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19 de octubre de 2017

LA AGONÍA DE HOLLYWOOD




Una disculpa a todos mis lectores. Debido a mis ocupaciones ahora que me desempeño en la Iniciativa Privada, me encuentro prácticamente sin tiempo libre para escribir y por ello he dejado abandonado este espacio. Y hay muchos, pero muchos temas sobre los qué escribir.

Uno de ellos que quisiera tocar rápidamente, es lo que, a mi parecer es la crisis terminal de la industria del entretenimiento estadounidense. El escándalo de Harvey Weinstein y las cada vez mayores denuncias de parte de actores y actrices de la Meca del Cine en torno a una verdadera política de abusos sexuales, explotación, corrupción y colusión de esa verdadera mafia que controla al mundo del espectáculo en EUA con la clase política y en particular con la cúpula dirigente del Partido Demócrata, muestra las razones de fondo del porqué se ha percibido, al menos desde el año 2008 en que se dio una gran huelga de guionistas, una progresiva decadencia en el cine de nuestro vecino del norte. La temática de las películas que produce la industria cinematográfica norteamericana ha quedado reducida a continuar sagas vetustas y aparentemente ya concluidas: Star Wars, Alien, Star Trek, Blade Runner, entre otras muchas, o hacer refritos, como el insultante remake de Ben Hur, o reboots de las mismas, como sucedió con el James Bond de Daniel Craig, cuya primera entrega Casino Royale fue muy buena, y las posteriores, bastante mediocres y traicioneras a la esencia del personaje, o a abusar y exprimir la temática de los superhéroes de los cómics tanto de DC como de Marvel, las principales editoras en el tema. Los resultados han sido mediocres o verdaderos fracasos, y eso ha llevado a que los resultados en taquilla en este año 2017 que se aproxima a su fin sean verdaderamente desastrosos.

Para colmo, la "corrección política" y el "progresismo" está llevando a los creativos de la industria a frenarse, a autocensurarse y no tocar temas que ahora pueden resultar ofensivos o espinosos, se han visto a incluir, por cuota, personajes e historias homosexuales y cambiar la raza de personajes, en un afán puritano a la inversa, por predicar y mantener los dogmas del Marxismo Cultural que impera en las élites occidentales y en el medio de la farándula norteamericana, que ha encontrado en la cultura popular la vía ideal para expandir su credo, pese a que resultados electorales como el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales del año pasado, llevan a demostrar que existe una inmensa mayoría de personas que han permanecido en silencio pero que, ahora, han decidido manifestar su rechazo a las políticas contra natura que se tratan de imponer desde arriba y que están destruyendo las artes, la ciencia, la vida social en pos de la inclusión y la tolerancia.

La Televisión parecía convertirse en un refugio, y hemos dicho aquí que las series, producidas tanto para TV por cable como para plataformas como Netflix parecían convertirse en refugio para creativos y actores ante una cinematografía limitada y decadente, pero pronto ha acuciado los mismos defectos y vicios que vemos en el cine: series que se sostienen por el morbo, como Game of Thrones o Spartacus, que casi deberían estar siendo exhibidas en el Playboy Channel u otro medio afín, y la corrección política que lo invade todo.

Hay esperanzas de que esto cambie tras el destape de la cloaca de Weinstein y las voces críticas de los hasta ahora dóciles corifeos de la agenda mundialista y contraria a los valores naturales y la Tradición Cristiana; es sólo la punta del iceberg y puede conducir a una verdadera limpia y a terminar con tanta hipocresía de parte de personajes que sólo por el hecho de ser famosos parecen tener la autoridad suficiente para pontificar respecto a temas como el medio ambiente, familia, política, economía o moral, cuando la más de las veces se trata de individuos sumamente ignorantes y que han vendido su dignidad y sus cuerpos a cambio de obtener los pasos que los lleven hacia los reflectores. Sin embargo, esto es apenas un reflejo de la decadencia generalizada que se vive en nuestro hemisferio.

Por contraste, si en la política parece que el balance de poder cambia hacia los Imperios Asiáticos: el Islam, China, Rusia, Irán, la India y puede que entre también Japón, esto parece también ser el futuro en el caso de la cultura popular y el entretenimiento: acabo de ver, por ejemplo, las dos temporadas del Anime Attack on Titan, y he quedado impresionado, lo mismo tras ver Sword Art On Line, los Japoneses se atreven a hacer historias ubicadas en mundos distópicos, libres de límites, sin responder a agendas ideológicas o políticas, y crean argumentos llenos de valores y virtudes como la valentía, el honor, la familia, fidelidad, sacrificio, y que son sin embargo muy realistas al mostrar que no existen finales felices de cuentos de hadas, y no se llega a la victoria sin perder nada. Es impresionante.


Se trata de historias adultas, crudas y muy duras, pero que muestran una profundidad que no encontraremos en ninguna serie de TV norteamericana ni en ninguna película hollywoodense, tanto en el desarrollo de personajes, diálogos y contexto, como se demostró por ejemplo, en la adaptación hecha del anime Death Note que, pese a sus buenas intenciones, quedó corta y a medias de lo que pudieron hacer al ambientarla en el contexto de EUA.

Y lo mismo ocurre con el cine chino o el famoso Bollywood hindú, donde además, se ve la conciencia de estos pueblos asiáticos de su grandeza y la celebración de su pasado, pero con la mira puesta en un futuro promisorio.

¿Tendrán salvación el cine y la TV de EUA o se encuentran ya condenados ante la falta de creatividad, los intereses políticos y los vicios mismos del mundo de la farándula, mismo que nunca ha sido limpio, pues desde la época de Lope de Vega o Shakespeare se presentaban estas mismas corruptelas, aunque no al grado actual? Aún hay oportunidad: si lo de Weinstein lleva a destapar la cloaca y a las propias "estrellas" del espectáculo a luchar por su dignidad como personas y como trabajadores, a renunciar a ideologías destructivas y a la intervención de poderes ajenos a su arte, para dignificar y elevar su profesión, quizá volvamos a la época de los 50 y primeros 60 cuando en el Hollywood clásico, con realizadores como William Wyler, Cecil B. De Mile, Stanley Kubrick, Sir Richard Attenborough, y actores de la talla de John Wayne, Gregory Peck, Charlton Heston o Spencer Tracy, entre otros, se hacían películas inspiradoras, sanas o con crítica inteligente y no meros productos de mercadotecnia y un entretenimiento cada vez más aburrido y más alejado del arte.

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