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14 de octubre de 2015

A VUELTAS CON EL SÍNODO


No sé, pero me da la impresión que tanto alarmismo y tanta expectación en torno al Sínodo de la Familia que se verifica en estos días en el Vaticano resultarán en nada; creo que, en realidad, Bergoglio convocó al mismo con toda la intención de que así fuese: generar polémica, escándalo, dudas y temores, para que, al final, no acabe en otra cosa más que en el fortalecimiento de su imagen personal, a costa de sembrar confusión sobre la doctrina de la Iglesia y una enorme división entre los fieles. Al menos, me parece, esa es su intención.

Ya lo he dicho: no estamos ante un filósofo que supo poner el dedo en la llaga de los problemas morales y espirituales del hombre, sin perder por ello una gran habilidad y conocimiento de la Geopolítica, como fue San Juan Pablo II, ni ante un docto teólogo defensor de la verdad como Benedicto XVI, no, estamos ante el típico político sudamericano llegado al solio petrino, con talento para el gatopardismo, convenenciero y veleta, que se comporta ante la audiencia de turno de la manera en que ésta quiere ser tratada o lo que espera escuchar; alguien además que, siguiendo la herencia de Perón y de tantos otros antes y después de él, sigue la idea de la promoción de la imagen personal y del culto de su personalidad como base para el ejercicio de su poder; probablemente, el argentino ante las dudas sobre su legitimidad ante la inesperada renuncia del pontífice germano, decidió aplicar lo que se estila en nuestros países del sur del Bravo hasta la Patagonia, dados nuestros irregulares procesos electorales y la larga historia de golpes de Estado en el Cono Sur, por lo que al igual que tanto Presidente y Dictadorzuelo bananero ha de utilizar la promoción de su caudillaje como modo de ganarse al pueblo, su aplauso y aprobación, a fin de mantenerse en el poder.

El Sínodo así, parece haber sido planeado específicamente para que, al final, el que brille sea el Pontífice argentino: primero, y ante el descontrol en materia de moral sexual que se vive en el mundo occidental: divorcios, uniones libres, homosexualidad, prácticas promiscuas y demás, nada como convocar a un Sínodo a tratar sobre la doctrina cristiana en torno a la familia, misma que nunca había sido cuestionada por tener sus bases ancladas firmemente en el Evangelio y Nuevo Testamento en general, en la doctrina de los Padres y Doctores, y en la tradición inveterada hasta en tiempos veterotestamentarios. Tenía que hacer pensar que ahora, él, el Papa revolucionario, abría el debate sobre lo que parecía (y debe ser) inamovible. De inmediato, el efecto fue probablemente el esperado por Bergoglio y sus asesores de imagen y política: los medios hablaban del "Papa modernizador", "incluyente", "misericordioso", etc.

Después, los gestos: reuniones con homosexuales, consejos a divorciadas, manga ancha a Kasper y otros prelados alemanes partidarios de esta apertura, así, aumentó la tensión y la expectación: una apertura modernizadora en la doctrina de la Iglesia sobre la sexualidad, el matrimonio y la familia parece inminente; pero después, ¡marcha atrás! el Papa corta tales expectativas y pronuncia algunos mensajes de decidido respaldo a la doctrina tradicional de la Iglesia en esta materia; finalmente, otro bandazo: se filtra la presunta carta dirigida por trece cardenales en contra de la tendencia liberal o modernista del Sínodo y hasta acusan al Obispo de Roma de manipular las cosas para favorecer dicha orientación. Nuevamente, Bergoglio y sus adláteres se ponen en plan de denunciar el fariseismo de los conservadores o tradicionalistas y nuevamente generan espectativa y escándalo con lo que la atención de los medios, que se había enfriado, vuelve hacia el Sínodo y a la figura del bonaerense.

Yo considero que al final, el Sínodo no terminará con conclusiones serias ni determinadas. Esta asamblea de obispos no es un parlamento que pueda reformar lo que el mismo Dios ha fijado por la Naturaleza y refrendado con su palabra en la Biblia e inspirado a tanto pensador cristiano desde los inicios de la Iglesia, Bergoglio lo sabe, pero no le importa: al final, logrará lo que quieren tanto él como quienes conspiraron para derribar a Ratzinger y elevarlo al ministerio de san Pedro: dar una imagen de una Iglesia mundana, modernizada, abocada solo a ritos huecos y a labores caritativas como una ONG más; algo del gusto de los medios y de políticos "progresistas" como Obama y la Izquierda, pudiendo achacar el fracaso de las reformas a la oposición de los "viejos carcas" "casposos", "mochos" y retrógradas de los conservadores.

Bergoglio así, será subido al altar de los revolucionarios y modernizadores incomprendidos y atacados por los defensores de un status quo injusto y vetusto, su fingida derrota en el Sínodo será, en realidad, su forma de "canonizarse" a ojos del mundo; mientras tanto, la confusión moral estará servida, lo mismo que la división entre los fieles, entre aquellos que de modo ciego todo aplauden y aprueban del argentino, sea por "modernistas" y "progresistas" o porque, continuando con el culto a la personalidad de quienquiera ocupe el trono del pescador, desde el avasallador carisma del Papa Wojtila, creen que el Papa es infalible hasta cuando estornuda y no sólo cuando habla ex-cathedra, cosa que no ha ocurrido desde que Pío XII proclamara el dogma de la asunción de la Virgen María, y del otro aquellos que se han cansado de tanta demagogia desde Roma, que dudamos de la legitimidad del último cónclave y que se mantienen fieles a la doctrina y la tradición enseñada por Cristo y sus apóstoles, sin pretender que la misma puede cambiar o quedar obsoleta por el paso del tiempo.

Oremos, son tiempos duros.

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