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5 de agosto de 2018

PENA DE MUERTE

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Como ya lo he expresado aquí y en otras partes, yo siempre he tenido dudas sobre la legitimidad de la elección de Jorge Mario Bergoglio al solio pontificio; un amigo sin embargo me corrigió, y creo que tiene razón: pese a que sus acciones puedan considerarse, --muchas de ellas-- como ambiguas o abiertamente nocivas o contrarias a la doctrina de la Iglesia, eso no quiere decir que no haya sido designado con intervención del Espíritu Santo; después de todo, Dios puede remitir castigos, y quizá el argentino sea lo que es necesario o está destinado a provocar un periodo de tribulaciones, que, por otro lado, está escrito que debe suceder.

Bergoglio no es un hombre de fe, al menos no en el sentido de Papas como San Gregorio Magno, San Pío V, San Pío X, León XIII, San Juan XXIII, San Juan Pablo II o Benedicto XVI, además de que carece de la adecuada formación teológica y cultural de sus antecesores; pero, por el contrario, es alguien formado en el esquema político de Argentina, dominado por la personalidad, ideas y mañas, de Juan Domingo Perón desde los años 30 del pasado siglo. Para Bergoglio, la Iglesia es un espacio para hacer política, y el Cristianismo en sí, es una ideología, centrada sobre todo, en temas sociales, tomados un tanto de la Teología de la Liberación, pero también de una interpretación muy restringida y materialista de la doctrina de Cristo. No es de extrañarse, el bonaerense estudió en el seminario en los años sesenta, en pleno auge del Marxismo y bajo el gobierno (nefasto) de Pedro Arrupe --hombre perturbado por sus experiencias en el Japón de la Segunda Guerra Mundial, en especial el bombardeo atómico de Hiroshima, y contaminado por los cultos orientales-- en la Compañía de Jesús.

En esto, no es el primero ni el último: los Papas del llamado Siglo de Hierro en la Alta Edad Media, y muchos de los Renacentistas tenían una gran tendencia política, o fueron instrumento de intereses políticos y económicos, antes que realmente una comprensión plena de la fe religiosa; pero había una diferencia: respetaron la doctrina a la que no alteraron ni un ápice, pues siempre comprendieron que la misma no era de su propiedad ni la podían alterar conforme a su voluntad. No sucede lo mismo con Francisco I. Lo que acaba de hacer, de reformar el Catecismo para considerar como inadmisible a la Pena de Muerte sienta un precedente muy grave y voy a explicar por qué, desde mis reducidos conocimientos teológicos, pero también desde el sentido común:

En primer lugar, porque la doctrina cristiana no puede ser reformada a voluntad por el Papa, concebido éste como un gobernante absoluto que puede modificarla por decreto, más cuando el papel del Romano Pontífice debe ser la conservación y confirmación en la fe de sus hermanos, es por tanto, un guardián de la doctrina revelada u obtenida de las Escrituras, la Tradición y el Magisterio. En cambio, la Ley Canónica puede ser reformada, como todo Derecho Positivo, pero no el Derecho Natural ni la doctrina de fe enseñada por la Iglesia, y previamente incluso, por el Judaísmo bíblico veterotestamentario. Como es sabido, desde el Antiguo Testamento se contiene con innumerables casos y pasajes en los que se legitima la pena de muerte, cuando no es puesta en boca del mismo Dios la condena a aquellos que incurren en faltas muy graves contra la Ley Divina y la Ley Natural. Ya en el Nuevo Testamento, el propio Jesús reconoce la autoridad dada de lo alto a Pilato para condenar a muerte incluso, y ya en la cruz, el Buen Ladrón, del cual, la tradición recuerda el nombre de Dimas, reconoce estar sufriendo la crucifixión con justicia, y al arrepentirse ante Cristo, éste le promete el paraíso, mas no lo salva del suplicio, pues, en Justicia, debía pagar por sus crímenes, que, para merecer la muerte de cruz, no debían ser simples hurtos --considerados por los Romanos como meras faltas civiles indemnizables-- sino probablemente violentos y graves.

En todo caso, podría alegarse cómo Dios evita que Caín sea eliminado tras haber asesinado a Abel su hermano, imponiéndole una marca, sin embargo, no deja al agricultor libre de castigo y penitencia, queda marginado de la sociedad y su simiente tenderá a ser perversa y se extinguirá con el Diluvio, salvándose Noé, descendiente de Seth, el tercero de los hijos de Adán.

A mayor abundamiento, el magisterio de la Iglesia ha sido abundante en tratar el tema de la Pena de Muerte y su licitud moral, sobre el que han tratado mentes privilegiadas como Santo Tomás de Aquino, Juan de Mariana o Francisco de Suárez. Pero tal parece que el jesuita lo desconoce o se lo brinca olímpicamente, y aquí algunas citas, tomadas de "Infocatólica" y "Dignare Me":

¿Es la pena de muerte contraria al Evangelio y a la Tradición de la Iglesia?
La Sagrada Escritura, los Padres de la Iglesia, el magisterio eclesial y los Doctores de la Iglesia siempre han considerado la pena de muerte como una posibilidad justa y lícita en algunas ocasiones, que puede incluso llegar a ser un deber para el Estado en ciertas circunstancias. Asimismo, resulta difícil tomar en serio la afirmación de que todos los papas, teólogos y santos anteriores tenían una “mentalidad más legalista que cristiana". Tampoco se entiende en qué sentido “crece” la doctrina cuando se afirma lo contrario de lo que ha afirmado siempre la Iglesia.
Nuevo Testamento:
“Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que, quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino, y los rebeldes se atraerán sobre sí mismos la condenación. En efecto, los magistrados no son de temer cuando se obra el bien, sino cuando se obra el mal. ¿Quieres no temer a la autoridad? Obra el bien, y obtendrás de ella elogios, pues la autoridad es para ti un servidor de Dios para el bien. Pero, si obras el mal, teme: pues no en vano lleva espada: pues es un servidor de Dios para hacer justicia y castigar al que obra el mal” (Rm 13,1-4)
“Si he cometido alguna injusticia o crimen digno de muerte, no rehuso morir” (Hch 25,11)
"Dícele Pilato: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?» Respondió Jesús: «No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado" (Jn 19, 10-11)
“Pero el otro [malhechor] le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros la sufrimos con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, este nada malo ha hecho.» Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23,40-43)
San Clemente de Alejandría:
“Por la salud del cuerpo soportamos hacernos amputar y cauterizar, y aquel que suministra estos remedios es llamado médico, salvador; él amputa algunas partes del cuerpo para que no se enfermen las partes sanas; no es por rencor o maldad hacia el paciente sino según la razón del arte que le sugiere y nadie, por lo tanto, acusaría de maldad al médico por su arte. […] Cuando [la ley] ve a alguien de tal modo que parezca incurable, viéndolo ir por el camino de la extrema injusticia, entonces se preocupa de los otros para que no vayan a la perdición por obra de aquel, y como cortando una parte del cuerpo entero lo manda a la muerte” (San Clemente, Stromata)
San Agustín:
“Hay algunas excepciones, sin embargo, a la prohibición de no matar, señaladas por la misma autoridad divina. En estas excepciones quedan comprendidas tanto una ley promulgada por Dios de dar muerte como la orden expresa dada temporalmente a una persona. Pero, en este caso, quien mata no es la persona que presta sus servicios a la autoridad; es como la espada, instrumento en manos de quien la maneja. De ahí que no quebrantaron, ni mucho menos, el precepto de no matarás los hombres que, movidos por Dios, han llevado a cabo guerras, o los que, investidos de pública autoridad, y ateniéndose a su ley, es decir, según el dominio de la razón más justa, han dado muerte a reos de crímenes” (San Agustín, La Ciudad de Dios, lib. I, c. 21)
“Algunos hombres grandes y santos, que sabían muy bien que esta muerte que separa el alma del cuerpo no se debe temer; sin embargo, según el parecer de aquellos que la temen, castigaron con la pena de muerte algunos pecados, bien para infundir saludable temor a los vivientes, o porque no dañaría la muerte a los que con ella eran castigados, sino el pecado que podría agravarse si viviesen. No juzgaban desconsideradamente aquellos a quienes el mismo Dios había concedido un tal juicio. De esto depende que Elías mató a muchos, bien con la propia mano, o bien con el fuego, fruto de la impetración divina; lo cual hicieron también otros muchos excelentes y santos varones no inconsideradamente, sino con el mejor espíritu, para atender a las cosas humanas” (San Agustín, El Sermón de la Montaña, c. 20, n. 64).
Santo Tomás de Aquino:
Santo Tomás de Aquino“Se prohíbe en el decálogo el homicidio en cuanto implica una injuria, y, así entendido, el precepto contiene la misma razón de la justicia. La ley humana no puede autorizar que lícitamente se dé muerte a un hombre indebidamente. Pero matar a los malhechores, a los enemigos de la república, eso no es cosa indebida. Por tanto, no es contrario al precepto del decálogo, ni tal muerte es el homicidio que se prohíbe en el precepto del decálogo” (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II, q.100, a.8, ad 3).
“Pues toda parte se ordena al todo como lo imperfecto a lo perfecto, y por ello cada parte existe naturalmente para el todo. Y por esto vemos que, si fuera necesaria para la salud de todo el cuerpo humano la amputación de algún miembro, por ejemplo, si está podrido y puede inficionar a los demás, tal amputación sería laudable y saludable. Pues bien: cada persona singular se compara a toda la comunidad como la parte al todo; y, por tanto, si un hombre es peligroso a la sociedad y la corrompe por algún pecado, laudable y saludablemente se le quita la vida para la conservación del bien común; pues, como afirma 1Co 5,6, un poco de levadura corrompe a toda la masa” (Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica, II-II, q.64, a.2)
“Esta clase de pecadores, de quienes se supone que son más perniciosos para los demás que susceptibles de enmienda, la ley divina y humana prescriben su muerte. Esto, sin embargo, lo sentencia el juez, no por odio hacia ellos, sino por el amor de caridad, que antepone el bien público a la vida de una persona privada” (Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica, II-II, q.25, a.6, ad 2)
San Alfonso María de Ligorio:
“DUDA II: Si, y en qué manera, es lícito matar a un malhechor.
Más allá de la legítima defensa, nadie excepto la autoridad pública puede hacerlo lícitamente, y en este caso sólo si se ha respetado el orden de la ley […] A la autoridad pública se ha dado la potestad de matar a los malhechores, no injustamente, dado que es necesario para la defensa del bien común” (San Alfonso María de Ligorio, Theologia Moralis)
“Es lícito que un hombre sea ejecutado por las autoridades públicas. Hasta es un deber de los príncipes y jueces condenar a la muerte a los que lo merecen, y es el deber de los oficiales de justicia ejecutar la sentencia; es Dios mismo que quiere que sean castigados” (San Alfonso María de Ligorio, Instrucciones para el pueblo)
Catecismo de Trento:
“Otra forma de matar lícitamente pertenece a las autoridades civiles, a las que se confía el poder de la vida y de la muerte, mediante la aplicación legal y ordenada del castigo de los culpables y la protección de los inocentes. El uso justo de este poder, lejos de ser un crimen de asesinato, es un acto de obediencia suprema al Mandamiento que prohíbe el asesinato”.
Catecismo de San Pío X:
“¿Hay casos en que es lícito quitar la vida al prójimo? Es lícito quitar la vida al prójimo cuando se combate en guerra justa, cuando se ejecuta por orden de la autoridad suprema la condenación a muerte en pena de un delito y, finamente, en caso de necesaria y legítima defensa de la vida contra un injusto agresor” (Catecismo de San Pío X, 415)
Inocencio III: Exigió a los herejes valdenses que reconocieran, como parte de la fe católica, que:
“El poder secular puede sin caer en pecado mortal aplicar la pena de muerte, con tal que proceda en la imposición de la pena sin odio y con juicio, no negligentemente sino con la solicitud debida” (DS 795/425, citado por Avery Dulles, Catholicism and Capital Punishment)
León XIII:
“Es un hecho común que las leyes divinas, tanto la que se ha propuesto con la luz de la razón tanto la que se promulgó con la escritura divinamente inspirada, prohíben a cualquiera, de modo absoluto, de matar o herir un hombre en ausencia de una razón pública justa, a menos que se vea obligado por necesidad de defender la propia vida” (León XIII, Encíclica Pastoralis Oficii, 12 de septiembre de 1881)
Pío XII:
“Aun en el caso de que se trate de la ejecución de un condenado a muerte, el Estado no dispone del derecho del individuo a la vida. Entonces está reservado al poder público privar al condenado del «bien» de la vida, en expiación de su falta, después de que, por su crimen, él se ha desposeído de su «derecho» a la vida” (Discurso a los participantes en el I Congreso Internacional de Histopatología del Sistema Nervioso, n. 28, 13 de septiembre de 1952)
Juan Pablo II:
“Es evidente que, precisamente para conseguir todas estas finalidades, la medida y la calidad de la pena deben ser valoradas y decididas atentamente, sin que se deba llegar a la medida extrema de la eliminación del reo salvo en casos de absoluta necesidad, es decir, cuando la defensa de la sociedad no sea posible de otro modo” (Juan Pablo II, Encíclica Evangelium Vitae, n. 56, 25 de marzo de 1995)
Catecismo de la Iglesia Católica:
“A la exigencia de la tutela del bien común corresponde el esfuerzo del Estado para contener la difusión de comportamientos lesivos de los derechos humanos y las normas fundamentales de la convivencia civil. La legítima autoridad pública tiene el derecho y el deber de aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito. La pena tiene, ante todo, la finalidad de reparar el desorden introducido por la culpa. Cuando la pena es aceptada voluntariamente por el culpable, adquiere un valor de expiación. La pena finalmente, además de la defensa del orden público y la tutela de la seguridad de las personas, tiene una finalidad medicinal: en la medida de lo posible, debe contribuir a la enmienda del culpable. La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si esta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas. Pero si los medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la seguridad de las personas, la autoridad se limitará a esos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana” (Catecismo de la Iglesia Católica, n.2266-2267).
Podrían citarse cientos de testimonios más en el mismo sentido de Padres de la Iglesia, documentos magisteriales, grandes teólogos y santos, como por ejemplo San Juan Cristóstomo, San Gregorio Nacianceno, San Efrén, San Ambrosio, San Hilario, San Roberto Belarmino, San Pío V, Pío XI, Inocencio I, San Dámaso, San Bernardo, San Jerónimo, Santo Tomás Moro, San Francisco de Borja, San Francisco de Sales, Francisco de Vitoria, San Felipe Neri, Francisco Suárez, Beato Duns Scoto y un larguísimo etcétera.

A mi modo de ver, Francisco I lo hace en primer término por cuestión ideológica que coloca por encima de todo este Magisterio bimilenario: para la Izquierda Progresista, nadie es culpable ni responsable de sus acciones, el responsable siempre será el sistema, al final encarnado en el Estado: para Freud, todos actuamos de una manera determinada por haber sido condicionado a ellos por nuestros padres, volviendo a un ejemplo famoso y del que ya hablé hace poco: en la serie biográfica sobre el cantante Luis Miguel, se pretende decir que si éste ha sido un promiscuo y un padre desobligado es culpa de su padre Luis Rey que de alguna manera "lo traumó" para ser así, para nada de una decisión personal tomada por el intérprete en su vida personal en que eligió el hedonismo y rehuir las responsabilidades; para el Marxismo, el delincuente lo hace por ser una víctima del sistema injusto, por eso, no merece castigo, él mismo es alguien que sufre opresión y se rebela contra ella. No puede negarse que hay muchos que se ven impelidos a la vida del crimen por causas externas: la pobreza y la búsqueda de salir de ella, una deficiente educación moral, también... ¿pero qué pasa cuando tenemos los casos de un John Wayne Gacy o Ted Bundy, probablemente entre los hombres más perversos que han pisado el planeta y ambos ejecutados por la justicia estadounidense?

Bundy, por ejemplo, violó y asesinó a 30 mujeres según lo reconoció --aunque hay tesis que aseguran que probablemente mató a cientos de jóvenes-- y hasta practicó actos de necrofilia con sus cadáveres, y de los análisis psiquiátricos que se hicieron de él no se encontró ninguna perturbación mental, ni tampoco, de sus antecedentes se desprendía haber sufrido abuso o experiencias traumáticas; era un niño rico y mimado, querido por sus padres, bastante sociable además y dotado de una enorme inteligencia e incluso, no era carente de empatía como se señala que es un rasgo de la psicosis, pues había colaborado en una línea de atención a potenciales suicidas, logrando salvar muchas vidas con su oportuna intervención y su capacidad de escucha. ¿qué pasó entonces? Bundy era un monstruo por una decisión basada en su esa sí, gigantesca, brutal e inhumana soberbia y su elección consciente del mal. Lo mismo pasó con el Payaso Asesino Gacy, encantador hombre de familia que igualmente escogió el camino de la perversión sin ningún otro motivo que, como dijera Michael Caine en uno de los memorables diálogos de Batman, The Dark Knight, querer ver el mundo arder.

Bergoglio, por supuesto, comulga con muchas de estas visiones, en que el ser humano, el individuo, es ese "buen salvaje" de Rousseau corrompido por la sociedad y que por tanto, no merece ser castigado con la muerte --el Marqués de Beccaria sería seguidor del filósofo ilustrado suizo-- y buscarse no el castigo, sino la reinserción en la sociedad... de ahí que por ejemplo, en Suecia o Noruega, países "progres" por excelencia, las cárceles parezcan hoteles de lujo, y en Holanda haya disminuido la delincuencia por la legitimación de conductas antisociales como la drogadicción o la promiscuidad sexual en los códigos legales. 

Pero también en su decisión hay mucho de oportunismo: al Papa argentino le han estado estallando, en su cara, los escándalos de los abusos sexuales en Irlanda, en Chile y más recientemente en EUA, con el ahora tristemente célebre ex-Cardenal McCarrick y monseñor Farrell, uno de los encubridores del Padre Maciel y después tapadera del texano, así como en Honduras, donde además queda salpicado Maradiaga, todos ellos, figuras cercanas a Bergoglio: así que, qué mejor que desatar un debate en torno al tema de la pena capital, como una cortina de humo que no deje ver las podredumbres de la Curia Vaticana, ganarse el aplauso de los "Progresistas" que ven que el Papa pone a la Iglesia a tono con los "nuevos tiempos" y adopta "una postura más humanista" al tiempo que mantiene a los sectores tradicionalistas ocupados en un debate que tiene mucho de Bizantino, (Lo dicho, nuestra situación está muy similar a la caída definitiva del Imperio Romano en 1453; perdemos el tiempo en discutir sobre los géneros y otras estupideces, con el Islam a las puertas) antes que enfrentar a los verdaderos problemas, ante los que, la verdad, parece que el pontífice no tiene idea de cómo abordarlos ni resolverlos.

Además de esto, como dije, sienta un precedente muy grave: si el Papa pretende cambiar la postura de la Iglesia ante un tema como éste, ¿no lo puede hacer en cuanto al matrimonio? ¿sobre la homosexualidad? ¿anticonceptivos? etc. Esto es dar entrada al Modernismo, mismo que fue condenado por el Papa San Pío X quien lo catalogó como "la cloaca en la que desembocan todas las herejías" y que consiste en decir que la fe cambia según los tiempos, y que es señalado como la mayor de las consecuencias negativas del Concilio Vaticano II: las reformas implementadas en éste, parecieron abrir la puerta a que se considerase que la Iglesia y su doctrina deben cambiar según la época, y si bien, no se puede decir que dicho sínodo tenga algo de heterodoxia en el fondo, en las formas, como en el caso de la Liturgia, y en la percepción que tuvo el mundo del mismo, así como la desafortunada expresión de San Juan XXIII del aggiornamento o "puesta al día" y de "abrir las ventanas" generó esa impresión. No en balde, Pablo VI diría después que se abrieron grietas por las que se coló el humo de Satanás en la Iglesia.

La idea de que los contenidos doctrinales de la fe pueden ser actualizados o modificados a tono con las modas, formas e ideologías imperantes en cada época, partiendo de la idea del progreso, o de que cada época supera y es mejor a la anterior, es enormemente perniciosa, ¿porqué? porque reduce el Cristianismo a un fenómeno meramente humano y pretende enmendarle la plana a Jesucristo como diciendo que, "hace 2,000 años las cosas eran diferentes y Jesús habló a los habitantes del Imperio Romano de esa época, pero ahora hay que adaptarlo a nuestro mundo actual porque somos mejores que los Judíos y Romanos de ese periodo." No en balde, es una postura que ha ido erosionando la fe y que ha hecho que muchísimas personas dejen de creer porque ven a la Iglesia como un negocio cuyas ideas y posturas cambian según la conveniencia. En contraste, el Islam --guardando las distancias, porque no es la religión verdadera y además contiene un fuerte mensaje político imperial inaplicable al Cristianismo-- se encuentra de nuevo en auge gracias a que se mantiene firme en sus contenidos y se predica un retorno a sus bases predicadas por Mahoma y los primeros califas en los siglos VII y VIII. No en balde, los Califas Otomanos, a partir de finales del siglo XVIII fueron los que intentaron aggiornarlo, precisamente con una serie de reformas denominadas Tazimaat que quiere decir igualmente "puesta al día", sus intentos fracasaron pues provocaron el alzamiento del Wahabismo/Salafismo en la península arábiga y el cada vez mayor ascenso de la Casa de Saud, el aceleramiento de dichas reformas con los Jóvenes Turcos impulsaría la Revuelta Árabe, con el apoyo británico y el famoso T.E. Lawrence, durante la Primera Guerra Mundial; finalmente, los regímenes laicos implantados en Turquía, Irak, Siria, Libia, Egipto y otros países como resultado último de ese proceso renovador, o han sido destruidos o se encuentran en peligro tras las Primaveras Árabes y los autogolpes de Erdogán.

Más cercanos a nosotros, la Iglesia Ortodoxa Oriental hace resurgir al Cristianismo en Rusia, no solamente por el apoyo oficial, algo que siempre se ha dado desde el Cisma de Oriente hacia esa Iglesia, sea por los Césares de Constantinopla, Zares de Rusia, incluso con el Comunismo (Stalin tuvo un funeral ortodoxo y había sido seminarista antes de comunista, e incluso restableció la existencia de capellanes castrenses en el ejército y reconstituyó el Patriarcado de Moscú, suprimido por Pedro el Grande, restablecido tras la caída de Nicolás II y vuelto a suprimir por Lenin) y ahora con Putin, sino que está calando en los jóvenes que encuentran en su inveterada liturgia, su rústica y orante vida monástica y su hermoso arte religioso una ventana al Cielo y un escape de las presiones mundanas, lo que no quita que el Patriarca Kiril use redes sociales, aparezca en TV y conceda entrevistas a los medios, sin tocar ni un punto de la doctrina.

Pero la gente no lo ve así, de hecho, las acciones y ambigüedades de Francisco I son aceptadas acríticamente, cuando no, hasta aplaudidas por una enorme cantidad de personas, que incluso ven en cada gesto, cada palabra, cada movimiento, un acto inspirado directamente por el Espíritu Santo. Es más y perdóneseme la expresión, que no es irrespetuosa hacia el Romano Pontífice, sino ironizo con esta actitud, parece que consideran que si éste emite una flatulencia, también en ella encuentran santidad y acción del Espíritu, cuando no, de plano, parece que piensan que el Papa, por el mero hecho de serlo, se encuentra en un estado superior al común de los mortales y creen que ni siquiera tiene necesidades fisiológicas. Esto se debe a la llamada Papolatría, un fenómeno que surge tras la pérdida del Papa de los Estados Pontificios con la unificación italiana y el Concilio Vaticano I --concilio que igualmente fue mal llevado por las presiones políticas del momento y el clima de guerra vivido en la península en aquel año, y que quedó inconcluso-- que estableció el Dogma de la Infalibilidad, la aparición de los medios masivos de comunicación al llegar el siglo XX hizo el resto y culminó todo bajo el reinado de San Juan Pablo II.

Wojtyla cayó en el error de emplear el "culto a la personalidad" como herramienta para su labor pastoral: volvemos, los Papas, como humanos, nacen y crecen dentro de un contexto determinado, y al pontífice polaco le tocó conocer tanto el régimen nazi en la Polonia ocupada, como el comunismo bajo el sometimiento de su patria a Moscú en la posguerra. El Papa polaco ejerció el papado como todo un rockstar, basado en su carisma personal y sus dotes histriónicas, aunque él contaba con una gran cultura y sólida formación filosófica --desgraciadamente alejado del Tomismo, pues más bien era partidario de la Fenomenología de Husserl--, que le impidió alejarse de la doctrina, aunque cometió errores que, a tono con el Vaticano II, fueron degradando la percepción de solidez de la Fe Católica, como el Encuentro de Asís entre líderes religiosos o el polémico beso al Corán.

De esta forma, en la percepción de la gente el Papa quedó al centro de la Iglesia y no Cristo, el Papa se convirtió en representante de éste como, en el budismo, el Dalai Lama lo es de Buda (donde es visto como la reencarnación del filósofo hindú Siddartha Gautama) y su actuación queda exenta de crítica. Cuestionar acciones, gestos o medidas tomadas por el pontífice son signos de no estar en comunión con la Iglesia o de falta de respeto. No es así: durante la Edad Media, pese al enorme poder temporal que ejercieron los Papas, abundaron las representaciones artísticas de Papas ardiendo en el infierno y el propio Dante Alighieri coloca a varios pontífices en sus llamas en las páginas de su inmortal Comedia, y esto sin que nadie cuestionara la fe del escritor florentino ni la Inquisición --según la leyenda negra-- les quemara tanto al poeta como a ilustradores, escultores y pintores por herejes, porque en aquel entonces, todo mundo tenía claro que el Papa, al igual que un Rey o un Emperador, era un humano que ejercía una potestad, un oficio, que era ser la cabeza visible de la Iglesia; ni siquiera se decía que era el "Vicario de Cristo" o "representante de Dios en la Tierra", era referido como el "Vicario de Pedro" y quien tenía, en el plano humano, que dirigir la Iglesia y la misión de confirmar en la fe a los creyentes, su función era por tanto de dirección y guía, y podía humanamente equivocarse, tener pecados o causar hasta escándalos, salvo en circunstancias especiales donde podía actuar bajo la inspiración del Espíritu Santo y ser infalible, lo que luego fue finalmente reconocido de manera oficial por el Concilio Vaticano I con Pío IX, aunque este dogma ha sido de los peor entendidos por los fieles, si no el peor.

De este modo, a las personas les importa un bledo lo que diga el Magisterio, con un criterio simplista, que igualmente se aplica actualmente respecto a la legislación que emite el Estado, el que se convierte en el supremo referente de lo bueno y lo malo, y que con la emisión de leyes y decretos zanja todas las cuestiones, lo que diga el Papa es Ley inmutable... hasta que llegue el siguiente Papa.

Pero, esto lo mantienen con curiosos matices: resulta que esto sólo aplica a los Papas post-conciliares, de San Juan XXIII a la fecha, los anteriores no, son incluso, percibidos un tanto, como "Papas malos", amantes del lujo por los ornamentos y tiaras tradicionales, metidos en la política e intereses de poder según lo narra la leyenda negra sobre el Renacimiento y la Edad Media, y violentos y bélicos, contrarios al Evangelio visto con ojos pacifistas, por las Cruzadas y la Batalla de Lepanto. Esto se debe a la mentalidad democrática y el culto a la igualdad, que aplaudió la renuncia a la tiara que hizo Pablo VI y la supresión del mismo tocado como mueble heráldico en el escudo papal con Benedicto XVI, lo mismo que el rechazo a los ornamentos tradicionales hecho por Francisco I desde su elección al salir al balcón.

En la mentalidad actual, no caben jerarquías ni símbolos de autoridad, sino lo vulgar y el plebeyismo, se rechaza la silla gestatoria a la vez que se rechaza que exista un avión presidencial, pero eso sí, la gente sueña con vestir Hugo Boss y manejar un Ferrari, que la humildad la sigan otros, en particular las autoridades, que yo no.

Además de esto, Francisco I ha hablado con el lenguaje del sentimentalismo; desde el Vaticano II, se adoptó por la Iglesia un lenguaje ampuloso, lleno de cursilerías y eufemismos, así, podemos ver en documentos, no solamente de la época actual de Bergoglio, quizá con la excepción de Ratzinger, con quien sí se usó un lenguaje culto, y a la vez directo y veraz, también en los papados de Wojtyla o Montini, expresiones tales como casa común para referirse a la Tierra, mesa del señor o banquete, para referirse a la misa y despojarla de su sentido sacrificial y convertirla en un acontecimiento festivo, cuando no es si no una nueva pasión y muerte de Cristo renovada de forma incruenta en el altar y bajo dos especies que son accidentes de la sustancia divina, pecado social para referirse a las injusticias, y éstos son apenas unos cuantos ejemplos.

Pero sobre todo, la concepción de la misericordia divina como licencia y permiso al libertinaje, se rebaja al amor divino a la mera concepción del amor humano como mero sentimiento o emoción; sin embargo, si uno lee la Biblia uno no encuentra muchos sentimientos, más allá de que Jesús llora por la muerte de su amigo Lázaro, o la desesperación en Getsemaní, pero por lo demás, el amor de Dios está lejos de ser sentimental o emocional. El mismo Dios severo del Antiguo Testamento reaparece en el Apocalipsis, que no se olvide ese detalle.

Hoy en día, sin embargo, el sentimentalismo lo empapa todo, no la razón, sino la emoción, la razón debe controlar las emociones, se repite una y otra vez, señalando la importancia de la "inteligencia emocional", pero en realidad se predica lo contrario. "Haz lo que sientes", "escoge lo que te haga feliz", etc. Ante ese clima, el cerebral, discreto y estudioso Joseph Ratzinger no llegó a conectar totalmente con las grandes masas de la feligresía, pero sí con el pachanguero y ramplón Bergoglio, elegido como una especie de operación de relaciones públicas para esquivar las críticas.

Ahora bien, y siguiendo con ese lenguaje ambiguo y melifluo que ha sido la tónica desde los sesenta para acá, la modificación del catecismo emplea la palabra "inadmisible" pero no tilda de injusta a la Pena de Muerte. Nuevamente, las ambigüedades para no subirse a un debate complejo y no sencillo, pero son las ambigüedades, y no los pronunciamientos directos, los que generan los problemas y pueden tener consecuencias graves.

La realidad sin embargo, está demostrando que se necesita algo más que palabras bonitas y sentimientos amorosos, se necesita acción y la defensa de la tradición y la doctrina. Los gestos, mensajes y reformas en el sentido de hacer una Iglesia más "light", no están trayendo la restauración  de la fe ni la "Primavera de la Iglesia" que se pensó tras el Concilio, sino todo lo contrario.

Y si me preguntan cómo me atrevo a criticar lo hecho o dicho por el Papa, me atrevo porque los católicos no nos quitamos la cabeza en la Iglesia, sólo el sombrero como diría Chesterton, y ejerzo el derecho que han ejercido muchos otros antes, desde San Pablo que reprendió públicamente a San Pedro por seguir a los Judaizantes, San Juan Crisóstomo o San Atanasio que lucharon contra la crisis arriana, tan similar a la actual, o Santa Rita de Casia, o más recientemente Monseñor Lefevbre, quien señaló las inconsistencias del Concilio Vaticano II, aunque quizá después se le pasó la mano. Yo no soy digno de compararme con ellos, ni mucho menos; soy un pecador promedio que sí está preocupado por la deriva de las cosas, y que sigo el ejemplo de no quedarme callado exponiendo mis inquietudes, ante lo visto y oído que no coincide con lo que he alcanzado a estudiar sobre la doctrina de mi fe católica.

Por supuesto que debemos rezar por el Papa y porque se aclaren las dudas y ambigüedades, pero también porque, en última instancia, se lleve a cabo el plan de Dios, sea éste el que sea, la Iglesia, es sabido, debe pasar por un periodo de tribulación, una pasión como la del redentor; de ella, saldrá purificada y renacida, por ello, no debemos perder la fe ni la esperanza, todo pasará, también esta tormenta, pero la barca de Pedro seguirá navegando hacia adelante.

Y me importa un bledo si me censuran o me atacan, yo sostengo mi opinión.

2 comentarios:

misteryhouse dijo...

Parece que después de todo hay motivos para celebrar. ¡El senado argentino votó en contra de la despenalización del aborto en su país! ¡Un golpe durísimo en contra de todos los progresistas que promueven la cultura de la muerte!

MIKE dijo...

¿Escribirá algo por el décimo aniversario de su blog?