Uno de los pasajes que más me impresiona de la Biblia, y en particular de los Evangelios es aquel en que Jesús, en la cruz, perdona al "Buen Ladrón", aquel de quien la Tradición y algunas revelaciones privadas como la de la Beata Ana Catalina Emmerich, nos ha conservado el nombre de Dimas, quien, ante la actitud de su compañero de suplicio y probablemente cómplice de fechorías, que por la mismas fuentes es recordado como Gestas o Gesmas, quien pide a Jesús que se salve y a su vez les salve a ellos del cruel tormento y la muerte por crucifixión.
En este Año de la Misericordia, y dentro de mis pobres conocimientos teológicos, solo llevado por mis propias cavilaciones, es que he llegado a concluir que si se quiere conocer a fondo lo que es la misericordia divina, uno debe leer a conciencia este pasaje; en él radica la clave para entender la Misericordia Divina, misma que no se encuentra exenta de Justicia. Hoy, y debido a las ambigüedades, gestos y expresiones de Bergoglio, propias de la tendencia modernista que ha seguido buena parte del clero desde el Concilio Vaticano II hasta nuestros días, mucha gente piensa en Dios como alguien sumamente sentimental y que perdona todo, hasta que le vean la cara, muchos han llegado, por ejemplo, a negar la existencia del Infierno o la posibilidad de que Dios castigue, consideran que si Dios es amor, entonces es una especie de cursi incurable que todo lo pasa y todo lo consiente, que no exige al ser humano ningún esfuerzo porque éste es débil y él lo comprende y por ello acepta que el ser humano no puede demandarse nada: ni continencia, ni templanza, ni paciencia, ni ponerse límites. --"Dios nos ama"-- dicen--"con independencia de lo que hagamos o cómo seamos".
Sin embargo, esa actitud es como la de Gestas, que pide a Jesús que, gratuitamente, y para demostrar su poder, se salve de morir y los salve a ellos del castigo, mientras que Dimas, por su parte, reconoce en primer lugar la justicia de haber sido condenado a recibir la forma de ejecución más cruel y espantosa que jamás se ha ideado. Aunque tradicionalmente se conoce que ambos personajes eran "ladrones", la palabra que los Evangelios nos dan, en griego, para describirlos es la de kakurgos, misma que tiene un significado mucho más amplio y deriva a criminales capaces de los peores crímenes, ladrones simples, en una época en que el Derecho Romano era aplicado por los Pretores como Pilato en las relaciones entre quirites y bárbaros como los judíos es poco probable que simples bandidos o culpables de robo, en latín furtum, que para los romanos no era un delito perseguido por la Ley Penal, sino un asunto civil que se resolvía con la restitución del bien sustraído, ya sea con su devolución o el pago de su precio por el ladrón, fuese castigado con un medio tan extremo; en caso de haber sido ladrones reiterados, habrían sido reducidos a la esclavitud o condenados a galeras, mas no se les hubiese llevado a padecer la muerte reservada a quienes eran considerados sediciosos como Espartaco o el propio Jesucristo o criminales violentos y peligrosos, pretendiendo con su ajusticiamiento disuadir a la población mediante el terror.
De esta manera, el "buen ladrón" reconoce la justicia de su condena, y después de ese reconocimiento, le pide misericordia a Jesús, éste le asegura que estará con él en el Paraíso, mas no lo baja de la cruz ni le libra de morir, poco después, asfixiado entre horribles dolores al romperle las piernas los guerreros romanos para acelerar su fin. Esto nos lleva a que Jesús, Dios, es misericordioso, pero también justo: Dimas ha reconocido sus culpas y acepta la consecuencia de las mismas que consiste en la pena de muerte de cruz y la cumple hasta el final, la diferencia es que, por su arrepentimiento y la fe demostrada en Cristo, habrá saldado la cuenta que tenía y podrá gozar del Paraíso. Por el contrario, Gestas pide una salvación sin dar nada a cambio y sin reconocer sus malas acciones, simplemente desea, para creer, que Dios lo libre del sufrimiento, mismo que es consecuencia de sus acciones y obre prodigios en su favor.
Así, podemos concluir, por un lado, que la Misericordia no puede ser ajena a la Justicia, como lo dijera después Santo Tomás de Aquino, sino que ambas virtudes van de la mano, de lo contrario se puede llegar a la crueldad al abandonarse toda posibilidad de cambio para las personas, de redención aún sea de último minuto; por otro lado, resulta impresionante que, el primer hombre en entrar al paraíso, el primero en recibir los beneficios de la salvación haya sido un criminal de lo más bajo, cuyo catálogo de delitos probablemente fuese una lista de horrores... cuántas veces en el mundo de hoy, al conocer de tantos terribles crímenes que acontecen en nuestro país, no deseamos para los delincuentes los peores tormentos y las mayores crueldades. Claro, nadie puede quedar exento de la Justicia humana, pero jamás nos hemos preguntado que existe detrás, que hay en la historia personal de cada quien que le haya llevado a cometer acciones atroces. Muchas veces, puede ocurrir que los que nos consideramos "gente decente" olvida que todos estamos susceptibles de incurrir en errores o en acciones dañosas para los demás dada nuestra naturaleza corrompida y que la Misericordia es para todos.
Pero tampoco la Misericordia puede ser licencia y una dejadez para hacer todo lo que se quiera creyendo que no habrá consecuencias o pensando que todo será consentido; como el Aquinate lo señalaba, eso es el principio de toda disolución, pues es la puerta de la impunidad; la Justicia no es algo inexistente o abstracto o algo que depende de las leyes humanas, es real y está presente; de nuestras acciones tendremos las consecuencias positivas o negativas que merezcamos, en esta vida o en la otra.
Es cierto, no es fácil, pero nada que valga la pena será fácil, nada será gratuito ni simple; por ello es que en la época actual en que el sacrificio y el esfuerzo son despreciados se ha construido una imagen de un Dios displicente, consentidor y permisivo...
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
El re-make de Ben Hur:
El pretender hacer una nueva versión de un clásico perteneciente al cine "peplum" o bíblico de los años 50 o 60, no siempre es una buena idea, ya en 2014 Ridley Scott con Christian Bale se atrevió a hacer una nueva versión de Los Diez Mandamientos titulada Exodus, o qué tal Noé del mismo autor con Russell Crowe, más cuando ahora se pretende aplicar el contexto ideológico moderno a historias empapadas de todo lo contrario: resulta un fiasco contar el Diluvio Universal del Génesis desde una clave New Age o presentar a un Moisés descreído y lleno de dudas. Ahora, parece que el argumento de la nueva cinta del director ruso Timur Bermambetov es más cercano al de la novela del General Lewis Wallace, quitando los cambios realizados genialmente por Gore Vidal para el filme de William Wyler, --el cual ya fue, en sí, un re-make de una película muda de los años 20, protagonizada por el mexicano Ramón Novarro, pero también bastante impregnado, por exigencias de Hollywood, de postmodernidad y carente de la virilidad con la que Charlton Heston y Stephen Boyd impregnaron a sus personajes, y la película entera será un filme de aventura más, sin el trasfondo de fe que reinaba en la película anterior.
Los clásicos no mueren, pretender rehacerlos no les hace un homenaje, antes bien, los devalúan; por otro lado, esto muestra la falta de originalidad de un Hollywood que se refugia o en los cómics hasta llegar a la saturación o en lo ya visto anteriormente; sin duda, estamos ante una crisis de creatividad que evidencia cómo el cine se encuentra en un estado de estancamiento. Como siempre, el espectador tendrá la última palabra.