Como tituló William Blake a uno de sus más célebres poemas, sobre la Ciudad Santa se despiertan hoy en día lamentos y exclamaciones de proporciones, literalmente, bíblicas; todo ante la decisión del Presidente Donald Trump de reconocerla oficialmente como capital del moderno Estado de Israel, tal y como se había planteado desde su fundación en 1948 por el movimiento sionista.
Los Judíos, y en especial el Estado que se fundó como realización de los postulados nacionalistas planteados por el periodista austriaco de origen judío Theodor Herzl tras convencerse, al haber cubierto el famoso Caso Dreyfuss a inicios del siglo XX que sus correligionarios jamás se podrían integrar ni serían aceptados como parte de las sociedades europeas, que les rechazaron primero por motivaciones religiosas, y después, por los nacionalismos que les consideraban como un pueblo dentro de otros pueblos, que solamente la fundación de un Estado dotado de territorio y gobierno propio, se podría dar la defensa y el reconocimiento de los Judíos como Nación a la par de los demás pueblos occidentales, tienen la virtud de unificar en su contra a todos los extremos del espectro político e ideológico: los Tradicionalistas católicos extremos, por un lado, a los que llamo luego como Tradilocos --y que hacen flaco favor a lograr una restauración litúrgica y de disciplina en la Iglesia previa al desastroso Concilio Vaticano II, dado su puritanismo propio más de Oliver Cromwell que de San Pío X y su filofascismo-- les culpan de todos los males del mundo actual y en todo ven su mano negra, mientras que los Progresistas, o miembros de la Izquierda, que para los primeros son instrumentos y hechuras de los hebreos, les ven como opresores y verdugos del según ellos sufrido y desgraciado pueblo Palestino. Y si a eso le añadimos el apoyo que ahora brinda el empresario neoyorkino desde el Salón Oval a la capitalidad de la antigua Sión, quien, ante los medios, todo lo que hace está mal y está impregnado de odio, maldad y racismo, la medida es muy criticada y abundan hoy por hoy los que vaticinan consecuencias apocalípticas de la medida.
Sin embargo, los conglomerados mediáticos enemigos de Trump se olvidan, o pretenden que nos olvidemos, de varios hechos históricos: primero, los más recientes; fue en 1992 cuando el entonces Presidente Bill Clinton, como parte del proceso de paz que gestionó con Isaac Rabin y Yasser Arafat, planteó el reconocimiento de Jerusalén como Capital de Israel, algo en lo que tenían que ceder los Palestinos, y en general, el mundo musulmán. Sin embargo, no estaban dadas las condiciones para ello, y ahora, Trump decide que lo están, probablemente porque con ello da un golpe severo a la deriva pro-islámica que han adoptado tanto la Izquierda "progresista" como la ONU, por un lado, y también le da un puñetazo en donde más duele al Islamismo militante y a sus patrocinadores principales como son Arabia, Irán y Turquía.
Sorprende aquí la ingenuidad e ignorancia del Mexicano para quien todo lo hecho por Trump de reconocer a Jerusalén como capital de Israel es por supuesto, algo maligno, y se agradece en redes sociales el supuesto reconocimiento que hacen los Palestinos de Texas como territorio mexicano: Para empezar, Jerusalén ha sido su capital para los Judíos desde el rey David en el siglo XI a.C., y su centro religioso y cultural desde Salomón a fines de esa misma centuria; la ocupación islámica (palestina) de esa ciudad es mucho más reciente, a partir del siglo VIII d.C. Lo hecho por el Presidente norteamericano es dar un golpe contundente al Islam y a las políticas pro-islámicas seguidas por Bush Jr y Obama y la ONU en los últimos años; para los tradilocos que ven en esto la mano del sionismo (al que culpan hasta de sus hemorroides) hay que señalar que el Estado de Israel ha respetado los lugares santos del cristianismo, lo que no ocurriría bajo dominio musulmán, (salvo claro, alguno que otro judío fanático y loco). Israel puede ser un error histórico pero hoy, debe ser un aliado imprescindible contra el islamismo militante y las ambiciones de Arabia, Irán y Turquía; por otro lado, la comparación entre Texas y Jerusalén es algo totalmente fuera de lugar: el hoy estado de EUA, realmente no fue más que nominalmente parte del Virreinato de la Nueva España, nunca fue colonizado debidamente ni por el Imperio Español ni por el México Independiente, que sólo tuvieron un control muy relativo sobre la región y fue un área muy marginal para nuestro país, no siendo sino hasta la migración por motivos económicos en el siglo XX la que realmente da una mayor presencia mexicana en Texas, y aún así, la cultura "Tex-Mex" que se ha formado es otra cosa, ni mexicana ni angloamericana; en el caso de Jerusalén, siempre ha sido punto central para la identidad, religión y cultura judías. Vamos, es como en el caso de México y la Ciudad de México, precisamente. La construcción de nuestro país y cultura, aunque se oiga muy centralista, no se explica sin la ciudad de México-Tenochtitlan desde el siglo XV, como tampoco se explica la cultura Judía, ni la Cristiana, sin Jerusalén, la cual tiene sólo una muy forzada inclusión en las doctrinas originarias del Islam, aunque la ONU y la UNESCO digan otra cosa.
Es cierto, quizá una solución que podría calificarse de salomónica sería dejar la ciudad bajo una administración internacional, y que Jerusalén fuera una "ciudad libre" que no fuese ni de Judíos, Musulmanes o Cristianos, pero el hecho de la ocupación israelí sobre la metrópoli, el funcionamiento de la misma como capital de facto y las circunstancias actuales hacen de ésta una solución prácticamente inaplicable, más cuando ninguna de las partes, o grupos extremistas en ambas partes del conflicto: Judíos y Palestinos, están dispuestos a ceder y esto le daría más combustible al conflicto: recuérdese que, sobre todo, han sido estos últimos, junto con los países musulmanes, --junto con los extremistas sionistas, que por ejemplo, mataron a Rabin y probablemente provocaron el estado comatoso final de Ariel Sharon cuando éste empezó a buscar la paz con los Palestinos tras haber sido muy agresivo-- los que han rechazado los planes de partición del territorio y han provocado a Israel en guerras.
Y lo reitero: la fundación del actual Estado de Israel en 1948 sin duda fue un error histórico que contribuyó a convertir el Medio Oriente en un polvorín y a catalizar el radicalismo islámico, ya latente desde la supresión del Califato en 1923; sin embargo, hoy en día, debe ser utilizado como un aliado de Occidente, como punta de lanza para enfrentar a la amenaza del integrismo musulmán y las grandes potencias de la región como Irán, Arabia o Turquía, quienes deben ser frenadas en sus ambiciones hegemónicas y expansionistas a fin de generar un equilibrio: tenso y precario, pero equilibrio. El reconocer que Jerusalén es la capital de Israel es un buen paso en ese sentido.
Para los que ven en esto el inicio del cumplimiento de profecías sobre la llegada del Anticristo y el Armaggedón, es muy dudoso que esto escale más allá de los tradicionales enfrentamientos callejeros entre Judíos y Palestinos y el lanzamiento mutuo de misiles entre la Franja de Gaza e Israel, con el aprovechamiento mediático que harán los Palestinos de los niños muertos que pongan como escudos humanos en los emplazamientos de sus baterías para hacer renacer el antisemitismo ya sea de la Derecha o de la Izquierda Occidental y alguno que otro desplante retórico de Erdogán, Khamenei o Salman al-Saud. Trump no es ningún idiota ni tampoco un ignorante de las consecuencias de sus actos como lo plantean los medios, ni mucho menos está alineado con las élites a las que los tremendistas identifican con las "huestes del Anticristo"; pero como he dicho, las circunstancias han cambiado, y si se quiere ver cuánto, les recomiendo el análisis que hace la columnista de Actuall Candela Sandé.
La polémica está servida, y sin duda se abre un nuevo episodio en el delicado juego político del Medio Oriente.
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