acta de Establecimiento, uno de sus documentos constitucionales, se instaló un régimen de cohabitación entre el monarca y el Parlamento, en que el primero conservó muchas facultades ejecutivas, tanto formales, como materiales, el Primer Ministro, que podía ser el líder de la mayoría representada en la Cámara de los Comunes, o aún todavía, el líder de la Cámara de los Lores, funcionaba más bien como una especie de intermediario entre el Rey y el Legislativo, un mediador y un ejecutor de las decisiones de la corona. Este sistema, funcionó al menos hasta los tiempos de la Primera Guerra Mundial.

Tras la aventura napoleónica, quien evidentemente, representó una traición total a los ideales de la Revolución, coronándose emperador de Francia y haciendo reyes a sus hermanos y cuñados, los distintos monarcas europeos, sobre todo tras los procesos revolucionarios de 1830 y 1848 decidieron atemperar su absolutismo; en la letra, adoptando las ideas políticas de la Ilustración, pero en realidad, imitando el ejemplo británico, incluso, hicieron trampa: las constituciones de aquella época, se conocen como de la etapa de la Carta Otorgada; es decir, no son producto de la Soberanía Popular, sino de una graciosa concesión por parte del Rey, quien era el que convocaba a la Asamblea Constituyente que dictaba a la Ley fundamental, en la que, igualmente, el Rey se reservaba gran cantidad de facultades ejecutivas, cohabitando con el Parlamento y el Gobierno derivado de éste, encabezado por un Primer Ministro, Premier, Canciller o Presidente del Gobierno, un intermediario entre el monarca y la asamblea, el principal consejero real o ejecutor de decisiones.

La verdad, este esquema llevó a que los países europeos, a lo largo del siglo XIX alcanzaran una gran prosperidad: la figura del monarca, como un Ejecutivo que no dependía de los Partidos Políticos, y no le debía su cargo a éstos, garantizaba estabilidad, daba la posibilidad de hacer planeaciones a largo plazo y que su figura fuera unificadora y un árbitro imparcial en las contiendas partidarias. En particular, el apogeo se dio durante la Belle Epoque o Paz Armada, que coincide además con el largo reinado de Victoria en Inglaterra. Durante ese periodo además, y en esa extraña mezcla de regímenes constitucionales con prácticas del siglo anterior absolutista, la propia Victoria pensó que logrando un entramado de relaciones familiares tejidas con los matrimonios de sus hijos y nietos con las dinastías continentales, se estructuraría un sistema de alianzas entre Estados que asegurarían una Pax Britannica, sin embargo, la realidad histórica había cambiado, los intereses nacionales se impusieron a los familiares y, probablemente, eso determinó el debilitamiento de los monarcas durante y tras la I Guerra Mundial. Así, este conflicto no solamente concluyó con el derribo de las dinastías Hohenzollern en Alemania, Habsburgo en Austria y Romanov en Rusia, sino en la reducción de los poderes efectivos de los reyes sobrevivientes a favor de los Parlamentos y Primeros Ministros, surgidos de elección popular.

Muy probablemente, también la influencia creciente de EUA, que exigía una mayor dosis de Democracia entre sus aliados contribuyó a ello; así, durante la segunda mitad del siglo XX, las monarquías se fueron diluyendo, en España, al morir el Generalísimo Franco, la monarquía fue restaurada, pero en un modo que recordaba al británico, sin poderes políticos efectivos pero esperando que el Rey, Juan Carlos I de Borbón, fuese una figura unificadora y ejerciese una autoridad moral... algo en lo que, a la larga, defraudaría, como lo han hecho en mayor o menor medida, todos los monarcas europeos y sus familias.

Por lo general, los monarcas europeos han quedado, oficialmente, reducidos a cumplir funciones meramente representativas y ceremoniales; sin embargo, habría que preguntarse el porqué, si no hacen nada que pueda implicar una enorme afectación para el Estado, como sí lo hace el Jefe de Gobierno, a aún los diputados o miembros de las cámaras parlamentarias, sino que incluso, se encuentra, según los textos constitucionales --o las normas tradicionales, en el caso británico, que carece de una carta constitucional formal-- goza de un privilegio enorme, como lo es el aseguramiento de que su persona, y muchas veces, también los miembros de su familia, pese a que la letra de la norma la mayoría de las veces no los incluye, cuenten con una inmunidad absoluta y no puedan ser sometidos a ningún procedimiento judicial o administrativo.

Examinemos la Constitución de Suecia actualmente vigente y promulgada en 1974, que es un ejemplo de una Monarquía Constitucional Europea en la que, la figura del rey, ha quedado reducida a un mero símbolo o a una mínima expresión: la verdad, resulta sorprendente que, en el capítulo 5 de la Ley Fundamental, no se desglosan con precisión las facultades del Jefe de Estado, posición que está a cargo del Rey; lo único que se señala es que el Gobierno debe tenerle informado de la situación del país, el que se reunirá el Consejo de Estado "cuando sea necesario", y que no es otra cosa más que el Gabinete reunido bajo la presidencia del monarca, que éste, si decide viajar al extranjero (¿con carácter oficial? ¿de vacaciones? ¿en ambos casos?) debe consultarlo con el Primer Ministro, y una serie de provisiones para la designación de un regente en caso de que el Rey sea menor de edad, se extinga la dinastía --los Bernadotte,-- o el Rey se encuentre impedido para "realizar sus funciones". ¿Cuáles funciones? No se contempla una Ley Reglamentaria sobre ellas, --la cual, en realidad, sería una norma de carácter constitucional-- sólo para la cuestión sucesoria en el trono, pero eso sí, el artículo 8 del capítulo en mención, prevé la inmunidad absoluta del Rey: no podrá ser procesado por sus actos. ¿Cuáles? ¿Los que sean actos políticos u oficiales como Jefe de Estado? ¿Se engloban los actos privados?

Algo similar ocurre en España con la Constitución de 1978 que ha causado tantos problemas para España, entre otros, le ha permitido a Juan Carlos I de Borbón y a su esposa, Sofía de Grecia (Glücksburg), actuar con completa impunidad en numerosos casos de corrupción y algunos más siniestros. Así, el artículo 62 de la Constitución sí puntualiza las funciones del monarca como Jefe del Estado español, mas el numeral 56 en su punto 3, establece la inviolabilidad del Rey. Entre tanto, mientras Juan Carlos I tuvo una actuación similar a la de Isabel II como un moderador interno --que no ocultaba sus simpatías y entendimientos con el PSOE-- y un activo agente al exterior del Estado, Felipe VI ha sido completamente inane y dejado hacer y deshacer a administraciones ineptas, grupos separatistas y redes de corrupción.

De igual modo, resulta que las distintas familias reales europeas, comenzando por los actualmente llamados Windsor, --en realidad, Hannover-- han amasado fortunas inmensas en sus patrimonios privados, como si, al momento de darse desde mediados del siglo XIX, la diferenciación entre el patrimonio público y el particular peculio del soberano, éste se hubiese reservado una gran tajada, misma que ha ido incrementando con multitud de inversiones y negocios sobre los que no campea ningún escrutinio, ¡vamos! muchas veces hasta las exenciones fiscales. Como acaba de ocurrir con respecto al impuesto sobre las herencias en Reino Unido al pasar los bienes privados de Isabel II a Carlos III, Ana, Andrés, Eduardo y los nietos. En el caso de la otra gran monarquía europea, la española, resulta que Juan Carlos I abdicó en favor de Felipe VI cuando empezó a incrementarse y a comprobarse el enriquecimiento inexplicable del monarca, así como quedando claro que el famoso 23 F de 1981, lejos de ser un acto heroico del hoy Rey emérito fue un intento de autogolpe para ver si podía hacer lo que tanto gusta a los Borbón desde Luis XIV o Fernando VII: instalar un régimen absolutista, gozando hasta ahora de la más completa inmunidad y de un tranquilo exilio en Emiratos Árabes Unidos.

¿O qué tal los Orange-Nassau de Holanda, que son accionistas de las principales empresas del país, como la aerolínea KLM o la petrolera Shell? Margarita II de Dinamarca es la más rica de su país, mientras se muestra como una humilde diseñadora de vestuarios y escenografías teatrales, una ciudadana más que presta una especie de servicio comunitario actuando como reina de vez en cuando, a pedido del Gobierno emanado del Parlamento. Eso sí, todos ellos, reciben recursos públicos para el sostenimiento de las Casas Reales, lo que implica tanto un sueldo para el Jefe de Estado como para todos los miembros administrativos, asistentes, servidumbre y asesores que les rodean, aunque hay que decirlo, todo ese equipo resulta ser menos oneroso que el que rodea a un Presidente de la República en EUA, México o Francia...

De hecho se han documentado numerosos negocios lícitos, paralegales, sospechosos o de plano, ilícitos en los que participan muchas testas coronadas o sus familiares, amparados bajo el paraguas de la inmunidad, y qué decir de sus escandalosos comportamientos sexuales... en eso, tenemos algo que viene desde los tiempos de los emperadores romanos, tal y como nos lo cuenta Suetonio, y refiriéndose a tiempos más recientes, lo relata Don Fernando del Paso en su fabuloso Noticias del Imperio, donde recoge muchos rumores y chismes, o historias --lo mismo que hizo Suetonio sobre los Julio-Claudios, el interregno de los 3 efímeros emperadores del año 69 y los Flavios-- que cuestionan a figuras tan entrañables como Francisco José de Austria, entre otras; y que se explican por la impunidad de la que gozan; los abusos son, más que una cuestión de placer o sentimientos, una manifestación vulgar de poder, parafraseando al título de aquel disco emblemático de Pantera, una muestra de lo que Calígula advertía a uno de los senadores que se atrevió a cuestionarlo alguna vez: "recuerda que me está permitido todo y contra todos".

La corona británica, no cabe duda que se encuentra apuntalada sobre el esclavismo, la piratería, y el colonialismo más brutal, ejercido desde los tiempos de los Tudor en el siglo XVI, y actualmente, al parecer, por el lavado de dinero, aparte de proteger o relacionarse con monstruos como Jimmy Saville o Jeffrey Epstein, como aquí lo recuerda el académico español Santiago Armesilla:

Pero antes de que los hispanistas más fanáticos vengan a señalar que esto demuestra la maldad innata de los anglosajones, (pese a que los Windsor son en realidad alemanes) es de recordar que los Borbón, que han sido una desgracia para España, tampoco son muy ejemplares, como aquí lo señala Francisco Gijón:


Y no hablemos de los Habsburgo, que si bien fueron defensores del Catolicismo, no por ello dejaron de ser incestuosos hasta procrear a Carlos II el Hechizado, cuya esterilidad puso final a la dinastía germana en el trono de San Fernando III, pese a que su padre, Felipe IV, inteligente y culto, tenía como pasatiempo el coleccionar amantes y aventuras de una noche.

Tal parece que si bien, en los sistemas monárquicos no se da una corrupción tan generalizada y tan cotidiana, por decirlo así, como en nuestras repúblicas, y un alto bienestar de las poblaciones, también quizá sea porque sólo hay un foco de corrupción y no muchos, pero esta no se va por los centavos ni por los pesos, sino por cantidades estratosféricas.

Todo esto, me lleva a formular las siguientes preguntas:

  • ¿Qué tan influyentes siguen siendo en realidad, en la política, las casas reales europeas?
  • ¿Ejercen los reyes europeos facultades "metaconstitucionales" que no conocemos?
  • ¿Los sistemas democráticos y parlamentarios, no enmascaran un sistema que aún descansa en el poder de estas familias: Windsor, Borbón, Orange-Nassau, Bernadotte, etc.?
  • ¿Qué tanto las decisiones que toman los gobiernos "democráticos" de estos países, no obedecen también a beneficiar los intereses de los monarcas y sus familiares, que participan de pingües negocios en muchos ámbitos?
Y es que si no fuera así, ¿porqué se ha estado reprimiendo, con dureza, las pocas, --al menos que han resultado visibles-- pero directas manifestaciones antimonárquicas que se han producido durante estos días de duelo en Gran Bretaña? El futuro del sistema parece incierto con Carlos III, y es que, al igual que en España, cuando todos creían que debían a Juan Carlos I la Democracia y las libertades, del por otro lado, defectuoso, régimen constitucional de 1978, muchos aducían no ser monárquicos, sino Juancarlistas, mucho británico, más que monárquico, es en realidad, Isabelino, porque no han conocido a ningún otro titular del trono, y sin ella, no le encontrarán sentido, y menos en manos de un sujeto ya viejo, caprichoso, un tanto lerdo, cornudo y a la vez infiel, casado con "la otra", como es el nuevo rey.

Ahora, he de hacer una confesión: la verdad, yo siempre me he sentido más atraído por las monarquías y su despliegue de Historia y de tradición, y por supuesto que es lamentable el ver a los descendientes de líderes heroicos y hasta santos como Ricardo Corazón de León, Isabel La Católica, San Luis IX de Francia, Alfonso X el Sabio, San Eduardo el Confesor, o el mismo Carlomagno convertidos en pervertidos, sibaritas y marchantes. Pero los sistemas republicanos y "democráticos", como tantas veces lo he dicho aquí, tampoco nos garantizan el evitar ser gobernados por idiotas e ignorantes: Biden y AMLO, por ejemplo, pervertidos, como los miembros del Partido Demócrata y su agenda político-sexual, psicópatas encumbrados por el voto popular, como lo fueron Adolf Hitler o Hugo Chávez, o que protejan a miembros de sus familias metidos en corrupción y abusos, como Hunter Biden, José Ramón López Beltrán, los hijos de Zedillo o los hijastros de Fox...

Aristóteles señalaba que la monarquía era la forma de Gobierno más apegada a la Naturaleza, y en todos los sistemas republicanos o democráticos, impera una tendencia hacia la monarquía; --¿Qué más lo expresa que un Presidente haya decidido vivir en el otrora denominado Palacio Real de la Nueva España?-- incluso tenemos un régimen sustentado en el Marxismo, como el de Corea del Norte, en el que ya tiene 70 años instalada una verdadera dinastía a la que se tributan honores verdaderamente reales, como son los Kim; y no cabe duda que personajes como Vladimir Putin, o en su momento Stalin, son más poderosos de lo que en su momento fuera un Iván el Terrible o un Pedro el Grande. O Xi Jinping goza de un poder mayor que cualquiera de los emperadores chinos del pasado. Pese a los disfraces ideológicos, el principio de la realeza se encuentra ahí, encubierto siempre.

A mi modo de ver, en lo que fallaron las monarquías europeas fue en no modificarse para aceptar sujetarse al escrutinio público y a hacerse responsables ante sus errores, fallas o delitos, ni concebir la posición del monarca como servicio, antes que dueño. (Pese a la retórica repetida de la "vida de servicio" de Isabel II, la verdad es que no fue así); más que renunciar a potestades ejecutivas formalmente escritas, fue el rechazo a rebajarse a concebirse como servidores públicos, seguir sintiendo ser parte de una casta superior y ajena al pueblo, lo que les ha condenado a su decadencia. Quizá no estaba tan mal esa monarquía efectivamente parlamentaria en que el Rey compartía el poder y era equilibrado por el Parlamento del siglo XIX, que aseguró el apogeo británico de la Era Victoriana, y en España el breve pero fructífero periodo de Alfonso XII, truncado por la muerte prematura de este Rey, como ejemplos de ello.

Quizá por ello es que muchos de los grandes autores de Ciencia Ficción imaginan en sus distopias a sociedades altamente tecnificadas pero regidas por emperadores o reyes, como lo vemos en Frank Herbert, Asimov o incluso George Lucas; porque estaban conscientes de la imposibilidad de evadir el principio monárquico, y quizá llegue el día en que las actuales dinastías desaparecerán y surgirán otras; simplemente, el caso de los Bernadotte suecos, originados en el Mariscal Francés Jean Baptiste Bernadotte, hijo a su vez de un humilde sastre, es el ejemplo de cómo la fortuna y la fama ganada en la batalle le llevaron a ser adoptado por el Rey de Suecia y designado heredero... así que quién sabe, quizá en el trabajador de limpia que recoge nuestra basura todos los miércoles, se encuentre la raíz de quien, dentro de 200, 300 o 1000 años, rija pueblos enteros como un nuevo César.

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