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27 de diciembre de 2015

STAR WARS


Primero quiero aclarar que me gusta Star Wars, cómo no, si la saga de Ciencia-Ficción me ha acompañado a lo largo de mi vida, casi casi desde mi nacimiento y hasta el día de hoy, sin embargo, no soy un fan de disfrazarme de alguno de sus personajes, ni coleccionista de todo el merchandising que se desprende de la misma; me parece una  historia entretenida e interesante, y reconozco el carácter revolucionario que, en 1977, tuvo la producción y exhibición de la primera, --en realidad, cuarta-- parte del serial cinematográfico.

¿Porqué Star Wars se convirtió en un fenómeno tan masivo? Por diversos factores que trataré aquí de exponer según mi punto de vista: en primer lugar, le dio a la Ciencia Ficción carta plena de naturalización en el cine, si bien desde la época de Mélies se habían hecho ya filmes con esa temática, como su Viaje a la Luna, y se habían dado ya clásicos en Hollywood, como El Día que la Tierra se Detuvo o La Guerra de los Mundos, no habían sido con la ambición y la convocatoria que tuvo la saga salida de la mente de George Lucas, si bien, 10 años antes se había dado un parteaguas que le dio materia prima en materia de efectos especiales y diseño de maquetas de naves espaciales, con la adaptación cinematográfica de la obra de Arthur C. Clarke 2001, Odisea en el Espacio, dirigida por ese coloso del cine llamado Stanley Kubrick; sin embargo, la película resultaba demasiado intelectual o elevada, sobre todo su psicodélica parte final, para el gran público. En general, la Ciencia Ficción era en el cine, un género menor, dejado en manos de producciones de bajo presupuesto muchas veces y directores amantes de lo absurdo tipo Ed Wood, centrándose en invasiones de extraterrestres de goma, desastres apocalípticos o monstruos como el japonés Godzilla destructores de todo.

Pero Lucas vino a cambiarlo todo: compañero de la misma generación que nos dio a otros dos grandes del cine-espectáculo como Francis Ford Coppola y Steven Spielberg, su irrupción en los años 70 en un cine que se curaba de la resaca de las grandes superproducciones de temática bíblica o centradas en la Antigüedad Clásica conocidas popularmente como el cine del peplum, por el vestido típico de las mujeres griegas y romanas, aparte que tras el Concilio Vaticano II, la irrupción de la cultura del Rock y el movimiento Hippie, y el Mayo Francés de 1968, la fe empezaba a enfriarse y el público deseaba otro tipo de historias, además de que la carrera espacial que culminó con el alunizaje del Apolo XI en 1969 avivaba el interés de las nuevas generaciones en el cosmos, de igual manera, ya para entonces el hablar del "fenómeno OVNI" o de extraterrestres era ya un tema muy extendido en la cultura popular, en parte gracias a pseudocientíficos como el suizo Erich Von Däniken. George Lucas sabía que estaba ante una enorme veta a explotar y apostó todo a ello, tras haber obtenido reconocimiento como un novel director, con THX 1138, una distopia inspirada en la obra de George Orwell y de Aldous Huxley, y posteriormente con American Graffitti, una película sobre la temática de la vida de los adolescentes norteamericanos. Tras diversos rechazos sobre el borrador de una historia en la que el joven cineasta llevaba trabajando ya varios años, fue la Twentieth Century Fox quien aceptó el proyecto, mismo que era bastante ambicioso, aunque no le daban grandes espectativas de éxito.

Lucas abrevó de diversas fuentes para la historia: desde la cultura japonesa y el cine de Samuráis de Akira Kurozawa hasta la idea de la caballería medieval, la Ciencia Ficción de Asimov (quien por su parte, hizo una crítica inmisericorde ante el estreno del episodio IV en 1977 al considerar que no se trataba de Ciencia-Ficción real, sino de un mero espectáculo visual infantil): Coruscant, planeta capital de su República/Imperio Galáctico, es un clon, por no decir, casi plagio, del Trantor imaginado por el bioquímico ruso. La misma idea del Imperio Galáctico había sido ya tratada por varios autores, tanto Asimov como Frank Herbert y al inicio, por Olaf Stapledon y su Hacedor de Estrellas, y finalmente, Tolkien, de quien tomó la idea de la lucha del Bien contra el Mal, sin olvidar tampoco la enorme influencia del cortometraje 21-87 (sí, el número de matrícula como soldado del personaje de la nueva entrega: Finn) del cineasta canadiense Arthur Lipsett, que consiste en un collage abstracto de escenas filmadas al azar ligadas por efectos de sonido, música rara y un extraño diálogo en off sobre temas metafísicos, en que se toca el tema de La Fuerza, misma que no solo parece tener su base en cuestiones del "New-Age" como es ese diálogo, sino en la Teoría del Campo Unificado.

Realmente, sin embargo, los resultados no son tan extraordinarios; seamos objetivos: la historia de Lucas es increíblemente simple, sus personajes, monodimensionales, las bases científicas, como decía Asimov en su crítica, o como lo señala el columnista del Los Angeles Times Lewis Beale son muy flojas, lo mismo que carece de intenciones u objetivos de crítica o moral a diferencia de la Ciencia Ficción real desde los tiempos de Verne, Mary Shelley y Wells,  y solamente se centra en dar un espectáculo visual, sin profundidad ni desarrollo de los temas tratados en el filme, quizá, de hecho, el intento de Lucas en la trilogía de las precuelas de profundizar más en las causas del conflicto tema de su serial y el origen de sus personajes motivó las críticas que le fueron dirigidas a los episodios I, II y III, y es que, precisamente, es en esa simplicidad, en esa ligereza y espectacularidad, donde radican las razones de su éxito. ¿Porqué? Porque convirtieron a la saga en algo sumamente atractivo y en un producto fácilmente vendible.

Si bien es cierto que una década antes el genial productor Gene Rodonberry había creado una saga que igualmente atraería el fanatismo de muchas personas como es Star Trek, ésta pecaba precisamente de ser "Ciencia Ficción dura", ya que este genio --a mi parecer mucho más ambicioso, atrevido y mejor formado que Lucas-- buscó asesorarse de científicos tales como Stephen Hawking y Carl Sagan para la redacción de sus guiones, además del mencionado Asimov entre otros autores y hombres de Ciencia, de modo que lo que se veía en la pantalla chica resultase bien fundamentado y con sentido: los episodios de las series de Viaje a las Estrellas no se limitaban a narrar las aventuras del Capitán Kirk, el Sr. Spock o el Dr. McCoy, y más tarde del Capitán Picard, el "Número 1" Ryker y el robot Data, sino que de ellos se desprendían conflictos éticos, hipótesis sobre los viajes espaciales interestelares, se imaginaron culturas y cosmovisiones alienígenas con los Klingon, los Vulcano o los Romulianos, ecosistemas y faunas más allá de monstruos gigantes de rugidos sonoros y colmillos afilados, se plantearon dilemas existenciales, políticos y diplomáticos, más allá de la acción. Todo eso ha hecho que, hasta ahora, el cúmulo de seguidores de Star Trek, conocido como los trekkies, sea más reducido, --pero a la vez, más conocedor de la verdadera Ciencia-Ficción y de la Ciencia en sí, si se quiere, hasta más culto,-- que los seguidores de la obra de Lucas, que son, con mucho, más infantiles y encuentran un mayor sentido lúdico en su afición.

Por ello, es inútil escarbar en las historias de las hasta ahora siete películas e intentar encontrar algo de crítica social, de planteamientos científicos sobre el espacio, de ideas acerca de las sociedades humanas colonizadoras de otros mundos o de las alienígenas, es inútil buscar desarrollo de los personajes, ahondar en las dudas de Anakin y de Luke Skywalker, preguntarnos qué llevó a Palpatine a volverse un Sith o imaginar las condiciones económicas y políticas que llevaron a la caída de la República Galáctica; Lucas originalmente no pensó en todo ello, pensó en un espectáculo, sí, muy entretenido, muy interesante, vistoso y atrayente... con el qué pudiese hacer negocio; porque lo revolucionario de la Guerra de las Galaxias no está en el uso de nuevas tecnologías para el cine, o en los efectos especiales y el sonido, no está en la trama ni en el descubrimiento de esa gran estrella del celuloide que es Harrison Ford, ni en la revaloración y relanzamiento del serial cinematográfico usado en los años 40 para contar las historias de los superhéroes o de policías con bajo presupuesto, sino en el uso de la mercadotecnia: antes de Star Wars no habían salido juguetes inspirados en una película, ni thermos, ni vasos, ni edredones o almohadas, ropa y zapatos, todo eso apareció con Lucas y sus personajes, y con ellos una fortuna y un poder de influencia en Hollywood impresionante. A partir de 1977, la liga entre el cine y el merchandising se hizo sólida y permanente.

Es cierto, tras Star Wars los grandes estudios voltearon hacia la Ciencia Ficción como uno de los géneros fundamentales sobre los que versa el cine de los años 80 hasta ahora: vendría Ridley Scott con su terrible xenomorfo diseñado por el genio plástico tenebroso de Giger, vendrían las adaptaciones de las obras de Philip K. Dick o de Orson Scott Card que no les hacen justicia, puesto que, cada vez más se apostaría por lo espectacular, por las explosiones o las naves veloces cuyos motores lanzan sonoros aullidos al surcar las vacías extensiones del espacio en las que no se escucharía nada en realidad, por los monstruos letales y extraños y la acción violenta de héroes contra villanos malvados. Incluso Rodonberry lanzaría dos años después de Una Nueva Esperanza su propio universo cinematográfico como una continuación del serial televisivo, que ahora replantea J.J. Abrams quien irónicamente es ahora el encargado de replantear el universo de Lucas, con el episodio VII: El Despertar de la Fuerza.

Si bien Abrams dota de mayor acción al universo trekkie con resultados a mi gusto excelentes --en este espacio ya elogié en su momento a In Darkness que me pareció un filme extraordinario, ahora rescata la franquicia de los malogrados intentos de su creador por profundizar su saga; como bien dicen en este blog sobre cine, el judío converso al catolicismo tradicional corrige a Lucas: a los fans no les interesaba saber el origen de todo, y también desechó el "Universo Expandido" que sirvió para que el californiano se forrara aún con más billetes al licenciar sus personajes para que malos escritores y malos cómics imaginaran enredadas historias de lo que pasó después de que la Estrella de la Muerte estallara, olvidando que es un serial que se cuenta en episodios y no en capítulos, por lo que no importa el ver lo que ocurre en segmentos dispersos sin enterarnos de toda la continuidad. Lucas acertadamente comenzó a narrar su historia a la mitad, en el episodio IV y nos mantuvo por veinte años en la incógnita de lo ocurrido antes, y cuando lo desveló nos dimos cuenta que si hubiera empezado por el I, no habría tenido éxito con sus intrigas políticas mal diseñadas y personajes de paja como el odiado Jar Jar Binks, y darnos cuenta también de que Anakin Skywalker/Darth Vader es un mesías fracasado porque, al parecer, Lucas no logró nunca plantear cómo éste lograría "dar equilibro a la fuerza", al final, se volvió un Sith y si bien se redimió al final, matando a su maestro Palpatine, esto no logró tal equilibrio, pues tanto en el "Universo Expandido" como ahora Abrams nos plantea que las cosas fueron de mal en peor.

La nueva entrega, sin embargo, me parece la mejor de toda la saga, en parte porque Abrams recupera la esencia de la obra de Lucas de ofrecernos una historia de pura acción y aventura sin parar en fundamentarla o en desarrollar a los personajes y profundizar en los hechos, con lo que cumple con su cometido, aunque sí se detiene un poco más en retratarnos a los personajes icónicos como Leia o Han Solo, y revelarnos un poquito más de su psique y sentimientos, así como darnos nuevos personajes, como el desertor Finn, --me parece que la actuación de John Boyega es muy dastacada-- y sobre todo, la misteriosa chatarrera Rey, que termina por presentarse como la nueva protagonista, junto con el villano Kylo Ren. Abrams, además, atisba un poco de crítica social al presentar como casi fracasada a la nueva República Galáctica, arrinconada y reducida a la guerrilla por un potente movimiento que busca restaurar el efímero Imperio de Palpatine denominado la Primera Orden, por primera vez, los soldados del bando "de los malos" muestran tener aptitudes bélicas y armamento extraordinariamente poderoso que saben usar y usar bien, y la guerra galáctica se ve como una guerra real: con sangre, cuerpos destrozados volando con las explosiones, caos, miseria y hambre. Los paisajes desérticos de Jakku que recuerdan a Tatooine salpicados de restos de naves y armas imperiales y rebeldes atestiguan eso y nos dejan ver a una galaxia devastada, cansada y harta como Han Solo de la guerra y de la muerte.

Para terminar con este resumen y crítica que hago de Star Wars en su conjunto, concuerdo con lo mostrado en la imagen con la que inicio la entrada: no comprendo el fanatismo que despierta aún ahora tras 33 años después de haber concluido la trilogía original, a menos que sea efecto de la hábil mercadotecnia que la ha mantenido vigente todo este tiempo. Por ejemplo, vienen dos spin-offs del serial: Roge One, situado poco antes del episodio IV  y que narrará las peripecias de los rebeldes por obtener los planos de la Estrella de la Muerte, y una retrospectiva de Han Solo y su vida de contrabandista en su juventud, y vienen otros dos episodios más. Una cosa les aseguro, el episodio IX no será el final de la serie.

Star Wars es un producto de consumo al que periódicamente hay que revivir con ediciones remasterizadas o especiales, con una serie de TV y videojuegos, y sobre todo, con nuevos episodios fílmicos para mantener viva la demanda de sus adictos... la fuerza estará con nosotros hasta la tumba, eso se los aseguro...

1 comentario:

Carlo dijo...

"no comprendo el fanatismo que despierta aún ahora tras 33 años después de haber concluido la trilogía original"
Con la destrucción de la religión a nivel social (subsiste todavía en pocos individuos, aislados o congregados en pequeñísimos grupos) y la pérdida de valores morales, Star Wars es un relato mítico sobre esos temas que fueron banidos y por lo tanto llena un vacío. La gran diferencia, sin embargo, imposible de superar, es la que hay entre religión e idolatría: la primera tiene origen divino, la segunda meramente humano.
Tolkien, por otro lado, era católico (y tradicional, se enojó mucho con la nueva liturgía aparecida al fin de su vida), y sus relatos por lo tanto son cristianos, solo que trasladados al universo que él imaginó.