Tomemos un descanso de las politicadas tanto nacionales, conmocionadas por la "licencia", berrinche o desaire de AMLO al PRD en lo que es un nuevo seppuku de la Izquierda Mexicana, algo a lo que debemos estar habituados (y también hacernos respirar, pues eso asegura que esta --pésima-- opción política llegue a ocupar la Presidencia del país, aunque a decir verdad las otras dos opciones: PRI y PAN son la misma porquería, pero con otro membrete, tan es así que se alían y se desalían como si nada), como de lo que está ocurriendo en el Mundo Islámico, ahora en Libia, donde ya, a estas alturas, no resulta sorprendente que los Gringos hayan invadido Irak para salvar a los otrora Babilonios de su dictador sanguinario y cruel que los estaba matando, y no hagan nada en contra del Líder Libio, a quien, como ya decíamos en otro post, ya perdonaron por haber hecho estallar sobre los cielos de Escocia al famoso avión de la extinta aerolínea Panam y hasta han considerado un aliado importante, por lo que ahora sólo salen de Obama y de los demás líderes occidentales meras condenas retóricas a la contundente y sanguinaria respuesta del extravagante Coronel contra sus opositores sin acción efectiva alguna, sin duda, Gaddafi ha sabido comprar su impunidad.
Pero tomemos un respiro y viajemos a Japón, no en balde inicio esta entrada con un símil entre lo que ya es costumbre de los partidos de Izquierda mexicanos yuna práctica no del todo desaparecida en el país asiático para cubrir las faltas contra el honor. Ultimamente, he estado leyendo libros sobre la Historia de Japón (si alguien me quiere recomendar uno que sea bueno sobre China o Corea, se lo agradeceré), en particular, estoy leyendo "Los Samuráis" de Jonathan Clements, otro joven talento de la historiografía británica (los mejores historiadores, sin duda, son ingleses) que se ha especializado en el Lejano Oriente, y de quien también tengo otro libro sobre la Historia de Yang Zhen, mejor conocido con el nombre de Quin Shing Huandi, primer emperador de China. También tengo, sobre la Historia de Japón un libro muy básico y muy recomendable: "Historia de Japón" del japonés radicado en México Kaibara Yukio, publicado por el Fondo de Cultura Económica, y un precioso libro, que conseguí en oferta en un Sanborn's (el desaparecido de Avenida Américas aquí en Guadalajara y que extraño bastante): "Samuráis" del también británico Stephen Turnbull, amplio conocedor del tema.
Ya había dicho también que quizá por nuestro pasado indígena tenemos con Japón algunos puntos en común, sobre todo, en cuanto a política se refiere; la realidad es que el "Imperio del Sol Naciente" es un país que casi de milagro, milagro forjado en la tenacidad, ética y trabajo de sus habitantes, es un país desarrollado, y podríamos decirlo que lo ha logrado A PESAR de sus dirigentes, quienes actualmente lo han mantenido estancado por un periodo de 20 años, y que integran una clase política corrupta y anquilosada, y que, roto el sistema de partido hegemónico, igual que en México, a partir del 2009, se ha venido enredando en conflictos entre partidos y acusaciones mutuas de porquerías de unos contra otros, en algo muy similar a lo que está pasando en México desde el año 2000.
Pero esto no es nuevo, la historia de Japón, del siglo XII y hasta el siglo XVII consituyó una lucha permanente entre los diferentes clanes guerreros, de los Samurái, por el poder; así que hoy quiero compartir, a manera de descanso, con ustedes la interesante, fascinante e increible historia de la Guerra Gempei, misma que inició un tormentoso y con frecuencia idealizado periodo de la Historia de Japón.
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1.- Prólogo: el Origen de los Samurai:
La historia de Japón corre de la mano de la familia Yamato, esto es, la dinastía imperial Esta dinastía tiene su origen en el primer emperador: Jimmu, quien según los mitos es nieto de la diosa sintoista solar Amaterasu, pero que según la Historiografía moderna, al parecer se trató de un caudillo asiático venido de Corea que junto con su gente se asentó en las islas que conforman el archipiélago japonés, (aunque con una lengua al parecer de origen Ural-altaico, aglutinante y no monosílaba, que acusa por su gramática cierto parentezco con el Turco y aún con el Náhuatl americano) hacia el año 700 a.C., y que estableció el gérmen de lo que sería el futuro imperio en la región precisamente llamada Yamato, al sur de la isla más grande: Honshu.
Sin embargo, tanto de Jimmu como de los primeros reyes de Yamato o emperadores japoneses (para que aparezca en realidad ese título tendremos que esperar hasta el siglo VII d.C.) hay muchas dudas sobre su historia, lo único que prueba su existencia real son sus enormes túmulos funerarios conservados en los alrededores de la ciudad de Nara, su primera capital. Sin embargo, es muy probable que el reino, o los reinos en las islas se poblasen con inmigrantes asiáticos llegados del continente o aún de Polinesia, disputando poco a poco el territorio a los indígenas Ainu, pueblo blanco, de abundante y rizada barba y de origen incierto que vivía en las islas antes que llegasen los asiáticos, quienes les llamaban "Emishi", es decir, "forasteros".
Para los primeros siglos de la Era Cristiana, los Yamato se habían impuesto al resto de los caciques asiáticos y habían lanzado a los Emishi o Ainu al norte del país, sin embargo, Japón era un Estado vasallo del único Huang-Di, literalmente "Gobernante Celestial" traducido en Occidente como "Emperador" y que en japonés se dice "Tenno", esto es, el entonces Jefe de Estado de China, lo mismo que Corea que se encontraba dividida en varios reinos, uno de los cuales: Paeckche, era gobernado por una dinastía emparentada con los Yamato.
Sin embargo, Paeckche tuvo conflictos con Kogyuro, otro reino coreano, protegido de China, y este imperio envió a su ejército a defender a su aliado en la península. Paeckche solicitó ayuda a Japón y los Yamato mandaron a sus tropas: un ejército de reclutas basado en el modelo chino. Los japoneses fueron arrasados en aquella, la primera de cuatro guerras chino-japonesas en una historia llena de rivalidades y de un odio feroz entre ambos colosos asiáticos que arranca en el siglo VI d.C. y que siempre han dirimido sus diferencias en Corea, que siempre ha quedado arrasada en el paso de los ejércitos de uno y otro bando.
La derrota, y la continua amenaza de los ainu en el norte de Japón, obligaron al emperador Temmu a efectuar una reforma militar profunda. (los nombres son los nombres póstumos que se les asignaron, después de su muerte, a los emperadores japoneses sólo en Occidente se les llama por su nombre propio, como en el caso del actual, Akyhito, que es simplemente llamado por los nipones como "Kanzyo Tenno" o "Emperador actual" y a su muerte, será llamado Heisei Tenno, siendo Heisei--creo que quiere decir "luz radiante"-- el nombre que el propio Akyhito escogió para describir las espectativas de su reinado, en la costumbre adoptada desde la época del reformista Mutsuhito, que es conocido con su nombre de era y póstumo: "Meiji", es decir: cambio, ya que desde entonces la historia de Japón se divide en eras según cada emperador, a Meiji le siguió su hijo Yoshihito, conocido como "Taisho" y a éste su hijo, el famoso Hirohito, que ahora es llamado Showa, que irónicamente, quiere decir "Paz Celestial", pese a que este emperador condujo a su pueblo a la II Guerra Mundial, en otra curiosidad, los Yamato nunca utilizan su apellido, solamente su nombre, y aunque en Occidente se nos dan los nombres japoneses ordenados según nuestra costumbre, primero el nombre y luego el apellido, en Japón, Corea y China primero va el apellido y luego el nombre, así el ex-primer ministro Junichiro Koyzumi es correctamente Koyzumi Junichiro, quizá un indicativo de la subordinación del individuo a la colectividad, algo característico de esas sociedades).
Ante la derrota del ejército de conscriptos tradicional por chinos y ainus, Temmu decidió que los terratenientes colonizadores de la región norte, que poco a poco iba cayendo en manos de los Japoneses, no solo por la guerra, sino por matrimonios y alianzas entre los latifundistas y los antiguos nativos, armaran a sus propios hombres y los entrenaran en técnicas bélicas copiadas tanto de los chinos como de los propios ainus: el manejo del arco, la guerra a caballo y el uso de sables curvos en vez de espadas rectas. Los resultados fueron exitosos y habían surgido los Samuráis, es decir. "servidores" que debían lealtad a los terratenientes locales e, indirectamente al emperador; Temmu, para declarar su independencia total de China fue el primero en usar el título imperial.
Pero los Samuráis no eran nobles todavía, de hecho, tenían un rango social bajo; hasta que uno de los sucesores de Temmu, el emperador Kammu, en el siglo VIII, se vió en un problema: al haber sido muy mujeriego, llegó a tener hasta 50 hijos, que en el palacio imperial de la ciudad de Heian, después llamada Kioto (la actual Tokio era una ciudad llamada Edo y no fue hecha capital sino hasta el siglo XIX) vegetaban sin nada qué hacer más que consumir del erario, lo que lo obligó, a fin de reducir gastos, a prácticamente echar a la calle a 37 de sus retoños, a los que les dijo que se fueran al norte, a las tierras recién conquistadas a los Ainus y se establecieran allá, dándoles permiso para fundar sus propias familias y otorgándoles apellidos para que ya no fuesen considerados miembros de la familia Yamato con derecho al trono. Una vez en el norte, los terratenientes emparentaron con ellos para ennoblecerse, y así, surgieron los principales clanes samurái, todos con pretensiones nobiliarias, y más aquellos que presumían de tener como ancestro al emperador Kammu.
Entre los 37 hijos desterrados, a uno le concedió el apellido "Taira" o "Paz" cuyo ideograma, en chino se lee "Heike", por su labor en la guerra contra los Ainu, y a otro, le llamó "Minamoto", esto es, "el Fuerte" que en chino se lee "Genji", que estaban destinados a tener, en sus descendientes, una rivalidad feroz.
2.- Los Emperadores enredan las cosas:
Los Yamato mismos tuvieron la culpa de enredar las cosas y propiciar que Japón conociera una larguísima época de inestabilidad política y guerras civiles constantes: su estatus como emperadores les daba el carácter de dioses vivientes, junto con el mito de que el fundador de la familia, Jimmu, era nieto de la diosa del Sol. Esto, por un lado, garantizó la inviolabilidad de su persona y evitó que hubiera cambios dinásticos en el trono, como ocurría en China, así, los Yamato, hasta el día de hoy, tienen 2,700 años ininsterrumpidos en el trono nipón, es decir, nadie de esa familia sabe, al día de hoy lo que es ser una persona común y corriente, ni existen memorias de que alguna vez lo hayan sido, y eso llevó también a que el emperador se alejara del campo de batalla y de las funciones de gobierno para estar constantemente oficiando rituales y recibiendo honores, lo que hacía que las familias nobles más poderosas que poseían altos puestos en la administración, como los Fujiwara, asumieran de facto, el control del gobierno, mismo que contaba con una excelente organización y eficiencia.
Entonces, hacia el siglo XI se le ocurrió a un emperador renunciar al trono, nombrar sucesor a su hijo menor de edad y asumir el rol de regente: libre de los rituales, el emperador retirado podía dedicarse a la política y al gobierno mientras su hijo era menor de edad y se la pasaba en sus rituales, y por tanto, el regente ejercía el poder a nombre de éste; el problema que empezó a darse es que, como Japón, lo mismo que China contaba con un nivel de vida mucho más elevado que la Europa medieval y la esperanza de vida era casi la actual, con lo que un emperador se retiraba, por ejemplo, a los 30 años, dejando en el poder a su hijo de 4 años, cuando éste cumplía 20, ya tenía un hijo de 3 y abdicaba en él, mientras el abuelo era un hombre vigoroso de mediana edad, como consecuencia, había 2 emperadores retirados: padre e hijo, que pugnaban por la regencia, aparte de un niño entronizado. El abuelo, para educar a su hijo, no aceptaba la coronación de su nieto, sino nombraba como emperador legítimo a otro de sus hijos, hermano menor del hijo y rival y así, pronto pulularon varios ex-emperadores que buscaban hacerse con el control del poder, y a fin de sostener sus pretensiones, empezaron a buscar el apoyo del ejército feudal de samuráis, quienes, ociosos sin participar ya de guerras contra los Ainus, y deseosos de buscar el ascenso social y su reconocimiento como nobles, apoyaban a uno u otro pretendiente al trono.
En ello, destacaron las dos grandes familias de los Taira y los Minamoto, que ansiaban dejar sus puestos en las fronteras y convertirse en nobles de la capital, derrocando a los burócratras encumbrados de los Fujiwara (familia que, aún ahora, en sus múltiples ramas, sigue siendo de las más influyentes en Japón).
Aquí destacarían dos personajes siniestros y torcidos, verdaderos maquiavelos orientales: el ex-emperador Go-Shirakawa y el jefe de la familia Taira: Taira No Kiyomori, a quien vemos aquí:
3.- El Ascenso de los Taira:
La familia Taira, para mediados del siglo XII se había convertido en un poderoso clan Samurái que tras haberse aventurado en el norte salvaje de Honsu se dirigió después al sur, controlando el enlace marítimo entre esta isla y las demás del archipiélago nipón. Su jefe, el señor Kiyomori, ambicionaba con ocupar el gobierno y beneficiar a su enorme parentela y amistades, (olvidémonos del concepto de que los orientales son honestos y honrados, los Japoneses en particular, han tenido gobiernos tan corruptos como el mexicano pero con más habilidad para maquillar las cosas y a los que el bienestar del pueblo les ha importado un bledo, ha sido sin embargo, la tenacidad y la ética de ese pueblo lo que los ha hecho surgir de la nada o resurgir tras los bombazos atómicos y encumbrar a su país a pesar de sus gobernantes, émulos de Kiyomori o de Go-Shirakawa, verdaderos bandidos y ambiciosos) y la oportunidad vino de los conflictos familiares de los imperiales Yamato.
Hacia 1156, el ex-emperador regente Toba había muerto, al igual que sus hijos, el también ex-emperador Toba y el reinante Konoe; por lo que solo quedaban dos de sus hijos: Sutoku, que se había retirado para que su hermano menor reinase, y Go-Shirikawa, excluido hasta entonces de la sucesión y que a falta de alguien más, fue coronado para continuar con la ya para entonces larga saga de los Yamato y su trono del crisantemo. Este príncipe, de 30 años, había mantenido un bajo perfil bajo el gobierno de su padre y el reinado nominal de sus hermanos, pero una vez en el trono, se planteó como objetivo el restaurar el absolutismo monárquico; para ello, debía deshacerse de los Fujiwara y su dominio de la administración pública que apoyaban a su incómodo hermano Sutoku. Sin embargo, se topó con el principal problema que llevaría a que hasta el día de hoy, el Emperador japonés dejara de ser un gobernante efectivo y ser más una figura religiosa, cabeza del clero budista-sintoista en su país y referente de la unidad nacional: la falta del control sobre la fuerza pública. Aquellos terratenientes, llamados "damyos" que habían armado sus propias tropas y habían emparentado con los 37 hijos ilegítimos del Emperador Kammu, eran los que dirigían poderosos ejércitos privados: eran los clanes samuráis, ligados al monarca por un laxo juramento de lealtad y prestación de servicios, mientras que los juramentos entre estos señores feudales y sus ejércitos de servidores o samuráis eran mucho más fuertes y duraderos.
Así que Go-Shirikawa tuvo que acudir al clan que le pareció más fuerte para obtener su apoyo y lo encontró en los Minamoto, prometiendo olvidar antiguos agravios de ese clan contra el gobierno imperial (no pago de impuestos, desobediencia a decretos, excesiva autonomía) y otorgar cargos en el mismo a los líderes familiares. Los Minamoto se levantaron en armas contra la mala administración de los Fujiwara y la injerencia del ex-emperador Sutoku, pero éstos llamaron en su auxilio otros miembros del clan Minamoto, que se encontraban en desgracia respecto a sus parientes y a otros clanes menores prometiéndoles lo mismo, Shirikawa entonces acudió a los Taira y su líder Kiyomori que acudió gustoso: hubo una batalla que se prolongó durante días en las calles de Kioto, casas y edificios ardieron, los civiles caían bajo las flechas que se intercambiaban los samuráis de los bandos enfrentados; al final, Go-Shirikawa triunfó y expulsó a los ministros Fujiwara que ya no le servían y exiliaba a su hermano Sutoku.
Si Go-Shirikawa (a quien vemos aquí arriba) pensaba que ya la había hecho, estaba muy equivocado: los Minamoto que le ayudaron estaban inconformes con los "huesos" o cargos que les repartió, pues a los Taira les había tocado lo más apetitoso, y de todos modos tanía que aceptar a algunos Fujiwara, con los que había llegado a un acuerdo: compartiría con ellos la Regencia una vez abdicase para sustraerse de sus obligaciones rituales y así lo hizo, dejando en el trono a su hijo adolescente Nijo; entre tanto, los Taira se apoderaban poco a poco del gobierno, y aparte, le aparecía un hijo incómodo, que se daba cuenta que lejos de que los Yamato recuperaran el poder, las temerarias acciones de su padre estaban diluyendo más a la figura del Emperador, era el príncipe Mochihito.
Los Minamoto y Fujiwara inconformes se rebelaron aprovechando que Kiyomori, que estaba a cargo de la guarnición del palacio imperial se encontraba de viaje: apresaron al emperador Nijo y a Go-Shirakawa, pero Kiyomori, advertido de lo que había pasado, regresó a Kioto y organizó un espectacular plan para que los cautivos imperiales se escaparan, con un incendio del palacio, el disfraz de padre e hijo y el ataque de los Taira a Minamotos y Fujiwaras, que fueron derrotados y ejecutados tras lo que se conoció como la "Insurrección Heike".
Go-Shirikawa, agradecido, tuvo que nombrar a Kiyomori Primer Ministro y otorgar multitud de cargos y prebendas a los Taira y demás aliados, mientras los líderes Fujiwara y Minamoto eran ejecutados, perdían muchas de sus propiedades, al menos en la capital y otros eran desterrados. No estaba contento, pero no le quedaba más remedio: su esperanza era que los Taira y otros clanes entraran en guerra y se matasen entre ellos. Entre tanto, casó con una cuñada de Kiyomori, que establecía una férrea dictadura por todo Japón en nombre del emperador, pero restauraba el orden, y tuvo un nuevo hijo: Takakura, que después de que Nijo abdicase, fue puesto en el trono siendo un adolescente.
3.- La Guerra: Acción y Tragedia
El príncipe Mochihito, al verse excluido del trono por un Yamato-Taira, decidió alzarse contra la dictadura de su padre y Kiyomori: huyó de la capital y al estilo de Francisco I. Madero, lanzó un plan revolucionario que encontró eco entre los Minamoto. El líder de ese clan había tenido dos hijos: Yoritomo y Yoshitsune, ambos estaban desterrados en sus tierras, al noreste de la isla mayor japonesa. Yoritomo y su inculto primo Yoshinaka acudieron al llamado de Mochihito y se lanzaron a la revolución; sin embargo, fueron aplastados, y el propio Mochihito fue liquidado por las tropas Taira cuando huía cruzando el río Uji.
Sin embargo, esto no detuvo a los Minamoto: habían perdido al líder de la revolución, pero no los deseos de venganza contra los Taira; por otro lado, el intrigante de Go-Shirikawa veía con cierto gusto que estallase la guerra entre las dos familias, que se identificaban por sus "mon" o emblemas: una mariposa sobre fondo rojo para los Taira, unas hojas de bambú sobre blanco para los Minamoto. Como tampoco confiaba en Takakura, lo mismo que Kiyomori, aceptó que el nieto de ambos: un bebé llamado Antoku, tomara el trono, obligando a Takakura a renunciar, el viejo Taira pensaba así no tener nadie impetuoso que desde el trono se rebelase contra él y su consuegro imperial con el apoyo de los odiados Minamoto.
Aquí las cosas parecen ponerse en una forma casi irreal, según lo narra la "Heike Monogatari" o "Historia de los Heike", especie de novelización de las acciones de la "Guerra Gempei" es decir, Guerra Genji-Heike, la "h" aspirada se vuelve "p" cuando se antecede de una consonante, casi como un manga o un anime moderno, pues Yoritomo y Yoshinaka resultan ser unos líderes valientes, pero pésimos comandantes en cuanto a estrategia, hasta que aparece uno de los personajes más populares de la Historia japonesa, que ha sido retratado en series de TV y por supuesto, los mangas y animes: Minamoto No Yoshitsune, a quien vemos acá representado modernamente:
Yoshitsune tenía como 21 años cuando la guerra estalla en 1180, vivía escondido en una ermita, hasta donde llega un monje budista, antiguo amigo de su padre trayendo la calavera de éste y se la enseña a Yoshitsune para recordarle que tiene el muy sano deber de vengarse contra Kiyomori y los Taira. Yoshitsune se convence y marcha a buscar a su hermano y a su primo y unirse a la guerra, pero al llegar a cierta ciudad se encuentra con otro monje (loco) guerrero: Benkei, que armado con una lanza, monta guardia sobre un puente y no lo deja pasar, a menos de que le venza en combate, pues dice que ha hecho voto de tomar 1,000 espadas con cuyo acero fundir una estatua de Buda; al momento, lleva 999. Y la única forma de no cumplir el voto es muriendo en combate.
Yoshitsune acepta el reto y vence a Benkei, pero no lo mata, sino lo convence de que se le una en su venganza como escudero, afirmando que en la batalla encontrará más katanas y wakisahis (espada complementaria al famoso sable) con qué cumplir con creces su voto, y el monje acepta.
Entre tanto, el ya viejo Kiyomori enferma de unas fiebres tan altas que cuando lo bañan hace hervir el agua, mientras por las noches sueña con presagios contrarios a la suerte de los Taira, o lo atacan los fantasmas de todos aquellos a que ha matado y traicionado para llegar al poder. Finalmente muere, y en su agonía, pide que como única ofrenda ante su tumba depositen la cabeza de Minamoto No Yoritomo, líder de la rebelión y que se le ha escapado.
La muerte de Kiyomori hace que su clan carezca de un jefe capaz, pues sus hijos, convertidos en refinados cortesanos, carecen de la habilidad política y militar que tenía el padre, así como de la ferocidad y apoyo popular de los Minamoto; estos sin embargo, hacen gala de una crueldad sin límites: incendian campos, matan campesinos, arrasan propiedades a fin de asegurar que los Taira no tengan recursos tanto del Estado como propios. Los hijos de Kiyomori se ven obligados a abandonar Kioto, que es tomada por el primo de Yoritomo: Yoshinaka..
Go-Shirakawa, que era un verdadero rastrero, lo recibe y le convence de que los Minamoto lo reconozcan como emperador legítimo en vez del niño Antoku, imposición de Kiyomori, posteriormente, deja que Yoshinaka que era un verdadero rancherote, tome plena libertad en el gobierno de la estrangulada ciudad, víctima del desabasto y de la llegada de muchos refugiados llegados de todo el país, y provoca un desastre, Yoshinaka es incapaz de evitar que sus tropas saqueen la ciudad, establece impuestos de guerra sin tacto alguno y desata la ira del pueblo que comprueba que los Minamoto son peor que los Taira, con una serie de motines que terminan por destruir a la ciudad, así que el intrigante monarca envía a Yoritomo, a quien reconoce como líder del clan, una serie de quejas contra su primo, y que suenan más a la orden de que acabe con él, acusándolo de perturbar el orden público y ordenar atrocidades.
Yoritomo se la creyó y ordenó la muerte de su primo; éste huyó de Kioto con algunos leales, entre ellos su esposa, una mujer de armas tomar que vestía también la armadura samurai, y se llamaba Tomoe Gozen, acosados y perseguidos, marido y mujer pelearon hasta la muerte, llevándose consigo a numerosos enemigos. Aquí podemos verla, luciendo una impresionante panoplia (las armaduras orientales: japonesas y chinas son hermosas e imponentes, mucho más que las usadas en Europa en la Edad Media y Renacimiento y más que las grecorromanas, armaduras que casi casi eran de broma: hechas de cuero, tela acolchonada o bronce, resultaban menos efectivas para defenderse que una mentada de madre al enemigo):
Yoritomo entró a Kioto y se dispuso a poner orden en Kioto, y nuevamente, el arrastrado de Go-Shirikawa lo colmó de honores y agradecimientos. A cargo de la campaña quedó el hábil y joven Yoshitsune, que decidió perseguir a los Taira, que se replegaban a sus puntos fuertes en el sur, y planeaban usar su poder marítimo, juntando una gran flota, con la qué invadir el norte de Japón, en la sede del poder Minamoto, desprotegido con sus tropas avanzando hacia el sur.
La guerra entra en su etapa más brutal, los hombres de Yoshitsune incendian pueblos y graneros para no dejar nada a los Taira y viceversa: el pueblo, totalmente ajeno a la rivalidad entre ambos clanes y a las intrigas del emperador es el que más sufre: el hambre y las enfermedades hacen mella, los cadáveres se amontonan en calles, plazas y caminos y no hay quien los sepulte. Tras una serie de batallas y escaramuzas, Yoshitsune encuentra que los Taira han logrado armar una poderosa flota de botes de juncos para hacer su plan de invasión del norte o incluso, huir a Corea, pues no hay acuerdo entre los hijos de Kiyomori sobre cómo proceder y desconocen la situación de los Minamoto respecto al control efectivo que puedan tener del norte del país, con el niño-emperador Antoku, custodiado por su abuela materna, la viuda de Kiyomori, a quien pretenden se reconozca como emperador legítimo. La flota se haya anclada en una bahía conocida como Danno Ura.
Yoshitsune requisó botes pesqueros y marinos y pescadores para improvisar a toda prisa una flota, (los métodos, por supuesto, distaron de ser amables) con la que salió al encuentro de sus enemigos. No había mañana. Era la batalla decisiva: si los Taira aniquilaban su fuerza, quedarían con el paso libre hacia Kioto o invadir las tierras de los Minamoto al norte y sería el fin, pero Yoshitsune tenía la oportunidad de destruir por completo a los Taira y capturar a Antoku, terminando la guerra.
5.- La Batalla de Danno Ura, o de cómo los samuráis se transformaron en cangrejos:
Carl Sagan, en ese clásico de los documentales científicos de inicios de los 80. "Cosmos", explica a grandes rasgos lo que ocurrió aquella hermosa mañana de abril de 1185. Yoshitsune y su improvisada flota se lanza contra la armada Taira, la batalla inicia con una feroz lluvia de flechas retratada en la pintura con la que se abre esta entrada, (se ve cómo en el Manga y Anime actual perviven las técnicas de dibujo del Japón antiguo) en esa escena, Taira No Shigemori, hijo de Kiyomori, permanece impávido, apoyado en su lanza mientras los Minamoto disparan sus flechas sobre él. En tierra, fuerzas de caballería e infantería de ambos clanes se enfrentan con todo el honor samurail: vencer o morir, no hay lugar a la derrota, ni a la rendición, el samurái, según el Bushido (Camino del Guerrero) su código de Etica, morirá peleando o se suicidará, pero jamás se rendirá. Algo que los militares japoneses seguirán hasta la II Guerra Mundial (cuando la mayoría de generales y oficiales pertenecían a los antiguos clanes guerreros).
Al principio, los Taira causan enormes bajas a Yoshitsune, hasta que él, viendo el barco en que se encuentra Antoku, toma una decisión acertada: "No ataquen a los guerreros: maten a los timoneles y remeros de los buques" Sus arqueros hacen eso y logran inmovilizar a los buques Taira que amenazan con rodearlo, se dice, según el Heike Monogatari, que Yoshitsune, Benkei y otros saltan de barco en barco matando a todos los Taira, matan a los remeros del barco imperial y se acercan.
Aquí una reconstrucción hecha por los Japoneses en una serie de TV reciente sobre Yoshitsune:
Viendo que todo estaba perdido, y que Antoku sería capturado, la abuela toma a Antoku y juntos, se arrojan al agua, al ver esto, los Taira que quedaban se arrojan al agua o se hacen el seppuku o harakiri. Los estandartes rojos son abatidos, y la bahía de Danno Ura queda enrojecida de la sangre derramada. La Guerra ha terminado. Veamos cómo lo reconstruyen los japoneses:
Y en cuanto a la transformación de los samuráis Taira en cangrejos, Sagan lo explica como un caso de selección artificial inconsciente: los pescadores de la zona, impresionados al ver cangrejos con rasgos vagamente humanos en el caparazón los arrojaban de vuelta al agua, pescando únicamente aquellos de apariencia lisa, así, los cangrejos más humanoides tuvieron más oportunidad de sobrevivir, hasta llegar a tener este aspecto:
Según la leyenda, son los Taira o Heike, convertidos en cangrejos que custodian al emperador Antoku en su capital bajo las aguas.
6.- Epílogo: El destino de los vencedores:
Los Minamoto quedaron dueños de la situación. Go-Shirakawa, el verdadero villano en toda esta historia, concedió a Yoritomo el título de Shogún o Comandante en Jefe de todas las fuerzas militares feudales de Japón, pero percibió pronto que éste veía con envidia a los éxitos de su hermano menor Yoshitsune. Así que el viejo y malvado emperador no cejó en su empeño de recuperar el poder absoluto para la corona, aunque ahora, nuevamente había renunciado al trono y puesto en su sitio al hermano menor de Antoku, mismo que no había podido ir con los Taira a su destino fatal en Danno Ura, un niño de apenas 4 años al que se conoce con el nombre póstumo de Go-Toba.
Así que estimuló la envidia de Yoritomo hacia Yoshitsune, apenas 2 años después de la victoria en Danno Ura, éste era declarado fuera de la Ley por presuntamente conspirar contra el Imperio y el Shogún, y Yoshitsune, seguido por su fiel Benkei, debió huir y esconderse, viviendo numerosas aventuras a la Robin Hood, siendo recibido por unos parientes en el norte de Japón que después de un tiempo lo traicionaron, ante la promesa de recompensa. Rodeados por los samurais enviados para matarlo, combatieron. Benkei murió de pie, apoyado en su lanza como cuando cumplía su violento voto sobre el puente, mientras, Yoshitsune se refugiaba en un almacén que fue incendiado por los soldados enemigos. Ahí, se hizo el seppuku y su cuerpo se incineró por completo.
El plan de Go-Shirikawa no funcionó, contaba con que Yoshitsune se lanzara a la revolución contra su autoritario hermano y esperar a que ambos Minamoto se eliminaran entre sí, pero, por el contrario, Yoritomo se vió fortalecido al demostrar que no le temblaba la mano para eliminar a traidores o presuntos enemigos del orden restaurado, ni siquiera si era su hermano; para demostrar su carácter implacable, exterminó a los traidores que le entregaron a su hermano... ¿honor Samurái?
Yoritomo moriría después de una caída del caballo, según se dice, asustado ante la aparición del vengativo espectro del joven Yoshitsune. Go-Shirikawa tendría una muerte tranquila en sus aposentos imperiales al llegar a viejo, pero seguramente frustrado, viendo cómo el Emperador era reducido a ser una figura religiosa y ceremonial. Su legado: un Japón destrozado, con todos los avances alcanzados por sus antecesores en la administración y la economía completamente borrados, y un país dividido entre damyos o señores feudales que seguirían por 500 años, hasta 1600 en que el que uno de ellos: Tokugawa Ieasu lograría reunificar el país y lograr la paz, el ejemplo de los Taira y los Minamoto de luchar por el poder en el que veían un fin y no un medio y por el control de las escasas tierras cultivables en el archipiélago o las zonas de pesca más ricas, el pueblo les valió gorro y solo les interesaba como la fuente de recursos para armar ejércitos de samuráis o como reclutas de infantería. Los ejércitos samuráis, pese a su hermoso e imponente aspecto, su código de honor y sus letales armas, demostrarían ser inadecuados para la lucha contra enemigos exteriores (la invasión mongola-china se frustró por cuestiones metereológicas más que por los samuráis, y la invasión de Corea en el siglo XVI fue un fiasco completo) y muy buenos para pelear constantes guerras civiles, y no sería sino hasta que Meiji o Mutsuhito tomase el trono a mediados del siglo XIX que el emperador recuperaría su papel de Jefe del Gobierno y del Estado, que perdería su nieto Showa o Hirohito en 1945 ante los norteamericanos, aceptando el rol de monarca constitucional con atribuciones muy acotadas.
La moraleja de esta Historia es la advertencia de cuando la clase política solamente pelea por sus intereses y se olvida del pueblo. Al menos, los Taira y los Minamoto tuvieron el valor de enfrentarse por él directamente; hoy en día, nuestros partidos políticos polarizan igual las contiendas electorales y nosotros, los ciudadanos, solo nos convertimos en espectadores y víctimas igual que los nipones del siglo XII, pues en el poder, al igual que Go-Shirakawa, Yoritomo o Kiyomori, sólo ven el medio de satisfacer sus ambiciones, pero ahora hay una gran diferencia, si los samuráis arreglaban sus diferencias "como los hombres", nuestros políticos lo hacen cobardemente, mediante el chisme, el insulto y la descalificación.
Sin duda... ¡Cómo ha decaído la humanidad!