La semana pasada tuvo verificativo el proceso electoral local en la región o comunidad autónoma de Cataluña, en España, que muchos veían como una especie de plesbiscito en torno a la independencia de dicha región respecto al país ibérico. Los resultados fueron ambivalentes, una especie de empate, pues si bien los nacionalistas obtuvieron la mayoría simple de los votos, no les alcanza como para tener el apoyo para iniciar el proceso de separación respecto de la monarquía encabezada por los Borbón.
Bien decía Samuel Huntington desde hace veinte años que la Globalización en vez de unir tendería a fragmentar y a radicalizar: muchas comunidades culturales, sobre todo aquellas minoritarias, se sentirían agredidas y buscarían proteger sus particularidades ante la amenaza de ser absorbidas por la cultura dominante. En este sentido, el nacionalismo catalán que ha cobrado tanta fuerza en los últimos 40 años en forma gradual, desde la muerte de Franco hasta nuestros días, con la resurrección de la lengua y el señalamiento, cada que se puede, de las diferencias culturales con el resto de la península y la búsqueda de un mito histórico que marque la necesidad de un destino diferente para la región al del resto de España, puede explicarse en ese sentido, al igual que la creación y el fortalecimiento de una clase política local, sobre todo desde la implantación del Estado autonómico en la Constitución de 1978 con intereses muy propios.
Es cierto el carácter multiétnico o multinacional de España desde su mismo origen: en ella convivieron, desde tiempos remotos Íberos, Celtas, Griegos, Fenicios, Romanos, Judíos, Visigodos, Vándalos, Alanos, Francos y Musulmanes tanto Árabes como Bereberes. La dominación romana permitió la conformación de un sustrato único para el surgimiento de un pueblo y cultura en Hispania, lo que se fortaleció con la llegada de los Visigodos, quienes establecieron un proyecto de unidad política, Sin embargo, la invasión islámica dislocó este desarrollo y llevó a que los reductos cristianos, aislados y dispersos, se convirtieran en entidades políticas independientes en los que se fue desarrollando una cultura particular en cada uno. Así, el nacimiento de Cataluña se encuentra en la Marca Hispánica, territorio establecido por Carlomagno como frontera occidental de su Imperio y que contó con una importante población de Francos que influyeron en la evolución de la lengua, junto con la aportación del Latín Vulgar hablado en la España Visigótica llevó al surgimiento de una lengua diferente: el Catalán, que sin embargo, no pudo imponerse ante la generalización que fue teniendo el Romance Castellano a lo largo de la Edad Media, mismo que se fue abriendo paso entre los demás idiomas y dialectos hablados y escritos en la península, todos hijos de las mismas lenguas madres.
Sin embargo, y pese a las diferencias de lenguaje, los Catalanes siempre estuvieron formando parte de un todo más grande, lo mismo que los Vascos y jamás conformaron por sí mismos una entidad política propia; Barcelona y toda la región circundante formaron parte del Reino de Aragón, mientras que Valencia, donde también se hablaba la misma lengua, fue incorporado a Castilla desde el Cid.
El origen del nacionalismo Catalán, según pretenden, se encuentra en la Guerra de Sucesión Española, originada por el testamento del último Habsburgo que ostentó la corona de San Fernando, Carlos II, afectado por numerosos problemas de salud ocasionado por la consanguinidad de sus padres, era esteril y no tuvo hijos pese a sus dos matrimonios. Como resultado y tras una, hasta hoy, polémica sucesión testamentaria, el trono pasó a manos de la Casa de Borbón, representada por el sobrino nieto de Carlos: Felipe de Borbón, Duque de Anjou, nieto de Luis XIV el Rey Sol, su pariente más próximo, aunque el Archiduque Carlos de Austria también podía alegar tener derechos dinásticos a la corona madrileña.
La llamada Guerra de Sucesión Española fue una combinación entre una guerra civil hispana, en que combatieron los partidarios del príncipe francés contra el pretendiente austriaco, con una contienda bélica de carácter mundial en la que participaron, apoyando a Felipe: Francia, y por el otro los rivales de ésta y de España, fundamentalmente Inglaterra, Portugal, Austria y Prusia, que temían una posible fusión de las coronas gala e ibérica en un Imperio global que llevaría a el establecimiento de un poder hegemónico imposible de ser detenido; aún más poderoso que el Imperio Español-Alemán de Carlos V. Luis XIV por supuesto que acarició la idea, aunque al fin, tras casi 15 años de guerra no pudo lograrlo, así que él y los Borbón lo que sí harían sería debilitar a España y colocar su vasto Imperio al servicio de asegurar la supremacía francesa en el esquema global de la época, a través del "Pacto de Familia", los Borbón residentes en Madrid quedaban a las órdenes de los residentes en París, quienes además le habían quitado a España, o habían aceptado la pérdida de sus posesiones europeas a fin de restarle influencia en el Viejo Continente; de esta forma, y si bien España se mantuvo entre las primeras potencias mundiales, con una marina de guerra renacida e inmensamente poderosa y un Imperio de Ultramar intacto, su misión era ser algo así como el guardaespaldas de Francia en contra de Inglaterra, que se encontraba ya embarcada en una estrategia de acoso y derribo contra las dos monarquías hermanadas por la familia y el Catolicismo... aunque los Borbón habían sido Protestantes.
Y aquí que quede bien claro, si bien Inglaterra fue un gran rival y un temible enemigo de España, el peor de todos ha sido Francia, desde que Francisco I, impulsado no más que por la pura envidia, buscó frenar a Carlos V, incluso aliándose con los musulmanes Otomanos. Inglaterra en cambio, y pese a la feroz rivalidad entre Isabel I y Felipe II, (la primera se convirtió en defensora a ultranza del Protestantismo, en primer lugar, por pura conveniencia personal: era considerada ilegítima por ser producto de la relación con Enrique VIII y Ana Bolena, y en segunda: para fortalecer el nacionalismo inglés contra el continente representado por España y el Papado), en diversas ocasiones buscó hacer las paces con España y hasta aliarse, como en la ocasión del malogrado matrimonio entre el futuro Carlos I Estuardo y la hermana de Felipe IV. Sin embargo fue Francia quien al final humilló a España al convertirla en su incondicional
Cataluña había sido partidaria de Carlos de Habsburgo, quien dejó de luchar por la corona española cuando recibió por herencia la austriaca, y fue sin embargo, uno de los últimos lugares en que se luchó por la familia alemana contra la francesa, Cataluña ya había tenido una rebelión --con apoyo francés, entonces-- contra Madrid en tiempos de Felipe IV, precisamente por el intento del monarca y su Jefe de Gobierno: el Conde-Duque de Olivares, de centralizar la administración y eliminar el sistema cuasifederal con el que la unificada España se había constituido bajo los Reyes Católicos, una vez que Felipe IV cesó a Olivares, quien tampoco pudo con la separación de Portugal, Cataluña volvió a someterse a la obediencia de Madrid, ya que se le hubiese garantizado el respeto a su sistema legal particular, sus "fueros". Esta lucha, en realidad a favor de una facción dinástica en un conflicto internacional, en el que no se buscaba la separación de España, es la que ha sido mitificada por los nacionalistas catalanes como su primera lucha por la independencia, que no fue tal. Los rebeldes catalanes, como Casanova, que apoyaban a Carlos de Austria, lo proclamaban Rey de toda España, y es más, lo hacían escribiendo en castellano.
Sin embargo, sí fue el punto de partida del nacionalismo Catalán, sobre todo provocado por la centralización que inició Felipe V de Borbón; éste nunca comprendió la estructura de España y decidió castellanizar a todo el país, extendiendo el Derecho Castellano a Aragón y Cataluña y borrando tradiciones jurídicas de siglos, de igual manera, desapareció la existencia de los reinos españoles en pro de adoptar el centralismo francés, creando las intendencias que respondían directamente ante el monarca. Desde entonces, quedó latente una tendencia por recuperar la identidad local o regional, tendencia que, sin embargo, no estalló sino hasta después de la muerte de Franco y la aparición de poderosas y corruptas clases políticas regionales, a las que convino la creación de las Comunidades Autónomas en una extraña fusión de federalismo, distinciones étnicas inventadas y mitos justificativos de esos nacionalismos.
La Independencia de Cataluña sería tan riesgosa como la de Escocia --quien tiene más argumentos favorables a su separación de la Gran Bretaña por el origen étnico diverso (celta) de los escoceses, y la existencia histórica real de una Escocia independiente con un devenir propio, que terminó con la unificación de la isla bajo los Estuardo primero, y finalmente la anexión definitiva, en forma violenta, de Escocia, ya bajo los Hannover en Londres-- en los terrenos económicos y políticos. Habría que sopesar a quién le interesa la división de naciones europeas tan importantes como España y Gran Bretaña, y quizá no nos sorprendería de encontrar financiamientos árabes o qataríes e incluso moscovitas detrás, los nuevos poderes están interesados en una Europa dividida y por tanto, debilitada.
La Hispanidad y los Extremos:
A la vez sin embargo, se da un fortalecimiento de la conciencia hispánica y un deseo de romper con la Leyenda Negra Española que en el pasado fuera impulsada por italianos, holandeses y británicos a fin de desprestigiar a tan poderosa potencia global que fue el Imperio Español, en las luchas por el poder global de los siglos XVI a XVIII. Esto es positivo porque se está buscando terminar con los traumas freudianos del hispanoamericano pese a que intelectuales tan influyentes como Eduardo Galeano se la han pasado recordando el trauma de la conquista y que todos los que habitamos este continente del Río Bravo para abajo, somos indígenas conquistados, pese a que, como él, muchos no tengamos genes amerindios y seamos europeos transplantados, --él era un italoamericano, lo mismo que Al Pacino o Steve Buscemi, salvo nacido en Argentina.
De igual manera, muchos españoles buscan de esta manera recobrar el orgullo por su Historia y su enorme labor evangelizadora, portadora de una civilización superior a una América que, en el Periodo Postclásico se encontraba sometida a imperios fanáticos y sanguinarios como el Mexica o el Inca, bajo regímenes militaristas y religiones que justificaban el terror con el que se ejercía el poder, mientras que la brillantez de los Maya, Teotihuacanos, Chimú, Nazca y Tiahuanaco había desaparecido ya muchos siglos antes, víctimas de las limitantes que para el desarrollo de la civilización se encontraban en América ante los recursos animales que podrían habrles ayudado para tener mejores comunicaciones y de una geografía difícil.
Sin embargo también, como efectos de esta toma de conciencia brota también una tendencia extremista hacia el Hispanismo que pasa por, con lujo de desahogo de complejos y frustraciones, envidias y rencores de quienes lo profesan, echarle la culpa a loa Anglosajones como raza en general, de los males de España e Hispanoamérica. Es cierto, Inglaterra fue un enemigo formidable de España, pero hoy en día se encuentra igualmente relegada a un segundo plano y, como muchos se quejan en la propia Gran Bretaña. sobre todo desde las últimas administraciones británicas presididas por John Mayor, Tony Blair, Gordon Brown y David Cameron se encuentra subordinada totalmente a los intereses de Washington, mientras la City se mantiene con capitales rusos, islámicos e hindúes, siendo ya la principal industria británica la musical y la del espectáculo.
Ciertamente Inglaterra apoyó las independencias hispanoamericanas, más que nada en Sudamérica, pero como represalia por el apoyo que hizo España a la independencia de EUA, misma que hizo para favorecer los intereses de Francia como lo dije antes, evidentemente, Londres no iba a quedarse con los brazos cruzados ni le iba a dar las gracias a París y a Madrid por el favor hecho, estamos hablando de la lucha por el poder global en la que se encontraban trenzadas esas tres potencias y España perdió su rol de potencia global por sumarse a los intereses de Francia. Su poderosa flota de guerra sería destruida por Nelson en Trafalgar al combatir del lado de Napoleón, quien la invadiría; entre tanto, sería Inglaterra quien acudiría a su rescate, abriendo un frente occidental en la Península contra el emperador corso.
A diferencia de los ingleses, los españoles no han sabido superar el trauma de su decadencia y la pérdida del poderío mundial que ostentaron durante los siglos XVI, XVII y todavía en cierta medida, pese a los Borbón y su política pro-francesa, en el siglo XVIII: esto va más allá de las "Generaciones de 1898 y 1927" de intelectuales que no cesaron de darse golpes en el pecho y renegar de su catolicidad y su quijotismo en un interminable mea culpa que llega hasta hoy, como presuntas causas de su declive, o ha buscado culpables externos, --lo de siempre-- cuando en realidad se trata de algo natural en la vida de las naciones, como lo vieron los ingleses tras la Segunda Guerra Mundial, pese a que los Beatles y las oleadas rockeras de los sesenta a los noventa les hiciera pensar que todavía influían de alguna manera en el mundo y todavía con Margaret Thatcher tuvieran un último estertor de dignidad e independencia política; o como lo vemos hoy con ojos de sorpresa e incredulidad, la rápida decadencia del poderío estadounidense, herido de muerte, sin duda, por Vladimir Putin en Medio Oriente.
Estos extremistas solo exhiben un complejo de inferioridad que no ayuda en nada a España, aparte de un peligroso radicalismo que es violento en ciernes, que además es ignorante y apuesta por la generalización apresurada y el odio, puro, cruel y estúpido al otro que no habla mi misma lengua ni es de mi mismo pueblo. Ignoran que ahora, quien más combate a la Leyenda Negra, son los propios historiadores ingleses, con grandes hispanistas como Henry Kamen, Hugh Thomas o John Elliot, que ha habido grandes personajes británicos como Benjamin Disraeli o sajones en general como Hemingway u Orson Welles que han admirado a la hispanidad, y que hay un enorme número de norteamericanos que se han inclinado por el Tradicionalismo Católico o critican las políticas de Obama y el expansionismo gringo en general.
La Hispanidad no debe llevarnos al odio estéril sino a construir una auténtica comunidad hispánica de naciones que nos acerque a todos los hijos de Colón con toda nuestra diversidad a fincar nuestros lazos históricos, culturales y económicos para forjar un futuro próspero y pacífico en un nuevo orden que se está construyendo.
Por todo ello, ¡Viva España!, ¡Viva la Hispanidad!