La reciente visita del Presidente de EUA a Europa no ha dejado de despertar polémica y por supuesto, ataques de parte de sus detractores, que le achacan ser traidor por reunirse con Putin, y prueba, según eso, de ser un títere del Kremlin, quien le puso en la Casa Blanca, no les importa pues, plantear que EUA ha caído tan bajo como una Nicaragua u Honduras, ni que, con eso, en realidad a quien dejan mal es a su adorado Obama, pues habría sido su administración la que falló tanto que no pudo evitar que la otrora superpotencia occidental cayera bajo los deseos del resurgente imperio moscovita.
La realidad, es que este viaje le permitió a Donald Trump dejar en claro que su objetivo es terminar con el proclamado hace casi 30 años por Bush padre Nuevo Orden Mundial, y que en su momento fuese anunciado por sus corifeos, como Francis Fukuyama, Fin de la Historia, señalando sus efectos nocivos, sus contradicciones, inviabilidades y decadencias; por supuesto, esto levanta ámpula, y más ante la más que posible, alianza entre el actual inquilino de la Casa Blanca y el ocupante de la antigua y céntrica fortaleza de la Plaza Roja para poner fin a toda esta orgía de perversiones, irracionalidades, caprichos, prebendas y negocios que están poniendo en riesgo no solo la moral judeocristiana, sino el mismo futuro de la civilización humana, no solamente la occidental.
Vayamos por partes, la aparente actitud grosera de Trump para con sus "aliados" o sus rupturas de protocolo fueron del todo intencionales y fue sin duda, para dejar un mensaje.
Lo que en realidad se le recrimina a Trump es que, con sus rupturas del protocolo ante la nonagenaria monarca británica es que dejó en evidencia la decrepitud, la senilidad no solo de Isabel II, sino del régimen monárquico-parlamentario en general.
En primer término, hizo lo correcto en no hacer una reverencia ante la reina, ¿porqué? porque en términos diplomáticos ambos son Jefes de Estado, y por tanto, tienen igual rango, y representan la soberanía tanto del Estado norteamericano, por un lado, y por el otro, del Estado británico. Obama en cambio, hizo sendas caravanas ante monarcas como Akihito, emperador de Japón o Abdallah Bin Abdul Aziz Ibn Saud de Arabia, lo que protocolariamente significa que se reconoce a sí mismo como su súbdito y la supremacía del monarca que le recibe. El solo saludarla con un apretón de manos significa que son iguales en rango, sea un sistema republicano de un lado y monárquico del otro.
La monarquía británica, en mi opinión, se encuentra herida de muerte, pero no desatará su crisis sino hasta la muerte de Isabel II, ya anteriormente, con motivo de su último jubileo, escribí aquí sobre su figura, que a mi, en lo particular, me parece un tanto admirable, pues ha sabido llevar la decadencia británica con dignidad, e incluso ha presidido una última etapa de florecimiento cultural en la literatura, artes escénicas y la música popular, que han llevado a prolongar en forma directa y a través de EUA, la antigua colonia, la hegemonía cultural anglosajona pese a que el predominio político del reino insular hace ya décadas que cayó y sus rescoldos cada vez se apagan más. El lanzamiento, a fines de 2016 de la serie The Crown, que suma ya dos temporadas que retrataron la juventud y primeros años de reinado de la monarca, reafirman esa actitud, más cuando uno cae en la cuenta que la mayoría de los Primeros Ministros que ha tenido a lo largo de estos casi 70 años han sido bastante mediocres con la notable excepción quizá, de Margaret Thatcher. Churchill, que fue el primero a cargo de la administración bajo su cetro, lo hizo ya como pieza de museo, debilitado por la edad, la extenuación de la Segunda Guerra Mundial y las enfermedades y falto de energías ya para enfrentar las crisis.
Pese a ello, Isabel cometió un enorme error. Juan Manuel de Prada señala que en los países tradicionalistas --lo hace refiriéndose a España, la otra gran monarquía que queda en Europa y que peligra incluso con más gravedad que el trono londinense-- las concesiones a la modernización como vía para que un régimen que no se sustenta en el sufragio, sino en la Historia, la herencia, y sobre todo, en un origen sobrenatural, en que Dios ha dispuesto, como en el caso inglés, y así figura en el escudo nacional británico, el lema Deu et mon Droit, esgrimido por el fundador del régimen: Guillermo el Conquistador, darle el mando a una persona y que éste lo perpetúe en su simiente por las siguientes generaciones, y así del Duque Normando la corona ha llegado hasta los Hannover-Windsor que actualmente la ciñen, sea derrocado y de paso a una República, con sus consabidas raciones de corrupción, inestabilidad y bananerismo que sí, las vemos tanto en Washington D.C. como en la Ciudad de México o Tegucigalpa.
Isabel II ha pretendido mantener su trono a base de concesiones no políticas, sino a la percepción mediática del pueblo y a las modas cambiantes a lo largo de su reinado a fin de hacer de la Monarquía algo popular, en pocas palabras, ha aplicado un "populismo monárquico" que a la larga resultará perjudicial para la institución. La figura de la corona, que no debe su existencia al sufragio universal, debería mantenerse al margen, y por el contrario reforzar la idea --como atinadamente lo ha recalcado el jurista español Miguel Angel Ayuso,-- que no toda autoridad puede o debe provenir del voto popular o del consenso, dogma propio del fundamentalismo democrático que tanto ha estado socavando a nuestra Civilización Occidental desde 1789. Lo que debería hacer la Monarquía británica, y lo mismo la española, es ceñirse a sus funciones constitucionales y ejercerlas efectivamente, haciendo un arbitraje visible y público entre los actores políticos, además de defender los principios morales en la actividad del poder público.
Pero la reina misma abocó al sistema a la vía de su decadencia: se prestó para que la familia real quedara visualizada a la par que las celebridades del espectáculo, dio manga ancha a los gobiernos de todos los partidos, tanto Laboristas como Tories para que hiciesen y deshiciesen a gusto, casi tomándola de rehén, pese a que en sus primeros años sí actuó con firmeza ante los tambaleantes gobiernos del anciano Churchill, el vicioso Anthony Eden y el inepto Harold McMillan, y condescendiendo a los deseos y gustos del pueblo, ha ennoblecido a los Beatles, a Elton John o a David Beckham y J.K. Rowling entre muchos otros en razón solamente por estar de moda, ya que la mayoría de las veces carecen de méritos y conductas dignas de honores (cuando no, son dignas de cárcel), y soportado conciertos de rock --género que evidentemente no es de su agrado, sobre todo por razones de edad-- y festivales masivos en estadios atestados o las mismas calles. culminando todo con la reciente boda entre el Príncipe Harry y la actriz norteamericana Meghan Markle.
Y todo lo anterior, a fin de no aparecer como distante del pueblo ni prestarse a críticas por elitismo, por supuestamente intervenir y hacer peligrar a la Democracia, o cuestionamientos a la figura monárquica, la cual, en el sistema británico es más que necesaria al ser la pieza fundacional de todo el Estado, ya que el mismo no descansa sobre la idea de la Soberanía Popular, sino sobre la Soberanía de la Corona y que ésta ha aceptado delegar funciones a los tribunales y a la representación popular y de la nobleza en el Parlamento desde la Magna Charta de 1215, razón por la cual no necesita justificarse ante nadie, porque en realidad, Inglaterra no es una Democracia como la entendemos.
Isabel II no escarmentó con la infernal década de los 90 para la Familia Real con los escándalos matrimoniales de sus hijos Carlos y Andrés, y una Princesa Diana de Gales que de no haber muerto en aquel fatal ¿accidente? de 1997 quién sabe hasta dónde habría llegado en su hambre de popularidad y su revanchismo contra la familia real, afortunadamente, el matrimonio entre el Príncipe Guillermo y la plebeya Kate Middleton se ha revelado como acertado, finalmente, la hoy Duquesa de Cambridge aprendió bien su lugar y ha demostrado ser merecedora de la realeza, quizá por ser inglesa y sabedora de la importancia de la Monarquía como base del Estado Británico; sin embargo, el matrimonio del menor de los hijos de Diana y Carlos puede resultar en bomba: si bien Harry no llegará a reinar, si introdujo en Buckingham a una mujer extranjera, de pasado cuestionable y parte de las voceras del feminismo radical en Hollywood.
Meghan Markle no era una gran estrella, sino una pequeña actriz apenas conocida por un papel secundario en la famosa serie de TV sobre abogados Suits, donde interpreta a una pasante de Derecho que es el interés amoroso de uno de los protagonistas, su propia familia le está en contra y advirtieron que se trata de una oportunista y aprovechada, es además divorciada y al ser estadounidense, muy probablemente tiene un concepto muy pobre sobre la monarquía inglesa, recordando que en EUA se enseña en las escuelas una imagen tiránica y sanguinaria de Jorge III, quien en realidad, pese a padecer de su salud mental, fue un rey que respetó de manera irreprochable la constitución y al Parlamento británico, siendo en su caso éste el responsable de las exacciones y los baños de sangre sufridos por las Trece Colonias en la Independencia, para posteriormente ser la figura de la realeza ridiculizada y demeritada en un país que se abandera con el evangelio de la Democracia. Su relación con Harry, quien pese a su pasado fiestero y despreocupado había demostrado tener carisma, liderazgo y capacidad para el mando en mayor medida que su hermano Guillermo, probablemente, lo mismo que en el caso de Felipe VI con Letizia Ortiz, se originó de un mero capricho del príncipe (o como prosaicamente decimos en México, y pido se me perdone la expresión: "enculamiento") con la actricilla, y hubo que aceptarlo para no parecer racista --dado que la Markle es mulata-- y represor de los sentimientos amorosos entre dos jóvenes.
La boda terminó en una gresca, misma que fue silenciada por los medios, entre los "finos" invitados, y a la que asistieron todas las figuras del espectáculo británico... antes los bufones entretenían a la corte, pero ésta ahora, es la que entretiene a aquellos. Durante la ceremonia, era posible observar el rostro de disgusto de la anciana reina, quien ahora está por tragarse la primera boda homosexual de uno de sus parientes más o menos cercanos. Isabel, a diferencia de Balduino de Bélgica, no vetó leyes ni decisiones del Parlamento relacionadas con aborto, bioética o ideología de género, permaneció pasiva para no molestar a las masas apesebradas por los medios con sentimentalismos o a los grupos de influencia y no parecer anticuada.
Quizá ahora, Isabel II, en los inevitables años finales de su reinado, se esté preguntando si en sus acciones tendientes a mantener el trono, aterrada por el imperio de los medios de comunicación, no hizo más por socavarlo que por conservarlo, ya que a la primera que el monarca no sea popular o no condescienda con ciertos políticos o intereses, la corona podrá ser cuestionada y atacada.
Pero no es sólo la institución monárquica la que está enferma y tan decrépita como su actual titular. El reciente asesinato, vía eutanasia, del niño Charlie Gard por la interpretación de un Juez (ligado al lobby gay) mostró lo fácil que es, en el ámbito de un sistema que carece de constitución política escrita y de reglas estrictas para la interpretación de la Ley, convertirlo en un sistema totalitario y cerrado, refractario, como se vio, incluso a la presión interna de muchos ciudadanos, parlamentarios y diplomática externa y como inclusive lo denuncia Alan Moore en su cómic V for Vendetta, todo partiendo del subjetivismo, como también cada vez queda más patente que en Gran Bretaña subsisten los privilegios feudales y el doble rasero, con una Camara de los Lores que tras un siglo de ir perdiendo importancia y cayendo en la inoperancia, de repente apareció para bloquear el Brexit.
Y por último, tenemos al Gobierno encabezado por Theresa May, quien no ha cesado de hacer ridículos dentro y afuera de la isla, habiendo llegado al poder con el apoyo del UKIP y el Brexit, ahora parece echarse atrás, y le han renunciado ministros, como Boris Johnson que le han restregado sus incongruencias y falta de compromiso, su ambigüedad queda patente cuando sale afirmando su defensa de la libertad religiosa, algo que fue socavado brutalmente por David Cameron y su agenda globalista y progresista, permitiendo por ejemplo, que se puedan ostentar símbolos religiosos en el trabajo, echando atrás la prohibición implantada por su antecesor, pero a la vez promueve sanciones contra quien no acate la doctrina progresista. De igual manera, afirma en público que Inglaterra tiene raíces profundamente cristianas, para después quejarse de la islamofobia y darle espacio a los mahometanos, cada vez más poderosos en la isla que tantos cruzados generó en su tiempo.
Para colmo, May ha asumido un innecesario pulso contra la Rusia de Putin, sobre todo tras el "caso Skripal", mismo que cada vez parece más un montaje interesado en contra de Moscú, a la que le echa la culpa del secesionismo escocés, el Brexit y cualquier otro problema que sufra el país y necesite de un chivo expiatorio, semejándose a las alegaciones de los Demócratas en EUA sobre la pretendida intervención del Kremlin en las pasadas elecciones generales, incluso, habló en el Parlamento a favor de un boicot en contra de la Copa Mundial de Fútbol en Rusia, al no ir ningún miembro de la realeza o funcionario a apoyar al equipo nacional inglés que tan cerca quedó de lograr, tras 52 años de ayuno, un título mundial, al pintar al coloso eslavo como si estuviese hoy en día viviendo las purgas de Stalin en los años 30 o las demenciales persecuciones de Iván IV el Terrible en el siglo XVI y bajo el mismo oscurantismo, recomendando que los aficionados británicos no viajasen a Rusia o podían sufrir ataques de parte de los bárbaros y bolcheviques moscovitas.
Por supuesto, muchos hinchas acudieron a la justa deportiva y hoy hacen sorna de la desnortada ministra, quien no es de dudarse, pronto sea sustituida ante un gobierno titubeante y poco serio, el mismo Trump dio una conferencia acompañado de la Jefa de Gobierno, en que afirmó que ciertamente era Rusia un enemigo... para días después, hablar de que es necesario cooperar entre Occidente y Moscú para mantener la paz mundial. En pocas palabras, le doró la píldora o le dio por su lado.
En pocas palabras, Trump no hizo más que dejarles un enorme mensaje a los Ingleses: Reino Unido ha dejado de ser especial y prioritario para EUA, si tiene problemas, son los de Londres, y corresponde tanto a Buckingham como a Downing Street el resolverlos, no a la Casa Blanca, después de todo, la dupla formada por una anciana impotente y una política frustrada y sin planes no parece ser el apoyo necesario para asegurar progresos en el difícil panorama internacional actual, antes bien, parece ser un lastre.
Reino Unido tiene en ciernes una grave crisis política y social, pero lo peor, es que no se ve en el horizonte un liderazgo capaz de enfrentarla, Trump simplemente dice que no cuenten con EUA para arreglarles la vida.
En el próximo post, veremos el mensaje para Alemania y la OTAN.
3 comentarios:
Pese a la actitud valiente de defender el Brexit y rebelarse contra May, Johnson también es rusofobo y su administración en Londres fue bastante deficiente, lo que le abrió la puerta al nefasto e hipócrita Sadiq Kahn, quien al parecer no tiene problemas con que coloquen un globo de Trump para ridiculizarlo, que al final ni se elevó tanto ni logró atraer a más de algunas decenas de personas, pero si algún activista de derechas o identitario viaja a la “city” se le retiene y prohíbe la entrada por “incitar al odio” y ser “racistas”. No se si sería un buen líder pero sin duda no sería mi primera opción para Primer Ministro, Farage sin duda no se doblegaría ante Bruselas ni al nuevo orden mundial pero su partido ha perdido apoyos y, por desgracia, apoya el separatismo Catalán (irónico considerando que ha sido la causa por la que hay tanto musulman en esa región). Supongo que Jacob Rees Mogg sería la opción ideal pero conociendo la historia y política de Gran Bretaña es poco probable que lo dejen llegar, por su fe cristiana principalmente.
En fin, nada que ver con la visita de Trump a Polonia el año pasado, que ahora parece ser uno de los únicos verdaderos aliados que tiene el presidente en Europa.
En efecto, Jacob Rees-Mogg podría ser el antídoto a la decadencia, pero es Católico, y si bien grandes figuras intelectuales de la Gran Bretaña desde el siglo XX han sido fieles a Roma: Tolkien, Chesterton, el que fuera director del Daily Telegraph y del Catholic Herald: Damien Thompson o el columnista Tim Stanley, y cada vez hay una mayor presencia de la Iglesia Católica y un buen número de conversiones, la aristocracia y la élite política sigue siendo muy anticatólica y fiel al cisma, o peor, a la Masonería. Es muy difícil que este hombre, congruente y devoto, sea electo Primer Ministro, y es muy probable que en su ceguera, prefieran elevar a Sadiq Khan, quien para mi es una quinta columna del Islamismo en la política británica, al Ministerio. En Inglaterra, los islamistas, a diferencia de Francia, no provienen de clase baja, sino son inversionistas y empresarios (como los Al-Fayed, recordemos que el propietario de Harrod's, padre del fallecido amante de la Princesa Diana ha apuntado a Isabel y al Príncipe Felipe de Edimburgo como presuntos responsables de lo sucedido en el túnel parisino hace 20 años) y con capacidad de intervenir en el mundo político inglés.
Lo lamento por este país que otrora fue un gran imperio. Como me habría gustado conocer este país cuando la Reina Victoria gobernaba, porque después de eso la verdad es que es que esto se fue a pique. Yo admiro sinceramente a la Reina Victoria porque durante su reinado se impulsó fuertemente la Revolución Industrial y hubo grandes expresiones culturales en ese país que son dignas de recordarse como en la literatura con escritores como Charles Dickens y Arthur Conan Doyle. Pero la Inglaterra moderna para mí es decepcionante pues ya no es ni la sombra de aquel imperio de tan temible marina que hacía temblar a todos. Y todo gracias a las pésimas decisiones de unos laboristas arrogantes y miopes preocupados por estupideces antes que por los problemas verdaderos por los que atravesaba su país. Del siglo pasado solo me quedó con dos gobernantes dignos de mencionar: Winston Churchill y Margaret Thatcher, de ahí en más los demás no son más que una bola de idiotas y los que ha habido este siglo se vuelan la barda diciendo y haciendo estupideces. Y la Reina Isabel no quiere tomar las riendas de su país que se hunde vergonzosamente sin que nada ni nadie pueda evitarlo. Pero (como dice Catón), yo no estoy criticando, yo estoy diciendo, nada más.
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