En otra medida de su, al menos, controversial pontificado, el Papa Francisco I recientemente logró la firma de un acuerdo con el gobierno de la República Popular de China, mismo que es presidido por Xi Yinping (en la imagen), mismo que parece brindar algunas garantías de libertad de culto y creencias a los ya millones de católicos chinos que han vivido al menos setenta años de crueles persecuciones que recuerdan a las realizadas por el Imperio Romano, a cambio de ciertas concesiones al gobierno, formalmente comunista, del Celeste Imperio, como es la designación de obispos, en una medida que recuerda un tanto al Regio Patronato Indiano ejercido por los monarcas españoles respecto a la provisión de prelados a las diócesis que fueron erigidas en los territorios americanos de España durante los siglos XVI a XVIII. En mi muy humilde opinión, este acuerdo, en primer lugar, es un logro diplomático enorme para la Santa Sede desde el punto de vista meramente político, y puede ser catalogado como una especie de pequeña victoria para un Pontificado al que los escándalos de abusos sexuales del clero ha minado bastante, incluso afectando la credibilidad del propio pontífice argentino, cuando no renovando las dudas sobre su legitimidad, en segundo lugar, no lo considero tan catástrofico como muchos críticos al Papa argentino lo han mostrado, pero tampoco puede ser considerado como una victoria sin precedentes y como un hecho histórico comparable a la labor de San Juan Pablo II en contra del Bloque Soviético en los años 80, esto es igualmente una postura exageradamente triunfalista de parte de los papólatras que festejan y aplauden cada gesto o palabra de Bergoglio de manera irreflexiva.
Pero empecemos por lo primero: ¿Cuáles han sido históricamente las razones para la hostil relación entre el Gobierno Chino y el Cristianismo? ¿Cuál era la situación de los cristianos chinos hasta antes del acuerdo? Son cuestiones poco conocidas en Occidente y cabe hacer un pequeño repaso a las mismas:
En primer lugar, la hostilidad de China al Cristianismo va más allá del Marxismo o Comunismo, mismo que en el país asiático no es aplicado en la misma forma que de manera clásica lo fue en Rusia, o lo es en Cuba o Venezuela, ciertamente el régimen chino si bien persigue a los cristianos, financia a templos Budistas, e impulsa el estudio de las doctrinas de Lao Tsé --el Taoísmo-- y ha reivindicado a Confucio; siendo que estas doctrinas que son filosóficas y no religiosas, tienen en común con la doctrina del economista y filósofo alemán que son cosmovisiones ateas; aunque pueden tener puntos en común con el Evangelio, como es la idea de la caridad, el ascetismo, el menosprecio a las riquezas y una idea de solidaridad entre las personas, la realidad es que parten de una premisa inversa: para estas doctrinas filosóficas --que no religiones-- el ser humano puede convertirse en un dios, en un iluminado, desde el propio pensador hindú Siddartha Gautama, hasta el Emperador de Japón, el Rey de Tailandia, o los dictadores de Corea del Norte, donde Kim Il Sung ha sido proclamado "Presidente eterno" del país, y el culto póstumo a la personalidad de Mao Tse Tung, se da el reflejo de estas doctrinas propias del Lejano Oriente incompatibles con el Cristianismo que supone para los asiáticos un verdadero terremoto ideológico.
En segundo lugar, y quizá esto es lo que ha importado históricamente a los regímenes orientales, el Cristianismo es visto como una injerencia ideológica de los intereses de las potencias occidentales: para el Japón de la Era Edo, tras los misioneros católicos se encontraban el Imperio Español y Portugal, y se veía con recelo a protestantes Ingleses y Holandeses y sus deseos de conseguir concesiones comerciales, para China, sucede algo similar en la actualidad, además de que el Cristianismo, con su prédica a favor del libre albedrío y la dignidad humana, se opone a los regímenes tradicionalmente autoritarios y hasta totalitarios vigentes en esos países desde tiempo inmemorial.
Es en este contexto que aparece el actuar del Presidente Xi Jinping, hombre que no parece ser especialmente malvado, es sin duda, después de Vladimir Putin, quizá uno de los líderes o estadistas más hábiles del momento, y que ha tomado como misión, el logro de lo que él ha llamado Sueño Chino, es decir que el Celeste Imperio adquiera finalmente no solo la prosperidad material tanto como Estado como para sus habitantes, y que éste al exterior sea considerado una potencia clave en el mundo, evitando volver a ser humillado y subordinado a los intereses de los poderes occidentales.
Así, el Cristianismo fue predicado inicialmente por Jesuitas en los siglos XVI y XVII, y durante el caótico periodo de las postrimerías de la Dinastía Manchú y las Guerras Civiles que culminarían con el triunfo de Mao, por clérigos británicos y estadounidenses y otros europeos, como se retrata en la excelente película Las Llaves del Reino, con el gran Gregory Peck. Ante la expansión de los fieles, Mao decidió lidiar con el problema creando una Iglesia Católica nacional subordinada al Estado: la Asociación Patriótica Católica China, cuyos miembros y sobre todo, jerarcas, debían jurar lealtad al Gobierno y a los postulados ideológicos del Partido Comunista Chino.
Xi es un sujeto culto, refinado, de orígenes aristocráticos puesto que proviene de una familia de terratenientes y militares desde los tiempos imperiales. Su padre fue uno de los generales que colaboró con Mao en la organización de guerrillas que combatieron tanto a Japoneses como a Nacionalistas, y a pesar de ello, no dudó en comenzar desde abajo y escalar, paso a paso, en su carrera política. Es de recordar incluso que siendo un joven funcionario municipal viajara a EUA a inicios de la década de los 80 a aprender técnicas porcícolas y se quedara en la casa de una familia del estado de Iowa, a la que ha ido a visitar ya siendo mandatario, demostrando la tradicional gratitud china.
Casado además con la famosa cantante de ópera y música folklórica china Peng Liyuan, quien ha dado glamour al hasta hace poco muy oculto puesto de primera dama, Xi llevó muchas veces su carrera bajo la sombra de su mujer, muy reconocida y premiada en toda Asia, al grado tal que se bromeaba que, al preguntar quién era Xi Jinping, se respondía "es el esposo de Peng Liyuan", con la que procreó una hija, que ha sido educada como verdadera princesa y ha terminado sus estudios universitarios en Harvard. Xi llegó a la primera magistratura y ha ejercido el poder como un déspota benevolente, --aunque no hay que olvidar que el régimen chino es más bien un sistema colegiado, donde gobierna una cúpula de tecnócratas, casi como la continuación de los Mandarines de la antigüedad, o una verdadera aristocracia, de la que el Presidente es sólo vocero, rostro y ejecutor-- ha flexibilizado la política demográfica del "hijo único" y perseguido con dureza la corrupción, comportándose además con cercanía al pueblo sin perder su personalidad refinada y amable, aunque también ha promovido su imagen, en lo que parece ser la mayor campaña de culto a la personalidad desde Mao y Deng, algo que los siguientes mandatarios habían tratado de evitar. Sin embargo, Xi parece querer mostrarse como el tercero de una cadena empezada con el Gran Timonel que sentó las bases del régimen actual y volvió a colocar a China en el tablero mundial como un jugador a tomar en cuenta, seguida por Deng Xiao Ping, mostrado como el "reformista" que dio inicio al proceso que ha llevado a China hacia la riqueza, y él como el destinado a consolidar la obra de los revolucionarios hacia la hegemonía del "reino del centro" sobre el orbe.
Pero para ello, Xi debe colocar la identidad china al centro de todo y eliminar toda posible injerencia extraña: el Cristianismo es visto como un foco de influencia occidental que puede resultar perniciosa --no en balde puede que tengan una óptica negativa del Cristianismo ante la evidente decadencia de nuestro hemisferio-- y también el Islam, que a través del fundamentalismo islámico que puede filtrarse del cercano y problemático Afganistán, es visto también como un posible instrumento de injerencia de potencias como Turquía, Arabia o Irán, deseosas de ejercer su influencia en el Centro de Asia, visto por Pekín como uno de sus patios traseros, y por ello también ha iniciado una campaña para la "reeducación" de los Uighur o chinos musulmanes de la Provincia de Sinkiang.
Así, la vida de los Cristianos chinos no es fácil y recuerda mucho lo vivido bajo el Imperio Romano, incluso pueden verse algunos testimonios fotográficos, que son verdaderamente desgarradores. Ahora bien, se han dirigido críticas al acuerdo alcanzado entre la Santa Sede y Pekín, en el sentido de que Francisco I parece traicionar a los múltiples mártires de la Iglesia china y entra en connivencia con un régimen que ante todo, es Marxista, al menos en las formas. Abona a esto el secretismo pretendido del acuerdo, del cual, lo que se sabe, es por que se ha filtrado.
En esencia, por lo que se ha filtrado, parece que el acuerdo consiste en una especie de regreso al regalismo, dada la intervención que la Santa Sede concede al Gobierno Chino, aunque tampoco hay que remontarnos a casos tan antiguos, es muy similar a los arreglos hechos en el marco de la Guerra Fría entre la Santa Sede y los gobiernos comunistas de Polonia, Checoslovaquia o Hungría en el marco de la Ostpolitik:
En segundo lugar, y quizá esto es lo que ha importado históricamente a los regímenes orientales, el Cristianismo es visto como una injerencia ideológica de los intereses de las potencias occidentales: para el Japón de la Era Edo, tras los misioneros católicos se encontraban el Imperio Español y Portugal, y se veía con recelo a protestantes Ingleses y Holandeses y sus deseos de conseguir concesiones comerciales, para China, sucede algo similar en la actualidad, además de que el Cristianismo, con su prédica a favor del libre albedrío y la dignidad humana, se opone a los regímenes tradicionalmente autoritarios y hasta totalitarios vigentes en esos países desde tiempo inmemorial.
Es en este contexto que aparece el actuar del Presidente Xi Jinping, hombre que no parece ser especialmente malvado, es sin duda, después de Vladimir Putin, quizá uno de los líderes o estadistas más hábiles del momento, y que ha tomado como misión, el logro de lo que él ha llamado Sueño Chino, es decir que el Celeste Imperio adquiera finalmente no solo la prosperidad material tanto como Estado como para sus habitantes, y que éste al exterior sea considerado una potencia clave en el mundo, evitando volver a ser humillado y subordinado a los intereses de los poderes occidentales.
Así, el Cristianismo fue predicado inicialmente por Jesuitas en los siglos XVI y XVII, y durante el caótico periodo de las postrimerías de la Dinastía Manchú y las Guerras Civiles que culminarían con el triunfo de Mao, por clérigos británicos y estadounidenses y otros europeos, como se retrata en la excelente película Las Llaves del Reino, con el gran Gregory Peck. Ante la expansión de los fieles, Mao decidió lidiar con el problema creando una Iglesia Católica nacional subordinada al Estado: la Asociación Patriótica Católica China, cuyos miembros y sobre todo, jerarcas, debían jurar lealtad al Gobierno y a los postulados ideológicos del Partido Comunista Chino.
Xi es un sujeto culto, refinado, de orígenes aristocráticos puesto que proviene de una familia de terratenientes y militares desde los tiempos imperiales. Su padre fue uno de los generales que colaboró con Mao en la organización de guerrillas que combatieron tanto a Japoneses como a Nacionalistas, y a pesar de ello, no dudó en comenzar desde abajo y escalar, paso a paso, en su carrera política. Es de recordar incluso que siendo un joven funcionario municipal viajara a EUA a inicios de la década de los 80 a aprender técnicas porcícolas y se quedara en la casa de una familia del estado de Iowa, a la que ha ido a visitar ya siendo mandatario, demostrando la tradicional gratitud china.
Casado además con la famosa cantante de ópera y música folklórica china Peng Liyuan, quien ha dado glamour al hasta hace poco muy oculto puesto de primera dama, Xi llevó muchas veces su carrera bajo la sombra de su mujer, muy reconocida y premiada en toda Asia, al grado tal que se bromeaba que, al preguntar quién era Xi Jinping, se respondía "es el esposo de Peng Liyuan", con la que procreó una hija, que ha sido educada como verdadera princesa y ha terminado sus estudios universitarios en Harvard. Xi llegó a la primera magistratura y ha ejercido el poder como un déspota benevolente, --aunque no hay que olvidar que el régimen chino es más bien un sistema colegiado, donde gobierna una cúpula de tecnócratas, casi como la continuación de los Mandarines de la antigüedad, o una verdadera aristocracia, de la que el Presidente es sólo vocero, rostro y ejecutor-- ha flexibilizado la política demográfica del "hijo único" y perseguido con dureza la corrupción, comportándose además con cercanía al pueblo sin perder su personalidad refinada y amable, aunque también ha promovido su imagen, en lo que parece ser la mayor campaña de culto a la personalidad desde Mao y Deng, algo que los siguientes mandatarios habían tratado de evitar. Sin embargo, Xi parece querer mostrarse como el tercero de una cadena empezada con el Gran Timonel que sentó las bases del régimen actual y volvió a colocar a China en el tablero mundial como un jugador a tomar en cuenta, seguida por Deng Xiao Ping, mostrado como el "reformista" que dio inicio al proceso que ha llevado a China hacia la riqueza, y él como el destinado a consolidar la obra de los revolucionarios hacia la hegemonía del "reino del centro" sobre el orbe.
Pero para ello, Xi debe colocar la identidad china al centro de todo y eliminar toda posible injerencia extraña: el Cristianismo es visto como un foco de influencia occidental que puede resultar perniciosa --no en balde puede que tengan una óptica negativa del Cristianismo ante la evidente decadencia de nuestro hemisferio-- y también el Islam, que a través del fundamentalismo islámico que puede filtrarse del cercano y problemático Afganistán, es visto también como un posible instrumento de injerencia de potencias como Turquía, Arabia o Irán, deseosas de ejercer su influencia en el Centro de Asia, visto por Pekín como uno de sus patios traseros, y por ello también ha iniciado una campaña para la "reeducación" de los Uighur o chinos musulmanes de la Provincia de Sinkiang.
Así, la vida de los Cristianos chinos no es fácil y recuerda mucho lo vivido bajo el Imperio Romano, incluso pueden verse algunos testimonios fotográficos, que son verdaderamente desgarradores. Ahora bien, se han dirigido críticas al acuerdo alcanzado entre la Santa Sede y Pekín, en el sentido de que Francisco I parece traicionar a los múltiples mártires de la Iglesia china y entra en connivencia con un régimen que ante todo, es Marxista, al menos en las formas. Abona a esto el secretismo pretendido del acuerdo, del cual, lo que se sabe, es por que se ha filtrado.
En esencia, por lo que se ha filtrado, parece que el acuerdo consiste en una especie de regreso al regalismo, dada la intervención que la Santa Sede concede al Gobierno Chino, aunque tampoco hay que remontarnos a casos tan antiguos, es muy similar a los arreglos hechos en el marco de la Guerra Fría entre la Santa Sede y los gobiernos comunistas de Polonia, Checoslovaquia o Hungría en el marco de la Ostpolitik:
- Se levanta la excomunión a los obispos de la Asociación Patriótica y se les reconoce su carácter.
- Los obispos clandestinos, por su parte, son reconocidos por el Gobierno, que deja de perseguirles.
- Se acepta que el Gobierno fije los lugares de culto autorizados, con lo que se acepta la demolición de templos, así como otras restricciones.
- El Presidente de China propondrá al Papa a las ternas de candidatos para ocupar alguna sede episcopal, o, según otros, el Papa los propondrá y deberán ser aprobados por el mandatario.
La crítica que se ha levantado ante este acuerdo gira en torno a que el mismo se manejó con total secretismo, además de que al colocar como iguales tanto a los que con heroísmo han vivido su fe en la clandestinidad o sufrido persecución, como a los que se han sujetado y subordinado a los intereses y políticas del Gobierno; por ello, el Cardenal Zen, Arzobispo Emérito de Hong Kong, no ha dudado en calificar al acuerdo de "traición" e incluso tirar duras palabras en contra de Monseñor Pietro Parolin, Secretario de Estado de la Santa Sede. La verdad, ciertamente el equiparar a los "vendidos" a la Ciudad Prohibida con los que se han mantenido fieles sí es una bofetada para estos últimos, así como el seguir aceptando restricciones y reducción de la presencia cristiana en China de parte del Gobierno.
Pero por mi parte, yo creo que no debemos llegar a ninguno de los dos extremos al contemplar este acuerdo: primeramente, sí creo que al llegar a un acuerdo entre la Santa Sede y la tradicionalmente hostil República Popular de China, es, con todo y sus asegunes, un logro diplomático y un avance; dice un conocido aforisma jurídico que "más vale un mal arreglo que un buen pleito", y quizá éste acuerdo encuadre el supuesto de ese dicho. Aunque restringidos, los Cristianos Chinos tendrán al menos la garantía de contar con ciertos espacios y un reconocimiento legal, y una posibilidad de que termine o al menos se atenúe la brutal represión ordenada por el régimen.
Además, quisiera plantear una inquietud: finalmente, Dios obra siempre de maneras misteriosas, o escribe derecho sobre renglones torcidos, así que, si bien es posible temer una infiltración de la política pseudomarxista china en la Iglesia como resultado de este acuerdo, pero ¿porqué no? ¿Qué tal si el mismo sirve a la inversa y sin querer, Xi le ha abierto la puerta a la cristianización de China? Después de todo, y pese a la clandestinidad, el número de fieles ha ido en ascenso, y aunque en muchos puede haber cierto resquemor u oposición al acuerdo, otros seguramente, lo pueden ver como una oportunidad de distensión. La Iglesia China, sancionada de manera oficial para obtener de ella una pretendida lealtad hacia el Estado, puede sin embargo tener también una semilla de verdad que puede florecer y extenderse, lo quieran o no las autoridades del Imperio de los Dragones.
En mucho, China es como el Imperio Romano para Asia, a diferencia de éste, que se derrumbó, en su parte Occidental en el año 476 d.C. y la Oriental en 1453, China pervive tras múltiples avatares y cambios en su sistema político, fuese por la caída y ascenso de dinastías, o finalmente, la llegada al poder del Partido Comunista con Mao, que más bien ha seguido una interpretación de Marx que la ha guiado a la adopción de un sistema liberal-capitalista aún más extremo y salvaje que en EUA o Inglaterra para lograr la prosperidad económica y finalmente, a asumir un puesto de liderazgo mundial mediante una política exterior hegemónica y fuerte.
Xi Jinping, así, me recuerda mucho a emperadores como Trajano, Adriano o Marco Aurelio, déspotas --porque no fueron otra cosa-- paternales y benevolentes que guiaron a su Imperio hacia la prosperidad, sin que eso significara que no fueran brutales en ocasiones, como lo fueron, siendo igualmente perseguidores del Cristianismo, al igual que el Presidente chino. ¿Porqué no pensar, que algún día, China igualmente tendrá su Constantino? Tal vez no lo veamos, pero, ¿qué tal si esa Asociación Patriótica no se contagia más del Cristianismo fecundado por la sangre de los mártires chinos que de las diatribas políticas salidas de la Ciudad Prohibida y algún día llega a fructificar en un mandatario y en una sociedad que tome un cariz diametralmente distinto?
El día que ocurra eso, sin duda, todo el mundo va a conocer la verdadera Revolución China, y la misma, será mundial, y yo estoy seguro que un día, se va a dar.
Pero por mi parte, yo creo que no debemos llegar a ninguno de los dos extremos al contemplar este acuerdo: primeramente, sí creo que al llegar a un acuerdo entre la Santa Sede y la tradicionalmente hostil República Popular de China, es, con todo y sus asegunes, un logro diplomático y un avance; dice un conocido aforisma jurídico que "más vale un mal arreglo que un buen pleito", y quizá éste acuerdo encuadre el supuesto de ese dicho. Aunque restringidos, los Cristianos Chinos tendrán al menos la garantía de contar con ciertos espacios y un reconocimiento legal, y una posibilidad de que termine o al menos se atenúe la brutal represión ordenada por el régimen.
Además, quisiera plantear una inquietud: finalmente, Dios obra siempre de maneras misteriosas, o escribe derecho sobre renglones torcidos, así que, si bien es posible temer una infiltración de la política pseudomarxista china en la Iglesia como resultado de este acuerdo, pero ¿porqué no? ¿Qué tal si el mismo sirve a la inversa y sin querer, Xi le ha abierto la puerta a la cristianización de China? Después de todo, y pese a la clandestinidad, el número de fieles ha ido en ascenso, y aunque en muchos puede haber cierto resquemor u oposición al acuerdo, otros seguramente, lo pueden ver como una oportunidad de distensión. La Iglesia China, sancionada de manera oficial para obtener de ella una pretendida lealtad hacia el Estado, puede sin embargo tener también una semilla de verdad que puede florecer y extenderse, lo quieran o no las autoridades del Imperio de los Dragones.
En mucho, China es como el Imperio Romano para Asia, a diferencia de éste, que se derrumbó, en su parte Occidental en el año 476 d.C. y la Oriental en 1453, China pervive tras múltiples avatares y cambios en su sistema político, fuese por la caída y ascenso de dinastías, o finalmente, la llegada al poder del Partido Comunista con Mao, que más bien ha seguido una interpretación de Marx que la ha guiado a la adopción de un sistema liberal-capitalista aún más extremo y salvaje que en EUA o Inglaterra para lograr la prosperidad económica y finalmente, a asumir un puesto de liderazgo mundial mediante una política exterior hegemónica y fuerte.
Xi Jinping, así, me recuerda mucho a emperadores como Trajano, Adriano o Marco Aurelio, déspotas --porque no fueron otra cosa-- paternales y benevolentes que guiaron a su Imperio hacia la prosperidad, sin que eso significara que no fueran brutales en ocasiones, como lo fueron, siendo igualmente perseguidores del Cristianismo, al igual que el Presidente chino. ¿Porqué no pensar, que algún día, China igualmente tendrá su Constantino? Tal vez no lo veamos, pero, ¿qué tal si esa Asociación Patriótica no se contagia más del Cristianismo fecundado por la sangre de los mártires chinos que de las diatribas políticas salidas de la Ciudad Prohibida y algún día llega a fructificar en un mandatario y en una sociedad que tome un cariz diametralmente distinto?
El día que ocurra eso, sin duda, todo el mundo va a conocer la verdadera Revolución China, y la misma, será mundial, y yo estoy seguro que un día, se va a dar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario