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4 de septiembre de 2016

DE IDOLOS Y DIVOS...



El día de ayer murió el cantautor michoacano, pero avecindado en Ciudad Juárez Chihuahua Alberto Aguilera Valadez y con él, su stage personna "Juan Gabriel", víctima de un paro cardiaco. Ayer, igualmente, hice un comentario en Facebook --lamentablemente, no me puedo guardar mis opiniones aunque sean polémicas, finalmente, hoy tengo más que claro que tengo el derecho a la libertad de expresión, pese a quien le pese--respecto a su figura y su música, y lo vuelvo a decir aquí:

Descanse en paz Alberto Aguilera, siendo sincero, su música no fue más allá de ser ideal para amenizar borracheras y eventos sociales, muy propia de la mexicanidad; por otro lado, no sé cómo no lo demandaron los homosexuales cuando su personaje "Juan Gabriel" era una caricatura ridícula de ellos.

Sí, es lo que siempre opiné y opino de él: cierto, de su vida se desprende un ejemplo de capacidad para salir adelante desde un origen muy humilde como hijo de una madre soltera, que estuvo en un orfanato y pasó un tiempo preso en una cárcel en la Ciudad de México o que dormía en los parques en lo que buscaba alguna oportunidad, pero tampoco lo engrandezcamos tanto: Aguilera no fue un músico extraordinario ni tampoco serio. En un país normal, pensemos quizá en Francia, jamás habría salido de los cabarets del barrio de Pigalle en París, y no habría pasado de ser un acto cómico, con sus canciones llenas de desamor, su música simple y repetitiva y un amaneramiento exagerado hasta el ridículo --lo que me hace dudar de que en la realidad fuese homosexual, (finalmente tuvo hijos con diversas mujeres, a las que por cierto, trató en forma pésima) y más bien fuera una característica que se le ocurrió para que el personaje "Juan Gabriel" llamase la atención por su exotismo, quizá caricaturizando la "onda glam" que se daba en otras latitudes de la mano del también recientemente finado David Bowie en aquellos años: mediados de los 70, en que iniciaba su carrera-- que más se prestaba para producir la carcajada que para apreciar la calidad de las notas y las letras de sus composiciones. La verdad, tampoco creo que Aguilera se sintiera particularmente talentoso, ni creo que originalmente tuviera altas expectativas, como tampoco tenía una formación musical académica o profesional, simplemente probó una fórmula que le funcionó y se mantuvo apegado a ella al ver que el público mexicano y de gran parte de Hispanoamérica respondía positivamente a la misma.

Admitámoslo: la música de Juan Gabriel resulta idónea solo para bailar en las bodas o emborracharse lamentando el amor perdido o no salir de la friendzone, y eso no tiene nada de malo, todos lo hemos hecho, hasta quien aquí escribe, y bueno, no creo que a nadie se le ocurra olvidar a la amada ingrata bebiendo tequila mientras se escucha una cantata de Bach o un concierto para violín de Vivaldi ni tampoco el Dark Side of the Moon de Pink Floyd, ni tampoco va a bailar en una boda o graduación con un motete de Thomas Capricornus o el último disco de Dream Theater sonando al fondo, hay música para cada ocasión, pero eso también lleva a que asumamos las cosas en su lugar y nos demos cuenta que tampoco fue "el compositor mexicano más grande de la Historia", al menos de la segunda mitad del siglo XX...

Aguilera sostuvo su éxito en una plataforma que no fue otra que Televisa: la empresa de la familia Azcárraga, desde que era la XEW Radio en los años 30 fue definitoria para el medio del espectáculo, y para la cultura, del mexicano, le guste o no a muchos, a muchos que hoy en día despotrican contra esa televisora por su relación con el PRI y el Gobierno actual, pero que sin embargo veneran productos de ella, como Chespirito y el propio Juan Gabriel, y se encuentran inmersos en una cultura generada desde que Emilio Azcárraga Vidaurreta se adueñara de las ondas hertzianas en 1930: así, cuando el régimen postrevolucionario necesitaba una imagen nacionalista, inventaron la música del mariachi y la vendieron como "nuestra", como folklore inveterado y promovieron a --esos sí-- talentosos cantantes del género recién creado como Jorge Negrete, Pedro Infante, Luis Aguilar o Javier Solís, a quienes el cine convertiría en íconos del México ranchero de los charros que nunca existió pero que servía para inventar una identidad nacional. Como convenía a la ideología del perpetuo derrotado, promovieron a José Alfredo Jiménez con sus letras depresivas, del que se enorgullece de ser borracho y pobre, del que siempre pierde y hace alarde de ello y del que es cobarde y no tiene valor para enfrentar sus problemas y levantarse tras caer.

Televisa impulsó a Octavio Paz hacia el devaluado Premio Nobel, un intelectual orgánico del sistema que en su obra El Laberinto de la Soledad  promueve la idea del mexicano surgido de la violación, del eterno trauma de la conquista, nacido para perder y que siempre será víctima del extranjero. Con Chespirito un humor cruel que se burla del débil y del que no puede defenderse. Y con las telenovelas, la historia de la cenicienta, de las soluciones fáciles y casi mágicas que siguen en producciones nefastas como La Rosa de Guadalupe, con el discurso marxistoide de los ricos malos y los pobres buenos e inocentes. Mientras, el monopolio televisivo ahogaba talentos y frenaba ingenios, condenándonos al panorama actual de mediocridad y ayuno de talentos.

En la escena musical se vivió algo similar: de 1970 a 1996, Televisa ejerció una dictadura de puño de hierro a través de un personaje perverso llamado Raul Velasco. Es cierto, no todo lo que se produjo, incluso en la TV, fue malo, hubo cosas de gran valía y también se promovía a gente talentosa como José José o Emmanuel, Rocío Dúrcal o Julio Iglesias y Luis Miguel; pero también se promovió mucha basura, mucho relleno y se evitó el surgimiento de un verdadero rock nacional o una escena tan variada y rica como la que encontramos en Argentina, o no digamos en Inglaterra, por ejemplo. Velasco se convirtió en todopoderoso y controló la escena musical mexicana y de buena parte de Hispanoamérica con su programa televisivo Siempre en Domingo, con el cual promovía o hundía a cantantes y grupos musicales sin otro criterio más que el de sus gustos personales. Velasco no era en realidad muy versado en música, pues era originalmente cronista deportivo, además era también bastante inculto y supersticioso --lo que le llevó a ser uno de los principales difusores del New Age y de multitud de creencias orientales, siendo uno de los causantes de las ridículas y destructivas "tomas de energía" cada equinoccio de Primavera en Teotihuacán y otros sitios arqueológicos-- y saturó el mercado de la música popular de México e Hispanoamérica, dado el enorme alcance que por esos años tenía la señal de Televisa, de baladistas, siendo en realidad muy pocos los que fueron realmente talentosos o trascendentales, la inmensa mayoría de cantantes y compositores masculinos y femeninos del género eran dignos del olvido (¿se acuerda alguien hoy en día de Miguel Gallardo, de Sergio Fachelli, de Prisma, Pedro Marín, Iván o Mario Pintor, entre otros? yo sí porque de alguna manera tengo memoria para esa lista de insulsos) y de grupos de salsa o cumbia igualmente sosos y extintos tras el retiro de su valedor. En cambio, la escena del rock en español o mexicano fue condenada al ostracismo y se le mantuvo en silencio salvo que fuesen tan famosos que fuera imposible hacerlos a un lado, como ocurrió con Soda Stéreo o Caifanes, o porque fuesen lo suficientemente edulcorados como para ser considerados "inofensivos", como Maná.

Y Juan Gabriel fue una de las principales creaciones de Velasco, que vio en las extravagancias y las letras llenas de sacarina del entonces joven cantautor un gancho para atraer al público y no se equivocó, el éxito comercial fue instantáneo. Además, pronto las canciones de Aguilera, pese a sus letras melosas y torpes, y una música simple pero pegadiza, empezaron a ser grabadas por cantantes de talento, en especial la española Rocío Dúrcal, cuya voz y dotes interpretativas las hacían parecer obras maestras, con lo que el éxito aumentaba. Para colmo, y copiando lo que ocurría en los años dorados del cine nacional, en que los cantantes se convertían en actores --con afortunados casos de talentos naturales, eso sí-- Juan Gabriel llegó a estelarizar algunas producciones fílmicas, una de ellas autobiográfica, por cierto, cuya calidad, evidentemente era ínfima pese a que le llegaron a poner como coprotagonista a un gran histrión como Don Ramón Valdez, en aquel entonces en la cúspide de su carrera dado su magistral trabajo como parte del cuadro actoral de Chespirito.

Como sea, Aguilera se convirtió en ídolo de la mano de Televisa, por un lado, y del sistema político mismo, pues el cantautor nunca negó sus vínculos y su militancia en el PRI, siendo conocida --aunque ahora olvidada por la legión de fans-- su infame canción de apoyo al candidato del partido tricolor en la elección del 2000: Francisco Labastida, que perdería ante Vicente Fox. Esos vínculos le permitieron evadir cómodamente al fisco en numerosas ocasiones, aunque los gobiernos Panistas no fueron condescendientes con él. En resumen, se trató de un personaje que fue creado como parte de ese sistema que ahora se pretende superar de la relación entre el poder político y los medios de comunicación, y en particular el monopolio de los Azcárraga, y que en mucho representó el tipo de cultura popular que se pretendió implementar y difundir en México, como he dicho líneas arriba, que la gente escuche la música de Juan Gabriel en eventos sociales, en borracheras o bajo cierto estado de ánimo no tiene nada de malo... lo malo es que la gente en México, en su mayoría, no busque escuchar otro tipo de música, ni se busque crear otro tipo de música más elaborada, más culta, más rica; sino que la gente quede estancada en ella y piense que es lo más selecto, lo mejor que ha generado la música mexicana, a grado tal que incluso un Senador propone que se le ponga su nombre a un edificio histórico como es el Palacio de (las devaluadas en México) Bellas Artes.

De hecho al conocer la noticia del fallecimiento yo hice un comentario, refiriendo que él no fue realmente el músico más grande del siglo XX mexicano: se me vino a la mente el nombre de Juan García Esquivel, músico que --como siempre ocurre en nuestro país con los grandes talentos-- fue mucho más conocido y elogiado fuera de las fronteras, siendo admirado y reconocido por gente como Frank Sinatra, Alfred Hitchcock con quien trabajó en la banda sonora de sus películas, Bono, el vocalista de U2 y Quentin Tarantino. Se le consideró como uno de los grandes en el desarrollo de la música "lounge", pionero de la música electrónica y los efectos de sonido, tan es así que incluso creó los sonidos que se escuchan como alertas en distintas acciones en el sistema operativo Windows, cuando salió el Windows 95 hace ya 21 años. Esquivel incluso colaboró con Televisa en una de sus mejores producciones de su barra infantil con el programa educativo Odisea Burbujas, a inicios de los 80, de los que fue uno de sus principales creativos. A pesar de sus logros y éxitos mundiales, murió en 2004 desconocido en México. Y al ver mi comentario, me impresioné de la reacción, no solo los que comentaron mi publicación en Facebook no sabían de su existencia, sino que hasta parecían enorgullecerse de no saber quién era, e incluso hicieron burla de él.

Por de más está decir que para el gran público en México los nombres de José Pablo Moncayo, Carlos Chávez, Manuel M. Ponce y en las nuevas generaciones, el de Pepe Guízar, tampoco dicen nada. Todos ellos músicos con muchos más méritos que el michoacano recientemente fallecido, para el mexicano promedio, la música no es arte, ni es algo que se disfruta: es mero ambiente, mero acompañamiento en sus desahogos emocionales o simple relajo. El mexicano, sin importar su estatus socioeconómico, se conforma con poco, así lo han acostumbrado y así se busca que permanezca, que no aspire a más y mejores cosas, incluso en el ámbito del espectáculo. Es parte de lo que se busca, que siga siendo un agachado y un mediocre con gustos igualmente mediocres y una cultura pobre.

Es más, se busca que aquellos que por su conexión con los medios o el puesto público que tengan puedan decir que hay mejores cosas, no le abran los ojos a los demás. No en balde, cuando Nicolás Alvarado, Director del canal de televisión de la UNAM se atrevió a señalar las mediocres dotes musicales de Aguilera y el pésimo gusto de su espectáculo y vestuario, se le persiguió por una censura desatada por propios comunicadores como Fernanda Familiar y la recogida de firmas para pedir su despido, ante lo cual, se vio obligado a renunciar. Igualmente, en la ciudad de Mérida, Yucatán, un funcionario municipal de cultura que no quiso hablar de Juan Gabriel porque dijo que le "daba hueva" (es decir, pereza) hacerlo, fue también despedido de su cargo. No cabe duda que vivimos en tiempos que tras un extremo libertinaje en algunas cosas, vivimos en realidad en la más asfixiante de las dictaduras: la de lo políticamente correcto, y ante la imposición de los dogmas de las masas que les han sido implantados por políticos y dictadorzuelos con micrófono.

Y aquí está mi opinión, si no les gusta, ni modo, lo bueno es que ya no me pueden correr de ningún lado.



8 comentarios:

Jorge Ramírez dijo...

Lo mas probable es que nadie sea fanático de Juan Gabriel (Con excepción a lo mejor de nuestros padres ante la ausencia de otros medios de obtención de música), si no mas bien fanáticos de las modas, ya que he visto amigos que nunca en su vida haber escuchado alguna de sus canciones como parte de su música natural, pero ahora lo promueven como lo máximo.

Unknown dijo...

tienes razon en lo que comentas con la excepcion de lo que dices de nicolas alvarado. porque si habia alguien con la etiqueta de maricon, afeminado,homosexual, naco, vulgar y populachero es ese tipo quitando con que tuviera razon o no

Anónimo dijo...

el pero de este asunto no es que exista alguien como juan gabriel sino porque no hay mas variedad de cantantes. la musica mexicana se estanco en un punto que en los 80s y 90s se adoraba a gente como pedro infante o jose alfredo jimenez pero no se permitia que hubiera mas opciones o que los generos nacionales pudieran modernizarse. en cuanto a su estilo era bueno para la fiesta y el relajo y algunas canciones tenian gran fuerza emotiva como el farsante o costumbres( interpretada por rocio durcal o mejor aun, guadalupe pineda).finalmente estan las criticas de nicolas alvarado, este tipo da risa porque viendo las cosas friamente podria tener razon en algunas de las cosas que escribio. pero en conjunto es detestable porque si existe alguien afeminado, naco y vulgar entre los que se manejan en el ambito cultural,academico e intelectual de la tv es el, y para colmo hijo de telerisa, la madre de lo mas detestable de mexico en cuanto a cultura y entretenimiento

sergio elizondo dijo...

Excelente comentario, lo mejor que le leido sobre ese payaso de Juan Gabriel.

misteryhouse dijo...

Siendo así las cosas, el último gran compositor que tuvo México el siglo pasado fue Agustín Lara, aunque también fue producto de los Azcárraga, pero tenía más talento que Juan Gabriel en un dedo que el divo de Juárez en todo en cuerpo.

misteryhouse dijo...

Sin embargo, Agustín Lara si se merecía un homenaje de cuerpo presente en Bellas Artes, recinto que a Juan Gabriel le queda demasiado enorme

Itzayana-chan dijo...

Dígame que publicara algo este 15 y 16 de Septiembre, por favor.

YORCH dijo...

Una disculpa por tener un tanto descuidado el Blog, pero es que trabajar por cuenta propia es muy diferente a como cuando estaba trabajando en el Gobierno... jeje tengo menos tiempo libre