Hoy hemos amanecido en México con la sorpresiva noticia de la renuncia del Papa Benedicto XVI, un acontecimiento que no había ocurrido desde 1415, pese a que el Derecho Canónico siempre lo ha previsto. En aquel momento --y eso es lo preocupante-- la Iglesia se encontraba en medio del Gran Cisma de Occidente. Ya antes había habido un caso, el de Celestino V, a fines del siglo XIII, que motivó a Dante Alighieri colocarlo, en el canto III, de su gran obra La Divina Comedia, dentro de una multitud, rechazada tanto por el Cielo como por el Infierno, que vaga precisamente frente a las puertas del Hades sin rumbo fijo, símbolo de los que dudan, los indecisos, los tibios y los indiferentes, que en la otra vida son también rechazados y no encuentran paz; recuérdese aquél pasaje del Apocalipsis en que el Cristo glorioso envía, a través de San Juan, el mensaje de "como no eres ni frío ni caliente, sino tibio, te vomitaré de mi boca", para Dios, finalmente, no hay nada peor que la mediocridad o la indecisión.
Duro es el jucio de el insigne poeta florentino (crítico contra el Papado y partidario decisivo de los Gibelinos o de los que impulsaban la supremacía política del Emperador Romano-Germánico sobre la Cristiandad, pero muy devoto y católico al fin) para la figura de Celestino V, que sólo reinó cinco meses, había sido un monje y un anacoreta respetado y santo, pero al llegar al solio de San Pedro se sintió rebasado por la responsabilidad y la tensa situación política en 1295, por lo que voluntariamente renunció al pontificado, sin embargo, esto no fue óbice para que dichas tensiones, derivadas de las pretensiones del Poder Temporal: Sacro Imperio Romano-Germánico y después la Monarquía Francesa, por subordinar a sus dictados al Papado, también lo arrastraran consigo, y así acabó preso y muriendo en la cárcel diez meses después de dimitir y retirarse a una ermita.
En 1415, el Papa Gregorio XII renunció dentro de una serie de elecciones papales y dimisiones tendientes a dar solución al Cisma de Avignon, en un momento en que llegó a haber hasta 3 Papas: uno en Roma, otro en la citada ciudad francesa y otro en Pisa, Italia.
Como se ve, las renuncias de los Papas que lo han hecho se han visto motivadas no por cuestiones de salud, sino por presiones políticas, basta recordar que Juan Pablo II se mantuvo, pese a todas las críticas que puedan hacerse a su pontificado, al timón hasta sus últimos momentos, afectado no solamente por la edad, sino también por el Mal de Parkinson y otras enfermedades, hoy, el Papa alemán que pese a sus 85 años de edad y que no es un hombre de gran constitución física, no parece encontrarse en un estado de salud tan precario como el del polaco en sus últimos años, ha decidido dimitir, sabiendo que lo hace en un momento crítico para la Iglesia, y muy presumiblemente, lo hace a causa de la crisis que se encuentra envuelta, y respecto a la cual, el Papa se siente humanamente, rebasado y agotado por ella.
Benedicto no ha tenido un pontificado fácil: carente del carisma y la habilidad para el manejo de los medios de comunicación que tuvo su antecesor, se convirtió en uno de los blancos favoritos para el ataque de la prensa de tendencia Izquierdo-Progresista que descargaron en él la responsabilidad de los escándalos por abusos sexuales cometidos por miembros del clero; pese a que la mayoría de los mismos ocurrieron bajo el reinado de Wojtila, navegando en medio de un mar hostil, sobre todo en una Europa, cuando no secularizada, decididamente anticristiana, ante la amenaza de un Islam cada vez más militante y fuerte, y los acercamientos con una Iglesia Ortodoxa fortalecida y por un lado dispuesta al diálogo, pero por otro, obediente a los dictados del Kremlin dominado por Putin y los renovados intereses hegenónicos rusos. A pesar de todo ello, creo que su Pontificado será recordado por algunos logros bastante importantes: la apertura del Ordinariato Anglicano y la conversión de un buen número de británicos y estadounidenses practicantes de esta corriente del Cristianismo que ante el naufragio de la secta creada por Enrique VIII buscan en la sede de Pedro certeza y estabilidad y los firmes fundamentos de la fe como lo hiciera el Cardenal Newman en la era victoriana. Igualmente, el Luteranismo se debilita en Alemania y se plantea la creación de un ordinariato que mantenga vivos elementos de la tradición litúrgica de esta iglesia creados en 500 años, para así poner las condiciones para su regreso a Roma. Con los Ortodoxos, además, se ha abierto el diálogo en torno a puntos comunes, como la lucha contra la secularización y la anarquía moral reinante en Europa, aunque la verdad, a Moscú eso no le interesa, al contrario, desea que los europeos terminen de caer en el caos para poder manifestarse como la salvación de un Viejo Continente debilitado en todos los aspectos.
Pero además de los factores externos, la enorme incomprensión y los ataques recibidos durante estos casi ocho años de reinado, el Papa Ratzinger se ha enfrentado a las disensiones internas en la Iglesia Universal: los malos frutos del Concilio Vaticano II, con el que experimentó Juan Pablo II durante su largo mandato han surtido sus efectos y contribuido más que nada a la secularización y al descrédito de la Iglesia: demasiada permisividad moral y doctrinal, Teología de la Liberación, relajamiento del papel de la Religión en la sociedad, Liturgia descolorida y poco conciencia del significado de la Misa, relajamiento de la disciplina del clero, decadencia de las órdenes religiosas, un ecumenismo mucho más parecido al New Age que a un sincero espíritu evangélico cristiano, entre muchas más cosas, motivaron a Benedicto a buscar la revisión de dicho concilio celebrado en los años sesenta y recuperar la tradición perdida, como lo demostró su Motu Proprio Summorum Pontifficum, del año 2007, que ha permitido la resurrección de la Liturgia Tridentina y el surgimiento de un importante movimiento tradicionalista en todo el orbe.
Esto, por supuesto, hirió muchos intereses y muchas visiones de los defensores del concilio, generándose una división en tres grupos claramente reconocibles: los Tradicionalistas, críticos con el Vaticano II y partidarios de recobrar gran parte de lo modificado por dicha reunión eclesial, los Modernistas, partidarios de una visión más mundana y social de la Iglesia, que desean que la misma cambie y se amolde al mundo postmoderno actual, y los Neoconservadores, que se dicen defensores de los valores cristianos, pero han reducido al Cristianismo a una ideología política con la que defienden posturas Liberales, sobre todo en el terreno económico, y son partidarios del polémico concilio igual que los Modernistas. Sin duda, el evento que más manifestó la guerra abierta existente entre estas tres tendencias fue el espinoso caso del Vatileaks, mediante el cual se filtró a la Prensa, ávida de escándalos con qué atacar a la Barca de Pedro, una serie de documentos e informes pertenecientes a las investigaciones del Papa sobre los malos manejos en los órganos financieros del Vaticano. Evidentemente, se buscó golpear al Pontífice, y el golpe vino desde dentro.
Ante todo esto, es comprensible que humanamente, un hombre de 85 años, acostumbrado a la vida académica, al estudio y a labores burocráticas mucho más tranquilas, se haya sentido abrumado por la situación. Lo que no obsta también para hacer críticas a su debilidad de carácter, o incluso, al parecer de algunos, cobardía de su parte para hacer frente a la problemática situación de nuestros días. La decisión que ha tomado es muy dura, y se presenta como un síntoma más de la profunda y grave crisis que sufre la Iglesia en la actualidad, como en su momento lo fueron las renuncias de Celestino V y de Gregorio XII. Ambas en el contexto de sendas crisis eclesiales motivadas por profundos cambios en el ambiente político y social de Europa o si se quiere, del Mundo Occidental. Hoy en día, y pese a que seguramente la Progresía mundial festejará, la crisis de la Iglesia Católica es tanto causa como efecto de una crisis aún mayor y mucho más profunda: la de toda la Civilización Occidental que, lo quieran o no, se construyó en torno suyo, y que ahora va en un tobogán hacia el vacío, aunque muchos confundidos creen que se dirige a cotas aún más altas de progreso.
¿Qué nos queda a los Católicos? Primero, no nos asustemos, las tribulaciones de nuestros tiempos han sido anunciadas, desde el Apocalipsis y hasta en revelaciones privadas, como es el caso de las visiones de la Beata Ana Catalina Emmerich, son cosas que tienen que suceder para que venga, posteriormente, un periodo de mayor esplendor. Como en la herrería o en la orfebrería, antes de crear la joya o el producto, el metal tiene que ser fundido por el fuego y golpeado por el martillo. Incluso es probable que venga hasta un cisma entre Tradicionalistas por un lado y Neoconservadores-Modernistas por el otro, una crisis similar a las ocurridas en los siglos XIV-XV con el llamado Cisma de Occidente y en el XVI con la Reforma Protestante, a pesar de lo cual, la Iglesia siguió adelante y hasta más fuerte.
Segundo, conservemos la fe y recemos por Benedicto XVI y por la Iglesia, por el nuevo Papa que habrá de ser electo en el Cónclave a celebrarse en marzo, y por nosotros mismos y el mundo en que nos encontramos , que las grandes conmociones están apenas empezando, --y esto no lo digo con ánimo sobrenatural o como profeta o vidente, basta ver el ascenso chino, y el resurgimiento islámico como parte de ello-- conmociones que no solo afectarán a la Iglesia, sino al mundo entero, por lo que debemos estar atentos a las noticias.
Recordemos las palabras de Cristo: contra la Iglesia, las fuerzas del Infierno no prevalecerán.
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