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31 de enero de 2014

BIEBER, LA CYRUS Y DEMAS


 
Dedicado a mi sobrina Paola.
 
 
Teniendo una sobrina adolescente que además es believer o fan de Justin Bieber, uno no puede evitar sentirse preocupado ante el tipo de figuras que el medio del espectáculo presenta ante las nuevas generaciones y que tienen atractivo para éstas, ¿porqué? Porque como en el caso del joven canadiense, se da una efectiva mezcla de carisma con mercadotecnia que sirve para atraer multitudes hacia los foros en que éste se presenta, o lo mismo ocurre con la hija del cantautor de música country Billy Ray Cyrus, y en cierta forma, ambos encarnan el espíritu de rebelión adolescente, aunque en su aspecto destructivo y negativo, y no como la sana inconformidad ante las injusticias y la búsqueda de ideales; por el contrario, los dos cantantes juveniles parecen ser la encarnación misma del vacío existencial de generaciones para las que la única expectativa es el hedonismo desbocado o el materialismo puro; no en balde, el slogan de Bieber ha sido siempre el de believe, (creer) pero relacionado a su sueño, al provenir de una familia presuntamente humilde de Canadá --si es que no es un cuento inventado y narrado por hábiles publicistas-- de convertirse en millonario antes de los 20 años de edad, algo que consiguió. Es decir: su sueño se resumió en conseguir dinero y fama, pero a mi parecer creo que ahora se está convirtiendo en pesadilla, incluso y principalmente, para él mismo.
 
No puedo negarlo; a mí personalmente las figuras de Justin Bieber y Miley Cyrus, y también otros de sus adláteres, como Selena Gómez o los Jonas Brothers me parecen repugnantes y altamente nocivos, pero también no puedo evitar dejar de sentir lástima por ellos; finalmente, no son más que víctimas de la explotación infantil y juvenil perpetrada por sus propios padres y las poderosas empresas de medios de comunicación que les han patrocinado su ascenso a las marquesinas y escenarios: Disney, Nickelodeon, la prensa en general; por ello, me parece hasta estúpido el comentario del periodista René Franco que escuché el otro día en que decía que la causa de la espiral de autodestrucción en la que ya se encuentra atrapado Bieber es culpa de la persecución que hace la policía norteamericana en su contra... Bueno, la policía de Los Angeles, Miami o Nueva York no es la que ha inducido al chico a ser prepotente, agresivo, drogadicto y alcohólico, al contrario, bien puede ser que las autoridades hasta estén tratando de salvarle la vida.
 
A mi parecer, no puede negarse que Bieber tenga talento, así lo demuestran los vídeos subidos a YouTube que le hicieron famoso y que lo muestran, a muy corta edad tocando ya con gran habilidad varios instrumentos musicales o cantando con desenvoltura, también hace unas 2 o 3 temporadas, el chico apareció como actor invitado en la popular serie policiaca CSI, encarnado a un adolescente miembro de un grupo neonazi y que es admirador de un asesino serial al que ayuda a escapar, su interpretación, a mi parecer, fue bastante buena, demostrando que posee dotes histriónicas; lo triste es que uno se pregunta ¿qué hubiese pasado si Justin hubiese sido descubierto no por un rapero estadounidense que le sumergió en el sórdido y vicioso mundo de la industria discográfica pop, sino que el niño hubiese entrado a tomar estudios formales de música en algún conservatorio canadiense? ¿Estaríamos hablando ahora del prodigio del piano o del violín? Pero aquí es donde entra no el sueño de ser rico de Bieber, sino el de sus padres o abuelos, (creo que es hijo de madre soltera) que vieron en la explotación comercial de los talentos de su retoño la vía rápida a la riqueza y el lujo, mientras que la música formal y académica no provee de ascensos tan rápidos ni riquezas tan cuantiosas como lo hace la música fácil y pegadiza y las exhibiciones multitudinarias.
 
Bieber no es el único caso, y si vemos otros, tenemos que todos han acabado en tragedias personales: Michael Jackson es el ejemplo quizá más extremo, niño prodigio del canto y el baile fue explotado y abusado por su padre y como resultado, tuvimos a un adulto inmaduro que quería vivir la infancia que no tuvo, que padeció de anomalías sexuales hasta llegar a la pedofilia, adicciones a los medicamentos y paranoia, disgusto con su aspecto físico y rechazo a su raza negra, o ¿qué me dicen de su amigo (o quizá amante) Mackulay Culkin, que a inicios de los 90 tuvo fama y fortuna con sus películas Home Alone, Ricky Ricón, etc. y llegado a la edad adulta solo destacó por los pleitos con sus padres, su alcoholismo y no ha logrado retomar su carrera actoral? Caso similar es el Halley Joel Osmont, quien se hiciera famoso al lado de Bruce Willis en la excelente cinta del director hindú M. Night Shyamalan Sexto Sentido e incluso protagonizó el último filme de un genio como Stanley Kubrick, terminado por Spielberg: I.A., perdida la niñez, Osmont se precipitó en el anonimato, el derroche, el alcohol y la obesidad. Antes de ellos, Drew Barrymore, celebrada siendo una niña por su papel en E.T. de Spielberg precisamente, se precipitó en una odisea de precocidad sexual, drogadicción, alcohol y desenfreno antes de cumplir los 10 años, costándole muchos años y mucho trabajo reencausar su vida y su carrera, lo que afortunadamente logró.
 
En México tenemos el caso del cantante Luis Miguel, hijo del productor y compositor español Luis Rey Gallego, fue explotado por éste desde que tenía 10 años de edad, su familia terminó desbaratándose con la huida y paradero desconocido, hasta ahora, de su madre Marcela Basteri, desde entonces y toda su vida adulta, Luis Miguel ha vivido en una mezcla extraña de ascetismo y libertinaje, prácticamente encerrado en sus mansiones de Acapulco o Miami, y cambiando de amante una y otra vez, siendo sus relaciones más duraderas con la presentadora portorriqueña Daisy Fuentes y la actriz mexicana Araceli Arámbula, con quien tuvo dos hijos.
 
¿O qué tal Ricky Martin? si él ahora hace apología y propaganda de la homosexualidad quizá sea consecuencia de que siendo adolescente e integrante del popular grupo juvenil Menudo fue víctima de abusos sexuales, como todos sus compañeros, por parte del mánager del combo, un hecho que ahora todos los medios han olvidado.
 
Bien podríamos preguntarnos si no es necesario establecer normas, por parte del Estado tendientes a la protección de los menores que participan en el medio del espectáculo, no solo por su tradicional inmoralidad que ya era cuestionada desde tiempos antiguos (basta leer a Suetonio y encontrar los chismes que circulaban en Roma sobre ciertos actores y bufones en las cortes de los primeros emperadores) sino porque dedicarse a ello profesionalmente no es fácil o ligero: ensayos, estudios musicales, sesiones de grabación, la logística de montar un show, viajes interminables, vivir en hoteles, comer en restaurantes, horarios nocturnos, a lo que se suma la presión de la prensa y de los mismos admiradores que persiguen por todos lados al personaje, sin duda pueden terminar por quebrar personalidades frágiles --el propio Paul McCartney dijo en la Antología de los Beatles, que aquello perturbó a su compañero John Lennon y de ahí su afirmación de ser más famosos que Jesús y la extraña conducta que adoptó a partir de aquel tour en EUA, o piénsese en un Jim Morrison cuyo talento poético y tragedia interna se desencadenó con la fama obtenida por su carrera musical hasta morir a los 27 años consumido por las adicciones-- y no se diga a niños o adolescentes que aún no forman la propia, como sería necesario investigar lo que sucede en la llamada "Fábrica de Sueños" que más bien se convierte en la "Fábrica de Pesadillas" y de tragedias reales.
 
La historia personal de Justin Bieber y de Miley Cyrus tienen todo para tener un fin trágico, quizá en mucho su errática y escandalosa conducta no sea más que un grito desesperado de rebelión contra la vida que les fue impuesta, un llanto del niño que se encuentra dentro de ellos reclamando que, precisamente no se les permitió ser niños en su momento y morirán sin llegar a ser plenamente adultos, con la admiración injustificada de muchos y la repulsa de otros tantos, pero eso sí, con la lástima y la pena de todos.


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