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12 de marzo de 2025

HACIA RUPTURAS Y ALIANZAS


Se dice que, en su lecho de muerte, Napoleón dijo a los presentes: "les heredo dos monstruos: Rusia y Estados Unidos"... el emperador francés, que también previniera cualquier intento de "despertar" al dragón chino, porque éste algún día haría retumbar al mundo, no poseía dones paranormales, sino que su perspicacia, elevada inteligencia y olfato político, le hacía intuir lo que se venía: finalmente, las Guerras Napoleónicas librarían a EUA  de ser reconquistado por los británicos en 1812 y de cualquier intento de perturbación de su desarrollo por potencias europeas, y consolidarían al gigante eslavo en la intervención en los asuntos del Viejo Continente.

Tras una serie de cambios y vericuetos políticos, así como las dos Guerras Mundiales, el Imperio Ruso, renombrado tras la Revolución Bolchevique como Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y EUA, ambos como vencedores indiscutibles sobre la Alemania Nacionalsocialista y el Japón Imperial, se repartieron el mundo en dos bloques, además de dirigirse al choque por sus discrepancias ideológicas e intereses geopolíticos. En 1991, producto de los propios vicios del sistema comunista implantado en Moscú, y de la hábil estrategia de contención que diseñara el diplomático norteamericano George F. Kennan, en su Largo Telegrama, publicado después como el ensayo Las Fuentes de la Conducta Soviética, implementada por el Presidente Ronald Reagan --quien contara también con los apoyos de la británica Margaret Thatcher, y del Papa San Juan Pablo II-- se produciría el colapso ruso-soviético.

Rusia, reducida a las fronteras de la época de la muerte de Pedro I el Grande, y amenazada con seguirse fragmentando durante la desastrosa década de 1990 bajo el desgobierno de Boris Yeltsin, fue rescatada por la llegada al poder en el Kremlin de Vladimir Putin, que comenzó un tenaz proceso de recuperación, que ha culminado con, tras treinta años de presión ejercida por gobernantes norteamericanos y de sus aliados, o "vasallos" europeos, que siguieron todavía, sin cambios, las tesis de Kennan, y aún más, las vetustas ideas de Mackinder de inicios del siglo XX, acerca de la dominación del hearthland asiático y evitar la alianza germano-rusa como desafío al poder marítimo ejercido en su momento por Gran Bretaña y posteriormente por EUA. Tras febrero de 2022, Rusia nuevamente parece tener una voz potente en el rediseño del orden mundial aunque --todavía-- no tiene la fuerza que llegó a tener bajo el régimen soviético ni el esplendor del Zarismo en el siglo XIX.

Pero ahora, llega Donald Trump a ocupar el Poder Ejecutivo en Washington, y al parecer, está decidido a realizar un cambio de paradigmas: ciertamente, los Demócratas, desde la campaña de 2016, han hecho circular el rumor de que, de alguna manera, el neoyorkino es una especie de doble agente de los rusos, un traidor vendido a los intereses de Moscú, ya sea de grado, o bien, porque Putin cuenta con pruebas para hacerle estallar un escándalo sexual, como se aventura en decirlo el repugnante comentarista peruano Jaime Bayly, sujeto frívolo, afeminado y calumniador, como bien lo señala el venezolano Acquaviva, y que son teorías que también defiende el ya muy venido a menos youtuber e historiador Francisco Gijón, cada vez más tendiente al amarillismo, a pronunciar rollos interminables sin decir nada, pero con aire intelectual y a hacer burla de otros creadores de contenido ante la falta de bases propias.

El porqué Trump parece ahora buscar no solo concertar la paz en Ucrania, sino a establecer incluso una especie de colaboración o alianza con Rusia, tiene explicaciones mucho más sencillas: en primer lugar, sí es cierto que el magnate, en su ámbito empresarial, realizó algunos negocios con los eslavos, incluso en la década de los 80, cuando bajo Gorbachov y la etapa de la Perestroika, el sistema comunista comenzaba a dejar paso a una economía más liberalizada, Trump sería de los primeros hombres de negocios occidentales en hacer tratos en Rusia y con los rusos; incluso parece que en algún momento sí recibió préstamos o fondos moscovitas, lo que no necesariamente significa que su voluntad haya sido comprada; lo que pasa es que simplemente el hoy mandatario norteamericano pudo conocer de primera mano, la nueva realidad rusa, y se ha dado cuenta que ésta, desde finales del siglo XX, es muy diferente a lo que le tocó ver a Kennan y a Mackinder, y ya no corresponde a las circunstancias que aquellos conocieron, por lo que, mantener una postura de EUA para con la Federación Rusa de Putin como si ésta fuese lo mismo que el Imperio Zarista de Nicolás II, o la Unión Soviética de Stalin no tiene sentido alguno.

De hecho, el proyecto de Trump, con la resurrección de los principios morales cristianos --más tendientes a los Católicos antes que Protestantes, como lo muestra el Vicepresidente Vance-- en una sociedad norteamericana percibida como decadente y a punto del estallido bajo el mandato de Biden, así como la recuperación del patriotismo, de la unidad nacional (que comienza con la lingüística, de ahí la importancia de, tras 250 años, designar al Inglés como lengua oficial expresa en el país), asemeja mucho al proyecto del ex-agente del KGB para con el coloso eslavo, y aún con el proyecto de Xi Jinping de crear el Sueño Chino.

En ese sentido, el discurso pronunciado por J. D. Vance en la Conferencia de Seguridad de Munich, Alemania, hace unas semanas, cobra pleno sentido: EUA está dispuesto a romper con una Europa que, concebida como bloque, ha olvidado sus raíces y se encuentra sometida a una dictadura totalitaria, feroz y aplastante de las oligarquías globalistas woke, y en su lugar, acercarse más a una Rusia con la que, esta Administración, encuentra muchos más puntos de contacto actualmente, que con países europeos que, en primer término, están débiles como nunca, en los términos económico, político y hasta cultural; las antiguas grandes potencias: España, Inglaterra, Francia o Alemania son casi parques de atracciones, desindustrializados y dominados por élites financieras especuladoras y haraganas, que han medrado gracias a un Estados Unidos que, desde el Plan Marshall tras la Segunda Guerra Mundial, la constitución de la Unión Europea y de la OTAN, cargó con el sostenimiento de la reconstrucción y el desarrollo de Europa, así como su seguridad, pues aquello beneficiaba sus intereses en el esquema de la Guerra Fría.

Sin embargo, tras 1991, realmente, la forma en que se había estructurado la relación entre EUA y el viejo continente, ha quedado ya carente de sentido más que para beneficiar el negocio del Complejo Militar-Industrial, ha resultado demasiado oneroso para las finanzas norteamericanas, y además, peligroso, como lo ha demostrado toda la expansión de la OTAN hacia el este que, al final, desembocó en la Guerra de Ucrania.

Lo ocurrido el viernes 28 de febrero,  muestra ya el primer quiebre de los lazos geopolíticos tejidos entre EUA y los viejos Estados europeos: Trump no está dispuesto a continuar con la aventura ucraniana, tiene bien claro que lo explicado por Putin al periodista Tucker Carlson es cierto, como cualquier historiador serio lo haría, en cuanto a que Ucrania nunca ha tenido identidad ni existencia propia, y es una demarcación construida con los territorios rusos originales (la Rus de Kiev) y zonas que fueron recuperadas de la dominación islámica otomana, o tomadas de Austria, Hungría, Polonia o Prusia. De igual manera, Trump no está dispuesto a seguir sosteniendo el bienestar, ni resolviendo los problemas de los europeos.

Trump también tiene pleno conocimiento que el poderío ruso es mucho mayor del mostrado durante la guerra y que ésta, sólo puede ser señalada de ser un error garrafal de la política exterior norteamericana que se prolongó por treinta años, pretendiendo continuar con el mismo clima de la Guerra Fría pese a que ésta había concluido con la derrota del Comunismo, estando a punto, bajo el mandato de su sucesor-antecesor Joe Biden, de provocar la Tercera Guerra Mundial.

En ese sentido, la posible ruptura de la OTAN, y aún de la Unión Europea, bloque igualmente surgido para la protección de los intereses norteamericanos, que de esa manera previno que entre las potencias europeas surgiera una competencia feroz de nuevo, que llevase a la formación de un nuevo contendiente a la hegemonía. Alemania y Francia tendrían atadas las manos, a España, se le desindustrializó y se le limitó su autonomía de acción, alejándola además de América, mientras Reino Unido actuaba sólo como un apéndice de las políticas de Washington para ejercer control sobre el experimento. Sin embargo, al final esto llevó a EUA a cargar con todo el peso de sus aliados que se convirtieron en una especie de entenados; hoy, con una economía dañada, necesita tirar ese lastre, aunque aquello implique dejar el continente como campo abierto para las posibles ambiciones futuras rusas, los negocios chinos y la penetración islámica... ni modo, eso puede llevar, sin embargo, a que los países europeos salgan de su letargo y resurjan.

Como sea, vivimos los tiempos interesantes de la maldición china, hay tantos temas a tratar ante el mundo cambiante que estamos viendo, que estas líneas y el tiempo no me alcanzan para tratarlo aquí, pero lo iré desgranando en mis siguientes posts. Sigamos atentos a lo que se viene.