El historiador británico Ton Holland en su magnífica obra A la Sombra de las Espadas, de la que ya hablé antes en este espacio, hace una evaluación muy interesante sobre el reinado del Emperador Romano César Flavio Pedro Sabatio Justiniano I Augusto: un hombre dispuesto a hacer lo correcto, poseedor de un ambicioso plan de reformas legales y económicas, de poner fin a las divisiones religiosas que generaban discordias, así como de un gran plan militar para devolver la gloria al Imperio, y recuperar la mitad occidental de los dominios de los césares caída en poder de los pueblos germánicos unas décadas atrás.
Justiniano comenzó con energía con su plan de sistematizar y codificar el Derecho Romano, el cual fue exitoso, como todo abogado debe saberlo, logró que el Imperio conociera una gran prosperidad y las arcas públicas rebosaron, continuando con la política hacendaria seguida por sus antecesores: Anastasio I y Justino I; ante un brote de sedición con motivo de las escandalosas carreras de carros en el hipódromo, su gobierno reaccionó con energía y la represión incluso fue brutal. Tras los motines reconstruyó y embelleció Constantinopla con la Iglesia de Santa Sofía y otras construcciones, mandó a sus grandes generales Belisario y Narsés a combatir a los Persas en Oriente y a Ostrogodos, Visigodos y Vándalos en Occidente, recuperando el Norte de Africa, Italia y el Sur de España, se sobrepuso, como muchos emperadores antes de él, a la tradicional oposición del Senado y sus facciones, y parecía que con él regresaban los gloriosos días de Constantino o de los Antoninos.
De súbito, todo se desmoronó, y Holland, sin negar la grandeza histórica del romano, le achaca al mismo las causas del espectacular derrumbe en los años finales de su reinado: sobredimensionó sus posibilidades, no tomó en cuenta la realidad de los recursos con los que contaba para realizar sus ambiciones ni midió las consecuencias a largo plazo de sus acciones; así, como ejemplo, su invasión a Italia, en vez de recuperarla como el centro histórico del Imperio terminó por devastarla, a grado tal que la recaudación de impuestos y tributos a los Godos vencidos terminó siendo menor a los costos necesarios para reconstruirla, para colmo, hubo hechos que salieron de control de la autoridad de Justiniano: una grave epidemia de peste bubónica asoló a las provincias más ricas del Imperio como Siria o Egipto y la propia capital; todo lo cual tuvo consecuencias económicas con la pérdida de ingentes números de contribuyentes y la incuria de los campos que llevó a la hambruna y un empobrecimiento generalizado. Al final y pese a los titánicos esfuerzos del emperador, la pobreza, el hambre y las amenazas exteriores se señoreaban por todas las provincias. Justiniano, por su parte, fue duramente juzgado por sus contemporáneos. No sería sino hasta mucho después que, con el redescubrimiento del Derecho Romano en Occidente, su figura sería reivindicada.
Guardando las distancias y las proporciones, --Justiniano es un gigante histórico y que obró siempre basado en sus convicciones , Peña ni a pigmeo llega-- el caso actual de Peña Nieto aquí en México tiene algunas similitudes: no es de negarse que el Presidente asumió la magistratura con un ambicioso programa de reformas que, de ser aplicado correctamente, tenía como finalidad el reencausar al país en el camino de la competitividad global. En mi opinión, las más acertadas eran las reformas en materia educativa, con la búsqueda de destruir el poder mafioso del sindicato docente, y la energética a fin de acabar con el oneroso e ineficiente monopolio estatal de PEMEX sin perder la propiedad del Estado sobre los hidrocarburos. Sin embargo, ha cometido muchos y muy graves errores, como el de impulsar una "reforma fiscal" que constituyó en establecer un grave aumento de impuestos y un verdadero sistema de "terrorismo hacendario", mientras el aparato de la Administración y los costos electorales siguen siendo enormes, la ceguera del grupo en el poder, que piensa que mantener sus prácticas de amiguismo y compadrazgos con los que gobernaron al Estado de México, se durmió en sus laureles, además de que se ha mostrado incapaz para manejar crisis, como lo ocurrido en Guerrero y tomar decisiones radicales, lo que ha permitido la impunidad desatada de grupos vandálicos bajo cualquier pretexto. En ambos casos, finalmente, tanto del emperador romano y el presidente mexicano son muestras de un optimismo desbordado y la falta de planeación ante las posibles contingencias, claro, Justiniano demostró temple y acción para enfrentar las crisis aunque con medidas emergentes e insuficientes. Peña y sus colaboradores carecen totalmente de carácter y capacidad de decisión: no saben enfrentarse a las crisis.
Incluso, y ante la evidente mala salud del Presidente, crecen los rumores que Peña padece un cáncer en fase avanzada que le obliga a tomar medicamentos contra el dolor y antidepresivos, y que ésta situación es la que es causa de sus famosos despistes o errores al hablar en público, como si se encontrara distraído, o de su inseguridad y falta de decisión, más aparte ha de sumarse una hostil campaña de oposición vía las redes sociales, el antipriísmo sistemático de muchos sectores y grupos sociales y también cuestión de carácter del gobernante que no desea cambiar su equipo, pues no confía en gente extraña o en quien no conoce.
En materia de Seguridad Pública, el Gobierno de Peña heredó el enredado problema que tanto Vicente Fox, con su inacción y torpeza, como la administración de Felipe Calderón, con su temeridad y falta de planeación, generaron o dejaron crecer, sin plantear alternativas al combate de los cárteles del narcotráfico. Hoy en día la nueva fuga de Joaquín el Chapo Guzmán pone en aprietos al Gobierno de Peña y lo precipita a su punto más bajo, tras una actitud complaciente del mandatario que, tras los resultados de la elección intermedia del pasado 7 de junio, se sentía un tanto seguro: los resultados no habían resultado tan negativos para el PRI, salvo algunos casos en particular, como Jalisco.
Va a ser muy difícil que el Gobierno de Peña se levante de este durísimo revés, es muy poco probable que la típica y fácil explicación de los opositores: "fue un arreglo entre el Chapo y el Gobierno", sea cierta: si liberaron al capo para que éste actuara como una especie de mediador para lograr la paz entre las bandas mafiosas, o bien, para apoyarlo a fin de que se convierta en el capo di tutti capi, y así, estabilice y evite enfrentamientos al volverse en el único señor del crimen en México; sin embargo, esta estrategia propia de los libros de George R. R. Martin o de la Dinastía Julio-Claudia según Robert Graves en la antigua Roma, no tomaría en cuenta el enorme costo político de llevarla a cabo, costo político que ya está pagando el gobierno actual con el descrédito y hasta la burla internacional a raíz de estos hechos. Finalmente, y para lo que lo dudaban, las autoridades han desvelado a los medios nacionales y extranjeros el túnel que utilizó el narcotraficante para evadirse de la prisión, lo que nos indica que, efectivamente, la historia oficial es real, pero también que necesariamente tuvo que haber colusión entre el capo y los directivos del penal, pues una obra de tal magnitud no puede realizarse sin que haya ruido, utilización de maquinaria y movimiento de tierra a través de camiones de volteo.
La realidad es que la falta de energía y la falta de planeación ante todas las posibles circunstancias negativas están hundiendo al Gobierno de Peña: no tomó en cuenta las reacciones de oposición contra sus reformas, no ha sabido manejar a líderes contrarios como López Obrador, Carmen Aristegui, Denisse Dressner y otros, se ha dejado pisotear, humillar y ridiculizar en redes sociales sin una campaña efectiva de comunicación social para contrarrestarlos o mejorar su imagen, ha dejado que la impunidad, desde los vándalos anarquistas hasta funcionarios y empresarios corruptos campee por doquier y ante un panorama internacional en materia económica no ha buscado reactivar la economía, sino mantener vivo al enorme gasto público, y no se encausa a la reducción del aparato burocrático.
Estamos en horas muy bajas, y parece que el mandatario ha tirado la toalla y ha decidido vivir en un mundo irreal, de fantasía, alimentada por sicofantes como el Presidente de Francia: Françoise Hollande, quien inexplicablemente le organizó una recepción y una participación de México en los Festejos de la Revolución Francesa de rango apoteósico, como si el mandatario mexicano estuviese viviendo el mayor de sus triunfos cuando en realidad se encuentra derrotado.
Ahora, recibir homenajes de Hollande que ha demostrado ser un papanatas lujurioso, pues...
La realidad es que la falta de energía y la falta de planeación ante todas las posibles circunstancias negativas están hundiendo al Gobierno de Peña: no tomó en cuenta las reacciones de oposición contra sus reformas, no ha sabido manejar a líderes contrarios como López Obrador, Carmen Aristegui, Denisse Dressner y otros, se ha dejado pisotear, humillar y ridiculizar en redes sociales sin una campaña efectiva de comunicación social para contrarrestarlos o mejorar su imagen, ha dejado que la impunidad, desde los vándalos anarquistas hasta funcionarios y empresarios corruptos campee por doquier y ante un panorama internacional en materia económica no ha buscado reactivar la economía, sino mantener vivo al enorme gasto público, y no se encausa a la reducción del aparato burocrático.
Estamos en horas muy bajas, y parece que el mandatario ha tirado la toalla y ha decidido vivir en un mundo irreal, de fantasía, alimentada por sicofantes como el Presidente de Francia: Françoise Hollande, quien inexplicablemente le organizó una recepción y una participación de México en los Festejos de la Revolución Francesa de rango apoteósico, como si el mandatario mexicano estuviese viviendo el mayor de sus triunfos cuando en realidad se encuentra derrotado.
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