En apenas una semana, el orden mundial que hemos conocido en los últimos 28 años, --a partir de la caída del muro de Berlín-- empezó a desmoronarse a golpes de bolígrafo y de 13 órdenes ejecutivas emitidas por el nuevo Presidente de EUA, Donald Trump. Esto, por otro lado, no significa tampoco regresar al orden anterior: el constituido durante la posguerra y que instrumentó la Guerra Fría con la división en dos bloques ideológicos y económicos, sino volver a la estructura impuesta desde el siglo XVI y hasta las dos grandes contiendas globales del siglo XX: los Estados-Nación en constante rivalidad y en equilibrio de poderes para evitar la constitución de un poder hegemónico sobre los demás, con la salvedad que dicho orden, imperante originalmente sólo en Europa donde se originó, ahora estaría existiendo en todo el mundo.
¿Porqué sucede esto? ¿Es simplemente, como nos lo muestran los medios: el capricho de un loco racista y narcisista? No es así: es un proceso que ya Samuel Huntington vislumbraba desde 1996 cuando escribió Choque de Civilizaciones como respuesta al simplón y optimista panfleto de Francis Fukuyama: El Fin de la Historia. Por el contrario, la Historia no solo vuelve a comenzar, sino que toma nuevos bríos: la Globalización iba a fracasar, porque, pese a traer indudables beneficios a través del comercio, también a la larga resultó perjudicial en muchos aspectos y además insostenible, que es lo que ya señalaba no solo el politólogo norteamericano, sino también su compatriota el sociólogo y economista Paul Kennedy en su Auge y Caída de las Grandes Potencias o el economista británico Niall Ferguson en Coloso, al referirse al caso concreto de EUA y su situación económica al convertirse en el impulsor y principal sostén de la Globalización.
Así, hace pocos días, la coalición de organizaciones no gubernamentales OXFAM (Comité de Oxford de Ayuda contra el Hambre) presentó un estudio donde refleja los resultados de la Globalización: evidentemente es cierto que cada vez hay menos pobreza extrema en el mundo, pero esto no se da igual en todos lados, pues hay lugares donde ésta ha aumentado y otros donde efectivamente, ha disminuido ostensiblemente. Sin embargo, lo que sí ha crecido, incluso dentro de los países llamados o considerados como "desarrollados" es la desigualdad: así se tiene que sólo ocho personas en todo el mundo, entre ellas personas como Carlos Slim o Bill Gates, concentran en sus manos la misma riqueza que el 50% más pobre de la humanidad. Pero sobre todo, la guerra cultural desatada por unas élites dominadas por el pensamiento socialdemócrata de la "Escuela de Frankfurt", y que empezó a imponerse desde la década de los 60. Mucho de esta ideología igualitarista en todos los aspectos: económico o de género, y democratizador, en realidad estaba en función de generar una sociedad global uniforme sostenida sólo por el mercado: todos partícipes de la producción y todos partícipes del consumo: todos tendrían que usar pantalones de mezclilla, desde Montana, EUA hasta Tashkent, Uzbekistán, todos comprar pantallas planas y ver el cine de Hollywood, desde Helsinki hasta Kuala Lumpur, para ello, todos debían guiarse por los mismos códigos culturales y las mismas ideas.
Además de eso, la avaricia del capitalismo financiero que es el tejido sobre el cual se sustenta todo el proceso globalizador generó las últimas grandes crisis económicas que no se han resuelto: la inmobiliaria del 2008 en EUA y la del Euro en la Unión Europea, ambos sucesos han motivado el surgimiento de las posturas nacionalistas para saltar de los barcos antes de que estos se hundan.
En pocas palabras, se trataba de objetivar al ser humano y volverlo parte del esquema económico. Nada más. Olvidando no solo las identidades de pueblos y culturas, sino incluso, las individuales.
Esto por supuesto, fue levantando una reacción silenciosa y quieta al principio, pero que terminó por estallar: no solo en la violencia del radicalismo musulmán, sino también en los populismos autoritarios sudamericanos como el caso venezolano o boliviano, en el surgimiento de movimientos nacionalistas en Europa, e incluso, el surgimiento y fortalecimiento del Tradicionalismo Católico, sobre todo durante el pontificado de Benedicto XVI.
Así que si bien en los años 90 parecía que el Estado tenía sus días contados, hoy el Estado regresa con fuerza en la figura de líderes a los que se les endilga la etiqueta de "populistas de derecha " o de "extrema derecha", cuando en realidad, lo único que desean no es ni el enfrentamiento ni el ataque a otros, sino las reivindicaciones de los intereses nacionales: eso es lo que abanderan Theresa May en Inglaterra, Marine Le Pen en Francia, el Partido Alternativa para Alemania en el país germano, y por supuesto: Donald Trump.
En esta semana, los medios han convertido a Trump en un verdadero monstruo, el temido "Masiosare" del himno nacional, como siempre, nuestra clase política y nuestros líderes de opinión --donde se incluye un sujeto de la estofa de Eugenio Derbez, actor mediocre cuya carrera ha sido beneficiaria del nepotismo y conciencia de casta, gracias a su madre Silvia Derbez, una de las figuras igualmente más mediocres de la "Epoca de Oro del Cine Mexicano" (1935-1970) y a los intereses de Televisa-- reacciona estimulando el patrioterismo y la indignación, pero sin un plan de acción determinado, como lo denuncia Jorge E. Trasloheros, columnista católico de el diario La Razón.
Como siempre, se apela al victimismo del mexicano, ese eterno inocente del que siempre se aprovechan los malvados extranjeros; desde los Españoles, pese a que quienes se quejan de ello probablemente no tienen nada de sangre indígena y mucho menos Mexica, sin nada de autocrítica: Hemos tenido desde el 2006 una oleada de violencia enorme que ha llevado a punto del fallo del Estado en Michoacán, Oaxaca, Guerrero o Chiapas, donde se combinan tanto los carteles de la droga como los intereses políticos, tenemos una clase política que es mucho más que el PRI y que ha llegado a cotas de corrupción inmensas, como nunca se ha visto. Y nuestro gobierno, con independencia de los colores de sus titulares, no ha implementado una política de seguridad con estrategia y sentido que lleve a la solución de esta situación ni por ejemplo, ha asegurado nuestra frontera sur. Nos quejamos del famoso sheriff Arpaio por el trato que da a los migrantes ilegales que captura, (quien solo los detiene y los deporta y en el inter, los pone a trabajar y no a que estén ociosos en una estación migratoria) pero nos olvidamos de la masacre de San Fernando de centroamericanos. De que esos mismos migrantes son víctimas de extorsiones y vejaciones ya sea de las autoridades o de la delincuencia, cuando no, ellos mismos se convierten en riesgos a la seguridad de los nacionales (¿cuántas bandas de ladrones en motocicleta resultan ser del istmo o de Colombia o Ecuador, extorsionadores o tratantes de blancas y que entraron ilegalmente al país?). ¿Sinceramente esperamos que, ante todas estas circunstancias, negligencias y caos, se establezca con México un acuerdo para el libre tránsito de personas? ¿Que EUA no exija un reembolso de las ayudas desperdiciadas para seguridad trasnfronteriza y que por eso se nos quiera cobrar el muro?
Exigimos que EUA abra las puertas de par en par y nos permita irnos a trabajar allá, como si fuera su obligación y el ejercicio de su Soberanía es visto ya como una medida fascista; pero no exigimos a las autoridades mejores condiciones en México para emprender, ni el derribo del esquema mercantilista estructurado en privilegios y prebendas con el poder: se saluda a Slim como el mesías esperado, cuando se ha enriquecido hasta lo indecible por sus componendas con el poder político y uno de los beneficiados con la Globalización. No tenemos memoria y ahora aplaudimos a quienes salen de defensores del Tratado de Libre Comercio cuando antes lo criticaban porque, efectivamente, no ha sido tan benéfico como se pensaba, como ya lo reconocía el diario El Financiero en 2014. Un tratado que significó desastres tanto para México, que vio la destrucción del agro, por ejemplo, o para EUA, que sufrió la pérdida de muchos puestos de trabajo, como lo vaticinaba Ross Perot (a quien en su momento se le demonizó como racista, cuando sólo planteaba la protección del trabajo de sus connacionales) y que en nuestro país se convirtieron en "empleos basura" como los llaman los españoles: malpagados y eventuales.
Se pretende ahora que China venga al rescate de México, cuando China es el principal enemigo de México y de EUA en la guerra comercial: ha dañado nuestra industria textil y la del calzado por sus prácticas comerciales ilegítimas, como el precio dumping, o la piratería.
Los mexicanos debemos dejar a un lado berrinches de adolescente y emociones desbordadas y ver el panorama tal cual es: primero que nada, que la Globalización va en retroceso o en camino de ser replanteada y que ahora se debe pensar en la defensa del interés nacional: tanto Trump como Justin Trudeau, el Primer Ministro de Canadá lo han dicho: cada quien debe velar por sí mismo. La amistad es una cosa y es entre personas: uno puede tener amigos norteamericanos o canadienses, españoles o argentinos o de cualquier otro lado; pero los Estados no tienen amistades, tienen intereses y de ahí las cambiantes alianzas a lo largo de la Historia. Incluso pareciera que Trump lo ha dicho entre líneas, que nos está dando la oportunidad de tener nuestra independencia económica y de que, presionados por esto, nuestras autoridades se vean obligadas a ejercer un gobierno de verdad y no una banda de saqueadores.
También debemos tener prudencia: muchos intereses se vieron afectados por el triunfo de Trump, intereses realmente criminales a ambos lados del Río Bravo que por supuesto, no quieren perder las oportunidades de negocios que se les escapan: desde la venta de partes humanas de los niños abortados hasta las ONG´s y lobbies en ecología e ideología de género, o las cadenas mediáticas que han sido puestas en evidencia una y otra vez por sus sesgos y mentiras. Así, todo aquello que sea denunciado por los medios habrá de verse con pincitas, pues en mucho, están buscando socavar la imagen del Presidente bajo cualquier pretexto y presentarlo como un monstruo; de entrada, ya es el demonio encarnado en México, y los principales interesados en mostrarlo así son aquellos intereses beneficiarios del Tratado de Libre Comercio que no desean renegociarlo.
Evidentemente Trump no es un santo, es ciertamente un patán, un ególatra y un narcisista --no más que muchos políticos y líderes empresariales, de hecho toda persona que busca o ejerce un liderazgo, de entrada es algo narcisista-- y no sabe los delicados manejos y formas de la diplomacia, sino que, como lo señaló Carlos Slim el otro día que dio una sorpresiva conferencia de prensa (en la que muchos dicen fue el destape de sus ambiciones políticas) solamente aplica sus técnicas agresivas de negociación empresarial buscando el replanteamiento del Tratado de Libre Comercio y resolver la cuestión migratoria. Sin embargo, es de agradecerse que sea una persona que abandone las líneas de la corrección política y se atreva a decir con franqueza lo que piensa u opina, y también los problemas y hasta las razones de sus decisiones, saltándose el filtro o la distorsión, de los medios, en este caso, México debe buscar también elevar la apuesta de la negociación y hacer un plan para llegar a acuerdos con él; por lo demás, es casi seguro que Trump, salvo en el tema de la derrota del ISIS, reducirá la intervención de EUA en el exterior, pasando a una estrategia defensiva y dejando que los aliados, como Europa y Japón, se protejan solos.
La OTAN se verá fuertemente cuestionada, lo mismo que la ONU, la cual se convirtió en un cadáver viviente al servicio de la agenda ideológica de los Clinton.
Como dije, Trump no es un santo y su administración no estará exenta de errores y excesos; sin embargo, el compromiso hecho por defender a la vida y la familia natural trasciende más allá de patrioterismos y beneficios o perjuicios económicos: finalmente, su orden de dejar de financiar abortos fuera de EUA es una acción que salvará las vidas de muchos en todo el mundo y debilitará enormemente a los lobbies "Progresistas". Finalmente, la vida debe ser el primero de todos los derechos, no puede haber verdadera libertad ni verdadera preocupación por la persona cuando la vida se condiciona o se persigue, ni tampoco puede haber dignidad; podrá haber fiesta y un desapego a la realidad como ocurre en Holanda, pero eso tiene fecha de caducidad o ha puesto la mesa para que fuerzas externas y peligrosas, como el Islam radical, crezcan.
México, entre tanto, debe diseñar una estrategia para la defensa de los intereses nacionales; se requiere de unidad real y no conveniencia de partidos o de personajes, debe ponerse a tono con los cambios y superar el pasmo y las reacciones meramente emocionales. Pero sobre todo, exige que las personas en general cambien, que dejemos de esperar la salvación del Presidente o del exterior: el verdadero mesías del mexicano está en cada uno de nosotros y logrará su misión mediante el trabajo, el estudio, la lucha por crear un mejor país y una sociedad más justa; pero esa solución está en nosotros mismos y no tiene que depender de las acciones o circunstancias de fuera.
Son tiempos duros como lo son todos los tiempos de grandes cambios históricos: no dejemos que esos tiempos nos derroten sino que se conviertan en la oportunidad para fortalecernos y que haga surgir lo mejor de todos y cada uno de nosotros.